martes, 12 de junio de 2007

Nuestro “derecho” a no irritarnos

Hemos avanzado una barbaridad en esto de la tolerancia. Algún venerable predicador de la progresía mexicana ya descubrió que lo importante no es aplicar la ley contra quien expropia espacios y bienes públicos – y conculca los derechos de los demás-, sino evitar que la irritación de los afectados se vuelva contra los pobrecitos “manifestantes”.

Para que nos vayamos enterando de cómo funcionan las cosas en el reino de Progresía. El señor Miguel Ángel Granados Chapa ilumina a la opinión pública acerca de la necesidad de conciliar el derecho a manifestarse con el derecho al libre tránsito. Cito sus palabras, que son una joya:

“…lo que va mostrando la necesidad de conciliarlos (dichos derechos) para evitar que la irritación de los afectados se vuelva contra los manifestantes”.

Más claro, imposible. No se trata de respetar los derechos de quienes nos vemos afectados por inopinadas “manifestaciones” que cierran calles y avenidas – con el diligente auxilio de las autoridades en el caso de la Ciudad de México-, sino de evitar que nosotros, los simples ciudadanos que deseamos ir de un sitio a otro, perturbemos con nuestra irritación a los impolutos e inmarcesibles manifestantes. A los ojos de Granados Chapa, transeúntes, automovilistas ansiosos por llegar a su destino, trabajadores en tránsito hacia sus labores, paseantes ociosos, debemos ser energúmenos a quienes la autoridad debe calmar para que no descarguemos nuestra censurable ira en contra de los intocables “manifestantes”.

El derecho a manifestarse es, bien visto, sólo un derivado del derecho a la libre expresión. ¿Por qué para manifestar su desacuerdo con tal o cual cosa una persona necesita obstruir el tránsito, pintarrajear casas y comercios, agredir a los transeúntes que manifiestan su opinión en contrario, dañar el patrimonio común de la ciudad – de suyo en decadencia- y perturbar la precaria convivencia armónica de la comunidad? No lo sé. Tal vez es por incapacidad expresiva, tal vez desconocen el poder de las palabras – bien dichas, bien pensadas, bien articuladas en oraciones-, tal vez la fatiga de razonar sus desacuerdos rebasa sus capacidades fisiológicas.

Por todo eso, imagino, debe dársele prioridad al derecho de expresarse como si aún estuviésemos en estado primigenio, en medio de la selva, con aullidos y golpes. Atropellando. Sí, debe ser eso. La capacidad de la Progresía para expresarse eficazmente con palabras se ha perdido. Basta leer a don Miguel Ángel para verificarlo.

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2 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

Ricardo
¿y qué tal los derechos de los afectados que están en alguna situación crítica?

De menos a más:


Un contrayente que no llega en tiempo y llena de ansiedad a su contraparte.
Alguien que llega tarde a concertar un negocio.
Quien queda fuera de una licitación por no entregar en tiempo los documentos necesarios para participar.
Una persona que es transportada de emergencia a un hospital.
Alguien que sufre un infarto mientras está atorado en el tráfico.

No se trata sólo de los derechos en abstracto de una muchedumbre que desea llegar a algún lugar, sino de casos personales que pueden convertirse en tragedias.

P.

junio 12, 2007  
Blogger Joaquin dijo...

Don Ricardo:

¡El reino fantástico que hacía falta en el mapa!
El reino de Progresía. Pero... ¿Cómo es?
Me puse a pensar y a repensar, hasta que di con la respuesta. El reino de Progresía es uno de los reinos fantásticos más interesantes que existen.
Lo invito a conocer tal disertación en mi blog:
http://dicotomiamaestra.blgospot.com

junio 13, 2007  

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