Trafalgar y el mundo moderno
Ricardo Medina Macías
Una batalla naval de hace 200 años – 21 de octubre de 1805- fue preludio del surgimiento del mundo moderno y sigue agitando las aguas de las rivalidades europeas.
Hay coincidencia entre los historiadores que la batalla de Trafalgar, en la que la armada británica derrotó ignominiosamente a la armada aliada de franceses y españoles cerca del puerto de Cadiz, decidió tres hechos: 1. El destino futuro de la Gran Bretaña como reina de los mares por más de un siglo, 2. La cancelación de los anhelos expansionistas de Napoleón Bonaporte – quien buscaba invadir Inglaterra- y 3. La decadencia de España, que además en muy pocos años enfrentaría las guerras de independencia en sus posesiones de América.
Para el historiador británico Paul Johnson la formación de lo que él llama “el mundo moderno” se gestó en los 15 años que van de 1815 a 1830, pero debe reconocerse, sin demérito del juicio de Johnson, que la batalla de Trafalgar, en octubre de 1805, definió, a su vez, el tablero de juego en el que sería posible esa gestación.
Hoy, a 200 años de distancia, los festejos “políticamente correctos” del acontecimiento que ha promovido la Gran Bretaña (no para conmemorar, dice la versión oficial, una victoria de la “pérfida Albión” sino para recrear sin resentimientos el espectáculo de la batalla naval en una Europa en paz y unida) no han dejado de remover viejos agravios.
En España, por ejemplo, no pocos han lamentado el hecho de que el gobierno español haya olvidado rendir homenaje a los héroes trágicos que aportó España a la batalla naval; héroes que se batieron con singular denuedo y honor, a despecho de que una política de servilismo hacia Napoleón Bonaparte del rey Carlos IV y su válido Manuel Godoy los condujo fatalmente al desastre de Trafalgar.
Mientras tanto, algunos británicos lamentan el carácter “hipócrita” de los festejos en los que cuidadosamente se ha evitado hablar de vencedores y de vencidos, cuando –insisten- la de Trafalgar fue una victoria en todo la línea de la Gran Bretaña de la que hay que enorgullecerse.
Una muy recomendable novela del español Arturo Pérez-Reverte, “Cabo Trafalgar” (Alfaguara, 2004) que recrea la histórica batalla desde el punto de vista español de esos héroes, desdeñados y anónimos en su mayoría, ha contribuido a despertar la memoria popular de esos días aciagos para España…y los lamentos: “Perdimos por culpa de varios de los almirantes gabachos (franceses) que fueron cobardes o ineptos, o ambas cosas” y el resentimiento hacia personajes – como Godoy, quien se presume que era el amante de la reina Maria Luisa consorte de Carlos IV- “que se bajaron los pantalones ante Bonaparte y nos hicieron sus sirvientes”.
Parece que fue ayer, porque de estos juicios a las analogías con la situación actual (“¿pero qué hacemos a la sombra del eje franco-alemán en la Unión Europea?”, “¿para qué Rodríguez Zapatero le hace tantas carantoñas y zalamerías a Chirac?”) sólo hay un pequeño paso.
En fin, la historia nos persigue.
Correo: ideasalvuelo@gmail.com
Una batalla naval de hace 200 años – 21 de octubre de 1805- fue preludio del surgimiento del mundo moderno y sigue agitando las aguas de las rivalidades europeas.
Hay coincidencia entre los historiadores que la batalla de Trafalgar, en la que la armada británica derrotó ignominiosamente a la armada aliada de franceses y españoles cerca del puerto de Cadiz, decidió tres hechos: 1. El destino futuro de la Gran Bretaña como reina de los mares por más de un siglo, 2. La cancelación de los anhelos expansionistas de Napoleón Bonaporte – quien buscaba invadir Inglaterra- y 3. La decadencia de España, que además en muy pocos años enfrentaría las guerras de independencia en sus posesiones de América.
Para el historiador británico Paul Johnson la formación de lo que él llama “el mundo moderno” se gestó en los 15 años que van de 1815 a 1830, pero debe reconocerse, sin demérito del juicio de Johnson, que la batalla de Trafalgar, en octubre de 1805, definió, a su vez, el tablero de juego en el que sería posible esa gestación.
Hoy, a 200 años de distancia, los festejos “políticamente correctos” del acontecimiento que ha promovido la Gran Bretaña (no para conmemorar, dice la versión oficial, una victoria de la “pérfida Albión” sino para recrear sin resentimientos el espectáculo de la batalla naval en una Europa en paz y unida) no han dejado de remover viejos agravios.
En España, por ejemplo, no pocos han lamentado el hecho de que el gobierno español haya olvidado rendir homenaje a los héroes trágicos que aportó España a la batalla naval; héroes que se batieron con singular denuedo y honor, a despecho de que una política de servilismo hacia Napoleón Bonaparte del rey Carlos IV y su válido Manuel Godoy los condujo fatalmente al desastre de Trafalgar.
Mientras tanto, algunos británicos lamentan el carácter “hipócrita” de los festejos en los que cuidadosamente se ha evitado hablar de vencedores y de vencidos, cuando –insisten- la de Trafalgar fue una victoria en todo la línea de la Gran Bretaña de la que hay que enorgullecerse.
Una muy recomendable novela del español Arturo Pérez-Reverte, “Cabo Trafalgar” (Alfaguara, 2004) que recrea la histórica batalla desde el punto de vista español de esos héroes, desdeñados y anónimos en su mayoría, ha contribuido a despertar la memoria popular de esos días aciagos para España…y los lamentos: “Perdimos por culpa de varios de los almirantes gabachos (franceses) que fueron cobardes o ineptos, o ambas cosas” y el resentimiento hacia personajes – como Godoy, quien se presume que era el amante de la reina Maria Luisa consorte de Carlos IV- “que se bajaron los pantalones ante Bonaparte y nos hicieron sus sirvientes”.
Parece que fue ayer, porque de estos juicios a las analogías con la situación actual (“¿pero qué hacemos a la sombra del eje franco-alemán en la Unión Europea?”, “¿para qué Rodríguez Zapatero le hace tantas carantoñas y zalamerías a Chirac?”) sólo hay un pequeño paso.
En fin, la historia nos persigue.
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