¿Conviene despenalizar el asalto?
La moda es quitarle a ciertos delitos esa odiosa etiqueta “penal”, sea el aborto, sea la calumnia. ¿Por qué no despenalizar también el asalto, como ha propuesto paródicamente Fernando Amerlinck? Por lo pronto, podrían considerarse algunas causales de despenalización, digamos: Cuando el asalto sea una forma de mendicidad o una vía expedita de justicia social.
Muchos de los asaltados mueren o resultan gravemente heridos por oponer resistencia al asaltante – quien está ejerciendo su libre proyecto de vida- o incluso por reaccionar con nerviosismo o desconcierto, lo que sólo dificulta y pone en grave riesgo la delicada tarea del asaltante.
Desde este punto de vista la despenalización del asalto debe considerarse un asunto de salud pública (aquí alguna ONG puede aportar alguna estadística fantasiosa pero imponente sobre las muertes y lesiones que provocan los asaltos realizados en condiciones insalubres o en circunstancias gravosas para el asaltante), pero también tiene su vertiente de justicia social.
No necesito citar cifras acerca de la vergonzosa distribución del ingreso en México para mostrar un hecho que todos conocemos. Aunque los políticos progresistas hagan esfuerzos denodados por establecer políticas públicas que terminen con la iniquidad, tales esfuerzos son insuficientes y se requieren vías alternas y expeditas para satisfacer ese afán noble y justiciero. El asalto, bien reglamentado, puede ser una de esas vías.
El lector, sobre todo si vive o trabaja en la Ciudad de México, habrá experimentado esa deliciosa sensación de ser abordado en la calle por alguien que nos exige una cooperación “voluntaria” con tanta insistencia que resulta difícil definir si estamos siendo cortésmente asaltados o se nos está solicitando una caridad con mayor insistencia de la habitual. Esto nos habla de que la frontera entre la mendicidad y los asaltos no es nítida. Un grupo de prestigiados “científicos” ha determinado que el asaltante armado sólo es un solicitante de cooperación social que se auxilia con un instrumento de persuasión visual y auditiva – el arma- que es más convincente en 98.7 por ciento de los casos que los discursos.
Como han señalado infatigables activistas de los derechos humanos ningún asaltante desea hacer uso del arma: “Para él es más doloroso que para el asaltado llegar a ese extremo” sentenció Artemisa Planas de la organización civil “REI” – Redistribución Expedita del Ingreso-, al tiempo que mostraba los resultados de un “grupo de enfoque” realizado con asaltantes de la delegación Cuauhtémoc
Muchos de los asaltados mueren o resultan gravemente heridos por oponer resistencia al asaltante – quien está ejerciendo su libre proyecto de vida- o incluso por reaccionar con nerviosismo o desconcierto, lo que sólo dificulta y pone en grave riesgo la delicada tarea del asaltante.
Desde este punto de vista la despenalización del asalto debe considerarse un asunto de salud pública (aquí alguna ONG puede aportar alguna estadística fantasiosa pero imponente sobre las muertes y lesiones que provocan los asaltos realizados en condiciones insalubres o en circunstancias gravosas para el asaltante), pero también tiene su vertiente de justicia social.
No necesito citar cifras acerca de la vergonzosa distribución del ingreso en México para mostrar un hecho que todos conocemos. Aunque los políticos progresistas hagan esfuerzos denodados por establecer políticas públicas que terminen con la iniquidad, tales esfuerzos son insuficientes y se requieren vías alternas y expeditas para satisfacer ese afán noble y justiciero. El asalto, bien reglamentado, puede ser una de esas vías.
El lector, sobre todo si vive o trabaja en la Ciudad de México, habrá experimentado esa deliciosa sensación de ser abordado en la calle por alguien que nos exige una cooperación “voluntaria” con tanta insistencia que resulta difícil definir si estamos siendo cortésmente asaltados o se nos está solicitando una caridad con mayor insistencia de la habitual. Esto nos habla de que la frontera entre la mendicidad y los asaltos no es nítida. Un grupo de prestigiados “científicos” ha determinado que el asaltante armado sólo es un solicitante de cooperación social que se auxilia con un instrumento de persuasión visual y auditiva – el arma- que es más convincente en 98.7 por ciento de los casos que los discursos.
Como han señalado infatigables activistas de los derechos humanos ningún asaltante desea hacer uso del arma: “Para él es más doloroso que para el asaltado llegar a ese extremo” sentenció Artemisa Planas de la organización civil “REI” – Redistribución Expedita del Ingreso-, al tiempo que mostraba los resultados de un “grupo de enfoque” realizado con asaltantes de la delegación Cuauhtémoc
Etiquetas: aborto, calumnia, Ciudad de México, civilización, ficciones, ONG' s
2 Comentarios:
Penalizar un acto implica poner una pena a quien lo realice.
La imposición de penas, a mi entender debe tener alguno o varios de los siguiente objetivos de utilidad pública:
a) Disuadir a los individuos con intención o deseo de realizar ese acto.
b) Proteger al resto de la sociedad al impedir físicamente (mediante la imposición de penas de cárcel o pena capital) que los individuos continuen realizando el acto que dio origen a que se les imposiera de la pena.
c) Castigar, en un afán de justicia (o de venganza) a quienes hayan cometido el acto sujeto de pena buscando darle a la sociedad una "satisfacción".
Atendiendo a esos tres criterios, no me queda la menor duda de que no sería correcto despenalizar el asalto.
Las cosas no me resultan tan claras por lo que hace al aborto.
Sin estar "a favor" del aborto o de la implementación políticas públicas que promuevan o favorezcan que se practiquen abortos. Declarando que entiendo al aborto como un acto horrible y moralmente condenable debo hacer las siguientes preguntas:
¿Cómo puede disuadir una pena la realización de ese acto, si la parte afectada no puede denunciar la comisión de dicho acto y en la mayoría de los casos quienes pudieran hacerlo son precisamente quienes lo cometen?
¿De qué forma protege a la sociedad el que médicos o madres que practiquen un aborto sean llevados a prisión?
Ahora bien, si de castigar se trata ¿cuál es el castigo adecuado para el crimen cometido?
Ramón, por supuesto este texto es una parodia - original de Fernando Amerlinck, no mía- que claramente tiene su inspiración en algunos de los argumentos a favor de la despenalización del aborto en el Distrito Federal, México.
Yo tomé la parodia con tres propósitos: 1. Divertirme llevando situaciones y argumentos al absurdo, lo que incluye exhibir algunos de los artilugios "persuasivos" que utilizaron los promotores de la despenalización del aborto y que son chapuzas intelectuales (independientemente de la conveniencia o no de la despenalización), tales como el de que es un problema de "salud pública" o, peor todavía, tales como los alegatos que recurren a las buenas intenciones ("Para el asaltante es más doloroso llegar al extremo de tener que usar su arma que para el asaltado"), así como el uso de estadísticas fantasiosas impresionantes pero imposibles de verificar.
2, Criticar, eso sí con toda seriedad, la frivolidad con que las autoridades responsables toman en la Ciudad de México la indefensión que padecemos quienes vivimos o trabajamos aquí, sujetos a extorsiones, asaltos, embustes, pésimos servicios públicos y demás y 3. Ridiculizar a muchas ONG's que ordeñan la vaca de ciertos problemas públicos con total desparpajo y falta de escrúpulos, así como esa manía fastidiosa de justificar cualquier barbaridad en nombre de la redistribución del ingreso y de la etérea justicia social.
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