jueves, 13 de noviembre de 2008

G-20, ¿cómo restablecemos el juego?

Más allá de rollitos retóricos, el planteamiento de los países emergentes a los países industrializados, especialmente a Estados Unidos, en el G-20 deberá ser: Ustedes nos necesitan para que la demanda global conserve algo de su antiguo empuje. ¡No cierren sus mercados!, ¿estás escuchando, Obama?

La crisis global está rompiendo un equilibrio – inestable, como la mayoría de los equilibrios – entre el crecimiento de las economías emergentes (en algunos casos, como China, hablamos de un crecimiento explosivo) y la zona de confort de la que gozó la economía de los Estados Unidos que financió su carencia de ahorro con buena parte de los excedentes generados por las exportaciones de las mismas economías emergentes.

Podemos caracterizar, o caricaturizar, este equilibrio inestable, a punto de romperse, de la siguiente forma: Los consumidores en Estados Unidos disfrutaron de una mayor oferta de productos provenientes del extranjero, a mejores precios, apoyados en una orgía de apalancamiento – deuda – y dinero fácil que parecía interminable; mientras que los habitantes de los países emergentes mejoraron su nivel de vida trabajando duro para venderle cosas a los ávidos consumidores estadounidenses.

A su vez, el gobierno de Estados Unidos pudo financiar su creciente déficit – para regocijo de los políticos- gracias a que los gobiernos de los países emergentes (como China, India, México o Brasil) invirtieron e invierten las divisas, que obtuvieron con sus exportaciones a Estados Unidos, en bonos del Tesoro de ese mismo país, que pagan tasas de interés negativas.

Ninguno de los jugadores quería romper este juego, pero sus fundamentos eran endebles y estalló la crisis. El hilo se rompió por lo más frágil: el enloquecido apalancamiento en Estados Unidos.

Si los políticos estadounidenses, digamos Barack Obama y/o los populistas del estilo de Nancy Pelosi, caen en la tentación proteccionista (olvidando las lecciones de la gran depresión de los años 30 del siglo pasado), todos estaremos fritos, empezando por los estadounidenses que no encontrarán ya quién produzca para ellos, ni quién les financie su déficit y su carencia de ahorro interno.

Ejemplo: El Tratado de Libre Comercio con Colombia. El asunto no es un “quid pro quo” entre Obama y Bush, sino entre Obama y las economías emergentes, que exigen, con toda razón, un gesto de inteligencia. Son tiempos de cooperación, no de ignorar al resto del mundo. O nos salvamos todos, o nos hundimos todos.

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