Juan Orol, los boleros y los demagogos
Ricardo Medina Macías
¿Qué tienen en común las películas de Juan Orol, los boleros y los políticos demagogos? Pues que no conocen más reglas que aquellas que les dicta su “ilusionado corazón”.
Seguramente Hugo Chávez y José Luis Rodríguez Zapatero se llevan tan bien porque ambos estan “llenitos de las mejores intenciones”.
Ya dijimos ayer lo que valen, en la vida pública, las intenciones. Nada.
Hugo Chávez, por ejemplo, se ha gastado buena parte de las carretadas de dólares que le deja el petróleo (a su país, Venezuela, lo que en este caso significa que es a Chávez a quien benefician) en comprar armas. Argumenta que son armas para la paz. ¿Cuál es la diferencia entre “armas para la guerra” y “armas para la paz”, si matan igual? Pues sí, adivinó usted, las benditas “intenciones”. Tenemos pues no un argumento, sino un llamado a la fe: “Créanme que no abrigo malas intenciones”.
El Zapaterito, por su parte, propone que el mejor camino para terminar con el terrorismo de ETA es suponer que cuando ETA amenaza, hiere o asesina lo hace con “buenas intenciones” y que, por lo tanto, en lugar de perseguir los crímenes de ETA, lo conducente es sentarse a la mesa con los de ETA para platicar sobre las buenas intenciones que, en el fondo, comparten el gobierno y los terroristas.
El reino de las intenciones es el reino del corazón. Y las películas de Juan Orol, las telenovelas típicas, los boleros (hablo de las canciones, no de los lustradores de calzado) y los demagogos comparten la convicción – la fe – de que el corazón nunca se equivoca. (Los desmienten los infartos y el adulterio, entre otras cosas, pero eso no hace flaquear su fe).
Dicen los que han analizado las películas de Juan Orol que en ellas funciona algo que se ha llamado copretérito lúdico: “Que yo era un matón apasionado”, “que tú eras una rumbera enamorada”, “que yo era un detective sagaz e invencible”…La clave estriba en creerse el cuento, en asumir el papel. Algo similar hacen los políticos demagogos que son “puro corazón”: “Que yo era valiente y honesto…Que yo tenía la solución a todos los problemas…Que yo ignoraba que mis colaboradores tenían malas mañas…Que yo amaba desaforadamente a los pobres”.
Y con los boleros sucede lo mismo: Es otra vez la coartada invencible del corazón que nunca se equivoca. El demagogo sueña que son sus electores quienes le cantan: “Voy viviendo ya de tus mentiras…miénteme más que me hace tu maldad feliz”.
En la vida real se llama bigamia, pero en el reino del bolero sólo se trata de un pobre enamorado al que le llaman “corazón loco”: “Aquí va mi explicación/ A mí me llaman sin razón/ Corazón loco/ Una es el amor sagrado…/La otra es el amor prohibido…”
Ah, y los demagogos tienen una razón adicional para no reconocer más reglas que las del corazón: Es que, ¿saben?, el corazón está a la izquierda. ¿Se necesita algo más para ser “políticamente correcto”?
Correo: ideasalvuelo@gmail.com
¿Qué tienen en común las películas de Juan Orol, los boleros y los políticos demagogos? Pues que no conocen más reglas que aquellas que les dicta su “ilusionado corazón”.
Seguramente Hugo Chávez y José Luis Rodríguez Zapatero se llevan tan bien porque ambos estan “llenitos de las mejores intenciones”.
Ya dijimos ayer lo que valen, en la vida pública, las intenciones. Nada.
Hugo Chávez, por ejemplo, se ha gastado buena parte de las carretadas de dólares que le deja el petróleo (a su país, Venezuela, lo que en este caso significa que es a Chávez a quien benefician) en comprar armas. Argumenta que son armas para la paz. ¿Cuál es la diferencia entre “armas para la guerra” y “armas para la paz”, si matan igual? Pues sí, adivinó usted, las benditas “intenciones”. Tenemos pues no un argumento, sino un llamado a la fe: “Créanme que no abrigo malas intenciones”.
El Zapaterito, por su parte, propone que el mejor camino para terminar con el terrorismo de ETA es suponer que cuando ETA amenaza, hiere o asesina lo hace con “buenas intenciones” y que, por lo tanto, en lugar de perseguir los crímenes de ETA, lo conducente es sentarse a la mesa con los de ETA para platicar sobre las buenas intenciones que, en el fondo, comparten el gobierno y los terroristas.
El reino de las intenciones es el reino del corazón. Y las películas de Juan Orol, las telenovelas típicas, los boleros (hablo de las canciones, no de los lustradores de calzado) y los demagogos comparten la convicción – la fe – de que el corazón nunca se equivoca. (Los desmienten los infartos y el adulterio, entre otras cosas, pero eso no hace flaquear su fe).
Dicen los que han analizado las películas de Juan Orol que en ellas funciona algo que se ha llamado copretérito lúdico: “Que yo era un matón apasionado”, “que tú eras una rumbera enamorada”, “que yo era un detective sagaz e invencible”…La clave estriba en creerse el cuento, en asumir el papel. Algo similar hacen los políticos demagogos que son “puro corazón”: “Que yo era valiente y honesto…Que yo tenía la solución a todos los problemas…Que yo ignoraba que mis colaboradores tenían malas mañas…Que yo amaba desaforadamente a los pobres”.
Y con los boleros sucede lo mismo: Es otra vez la coartada invencible del corazón que nunca se equivoca. El demagogo sueña que son sus electores quienes le cantan: “Voy viviendo ya de tus mentiras…miénteme más que me hace tu maldad feliz”.
En la vida real se llama bigamia, pero en el reino del bolero sólo se trata de un pobre enamorado al que le llaman “corazón loco”: “Aquí va mi explicación/ A mí me llaman sin razón/ Corazón loco/ Una es el amor sagrado…/La otra es el amor prohibido…”
Ah, y los demagogos tienen una razón adicional para no reconocer más reglas que las del corazón: Es que, ¿saben?, el corazón está a la izquierda. ¿Se necesita algo más para ser “políticamente correcto”?
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