domingo, 30 de noviembre de 2008

El mito del "triple play"

Aunque desde el punto de vista del usuario bien informado basta tener un buen servicio de banda ancha para tener telefonía y televisión, las empresas, las autoridades y hasta los reguladores prefieren que sigamos creyendo en el mito del "triple play".

Es un hecho que la Internet sepultó a la telefonía. Centenares de miles de personas en el mundo no solamente hablamos en tiempo real con personas que están en cualquier punto del globo terráqueo, sino que frecuentemente las vemos y somos vistos por ellas mientras conversamos a través la Internet y auxiliándonos sólo con una computadora portátil u otro dispositivo conectado a la red.
También centenares de miles de personas ven sus programas y series favoritas de televisión, en el día y el horario que desean, a través de la red. Tienen ahí, en la red, la más amplia oferta de contenidos disponible en el mundo.
En este sentido el llamado "triple play", que tantas aguerridas y complicadas discusiones y polémicas causa, es un mito. Un mito tan conveniente para algunos negocios como fue y sigue siendo el mito de las fronteras, que permiten establecer restricciones para el acceso y salida de mercancías y de personas de un país y, en esa misma medida, generan rentas. Por eso las fronteras provocan rencillas interminables, trampas, demagogia…y hasta guerras.
Dentro de unos años, conforme avance inexorablemente la penetración y la comprensión de lo que significa la Internet, las agrias discusiones y las sucias maniobras de algunas empresas que se resisten a perder sus rentas monopolísticas o casi-monopolísticas a todos parecerán ridículas.
Ejemplo: "V" es un ingeniero coreano que cursa su doctorado en una universidad de Estados Unidos. Le basta su computadora portátil y un servicio de banda ancha para ver televisión producida en cualquier lugar del mundo, escuchar conciertos en vivo, hablar con su familia o con sus colegas que se encuentran a su vez en cualquier lugar del mundo, ver vídeos, transmitir vídeos, difundir pequeños programas de radio, consultar acervos bibliográficos, leer libros, escribir libros y venderlos, sostener conferencias con colegas que estudian en Asia o en Europa o en África…
El negocio del siglo XXI es la generación de contenidos, pero hay quienes se aferran con todo – incluidas las malas artes- al negocio de ponerle puertas al campo. Incomunicar, tal es el negocio que defienden.

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