Gasto público: ¿Cómo frenarlo?
De entrada hay una inevitable tendencia al desperdicio en el gasto gubernamental – en cualquier país, en cualquier época-, de ahí la importancia crucial de frenar el desperdicio mediante un cambio drástico hacia el logro de resultados.
El hecho de que un mexicano que nace en una comunidad de población mayoritariamente indígena tenga una esperanza de vida de 66 años contra una esperanza de vida de 78 años que tiene un mexicano que nace en una ciudad como Monterrey, NO (las mayúsculas son intencionales) nos habla de que el gobierno necesite gastar más, sino de que necesita gastar mejor – y probablemente menos- porque ha estado desperdiciando miserablemente, por décadas, los recursos que aportamos los contribuyentes.
Y habría que precisar más: No es el gobierno en abstracto, son los gobiernos específicos. El gobierno federal, el gobierno del estado, el gobierno de la cabecera municipal y hasta el gobierno de la comunidad, así sea una paupérrima ranchería.
El indicador de la disparidad en la esperanza de vida nos relata, en el fondo, todo un catálogo de decisiones erróneas, tal vez estúpidas, muchas veces esquizofrénicas, en materia de gasto público. ¿Por qué hemos gastado tantos millones de pesos en sostener el mito de que ese mexicano de una comunidad indígena debe quedarse ahí, alejado de toda oportunidad de desarrollo, incomunicado, sin acceso al progreso?, ¿por qué hemos gastado tantos millones de pesos en adoctrinar a ese mexicano en que debe seguir, como sus ancestros, cultivando maíz en una parcela de ínfimas dimensiones y en condiciones de abismal improductividad?
¿Qué salva más vidas?, ¿el agua potable?, ¿las vacunas?, ¿una carretera?, ¿la energía eléctrica? ¿Qué es más eficiente y eficaz?, ¿llevar a una comunidad de menos de dos mil habitantes toda la infraestructura que puede soportar una ciudad, a costos exorbitantes? o ¿propiciar que esos mexicanos emigren y se integren al progreso?, ¿tiene sentido subsidiar la producción de maíz en esas condiciones de total desventaja competitiva y comparativa?, ¿qué sirve más para mejorar las condiciones de vida?, ¿la enseñanza del náhuatl o la enseñanza del inglés?, ¿dónde va a dar mejores resultados el dinero público: destinado a becas para aprender computación o destinado a pagarle a un “maestro” del CNTE especializado en marchas y bloqueos?
Si de veras empezamos a medir los resultados del gasto, no sólo empezaremos a gastar mejor; gastaremos mucho menos.
El hecho de que un mexicano que nace en una comunidad de población mayoritariamente indígena tenga una esperanza de vida de 66 años contra una esperanza de vida de 78 años que tiene un mexicano que nace en una ciudad como Monterrey, NO (las mayúsculas son intencionales) nos habla de que el gobierno necesite gastar más, sino de que necesita gastar mejor – y probablemente menos- porque ha estado desperdiciando miserablemente, por décadas, los recursos que aportamos los contribuyentes.
Y habría que precisar más: No es el gobierno en abstracto, son los gobiernos específicos. El gobierno federal, el gobierno del estado, el gobierno de la cabecera municipal y hasta el gobierno de la comunidad, así sea una paupérrima ranchería.
El indicador de la disparidad en la esperanza de vida nos relata, en el fondo, todo un catálogo de decisiones erróneas, tal vez estúpidas, muchas veces esquizofrénicas, en materia de gasto público. ¿Por qué hemos gastado tantos millones de pesos en sostener el mito de que ese mexicano de una comunidad indígena debe quedarse ahí, alejado de toda oportunidad de desarrollo, incomunicado, sin acceso al progreso?, ¿por qué hemos gastado tantos millones de pesos en adoctrinar a ese mexicano en que debe seguir, como sus ancestros, cultivando maíz en una parcela de ínfimas dimensiones y en condiciones de abismal improductividad?
¿Qué salva más vidas?, ¿el agua potable?, ¿las vacunas?, ¿una carretera?, ¿la energía eléctrica? ¿Qué es más eficiente y eficaz?, ¿llevar a una comunidad de menos de dos mil habitantes toda la infraestructura que puede soportar una ciudad, a costos exorbitantes? o ¿propiciar que esos mexicanos emigren y se integren al progreso?, ¿tiene sentido subsidiar la producción de maíz en esas condiciones de total desventaja competitiva y comparativa?, ¿qué sirve más para mejorar las condiciones de vida?, ¿la enseñanza del náhuatl o la enseñanza del inglés?, ¿dónde va a dar mejores resultados el dinero público: destinado a becas para aprender computación o destinado a pagarle a un “maestro” del CNTE especializado en marchas y bloqueos?
Si de veras empezamos a medir los resultados del gasto, no sólo empezaremos a gastar mejor; gastaremos mucho menos.
Etiquetas: gasto corriente, gasto de capital, gasto público, pobreza, productividad, reforma fiscal
2 Comentarios:
Ricardo:
El subsidio al maíz ni siquiera arraiga al campesino por la sencilla razón de que no le llega. El campesino produce menos maíz del que consume. El subsidio y la protección arancelaria provocan que el maíz que el campesino tiene que comprar para su consumo le cueste más.
P.
Si el gobierno, en lo que me queda de vida, termina no sólo gastando mejor, sino gastando mucho menos, voy a replantear todo lo mucho o poco que sé y probablemente me retire a predicar.
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