Matar a Saddam Hussein no nos hace mejores
Saddam Hussein ha sido sentenciado a morir en la horca por un tribunal especial, iraquí, y de pleno derecho. Este abominable émulo de Stalin no merece compasión, pero de ninguna forma puedo unirme al regocijo de miles de sus víctimas que festejan la sentencia. La pena de muerte es una aberración aun para recetársela a los monstruos.
Durante el largo juicio, que sólo se refiriró a uno de decenas de crímenes contra la humanidad que cometió Hussein (la matanza despiadada de 148 presuntos conspiradores chiítas en 1982 en la localidad de Duyail), Hussein jamás mostró la menor señal de arrepentimiento. Le quedan pendientes otros juicios – por ejemplo, sobre la matanza de kurdos y sobre las atrocidades que perpetró durante la guerra contra Irán- y les queda, a él y a los otros condenados, la oportunidad de apelar la sentencia.
Saddam Hussein y sus colaboradores cercanos jamás le dieron a sus víctimas la oportunidad de un juicio más o menos imparcial, con abogados defensores, con derecho a discutir públicamente y a presentar pruebas de descargo, con derecho a recurrir la sentencia en una apelación ante otro tribunal. Saddam Hussein no puede quejarse de haber sido torturado para incriminarse o de haber sido objeto de mutilaciones a cambio de una supuesta confesión de culpabilidad, como él estilaba con sus opositores o como sucedía durante los juicios “ejemplares” que organizaba su admirado Stalin para deshacerse de potenciales adversarios.
El proceso judicial ha sido correcto y la sentencia proporcional conforme a las leyes vigentes en Irak. Le han juzgado sus compatriotas, no un tribunal de guerra encabezado por potencias enemigas. Ni hablar.
Sin embargo, ¿resuelve algo esta sentencia a muerte?, ¿compensa la muerte de Saddam Hussein el inmenso sufrimiento que causó?, ¿vale tan poco la vida de sus vícitimas como para quedar satisfechos con este intercambio en el que aquél que “a hierro mata, a hierro muere”?
No. Las víctimas de Saddam Hussein, los familiares y amigos de esas víctimas, el pueblo iraquí vejado por años, los chiítas, los kurdos, los opositores, las vícitimas inocentes, ¿de veras ganan algo con ponerse al mismo nivel moral que su victimario y cegar una vida humana, monstruosa, sí, pero humana?
Dudo que sobre las muertes de Saddam Hussein, de su medio hemano Saddam Barsan Al Tikriti y del corrupto y despiadado Awad Al Bandar – juez venal al servicio del atroz régimen de Saddam Hussein-, pueda edificarse en Irak una sociedad más libre, más tolerante, más humana. Entiendo que ante las atrocidades que cometieron estos tipejos, la sentencia a muerte haya sido recibida con aparente júbilo. La cadena de televisión iraquí Al Irakiya mostró a familiares de las víctimas de la matanza de 1982 celebrando la sentencia. Es lógico, pero tiene un innegable aroma de venganza, de revancha, de desquite…no de plena justicia.
La pena de muerte es un pésimo negocio. Salpica a quienes la ejecutan un poco o un mucho del profundo envilecimiento de los asesinos condenados.
Durante el largo juicio, que sólo se refiriró a uno de decenas de crímenes contra la humanidad que cometió Hussein (la matanza despiadada de 148 presuntos conspiradores chiítas en 1982 en la localidad de Duyail), Hussein jamás mostró la menor señal de arrepentimiento. Le quedan pendientes otros juicios – por ejemplo, sobre la matanza de kurdos y sobre las atrocidades que perpetró durante la guerra contra Irán- y les queda, a él y a los otros condenados, la oportunidad de apelar la sentencia.
Saddam Hussein y sus colaboradores cercanos jamás le dieron a sus víctimas la oportunidad de un juicio más o menos imparcial, con abogados defensores, con derecho a discutir públicamente y a presentar pruebas de descargo, con derecho a recurrir la sentencia en una apelación ante otro tribunal. Saddam Hussein no puede quejarse de haber sido torturado para incriminarse o de haber sido objeto de mutilaciones a cambio de una supuesta confesión de culpabilidad, como él estilaba con sus opositores o como sucedía durante los juicios “ejemplares” que organizaba su admirado Stalin para deshacerse de potenciales adversarios.
El proceso judicial ha sido correcto y la sentencia proporcional conforme a las leyes vigentes en Irak. Le han juzgado sus compatriotas, no un tribunal de guerra encabezado por potencias enemigas. Ni hablar.
Sin embargo, ¿resuelve algo esta sentencia a muerte?, ¿compensa la muerte de Saddam Hussein el inmenso sufrimiento que causó?, ¿vale tan poco la vida de sus vícitimas como para quedar satisfechos con este intercambio en el que aquél que “a hierro mata, a hierro muere”?
No. Las víctimas de Saddam Hussein, los familiares y amigos de esas víctimas, el pueblo iraquí vejado por años, los chiítas, los kurdos, los opositores, las vícitimas inocentes, ¿de veras ganan algo con ponerse al mismo nivel moral que su victimario y cegar una vida humana, monstruosa, sí, pero humana?
Dudo que sobre las muertes de Saddam Hussein, de su medio hemano Saddam Barsan Al Tikriti y del corrupto y despiadado Awad Al Bandar – juez venal al servicio del atroz régimen de Saddam Hussein-, pueda edificarse en Irak una sociedad más libre, más tolerante, más humana. Entiendo que ante las atrocidades que cometieron estos tipejos, la sentencia a muerte haya sido recibida con aparente júbilo. La cadena de televisión iraquí Al Irakiya mostró a familiares de las víctimas de la matanza de 1982 celebrando la sentencia. Es lógico, pero tiene un innegable aroma de venganza, de revancha, de desquite…no de plena justicia.
La pena de muerte es un pésimo negocio. Salpica a quienes la ejecutan un poco o un mucho del profundo envilecimiento de los asesinos condenados.
4 Comentarios:
Entiendo tu punto. La pena de muerte para mí es algo en lo que estoy un poco indecisa. Si se hablara de instaurarla e México me aterraría. Supongo que Mayito ya estaría frito por la muerte de Paco Stanley, y luego se darían cuenta de que en realidad él no fue. Siempre hay un margen para el error. Eso lo entiendo.
Sin embargo, también pienso que si mi familia hubiera muerto gaseada y envenenada por este monstruo, tal vez quisiera que él corriera la misma suerte.
Como digo, no estoy completamente segura.
De cualquier forma, con Hussein estamos ante un típico caso de usos y costumbres. El tipo es juzgado en un país donde es costumbre matar a los que hacen lo que él hizo. Recientemente vi que a una mujer que fue violada por cuatro hombres (esto fue en Arabia Saudita, no en Irak, es cierto) la sentenciaron a no sé cuantos cientos de latigazos porque antes de ser violada estaba en un auto con un hombre que no era su esposo.
Las leyes de esos países son atroces. La gente se regocija con la muerte. Ni hablar. Yo sí creo que el mundo estará mejor sin ese hombre. Será colgado como miles de mujeres musulmanas. Se llama la justina de Alaína.
Lo siento. Esto no tuvo mucho sentido. Supongo que sólo tenía ganas de opinar. Muchos saludos!
Coincido contigo en que las muertes de Saddam y los demás coacusados no ayudan a construir en Irak una sociedad más libre, tolerante o humana.
Al igual que tú creo que la muerte de Saddam de ningún modo restituirá a las víctimas, o compensará el sufrimiento.
Pero con su muerte se consigue algo importante:
Eliminar definitivamente la posibilidad de que ese monstruo volviera al poder y a cometer más crímenes, lo cual no es imposible dada la situación que hoy se vive en Iraq.
Finalmente diré que no comparto contigo la idea de que los familiares y amigos de las víctimas, o el pueblo iraquí se pondrían al mismo nivel moral de su victimario al permitir que se le imponga o que se lleve a cabo en la persona de Saddam la pena capital.
Ellos no están en una posición de poder y no hay forma de que torturen o maten a Saddam suficientes veces como para ponerse a su nivel.
Liliana: Antes que nada, mil gracias por tu opinión.
Yo también estoy lleno de perplejidades acerca de este caso concreto: ¿Debemos avalar que se condene a la horca a Saddam Hussein y festejarlo como una justa reivindicación a las innumerables víctimas de este sátrapa?
Si de lo que se trata es de venganza y de hacer sufrir a Saddam Hussein al menos una fracción de lo que él hizo sufrir a miles, entonces no le demos la compasiva salida de morir en la horca. ¿Qué es más ignominioso y humillante?, ¿matarlo rápidamente sin apenas sufrimiento para que se convierta en un héroe de los sunnitas contra los chíitas o dejarlo con vida, tal vez lobotomizado, encerrado en una jaula como en un zoológico (los gastos de su manutención podrían sufragarse con la venta de boletos para quienes quieran ver en vivo al monstruo, como sugiere Ramón Mier)? Pongo este ejemplo, para que se vea que la oposición a la pena de muerte - aun para genocidas abominables como Saddam Hussein- no es sólo un reflejo condicionado de la educación católica; habrá quien se oponga a ella porque encuentra el procedimiento demasiado compasivo para cierto tipo de criminales...Recuerdo que cuando aprehendieron en México al secuestrador apodado "mochaorejas" él pidió ser ejecutado de inmediato para no sufrir...Ahora bien, en esta condena a muerte no falta cierta dosis de hipocresía. La legislación iraquí, comparada con la legislación vigente en la mayoría de los países occidentales, es bastante primitiva y no comparte los valores occidentales de respeto a la vida (santidad o sacralidad de la vida humana) por lo que deberíamos reflexionar si con esta condena casi medieval no estamos avalando un sistema de justicia más cercano a la revancha y a la ley del Talión que al respeto de la libertad y de la dignidad humanas... Entonces, ¿creemos o no creemos en la superioridad moral y racional de los valores occidentales o sólo lo hacemos cuando nos conviene?, ¿no estamos avalando en Irak algo que jamás avalaríamos en nuestras sociedades occidentales, escudados en un hipócrita "multiculturalismo"? No es fácil tener una respuesta. Si de lo que se trata, repito, es de un castigo ejemplar - que sea lo suficientemente disuasivo para frenar a todos los potenciales Saddam Hussein o Stalin o Hitler o Castro que tenemos en el mundo-, la pena de muerte es demasiado débil (y contradice el respeto a la vida humana que decimos proclamar, como liberales). Hay castigos mucho más efectivos y aleccionadores (y, a la postre, económicos), pongo otro ejemplo: ¿Por qué no hemos hecho hablar a Saddam Hussein acerca de sus tratos con Jacques Chirac, con Putin, con algunos políticos estadounidenses - como Rumsfeld-, con el hijo del actual secretario de la ONU, su cómplice en la corrupción del programa de la ONU de alimentos por petróleo? A lo mejor matarlo es la solución más eficaz para que quienes hicieron posible la carrera exitosa de ese monstruo, desde Occidente, no sean llamados a cuentas...
Ricardo,
Te felicito por traer a nuestra atención hacia las relaciones de Saddam con aquellos que desde occidente hicieron posible su carrera.
Ofrecerle la conmutación de la pena de muerte por otra menos severa a cambio de información que ayude a llevar a la justicia a quienes lo ayudaron suena atractivo. Así no solo se disuadiría a los aprendices de dictadores sino a todos aquellos que a cambio de un beneficio económico los apoyen.
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