lunes, 20 de abril de 2009

Cursis frente a las visitas

Ni hablar, a los mexicanos la cursilería se nos agudiza frente a las visitas. Hay quien dice, como Germán Dehesa, que a muchos les brota en todo su esplendor su condición de “nacos irredentos” apenas atisban en el horizonte que pisará nuestro patrio suelo un personaje de renombre mundial.

Si el personaje, como es el caso de Barack Obama, viene precedido de una oleada mítica – digamos: el primer Presidente de los Estados Unidos afroamericano o la reencarnación de Abraham Lincoln, F. D. Roosevelt y John F. Kennedy en una sola persona- la cursilería toma un impulso irrefrenable.

Se define lo cursi como el intento vano de algunos de mostrar “refinamiento expresivo” o “valores elevados”. Atención: la clave de la cursilería es que tanto afán no se ve coronado por el éxito, sino por el ridículo; la razón del fracaso debe buscarse en la ignorancia, que incapacita en el cursi cualquier aptitud para distinguir lo auténtico de lo falso.

Pues ahí nos tiene usted (la primera persona es una licencia retórica porque no estuve ahí ni nadie cometió el desatino de invitarme, por fortuna) recibiendo en nuestra “humilde casa” (los verdes jardines de Los Pinos o el hermoso y monumental edificio que alberga al Museo de Antropología e Historia son nuestra “humilde casa”) a mister Obama, y extasiándonos en la grandiosidad de aviones, autos y helicópteros.
No faltó, es cursilería irremediable que nos viene de fábrica al igual que lo de las “fibras sensibles”, la profusión de las frases hechas en los medios de comunicación (los locutores de la radio ganaron, como siempre, el primer lugar) tales como “impresionante dispositivo de seguridad” y las alusiones a los “perímetros”, en lenguaje de patrullero informando al mando superior, como sinónimos analfabetos de áreas, zonas o territorios: “Con la novedad, mi comandante, de que es imposible que la unidad ingrese al perímetro de Polanco, porque ahí está el hotel del distinguido”.

Para mí quien alcanzó la cumbre de la cursilería en esta visita fue la periodista que, en una novel columna, calificó de “leoninos” los despliegues de seguridad. Genial humorismo involuntario. ¿Acaso los del Servicio Secreto traían leones para ahuyentar a los impertinentes?, ¿o tal vez fueron “leoninos” porque, semejantes a contratos sumamente desventajosos para una de las partes, estipulaban que cada cortesía del visitante debería ser pagada con cien cursilerías de los anfitriones?

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