jueves, 29 de mayo de 2008

Energía: La otra cuchilla de la tijera

Los países desarrollados consumen hoy, proporcionalmente, mucho menos petróleo del que consumían hace tres décadas. No es que a esas personas se los haya ordenado el gobierno y obedeciesen dócilmente. Se los ordenaron los precios en 1973-1974 y en 1980-1981.



Hay gobiernos empeñados en pelearse con los precios. Es una lucha perdida de antemano. Mi ejemplo favorito actual es el gobierno K de Argentina (Néstor y su esposa Cristina) que es una copia alucinante de gobiernos fracasados en el siglo pasado (el antiguo Alan García, el primer Carlos Andrés Pérez, Luis Echeverría, José López Portillo, Juan Velasco Alvarado y tantos otros), por lo cual quienes hoy viajan a la Argentina suelen comentar, a su regreso, que viajaron no al sur del continente sino al pasado: "Haz de cuenta como en los años 70 en México, tal cual" me dijo hace meses un empresario que tiene intereses allá.

Es un pésimo negocio pelearse con los precios porque es cómo matar a los mensajeros más veraces y oportunos que podemos tener sólo porque nos trajeron noticias desagradables, pero verdaderas.

No sabemos por cuánto tiempo permanecerán altos los precios del petróleo, pero nos están avisando puntualmente que la demanda está prevaleciendo sobre la oferta. Y sólo hay tres formas realistas y efectivas de corregir el asunto y lograr que los precios bajen o que el hecho no nos afecte tanto: O actuamos para aumentar la oferta o actuamos para disminuir la demanda o hacemos ambas cosas, opción, la última, que siempre será la más provechosa.

Hay varias vías teóricas para incrementar la oferta (ya sea de petróleo, o de otras opciones energéticas que sustituyan al petróleo) que merecerán analizarse y comentarse en otra ocasión. Por esta vez, fijémonos en la otra cuchilla de las tijeras: la demanda.

La herramienta más eficaz para disminuir la demanda es dejar que los precios nos indiquen qué tan grave es la situación. En los choques de precios altos del petróleo, los consumidores en los países desarrollados recibieron de lleno la noticia en las gasolineras, en la factura de la calefacción, en la factura de la electricidad y actuaron en consecuencia.

En otros países hubo gobiernos "benevolentes" que, para ahorrarles un disgusto a los consumidores, evitaron que el mensajero llegase a tiempo. Así les ha ido.

Romper el termómetro nunca ha servido para combatir la fiebre.

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