Las atroces metáforas colectivistas
No hay tal cosa como un “cuerpo místico de la ciudad de México” del cual el señor Ebrard pretende ser vocero, representante único, encarnación y dueño.
Hace unos días, con ese tono de agraviado permanente que tanto le gusta, el señor Marcelo Ebrard reclamó que cualquier observación a la inacción, omisiones o yerros del gobierno que encabeza constituye una afrenta a “los derechos de la ciudad”.
Hablar de “los derechos de la ciudad” es una de esas metáforas desafortunadas a las que son tan aficionados los políticos para los cuales las abstracciones colectivistas – el partido, el proletariado, la oligarquia, el país, la humanidad- son las únicas realidades existentes, sobrehumanas, que de vez en cuando se ven incordiadas por la aparición de unas deleznables criaturas de ficción que somos los seres humanos de carne y hueso, con nombre y apellidos. Por fortuna para tales políticos esas pequeñas impertinencias pueden ser ahuyentadas o eliminadas con un manotazo o con un ademán enérgico, como cuando un gigante se espanta un mosquito molesto.
Hablar de “los derechos de la ciudad” es una metáfora tan idiota como hablar de los sufrimientos de la ciudad, la alegría de la ciudad, el rostro de la ciudad. Sufren, gozan, tienen rostro y derechos inalienables las personas específicas, de carne y hueso. Una por una. Atribuir a la abstracción colectiva cualidades humanas es una patraña.
En su magnífica defensa de los derechos humanos específicos e inalienables frente a los ataques del terrorismo colectivista de ETA y de sus promotores explícitos e implícitos, el filósofo español (y vasco) Fernando Savater escribió “que los derechos humanos son siempre individuales…que tales derechos individuales no pueden estar supeditados ni a los más decentes proyectos políticos…que hablar de derechos ‘individuales o colectivos’ no es más que una reverencia a la razón de Estado…la cual sólo reconoce a los primeros mientras no interfieran con los segundos”.
Y más adelante: “El Estado (aquí podríamos poner nosotros ‘la ciudad’) no es un cuerpo místico en el que reina la comunión de los santos (capitalinos o chilangos) sino un tinglado institucional…cuyos administradores son tanto más buenos cuanto menos malos se les deja impunemente ser”.
Eludir como administrador público la responsabilidad personal escudándose en un colectivo ficticio, eso sí que es un agravio para cada ciudadano realmente existente.
¿Derechos de la ciudad? Patrañas, Marcelo, sólo patrañas.
Hace unos días, con ese tono de agraviado permanente que tanto le gusta, el señor Marcelo Ebrard reclamó que cualquier observación a la inacción, omisiones o yerros del gobierno que encabeza constituye una afrenta a “los derechos de la ciudad”.
Hablar de “los derechos de la ciudad” es una de esas metáforas desafortunadas a las que son tan aficionados los políticos para los cuales las abstracciones colectivistas – el partido, el proletariado, la oligarquia, el país, la humanidad- son las únicas realidades existentes, sobrehumanas, que de vez en cuando se ven incordiadas por la aparición de unas deleznables criaturas de ficción que somos los seres humanos de carne y hueso, con nombre y apellidos. Por fortuna para tales políticos esas pequeñas impertinencias pueden ser ahuyentadas o eliminadas con un manotazo o con un ademán enérgico, como cuando un gigante se espanta un mosquito molesto.
Hablar de “los derechos de la ciudad” es una metáfora tan idiota como hablar de los sufrimientos de la ciudad, la alegría de la ciudad, el rostro de la ciudad. Sufren, gozan, tienen rostro y derechos inalienables las personas específicas, de carne y hueso. Una por una. Atribuir a la abstracción colectiva cualidades humanas es una patraña.
En su magnífica defensa de los derechos humanos específicos e inalienables frente a los ataques del terrorismo colectivista de ETA y de sus promotores explícitos e implícitos, el filósofo español (y vasco) Fernando Savater escribió “que los derechos humanos son siempre individuales…que tales derechos individuales no pueden estar supeditados ni a los más decentes proyectos políticos…que hablar de derechos ‘individuales o colectivos’ no es más que una reverencia a la razón de Estado…la cual sólo reconoce a los primeros mientras no interfieran con los segundos”.
Y más adelante: “El Estado (aquí podríamos poner nosotros ‘la ciudad’) no es un cuerpo místico en el que reina la comunión de los santos (capitalinos o chilangos) sino un tinglado institucional…cuyos administradores son tanto más buenos cuanto menos malos se les deja impunemente ser”.
Eludir como administrador público la responsabilidad personal escudándose en un colectivo ficticio, eso sí que es un agravio para cada ciudadano realmente existente.
¿Derechos de la ciudad? Patrañas, Marcelo, sólo patrañas.
Etiquetas: Ciudad de México, colectivismo, derechos, Fernando Savater, Marcelo Ebrard, patrañas, políticos
2 Comentarios:
La ciudad no tiene derechos, los ciudadanos sí y el gobierno de la ciudad también.
Un gobierno local debe tener derechos que le protejan contra abusos de parte del gobierno federal y los individuos derechos que los protejan de los abusos que ambos, gobiernos locales y federales puedan realizar en su contra.
Es un error común en confundir a la ciudad con su gobierno, a éste sus ciudadanos y lo derechos de unos con los derechos de otros.
Ramón:
Es cierto, el gobierno local también tiene derechos, supeditados en todo momento a que respete y garantice los derechos individuales de los ciudadanos que son, por así decirlo, los reyes de los derechos.
Lo que más me irrita es que en general los políticos - y buena parte de los periodistas- desprecian profundamente a las personas de carne y hueso y se la pasan predicando abstracciones colectivas. Recuerdo que los escolásticos medievales hablaban de dos "sociedades perfectas": el Estado y la Iglesia, según esto porque no necesitaban de nadie para ser soberanas. ¡Qué arrogancia!, ¿cuándo superaremos ese medievalismo de burócratas eclesiásticos?
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