Cambiar de modelo (V)
“La esencia del problema es que las demandas sobre el ministro de economía son potencialmente infinitas. El ministro exitoso es el que mantiene las demandas en línea con las posibilidades y no incentiva a la gente para que exprese demasiados deseos”: Arnold C. Harberger.
Nadie en “la docena trágica” – desde que la economía se empezó a manejar “desde Los Pinos”, la frase es de Echeverría a raíz de la renuncia forzosa del secretario de Hacienda, Hugo B. Margain- supo decir “no”. Se ignoró la escasez como principio fundamental que rige la vida económica. El afán de poder y de mantenerse en él llevó a un esquema absurdo: Pretender satisfacer a todos – ojo con “el bien de todos”- con recursos que se soñaron inagotables y que se revelaron, a la postre, inexistentes.
Si las “agallas” del ministro de economía para decir “no” son la clave – como dice Harberger- para el éxito de la política económica, podemos imaginar lo que pasa cuando se desplaza a los ministros de economía responsables para que el Presidente – en un régimen de omnipresente y omnipotente presidencialismo- empiece a decir que “sí” a todo y a todos con cargo a una chequera pública que el propio Presidente ha decretado, voluntariosamente, inagotable.
Específicamente, el gobierno de López Portillo ignoró sistemáticamente una regla elemental de la economía de los recursos naturales exportables: Netos de costos de extracción su costo de oportunidad es la tasa de interés internacional. Esta deliberada ignorancia indujo a la peor combinación posible: Endeudamiento público irresponsable apalancado en un recurso especialmente vulnerable por su precio volátil. Recuérdese que en el colmo del voluntarismo (“actitud que funda sus previsiones más en el deseo de que se cumplan que en sus posibilidades reales”) López decretó, ante la caída de los precios internacionales del petróleo, ¡que los precios del crudo mexicano deberían seguir siendo altos!
Esta herencia nefasta – la petrolización- sigue lastrando las finanzas públicas de México hasta el día de hoy, más de 30 años después. Dos conclusiones derivadas de ese hecho: 1. La magnitud del desastre 1970-1982 fue tal que a la fecha sigue haciendo vulnerables las finanzas públicas; es decir, el saneamiento de las finanzas públicas NO ha concluido, aun cuando tengamos equilibrio fiscal en términos tradicionales (¡contra el terrorífico 17% del PIB que nos dejó López Portillo!) y 2. La reforma fiscal integral es imperativa, entre otras cosas para que podamos estimar razonablemente el tamaño deseable del sector público que puede soportar una economía mexicana con crecimientos del PIB superiores al 5% anual (un tamaño que, lógicamente, sólo puede ser menor – nunca mayor- al actual).
No es pues el modelo – si es que se quiere llamarle así- de unas finanzas públicas responsables el que no ha funcionado (o peor aún: lo que explica los insatisfactorios crecimientos del PIB), son los remanentes del “modelo” padecido de 1970 a 1982 los que siguen impediendo un mayor crecimiento, así como la persistencia de un régimen débil de derechos de propiedad, entre otros factores.
Mañana: Lo que se ha hecho y lo que falta.
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