La austeridad como estrategia vital
Un ejemplo: La mayoría de los automovilistas en México desperdiciamos recursos energéticos escasos. Si esperamos a que una política pública corrija esa tendencia suicida será demasiado tarde.
El aviso pertinente, detrás de las turbulencias en los mercados financieros mundiales, es que más temprano que tarde los precios se ajustan para reflejar el auténtico valor de las cosas. Podemos engañarnos pensando que los recursos energéticos pueden abaratarse por decreto, en lugar de hacerlo por productividad; o pensando que tiene alguna lógica económica adornar la ciudad con un gigantesco rascacielos para oficinas, cuando salta a la vista la sobreoferta de espacios y la irracionalidad, en términos de oferta y demanda, de dicho sueño de políticos lunáticos; podemos creer que la liquidez en los mercados tiende al infinito y que es inteligente que los bancos centrales, de Estados Unidos y de Europa, le den “una ayudadita” a la economía mundial bajando las tasas de interés; podemos tragarnos el cuento de que extender el programa “Hoy no circula” a los fines de semana ayudará a reducir la emisión de contaminantes y el desperdicio de energéticos, en lugar de agravar ambos fenómenos.
Incluso podemos conjeturar que “alguien” en el lugar adecuado tomará las providencias necesarias en el momento preciso y corregirá los desajustes en sus causas, por ejemplo: permitiendo una auténtica competencia en el mercado de la energía a despecho de los mitos constitucionales, que se proclaman intocables con un fervor que envidiaría un fanático de cualquier credo.
Pero la realidad seguirá ahí. Alguien tendrá que asumir las pérdidas por créditos hipotecarios impagados que se otorgaron en Estados Unidos, pero ese alguien es tal vez un incauto pensionado europeo; alguien tendrá que pagar por las crecientes e irracionales importaciones de gasolina que hace México (un costoso homenaje a las sacrosantas prohibiciones constitucionales y a la falta de agallas de los políticos); alguien pagará por la demagogia ambientalista que, en lugar de encarecer los combustibles para desalentar el dispendio, se agota en desplantes ciclistas y en costosas puestas en escena con el político “pop” de moda, Al Gore.
La respuesta efectiva no está en los políticos – es pedirle manzanas a los nopales- sino en lo que de veras sí está en nuestras manos. Valga la metáfora: ¿Usted cree que las hormigas acumulan recursos para los malos tiempos usando camionetotas SUV para desplazarse?
El aviso pertinente, detrás de las turbulencias en los mercados financieros mundiales, es que más temprano que tarde los precios se ajustan para reflejar el auténtico valor de las cosas. Podemos engañarnos pensando que los recursos energéticos pueden abaratarse por decreto, en lugar de hacerlo por productividad; o pensando que tiene alguna lógica económica adornar la ciudad con un gigantesco rascacielos para oficinas, cuando salta a la vista la sobreoferta de espacios y la irracionalidad, en términos de oferta y demanda, de dicho sueño de políticos lunáticos; podemos creer que la liquidez en los mercados tiende al infinito y que es inteligente que los bancos centrales, de Estados Unidos y de Europa, le den “una ayudadita” a la economía mundial bajando las tasas de interés; podemos tragarnos el cuento de que extender el programa “Hoy no circula” a los fines de semana ayudará a reducir la emisión de contaminantes y el desperdicio de energéticos, en lugar de agravar ambos fenómenos.
Incluso podemos conjeturar que “alguien” en el lugar adecuado tomará las providencias necesarias en el momento preciso y corregirá los desajustes en sus causas, por ejemplo: permitiendo una auténtica competencia en el mercado de la energía a despecho de los mitos constitucionales, que se proclaman intocables con un fervor que envidiaría un fanático de cualquier credo.
Pero la realidad seguirá ahí. Alguien tendrá que asumir las pérdidas por créditos hipotecarios impagados que se otorgaron en Estados Unidos, pero ese alguien es tal vez un incauto pensionado europeo; alguien tendrá que pagar por las crecientes e irracionales importaciones de gasolina que hace México (un costoso homenaje a las sacrosantas prohibiciones constitucionales y a la falta de agallas de los políticos); alguien pagará por la demagogia ambientalista que, en lugar de encarecer los combustibles para desalentar el dispendio, se agota en desplantes ciclistas y en costosas puestas en escena con el político “pop” de moda, Al Gore.
La respuesta efectiva no está en los políticos – es pedirle manzanas a los nopales- sino en lo que de veras sí está en nuestras manos. Valga la metáfora: ¿Usted cree que las hormigas acumulan recursos para los malos tiempos usando camionetotas SUV para desplazarse?
Etiquetas: demagogia, demanda, energía, gasolinas, mercados financieros, monopolios estatales, oferta, prácticas monopolísticas, precios
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