martes, 22 de abril de 2008

Sin componendas con los pederastas

"Los pedófilos tienen que ser excluidos totalmente del servicio sagrado". Así, con todas sus letras, lo dijo en Estados Unidos el Papa Benedicto XVI. No caben las excepciones, ni los matices, ni mucho menos los arreglos bajo cuerda en consideración a "los servicios prestados a la Iglesia": La pederastia es abominable y debe estar fuera de la Iglesia. ¿Quedó claro o alguien necesita que se lo repitan?

Después de declararse profundamente avergonzado por los múltiples casos de pederastia cometidos en el pasado por sacerdotes católicos en Estados Unidos, el Papa Benedicto XVI se reunió sorpresivamente con víctimas de abusos sexuales perpetrados por clérigos que, en no pocas ocasiones, fueron encubiertos por la jerarquía eclesiástica.

A diferencia del Papa Juan Pablo II, quien en muchas otras cosas fue un gran pontífice pero que nunca expresó una condena tan enérgica ni manifestó explícitamente cuánto debe deplorar la Iglesia estos escándalos (el escándalo – entiéndanlo algunas almas beatas de una vez- lo provoca el pederasta, no las víctimas que lo denuncian), Benedicto XVI ha hecho ambas cosas y en donde más importaba que lo hiciera: en Estados Unidos, donde según algunas estadísticas casi un cuarto de la población es católica y donde la pederastia clerical católica causó tremendos daños.

En México, varios anticlericales trasnochados parecen regocijarse al denunciar la pasividad de la Iglesia y su jerarquía ante la aberración de la pederastia. Tal vez sería mucho pedir, ahora, que imitasen al Papa y tuviesen la honestidad elemental (y la humildad) de reconocer que Benedicto XVI no ha dejado espacio para las dudas o para las interpretaciones al respecto: La Iglesia Católica que él encabeza no transige ni transigirá con la pederastia en sotana o con los abusos sexuales de sacristía y agua bendita.

Todos, católicos o no, creyentes o agnósticos, deberíamos en esta materia hacer causa común: Los abusos sexuales contra menores – los cometa quien los cometa – jamás deben ser tolerados, encubiertos, solapados, mucho menos absueltos por jueces venales, como todavía sucede.

Los depredadores sexuales deben ser castigados sin titubeos y con toda severidad. Y las víctimas que los denuncian deberían recibir todo nuestro apoyo. Pidiendo perdón a nombre de la Iglesia, Benedicto XVI, me parece, les ha quitado un gran peso de encima a no pocos católicos avergonzados y confundidos. Ya era hora.

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martes, 25 de diciembre de 2007

Si nos pudiésemos “desocupar”…

Una inopinada reflexión navideña: El paraíso no consiste en el pleno empleo, sino en la plena disposición.

El Papa Benedicto XVI hizo esta Navidad una pregunta inquietante, al menos inquietante para mí y supongo que para muchos más: “¿Tenemos tiempo y espacio para Dios?, ¿puede Él entrar en nuestra vida?, ¿encuentra un lugar en nosotros o tenemos ocupado todo nuestro pensamiento, nuestro quehacer, nuestra vida, con nosotros mismos?”.

La pregunta la leí, como al pasar, entre los variados titulares de la información del día – un puente que se cayó en Nepal, causando once muertes o las especulaciones inciertas sobre el incierto futuro de la economía o la galantería de Sarkozy en idilio con la cantante Carla Bruni – y deliberadamente me la salté porque me había hecho el propósito de no incurrir en la consabida reflexión navideña que se hace porque así lo marca el calendario convencional y porque entramos, en estos días de ocio reglamentado, en una zona de informaciones y discusiones de “baja intensidad”… Pero ya era demasiado tarde: La pregunta de ese señor sumamente inteligente que antes se llamaba Joseph Ratzinger y hoy se llama Benedicto XVI, se me coló al subconciente y empezó a importunar.

Esas preguntas inoportunas son un fastidio. Un dolor de muelas intelectual para el que no hay analgésicos. ¿Por qué tiene que venir a importunarme la pregunta del Papa - cosas así, finalmente, dicen todos los sucesores de San Pedro todas las navidades y no pasa nada- cuando yo estoy ocupado? Es una pregunta endiabladamente – disculpen el adverbio- tramposa, porque justamente se nos hace a quienes estamos ocupados al ciento por ciento, a quienes no tenemos ni espacio ni tiempo para meditaciones religiosas…La trampa, digo, consiste en preguntarnos, como el amigo que nos marca a media mañana, en medio de mil tareas, al teléfono celular, y nos suelta la pregunta de rigor: “¿Estás ocupado?”, lo cual quiere decir: “¿Estás haciendo algo tan imprescindible que no tienes tiempo para escucharme?”

Y viene el Papa, encargado del conmutador, y me dice que ahí está otra vez, como todos los años, al teléfono, buscándome, ¡nada menos que Dios! “¿Otra vez?, ¿y ahora qué quiere?, ¿no le puedes decir que le marco más tarde, que ahorita estoy ocupado?”…

¡Vaya que es insistente! Ya lo sabía Lope de Vega cuando le preguntaba: “¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?”

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