Sin componendas con los pederastas
"Los pedófilos tienen que ser excluidos totalmente del servicio sagrado". Así, con todas sus letras, lo dijo en Estados Unidos el Papa Benedicto XVI. No caben las excepciones, ni los matices, ni mucho menos los arreglos bajo cuerda en consideración a "los servicios prestados a la Iglesia": La pederastia es abominable y debe estar fuera de la Iglesia. ¿Quedó claro o alguien necesita que se lo repitan?
Después de declararse profundamente avergonzado por los múltiples casos de pederastia cometidos en el pasado por sacerdotes católicos en Estados Unidos, el Papa Benedicto XVI se reunió sorpresivamente con víctimas de abusos sexuales perpetrados por clérigos que, en no pocas ocasiones, fueron encubiertos por la jerarquía eclesiástica.
A diferencia del Papa Juan Pablo II, quien en muchas otras cosas fue un gran pontífice pero que nunca expresó una condena tan enérgica ni manifestó explícitamente cuánto debe deplorar la Iglesia estos escándalos (el escándalo – entiéndanlo algunas almas beatas de una vez- lo provoca el pederasta, no las víctimas que lo denuncian), Benedicto XVI ha hecho ambas cosas y en donde más importaba que lo hiciera: en Estados Unidos, donde según algunas estadísticas casi un cuarto de la población es católica y donde la pederastia clerical católica causó tremendos daños.
En México, varios anticlericales trasnochados parecen regocijarse al denunciar la pasividad de la Iglesia y su jerarquía ante la aberración de la pederastia. Tal vez sería mucho pedir, ahora, que imitasen al Papa y tuviesen la honestidad elemental (y la humildad) de reconocer que Benedicto XVI no ha dejado espacio para las dudas o para las interpretaciones al respecto: La Iglesia Católica que él encabeza no transige ni transigirá con la pederastia en sotana o con los abusos sexuales de sacristía y agua bendita.
Todos, católicos o no, creyentes o agnósticos, deberíamos en esta materia hacer causa común: Los abusos sexuales contra menores – los cometa quien los cometa – jamás deben ser tolerados, encubiertos, solapados, mucho menos absueltos por jueces venales, como todavía sucede.
Los depredadores sexuales deben ser castigados sin titubeos y con toda severidad. Y las víctimas que los denuncian deberían recibir todo nuestro apoyo. Pidiendo perdón a nombre de la Iglesia, Benedicto XVI, me parece, les ha quitado un gran peso de encima a no pocos católicos avergonzados y confundidos. Ya era hora.
Después de declararse profundamente avergonzado por los múltiples casos de pederastia cometidos en el pasado por sacerdotes católicos en Estados Unidos, el Papa Benedicto XVI se reunió sorpresivamente con víctimas de abusos sexuales perpetrados por clérigos que, en no pocas ocasiones, fueron encubiertos por la jerarquía eclesiástica.
A diferencia del Papa Juan Pablo II, quien en muchas otras cosas fue un gran pontífice pero que nunca expresó una condena tan enérgica ni manifestó explícitamente cuánto debe deplorar la Iglesia estos escándalos (el escándalo – entiéndanlo algunas almas beatas de una vez- lo provoca el pederasta, no las víctimas que lo denuncian), Benedicto XVI ha hecho ambas cosas y en donde más importaba que lo hiciera: en Estados Unidos, donde según algunas estadísticas casi un cuarto de la población es católica y donde la pederastia clerical católica causó tremendos daños.
En México, varios anticlericales trasnochados parecen regocijarse al denunciar la pasividad de la Iglesia y su jerarquía ante la aberración de la pederastia. Tal vez sería mucho pedir, ahora, que imitasen al Papa y tuviesen la honestidad elemental (y la humildad) de reconocer que Benedicto XVI no ha dejado espacio para las dudas o para las interpretaciones al respecto: La Iglesia Católica que él encabeza no transige ni transigirá con la pederastia en sotana o con los abusos sexuales de sacristía y agua bendita.
Todos, católicos o no, creyentes o agnósticos, deberíamos en esta materia hacer causa común: Los abusos sexuales contra menores – los cometa quien los cometa – jamás deben ser tolerados, encubiertos, solapados, mucho menos absueltos por jueces venales, como todavía sucede.
Los depredadores sexuales deben ser castigados sin titubeos y con toda severidad. Y las víctimas que los denuncian deberían recibir todo nuestro apoyo. Pidiendo perdón a nombre de la Iglesia, Benedicto XVI, me parece, les ha quitado un gran peso de encima a no pocos católicos avergonzados y confundidos. Ya era hora.
Etiquetas: Benedicto XVI, honestidad intelectual, Iglesia Católica, Juan Pablo II, moral, pecados, pederastia
2 Comentarios:
Las palabras se las lleva el viento. No bastan las condenas, harán faltas acciones para demostrar que la jerarquía católica ha cambiado su política de protección y encubrimiento.
Ramón: tienes razón: "Obras son amores y no buenas razones". Ahora bien, pregúntales a los miembros de los Legionarios de Cristo acerca del susto que se llevaron cuando el nuevo Papa, Benedicto XVI, suspendió al Padre Maciel, que parecía intocable, de toda función como ministro o de todo servicio sagrado. Jamás se lo esperaron. Si además hubiesen existido denuncias civiles o penales contra el fundador de los LC lo más probable es que hubiese evitado la cárcel (pena corporal, le llaman los abogados) sólo por su avanzada edad, y hubiese quedado en una especia de arresto domiciliario (justo lo que hizo este Papa, Benedicto XVI, tan poco "carimsático" si lo comparamos con Juan Pablo II, pero que merece toda mi admiración y respeto).
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