domingo, 14 de septiembre de 2008

Petróleo, el fin de una era (26 de agosto)

Con o sin reforma de PEMEX parece un hecho que en unos años México dejará de ser un exportador neto de hidrocarburos. Se requerirá entonces no sólo una reforma tributaria sino un rediseño radical del sector público para hacerlo más pequeño y más eficiente.



Es apenas una línea en el comunicado del lunes 25 de agosto del Banco de México, acerca de la balanza de pagos del país al segundo trimestre de 2008: En ese periodo (abril a junio, inclusive) las importaciones de gasolina fueron equivalentes al 29% de las exportaciones petroleras.

Más amplio, el informe de los resultados operativos de PEMEX de enero a julio indica que en esos siete meses se importó un promedio diario de 342,500 barriles de gasolina, un crecimiento anual de 17.6 por ciento. La mayor parte del crecimiento se explica por la menor oferta de petróleo nacional que, a su vez, ocasiona una menor oferta de gasolinas provenientes de refinerías ubicadas en México, ya que la venta de gasolinas automotrices creció anualmente sólo 5.4 por ciento. Esto significaría que hasta ahora los menores precios de las gasolinas en México (subsidiados a través del IEPS negativo) no se han traducido en una demanda exorbitante, pero contrasta con las significativas disminuciones en el consumo de gasolina registradas en Estados Unidos. Además, el consumo de combustibles está creciendo más que la economía, que en el mejor de los casos avanzó 2.3% a tasa anual, eso significa una mala asignación de recursos fiscales, vía un subsidio generalizado que agrava la escasez.

México no se puede dar ese tipo de "lujos" fiscales. Mucho menos cuando hemos entrado en una acelerada etapa de rendimientos decrecientes de los yacimientos petroleros. Otro dato de la balanza de pagos: En el segundo trimestre de 2007 las exportaciones petroleras promediaron un volumen de 1.725 millones de barriles diarios; en el segundo trimestre de 2008 el promedio cayó a sólo 1.410 millones de barriles diarios.

En el mediano plazo, México deberá hacer no sólo una reforma tributaria profunda – el IVA generalizado se antoja inevitable, entre otras cosas-, sino también, y tal vez mucho más importante, un rediseño radical del tamaño y de las atribuciones del sector público que debe achicarse y hacerse mucho más eficiente. Qué tan turbulento o doloroso será ese proceso depende del sentido de responsabilidad de los políticos mexicanos. Ésa es, tal vez, la peor noticia.

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