martes, 10 de enero de 2006

¿Emigrar a Utopía? (III y final)

¿Por qué las Utopías devienen en totalitarismos? Porque su presunta realización requiere subordinar todo y a todos a un absoluto que se predica irrefutable.

El vendedor de Utopías nos dice, enfático, que hay que cambiar de modelo, especialmente de “modelo económico”. Se trata de una seductora invitación a mudarnos a un mundo sin restricciones – precisamente a Utopía – por la vía más sencilla: “Llévame al poder, vota por mí y yo haré posible la Utopía”.
El llamado encuentra simpatizantes – no podía ser de otra manera – porque el mundo en que vivimos está sujeto a implacables restricciones, especialmente a la tosca restricción de la escasez. El llamado, incluso, despierta simpatías entre personas reputadas como inteligentes que encuentran especialmente atractivo liberarse de una vez por todas de esas limitaciones penosas que impone la economía; esos tales presumen de ser “humanistas”, personas de refinado espíritu y nobles ideales, muy por encima de las estrechas (y aparentemente injustas) leyes que predican los economistas, digamos la ley de la oferta y la demanda.
Sólo en Utopía, por ejemplo, es posible tener un nuevo modelo económico en el que al mismo tiempo el monopolio petrolero estatal disfrute de altos precios internacionales del petróleo y los consumidores gocen de tarifas de gasolina y de gas que van a la baja; sólo en Utopía, por ejemplo, podemos al mismo tiempo tener una pensión universal para todos los mayores de 70 años que se pagará mágicamente por el expediente etéreo de “combatir la corrupción”.
Aun si cerramos los ojos a estas evidentes contradicciones – disparates – que propone el vendedor de Utopías (y muchos cierran los ojos, fascinados por la bondad absoluta de la Utopía) encontramos que la única forma de hacer posible tantas maravillas es plantear las cosas en términos absolutos. En efecto, el mundo real, el de la escasez, nos obliga a los análisis costo-beneficio, a poner “algo” en el denominador de la ecuación (ese “algo”, por cierto, es la clave de la productividad) y a la desalentadora conclusión de que “no hay comidas gratis”. Es el mundo real un mundo de relatividades (pobreza y riqueza, al fin y al cabo, son conceptos relativos; se es pobre o se es rico “en relación a”, “en comparación con”). La magia de la Utopía es que entramos al mundo de los absolutos.
Ante “el bien de la causa” o lo que se ha propuesto como “el bien de todos” desparecen los relativos, todo y todos tenemos que subordinarnos al “fin colectivo”. Y aquí hace su aparición el temible rostro de la dictadura y del totalitarismo, es la segunda parte de la oferta – inevitable – del vendedor de Utopías: “Si queremos el paraíso terrenal que ofrezco, y no podemos sino quererlo porque es una obligación humanista (¡de sentido común!, se atreven a decir), el bien de todos debe prevalecer sobre el bien de cada uno y sobre cualquier otra cosa”.
Ahí aparece (junto con la miseria, la mayor pobreza, la inflación, el racionamiento, la igualación hacia abajo) el costo real de la Utopía: Si quieres la Utopía – que te promete liberarte de todas las restricciones – renuncia a ser libre. Nada más y nada menos.

2 Comentarios:

Blogger Louis Cyphre dijo...

Muy interesante todo esto, no conocía el blog, pero me estoy poniendo al día. ¡Cuánta razón que tienes, lamentablemente!

enero 10, 2006  
Blogger MarcosKtulu dijo...

Me encantó la serie. Cierta corriente de pensamiento pretendió refundarse de utópica en científica, aunque no por ello dejó ser utópica, como queda claro según lo que escribes.
Bienvenido

enero 10, 2006  

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