¿Conviene estar en la cima de la montaña?
Hablando de metáforas que se refieren a planicies, terrenos nivelados y montañas, se comenta una ingeniosa analogía de Edward E. Leamer acerca de ganadores y perdedores en los intercambios comerciales.
Profesor de economía internacional en UCLA, Edward E. Leamer suele usar una interesante metáfora para hacer entender a sus alumnos algunas aparentes paradojas del comercio internacional.
Imaginen que hay dos países que intercambian productos, uno se llama Estados Unidos y está en un valle al pie de una montaña; otro se llama Japón y está en la cima de la montaña. Los japoneses sólo tienen que empujar sus productos cuesta abajo y, gracias a la ley de gravedad, éstos llegan a sus clientes en Estados Unidos. Por el contrario, los productos de Estados Unidos tienen que emprender un arduo ascenso por la montaña – que cuesta tiempo, dinero y trabajo- para llegar a los japoneses. Encantados por la aparente “superioridad” que les da el hecho de estar en la cima de la montaña (“top of the world”, como decía una vieja canción), los japoneses creen que es buena idea incrementar su “ventaja” y ponen obstáculos adicionales en el camino de ascenso, para dificultar aún más la llegada de los productos extranjeros. Los políticos, orondos, anuncian al pueblo japonés que están trabajando para proteger los “intereses nacionales” y para impedir que el país se vea “invadido” por bienes extranjeros. El pueblo japonés aplaude.
Pero quienes aplauden y se sienten muy orondos por estar en la cima de la montaña – es la moraleja de esta metáfora- son en realidad los perdedores en la historia. Son ellos, gracias a su posición falsamente ventajosa, quienes pagan todos y cada uno de los obstáculos puestos a la importación de bienes, sea con precios mucho más altos, sea con carencia de productos que los otros sí tienen, sea con una combinación de ambas. Además, sus productores “protegidos” – por ejemplo, los productores de leche en Japón- tienen todos los incentivos para permanecer atrasados, anclados en la improductividad por decreto.
Los prejuicios contra el libre comercio – o los mitos proteccionistas, por decirlo de otro modo- se alimentan de decenas de metáforas y analogías erróneas. Por ejemplo, imaginar que el comercio exterior es semejante a una guerra decimonónica en la que tomar “posiciones de altura” ofrece alguna ventaja o asociar la frase “superávit comercial” con un sentimiento fatuo de “superioridad”.
A veces, en “la cima del mundo” están los perdedores.
Profesor de economía internacional en UCLA, Edward E. Leamer suele usar una interesante metáfora para hacer entender a sus alumnos algunas aparentes paradojas del comercio internacional.
Imaginen que hay dos países que intercambian productos, uno se llama Estados Unidos y está en un valle al pie de una montaña; otro se llama Japón y está en la cima de la montaña. Los japoneses sólo tienen que empujar sus productos cuesta abajo y, gracias a la ley de gravedad, éstos llegan a sus clientes en Estados Unidos. Por el contrario, los productos de Estados Unidos tienen que emprender un arduo ascenso por la montaña – que cuesta tiempo, dinero y trabajo- para llegar a los japoneses. Encantados por la aparente “superioridad” que les da el hecho de estar en la cima de la montaña (“top of the world”, como decía una vieja canción), los japoneses creen que es buena idea incrementar su “ventaja” y ponen obstáculos adicionales en el camino de ascenso, para dificultar aún más la llegada de los productos extranjeros. Los políticos, orondos, anuncian al pueblo japonés que están trabajando para proteger los “intereses nacionales” y para impedir que el país se vea “invadido” por bienes extranjeros. El pueblo japonés aplaude.
Pero quienes aplauden y se sienten muy orondos por estar en la cima de la montaña – es la moraleja de esta metáfora- son en realidad los perdedores en la historia. Son ellos, gracias a su posición falsamente ventajosa, quienes pagan todos y cada uno de los obstáculos puestos a la importación de bienes, sea con precios mucho más altos, sea con carencia de productos que los otros sí tienen, sea con una combinación de ambas. Además, sus productores “protegidos” – por ejemplo, los productores de leche en Japón- tienen todos los incentivos para permanecer atrasados, anclados en la improductividad por decreto.
Los prejuicios contra el libre comercio – o los mitos proteccionistas, por decirlo de otro modo- se alimentan de decenas de metáforas y analogías erróneas. Por ejemplo, imaginar que el comercio exterior es semejante a una guerra decimonónica en la que tomar “posiciones de altura” ofrece alguna ventaja o asociar la frase “superávit comercial” con un sentimiento fatuo de “superioridad”.
A veces, en “la cima del mundo” están los perdedores.
Etiquetas: ecomomía internacional, Edward Leamer, libre comercio, metáforas, proteccionismo comercial
4 Comentarios:
Muy cierta la conclusión, y muy clara la anécdota. Ojalá más empresarios y políticos la tuvieran en mente.
Un abrazo.
Muy bueno.
Y no puedo evitar pensar en nuestra industria agrícola, el ejido y sus campesinos, los "ganadores" de la revolución...
Mari, muchas gracias por el comentario. Me parece que lo que se suele olvidar - en las ideas más o menos populares acerca del comercio- es que vendemos para poder tener mayor capacidad de compra, no a la inversa. Si producir y vender es una necesidad para poder comprar y consumir, deberíamos ver con buenos ojos los egresos en la balanza comercial y examinar con cierta dosis de suspicacia los ingresos en la misma balanza; es decir: exportar no es lo máximo ni importar es dañino; por lo general, sucede al revés (suponiendo un tipo de cambio libre que permita que la moneda del país refleje de veras el poder adquisitivo real de acuerdo a las condiciones de oferta y demanda de divisas). Bastiat hace dos siglos más o menos hizo un símil aún más revelador: Si se tiene por verdad, decía, que es malo tener una balanza comercial deficitaria, la única solución para que todos los países exporten y ninguno importe es enviar los barcos cargados de mercancías al medio del océano, de forma que cada país registre purar exportaciones y ninguno registre importaciones, por supuesto si hiciésemos esa locura sólo estaríamos negándonos el disfrute de los bienes como humanidad, a cambio de satisfacer un prejuicio estúpido.
Un abrazo,
José:
Muchas gracias. Muy aguda tu observación: los protegidos campesinos mexicanos - campeones de una revolución ya centenaria- al final del día siguen en la miseria...y se les sigue predicando que es una gran idea cultivar maíz en pequeñísimas parcelas, con todas las desventajas comparativas y competitivas, lo cual sólo agravará y perpetuará su miseria. Eso sí, se les conmina a protestar contra la aperura comercial como si lo que podría beneficiarlos, los perjudicara. El mundo al revés. ¡Ay de aquellos a quienes "salvan" las revoluciones!, ¡lo más probable es que terminen en la miseria y siendo carne de cañón para los líderes políticos!
Muchas gracias por el comentario.
Un abrazo,
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