¿Un “apretoncito” en los mercados?
A diferencia de muchos comentaristas, aficionados o profesionales, el semanario británico “The Economist” considera bastante saludable lo que está sucediendo en los mercados financieros: Se trata, consideran los editores, de un oportuno “apretoncito” después de una temporada de crédito excesivamente barato.
Pocas cosas tan fáciles como equivocarse al hacer pronósticos respecto de los mercados financieros mundiales. Además de las dificultades inherentes a la tarea de predecir el comportamiento de cientos de miles de inversionistas – que, a su vez, observan obsesivamente cualquier indicio sobre las percepciones y el comportamiento de millones de consumidores, libres y sujetos a la influencia de miles de variables, la mayoría de las cuales no conocemos-, no solemos tener suficientemente fría la cabeza como para no sucumbir a los deseos disfrazados de intuiciones.
Así, si estamos metidos hasta el cuello en inversiones arriesgadas pero tentadoras queremos creer que no pasa nada; por el contrario si abrigamos alguna secreta fascinación por los desastres y las crisis – especialmente si esos desastres se ceban, por ejemplo, sobre la arrogante economía estadounidense- tenderemos a los pronósticos sombríos.
Ayer, por ejemplo, alguien señalaba que el factor último detrás de las turbulencias en los mercados es la fragilidad estructural de la economía estadounidense y pronosticaba – tal vez confundiendo los deseos con las percepciones- que esto podría terminar con la hegemonía del dólar en el planeta. El problema con esta hipótesis no son tanto sus premisas acerca del sobreendeudamiento de Estados Unidos y de los estadounidenses, que son acertadas, sino la presunción de que alguien – un país, un grupo de países o un poderosísimo inversionista- tendrá los arrestos suficientes como para matar a la gallina de los huevos de oro matándose a sí mismo. No le encuentro la lógica a que, por ejemplo, un país o un inversionista, que inevitablemente poseen la mayoría de sus activos financieros en instrumentos atados al dólar, esté dispuesto a patrocinar una corrida en contra de esa divisa, para darle un calambre simbólico al gigante, al mismo tiempo que se arruina a sí mismo irremisiblemente.
Más sensata me suena la opinión de los editores de “The Economist” quienes desmenuzan objetivamente los factores de un posible riesgo sistémico y encuentran, al final, que esto podría ser tan sólo un saludable ajuste, para recordarle al mercado que todo tiene un precio, también el crédito.
Pocas cosas tan fáciles como equivocarse al hacer pronósticos respecto de los mercados financieros mundiales. Además de las dificultades inherentes a la tarea de predecir el comportamiento de cientos de miles de inversionistas – que, a su vez, observan obsesivamente cualquier indicio sobre las percepciones y el comportamiento de millones de consumidores, libres y sujetos a la influencia de miles de variables, la mayoría de las cuales no conocemos-, no solemos tener suficientemente fría la cabeza como para no sucumbir a los deseos disfrazados de intuiciones.
Así, si estamos metidos hasta el cuello en inversiones arriesgadas pero tentadoras queremos creer que no pasa nada; por el contrario si abrigamos alguna secreta fascinación por los desastres y las crisis – especialmente si esos desastres se ceban, por ejemplo, sobre la arrogante economía estadounidense- tenderemos a los pronósticos sombríos.
Ayer, por ejemplo, alguien señalaba que el factor último detrás de las turbulencias en los mercados es la fragilidad estructural de la economía estadounidense y pronosticaba – tal vez confundiendo los deseos con las percepciones- que esto podría terminar con la hegemonía del dólar en el planeta. El problema con esta hipótesis no son tanto sus premisas acerca del sobreendeudamiento de Estados Unidos y de los estadounidenses, que son acertadas, sino la presunción de que alguien – un país, un grupo de países o un poderosísimo inversionista- tendrá los arrestos suficientes como para matar a la gallina de los huevos de oro matándose a sí mismo. No le encuentro la lógica a que, por ejemplo, un país o un inversionista, que inevitablemente poseen la mayoría de sus activos financieros en instrumentos atados al dólar, esté dispuesto a patrocinar una corrida en contra de esa divisa, para darle un calambre simbólico al gigante, al mismo tiempo que se arruina a sí mismo irremisiblemente.
Más sensata me suena la opinión de los editores de “The Economist” quienes desmenuzan objetivamente los factores de un posible riesgo sistémico y encuentran, al final, que esto podría ser tan sólo un saludable ajuste, para recordarle al mercado que todo tiene un precio, también el crédito.
Etiquetas: aversión al riesgo, avidez de ganancias, crédito, deseos disfarazdos de intuiciones, economía de Estados Unidos, mercados financieros, pronósticos, psicología del inversionista
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