Diez obviedades sobre la democracia
Ricardo Medina Macías
Aún a riesgo de que parezcan verdades del maestro Pero Grullo, conviene recordar algunas obviedades que suelen pasarse por alto.
Primera obviedad: En una democracia no siempre ganan los mejores o los menos malos, sino los que obtienen más votos. A veces ganan los mejores, pero otras tantas veces ganan los peores. “Llegaron los sarracenos y nos molieron a palos/ Que Dios ayuda a los malos/ Cuando son más que los buenos”. A veces los malos tienen más habilidad, más dinero, más malas artes y se llevan el triunfo, Así es la democracia.
Segunda obviedad: El “pueblo” NO siempre tiene la razón. Esto se refiere no sólo a que con frecuencia los malos políticos (y gobernantes) son más populares, sino que a veces las propuestas más desastrosas – por ejemplo, las propuestas voluntariosas a golpes de dinero público y, por ende, generando déficit fiscales – son más atractivas a bote pronto que las propuestas sensatas.
Tercera obviedad: Las buenas intenciones – suponiendo, equivocadamente, que podemos conocer de veras las intenciones del prójimo- no garantizan buenos resultados. Se requieren también conocimientos precisos, sentido de la oportunidad, habilidad para llevar a cabo los buenos propósitos.
Cuarta obviedad: El “interés popular” o el bien común suele ser una coartada de intereses particulares. Más aún, el interés “social” no existe. No confundir con aquello que representa el mayor bien para el mayor número de personas.
Quinta obviedad: Los gobiernos no pueden tener soluciones para todo, ni siquiera soluciones para los problemas más importantes de la existencia. No hay gobierno que tenga la llave de la felicidad. Las religiones pueden prometer la dicha eterna, y uno les cree o no, pero cuando los políticos o los gobernantes ofrecen la felicidad nos están engañando y frecuentemente se están engañando a sí mismos. Los gobiernos NO crean empleos, los empleos los crean empresarios que detectan y satisfacen necesidades. Los gobiernos NO educan, lo hacen los padres de familia y los maestros. Los gobiernos NO curan, lo hacen los médicos y las enfermeras. Un buen gobierno es el que propicia (o al menos no estorba para…) que los empresarios creen empleos, que los maestros eduquen y que los médicos curen.
Sexta obviedad: Las intenciones del prójimo son incognoscibles, debemos conformarnos con juzgar la racionalidad de los argumentos y la efectividad de los hechos. Los peores engaños, en una democracia, provienen de los juicios gratuitos sobre las buenas o malas intenciones del prójimo.
Séptima obviedad: De entrada hay que desconfiar de los políticos que se presentan a si mismos como “no políticos”. Suelen engañar por partida doble.
Octava obviedad: Si alguien te promete prosperidad o seguridad a cambio de renunciar a libertades concretas, te está estafando. Al final no tendrás ni seguridad ni prosperidad y habrás perdido la libertad.
Novena obviedad: La democracia efectiva no se funda en las buenos sentimientos compartidos, sino en instituciones operativas y eficaces que satisfagan los recelos de nuestra desconfianza mutua.
Décima obviedad: A pesar de todas sus limitaciones y peligros, la democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno.
Correo: ideasalvuelo@gmail.com
Aún a riesgo de que parezcan verdades del maestro Pero Grullo, conviene recordar algunas obviedades que suelen pasarse por alto.
Primera obviedad: En una democracia no siempre ganan los mejores o los menos malos, sino los que obtienen más votos. A veces ganan los mejores, pero otras tantas veces ganan los peores. “Llegaron los sarracenos y nos molieron a palos/ Que Dios ayuda a los malos/ Cuando son más que los buenos”. A veces los malos tienen más habilidad, más dinero, más malas artes y se llevan el triunfo, Así es la democracia.
Segunda obviedad: El “pueblo” NO siempre tiene la razón. Esto se refiere no sólo a que con frecuencia los malos políticos (y gobernantes) son más populares, sino que a veces las propuestas más desastrosas – por ejemplo, las propuestas voluntariosas a golpes de dinero público y, por ende, generando déficit fiscales – son más atractivas a bote pronto que las propuestas sensatas.
Tercera obviedad: Las buenas intenciones – suponiendo, equivocadamente, que podemos conocer de veras las intenciones del prójimo- no garantizan buenos resultados. Se requieren también conocimientos precisos, sentido de la oportunidad, habilidad para llevar a cabo los buenos propósitos.
Cuarta obviedad: El “interés popular” o el bien común suele ser una coartada de intereses particulares. Más aún, el interés “social” no existe. No confundir con aquello que representa el mayor bien para el mayor número de personas.
Quinta obviedad: Los gobiernos no pueden tener soluciones para todo, ni siquiera soluciones para los problemas más importantes de la existencia. No hay gobierno que tenga la llave de la felicidad. Las religiones pueden prometer la dicha eterna, y uno les cree o no, pero cuando los políticos o los gobernantes ofrecen la felicidad nos están engañando y frecuentemente se están engañando a sí mismos. Los gobiernos NO crean empleos, los empleos los crean empresarios que detectan y satisfacen necesidades. Los gobiernos NO educan, lo hacen los padres de familia y los maestros. Los gobiernos NO curan, lo hacen los médicos y las enfermeras. Un buen gobierno es el que propicia (o al menos no estorba para…) que los empresarios creen empleos, que los maestros eduquen y que los médicos curen.
Sexta obviedad: Las intenciones del prójimo son incognoscibles, debemos conformarnos con juzgar la racionalidad de los argumentos y la efectividad de los hechos. Los peores engaños, en una democracia, provienen de los juicios gratuitos sobre las buenas o malas intenciones del prójimo.
Séptima obviedad: De entrada hay que desconfiar de los políticos que se presentan a si mismos como “no políticos”. Suelen engañar por partida doble.
Octava obviedad: Si alguien te promete prosperidad o seguridad a cambio de renunciar a libertades concretas, te está estafando. Al final no tendrás ni seguridad ni prosperidad y habrás perdido la libertad.
Novena obviedad: La democracia efectiva no se funda en las buenos sentimientos compartidos, sino en instituciones operativas y eficaces que satisfagan los recelos de nuestra desconfianza mutua.
Décima obviedad: A pesar de todas sus limitaciones y peligros, la democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno.
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