lunes, 2 de julio de 2007

La evolución de las especies…empresariales

Los más aptos en un entorno cambiante son los más adaptables, no necesariamente los más grandes, ni los más estruendosos.

Los paradigmas de la actividad empresarial empiezan a cambiar en México. De una forma burda podría decirse que estamos transitando de un mercantilismo atenuado por la amenaza del motín a un auténtico entorno de libre competencia. No se trata de un ciclo corto de la historia, sino de un cambio de largo aliento – no exento de titubeos y contramarchas- que la cercanía, en el tiempo y en el espacio, nos dificulta percibir como tal.

Pongo un ejemplo reciente: La reforma fiscal propuesta por el Presidente Calderón al Congreso encierra algunos cambios de paradigmas tanto para el comportamiento fiscal de los gobiernos en sus diversas instancias – federal y locales- en materia de gastos y presupuestos, como para el resto de los agentes económicos en materia tributaria.

Sin embargo, la primera recepción local a esta propuesta ha tendido a minimizar la magnitud y el mérito de dichos cambios, confundiéndolos – tal vez por hábito- con un ajuste más o menos cosmético. Percepción errónea que, por cierto, podría hasta ser benéfica para que los mismos cambios se lleguen a concretar. Más vale no asustar a los férreos defensores del inmovilismo.

Esto contrasta con la percepción que algunos observadores externos han tenido respecto de la misma propuesta de reforma fiscal. Nada menos que en Le Monde del 22 de junio pasado, Jöelle Stolz escribió: “La clave…se encuentra en la reforma fiscal que quiere adoptar este verano el presidente Felipe Calderón. Se trata de poner fin a un régimen generalizado de exenciones…Más que reforma, una revolución”. (Ver “Ecofrictions. Inégalités mexicaines”).

Así, de ese tamaño, una revolución; ¿no que eran ajustes misceláneos?

El cambio de paradigma tributario se encuentra en la ya famosa Contribución Empresarial a Tasa Única (CETU) que modifica sustancialmente los incentivos implícitos en el sistema fiscal. Y alinea los incentivos correctamente, a mi juicio: hacia la inversión, hacia la capitalización productiva de las empresas, hacia la productividad y hacia la competencia en un terreno de juego más parejo.

¿Quiénes, en caso de aprobarse los cambios, prosperarán? Seguramente los más adaptables, que son la mayoría de los empresarios mexicanos; también varios de los grandotes. A estos últimos si pudieron adaptarse tan bien al mercantilismo, no debería costarles mucho aprender a jugar en un entorno de competencia y sin privilegios.

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