Innovación, mercado de capitales, transparencia
El inversionista que se asocia con el empresario innovador tendrá todo el derecho de exigir – a cambio- conocer oportunamente toda la información y las decisiones que atañan al proyecto; hoy en día, por razones evidentes, esto incluye también, desde luego, al accionista minoritario, que lo es muchas veces a través de una Sociedad de Inversión.
No se puede sino admirar la perspicacia de Schumpeter en su análisis de la innovación empresarial, que es el motor del capitalismo, y en su previsión acerca de las consecuencias que estas “nuevas combinaciones” de los factores de producción – como él mismo les llama – generan en términos de productividad.
Hay, sin embargo, al menos dos características contemporáneas del fenómeno de la destrucción creativa (innovación empresarial) que Schumpeter no previó: 1. La aparición de empresarios-tecnólogos o inventores; un ejemplo paradigmático son los fundadores de Google que a partir de un algoritmo han generado uno de los negocios más revolucionarios de la historia. Schumpeter creía – porque esa era su experiencia respecto de la revolución industrial a fines del siglo XIX – que uno era el inventor o tecnólogo, otro el empresario innovador que tomaba la idea y un tercero el capitalista que la financiaba. Hoy es frecuente que sean los propios inventores o tecnólogos – como Bill Gates- quienes se transforman en empresarios; otra cosa que no previó el economista austriaco fue
2. Que el mercado de capitales adquiriría tal profundidad y extensión que en los países desarrollados o medianamente desarrollados serían, entre otros, los trabajadores comunes y corrientes los nuevos capitalistas-inversionistas a través de las sociedades de inversión y específicamente de sus fondos de pensiones.
Dada esta segunda condición es evidente que el mayor riesgo que asume el capitalista que invierte – vía el mercado de capitales- en un proyecto innovador debe acotarse de alguna manera similar a como está acotado el riesgo del ahorrador bancario (fuente del crédito) con garantías preestablecidas. En el proyecto innovador NO existen tales garantías preestablecidas – el empresario pocas veces dispone de ellas y, si las tuviera, él mismo sería su patrocinador y no tendría que recurrir al mercado de capitales – y el socio inversionista – del tamaño que sea- tiene su mejor garantía en la transparencia de la información y en la posibilidad de participar y de ser escuchado, directamente o mediante su representación en el mercado, en las decisiones que atañen a la esencia del proyecto productivo.
Esa, y no otra, es la razón por la cual las empresas que financian sus proyectos (innovadores o no) acudiendo al mercado de capitales se convierten, por ese hecho, en “empresas públicas”, cuya gestión y decisiones estratégicas (las que afectan a la naturaleza o a la esencia del proyecto) deben ser difundidas y conocidas oportunamente por el público inversionista.
Y estas exigencias de información transparente se han hecho más agudas ante los dramáticos fracasos (quebrantos) de empresas como Worldcom o Global Crossing.
No se puede sino admirar la perspicacia de Schumpeter en su análisis de la innovación empresarial, que es el motor del capitalismo, y en su previsión acerca de las consecuencias que estas “nuevas combinaciones” de los factores de producción – como él mismo les llama – generan en términos de productividad.
Hay, sin embargo, al menos dos características contemporáneas del fenómeno de la destrucción creativa (innovación empresarial) que Schumpeter no previó: 1. La aparición de empresarios-tecnólogos o inventores; un ejemplo paradigmático son los fundadores de Google que a partir de un algoritmo han generado uno de los negocios más revolucionarios de la historia. Schumpeter creía – porque esa era su experiencia respecto de la revolución industrial a fines del siglo XIX – que uno era el inventor o tecnólogo, otro el empresario innovador que tomaba la idea y un tercero el capitalista que la financiaba. Hoy es frecuente que sean los propios inventores o tecnólogos – como Bill Gates- quienes se transforman en empresarios; otra cosa que no previó el economista austriaco fue
2. Que el mercado de capitales adquiriría tal profundidad y extensión que en los países desarrollados o medianamente desarrollados serían, entre otros, los trabajadores comunes y corrientes los nuevos capitalistas-inversionistas a través de las sociedades de inversión y específicamente de sus fondos de pensiones.
Dada esta segunda condición es evidente que el mayor riesgo que asume el capitalista que invierte – vía el mercado de capitales- en un proyecto innovador debe acotarse de alguna manera similar a como está acotado el riesgo del ahorrador bancario (fuente del crédito) con garantías preestablecidas. En el proyecto innovador NO existen tales garantías preestablecidas – el empresario pocas veces dispone de ellas y, si las tuviera, él mismo sería su patrocinador y no tendría que recurrir al mercado de capitales – y el socio inversionista – del tamaño que sea- tiene su mejor garantía en la transparencia de la información y en la posibilidad de participar y de ser escuchado, directamente o mediante su representación en el mercado, en las decisiones que atañen a la esencia del proyecto productivo.
Esa, y no otra, es la razón por la cual las empresas que financian sus proyectos (innovadores o no) acudiendo al mercado de capitales se convierten, por ese hecho, en “empresas públicas”, cuya gestión y decisiones estratégicas (las que afectan a la naturaleza o a la esencia del proyecto) deben ser difundidas y conocidas oportunamente por el público inversionista.
Y estas exigencias de información transparente se han hecho más agudas ante los dramáticos fracasos (quebrantos) de empresas como Worldcom o Global Crossing.
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