Instrucciones de viaje para eludir portentos
Bien vistas las cosas, la capital de México es una ciudad llena de portentos que permanecen ocultos, por ejemplo: Ese inmenso agujero en medio de la calle – y en el que sucumben algunos automovilistas incautos- tal vez esconda las tan publicitadas – y nunca vistas- raíces de la patria.
Cada cierto tiempo un buen amigo me emplaza a desayunar muy temprano cerca de su oficina en las Lomas de Chapultepec (fraccionamiento que nació con el “distinguido” y vendedor nombre de “Chapultepec Heights” en el siglo pasado) y me ofrece, por teléfono, un catálogo de instrucciones deliciosas para llegar con bien a la cita, por ejemplo esta:
“Aprovecha la primera distracción de las mujeres policía que están a la salida del periférico, por ejemplo cuando se retoquen el maquillaje frente a un espejito, para avanzar; de otra forma tendrás que esperar 15 minutos o más a que te cedan el paso”.
En realidad mi amigo describe uno de los tantos portentos de la ciudad: Algún comandante especialista en “perímetros y vialidades” ha ordenado a las mujeres policía que otorguen ostentosa preferencia, en las primeras horas de la mañana, a los automóviles que van de las Lomas hacia el centro de la ciudad, en detrimento de aquellos que desean ingresar al otrora rumboso y elegante fraccionamiento. ¿Por qué? Ahí está el portento y el secreto.
Otro portento es un gigantesco bache en una avenida del sur de la ciudad. Gobiernos van y gobiernos vienen y el bache sigue ahí, imperturbable, a la caza de automovilistas provincianos que no están adiestrados en la disciplina de las carreras de obstáculos, primera asignatura que debe aprobar cualquier automovilista capitalino que se respete. He llegado a sospechar que la persistencia del bache oculta un portento maravilloso o atroz. Tal vez el bache es tan intocable como PEMEX porque en sus profundidades se encuentran las raíces de lo mexicano, tan encarecidas. O quizá oculta el Aleph, ese misterioso punto – cuenta Borges- cuyo diámetro “sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo”. La cifra del cosmos en el fondo de un bache. ¡Qué nadie lo toque!
Cada cierto tiempo un buen amigo me emplaza a desayunar muy temprano cerca de su oficina en las Lomas de Chapultepec (fraccionamiento que nació con el “distinguido” y vendedor nombre de “Chapultepec Heights” en el siglo pasado) y me ofrece, por teléfono, un catálogo de instrucciones deliciosas para llegar con bien a la cita, por ejemplo esta:
“Aprovecha la primera distracción de las mujeres policía que están a la salida del periférico, por ejemplo cuando se retoquen el maquillaje frente a un espejito, para avanzar; de otra forma tendrás que esperar 15 minutos o más a que te cedan el paso”.
En realidad mi amigo describe uno de los tantos portentos de la ciudad: Algún comandante especialista en “perímetros y vialidades” ha ordenado a las mujeres policía que otorguen ostentosa preferencia, en las primeras horas de la mañana, a los automóviles que van de las Lomas hacia el centro de la ciudad, en detrimento de aquellos que desean ingresar al otrora rumboso y elegante fraccionamiento. ¿Por qué? Ahí está el portento y el secreto.
Otro portento es un gigantesco bache en una avenida del sur de la ciudad. Gobiernos van y gobiernos vienen y el bache sigue ahí, imperturbable, a la caza de automovilistas provincianos que no están adiestrados en la disciplina de las carreras de obstáculos, primera asignatura que debe aprobar cualquier automovilista capitalino que se respete. He llegado a sospechar que la persistencia del bache oculta un portento maravilloso o atroz. Tal vez el bache es tan intocable como PEMEX porque en sus profundidades se encuentran las raíces de lo mexicano, tan encarecidas. O quizá oculta el Aleph, ese misterioso punto – cuenta Borges- cuyo diámetro “sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo”. La cifra del cosmos en el fondo de un bache. ¡Qué nadie lo toque!
Etiquetas: Ciudad de México, ficciones, su majestad: el automóvil
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal