lunes, 25 de mayo de 2009

¿Cómo empezó esto? (III)

Se ha insistido, con razón, que también en el origen de esta calamidad jugó un papel decisivo una inadecuada regulación. Si lo que se quiere decir con ello es que las agencias reguladoras no hicieron bien su trabajo, la afirmación es totalmente cierta; si, en cambio, se quiere decir que faltó regulación o que el desastre se habría evitado con mayores regulaciones, la afirmación es totalmente errónea.

No faltaron regulaciones, ni agencias reguladoras. Por el contrario, la crisis en ciertos casos fue alimentada por el protagonismo de algunos reguladores actuando como brazo ejecutor de políticas ruinosas, el mejor ejemplo fue la presión de los reguladores hacia los bancos para impulsar el otorgamiento de hipotecas de baja calidad.

Por otra parte, la regulación falló también por estar mal diseñada en términos de incentivos. Es incuestionable que los bancos deben incrementar su capital y sus reservas conforme incrementan su exposición al riesgo; eso es lo que señalan los Acuerdos de Basilea (“Basilea II” en este caso), pero dicha regulación global tiene un diseño endeble que le permite a las instituciones financieras eludirla colocando activos de alto riesgo, como las hipotecas de baja calidad, fuera del balance del banco, por ejemplo en los llamados “vehículos estructurados de inversión” administrados por fondos de cobertura en los “bancos-no bancos”, o banca de inversión.

Todo mundo en el medio financiero sabía de la existencia de esa zona gris. Los reguladores la aceptaron tal vez suponiendo que las agencias calificadoras harían su trabajo y que serían ellas las que se encargarían de sancionar tales riesgos; si se trataba de activos de alto riesgo así los calificarían. Pero las calificadoras fallaron miserablemente, no hicieron su trabajo.
¿Por qué? Porque al igual que los bancos sus incentivos no están alineados con lo que pretende la regulación. El muy defectuoso diseño de las agencias calificadoras no es una novedad. Todos sus incentivos están alineados para complacer a los emisores y colocadores de valores en el mercado, no los intereses del inversionista-acreedor. Este último está indefenso frente a las fallas de las calificadoras. Aún ahora, después de su desastroso desempeño, siguen teniendo un exorbitante poder – sin contrapeso alguno - para premiar o castigar con sus calificaciones a los emisores (empresas, bancos, fondos, gobiernos y países). ¿Quién califica a las calificadoras?, ¿quién garantiza la integridad y solvencia de sus análisis? Gran asignatura pendiente.

Aun en dicho entorno de regulación fallida, hubo bancos que actuaron con mayor responsabilidad que otros.

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