domingo, 17 de octubre de 2010

¿Hay “inundaciones” financieras provechosas?

Estamos en vísperas de presenciar una insólita operación de política monetaria para la cual los estrategas del sistema de Bancos de la Reserva Federal de los Estados Unidos (FED), encabezados por Ben Bernanke, ya se han empezado a disfrazar de ingenieros hidráulicos.

Se trata de inundar de liquidez, ¡más aún!, a la economía de ese país y del mundo, y de cruzar los dedos para que esta apertura deliberada de las compuertas obtenga los resultados anhelados: reanimar el ánimo de los consumidores por gastar, imbuir confianza (¿o temeridad?) en el talante de familias y empresas todavía endeudadas y hoy reticentes a gastar o a invertir en emprendimientos productivos, generar en los espíritus una emoción que semeja la prosperidad y que llaman “efecto riqueza”. Como resultado de todo ello se desea abatir significativamente la tasa de desempleo en Estados Unidos y en otras economías desarrolladas y que la actividad económica mundial recobre tasas de crecimiento menos desabridas que las de hoy.

Todo esto recibe el nombre clave de QE2, que quiere decir “quantitative easing two” o segunda ronda de estímulos monetarios, vía compras multibillonarias de bonos del Tesoro de Estados Unidos para engrosar, ¡más aún!, el balance del FED y, con ello, hacer descender las tasas de los bonos a largo plazo (digamos entre 0.13 y 0.20 puntos porcentuales respecto del actual rendimiento de los bonos del Tesoro a diez años, que es hoy de alrededor de 2.42%), despertar el apetito de los inversionistas por activos financieros más arriesgados pero más prometedores (por ejemplo: acciones, productos derivados, bonos perpetuos, entre muchos otros), entusiasmar a los capitalistas que suelen asociarse con los creativos inventores en la explotación de nuevos negocios a partir de hallazgos y saltos tecnológicos para que lo hagan de nuevo, generar una oleada de “efecto riqueza” (no hay nada como sentir la cartera llenita en un inmenso centro comercial) y salir, por fin, de la afición depresiva que aún agobia a tantos…

¡Caray! Preguntan los escépticos: ¿No le están pidiendo demasiados beneficios a una inundación y desdeñando sus riesgos y sus daños?, ¿no estarán jugando al aprendiz de brujo?

Nadie lo sabe a ciencia cierta. Mientras tanto, el solo anuncio de que el FED está preparado para proveer los estímulos que se requieran con tal de levantar los espíritus caídos, anuncio que se dio el 21 de septiembre, ya ha generado entusiasmos entre algunos, a la vez que está inundando de recursos inesperados (que en muchas ocasiones no encuentran “fácil acomodo”) a varias economías emergentes.

Otro efecto aún menos buscado – como los malestares que son secundarios a varios medicamentos- ha sido la revaluación no siempre bienvenida de varias divisas frente al dólar o - aún peor - tensiones y amagos de batallas entre divisas que podrían conducir a nefastas guerritas comerciales; ya se sabe: el yuan chino por estar “subvaluado” es el chivo expiatorio, divisa que tantos disgustos les causa a los vociferantes legisladores estadounidenses; aun cuando la baratura de las mercancías chinas la agradezcan muchos consumidores, también de Estados Unidos.

Provocar inundaciones es un negocio de alto riesgo, pero a Bernanke y a la mayoría de los miembros del Comité de Mercado Abierto del FED les asustan aún más los espectros del estancamiento, del desempleo elevado y hasta, ¡Lord Keynes nos libre!, de la deflación. ¿Funcionará?

sábado, 9 de octubre de 2010

“Mi” conversación en La Catedral

Sigo feliz y asombrado.

Feliz, porque la Academia Sueca ha premiado este año, ¡por fin!, a quien pudiese ser, a mi juicio, el más grande novelista en lengua española del siglo XX; grande entre grandes, por cierto.

Asombrado, porque llegué a estar convencido de que estas cosas no sucedían en el mundo real. Me parecía impensable que en estos tiempos de corrección política a ultranza los académicos suecos – que en el pasado han demostrado ser insufriblemente cuidadosos para no perturbar ni conciencias ni delicados balances geopolíticos al otorgar el Nobel de Literatura – galardonasen a un verdadero liberal que importuna con sus críticas afiladas a muchos de los ídolos lo mismo de la izquierda exquisita que de la izquierda vulgar y estridente. Pero lo han hecho. Enhorabuena. Ese premio se honra más reconociendo a Vargas Llosa que Vargas Llosa recibiéndolo.

Vargas Llosa me inició, con “Conversación en La Catedral”, la mejor novela del siglo XX en español, en el hábito fatigoso y fascinante de estudiar y amar el arte que los grandes narradores del siglo XIX (Balzac, Dickens, Flaubert, Dostoievski) parecían haber llevado a su límite. Vargas Llosa abrevó, como toda una generación latinoamericana de escritores, en William Faulkner, y resultó el mejor alumno de todo el grupo, al grado de que podría decirse que superó al maestro.

Lo propio de Vargas Llosa no es el destello genial y efímero, deslumbrante, tan frecuente en América Latina, sino la destreza técnica destilada con horas de trabajo y dedicación, de estudio amoroso del arte de narrar. La primera lectura de las grandes obras de Vargas Llosa (esas novelas totalizadoras, como Conversación en La Catedral o La guerra del fin del mundo) se disfruta como se paladea un día pletórico de emociones, inolvidable. Pero las siguientes lecturas deparan riquezas aún mayores: el lector empieza a encontrar las claves narrativas, vislumbra los planos en el taller del artesano, comienza a entender el diseño del conjunto y se asombra de nuevo ante el cuidado trabajo detrás de cada historia entretejida con maestría. Ante el inteligente manejo del tiempo y el espacio, así como ante lo que debe haber sido una infatigable y perseverante búsqueda de la palabra precisa y del tono justo. Todo para que esa hermosa “verdad de las mentiras”, que es la esencia de toda gran narración, fuese creíble, persuasiva, vívida.

Es de esa forma que Zavalita, el negro Ambrosio, Fermín Zavala, Cayo Bermúdez, “La Musa”, Becerrita, Carlitos y tantos más cobran categoría de personajes entrañables o detestables, de carne y hueso, que marcan indeleblemente nuestras vidas. A tal grado llega la verosimilitud de los personajes en las novelas de Vargas Llosa que, por ejemplo, Cayo Bermudez – el depravado y sórdido sujeto que se vuelve el poder real detrás del dictador Odría en la novela- pareciese ser el modelo que años después seguiría en el Perú un tipo abominable como Vladimiro Montesinos, sirviendo al régimen de Fujimori y sirviéndose de él. Dicho de otra forma: Montesinos parece la caricatura inverosímil del que ya hemos vuelto un sujeto real, Cayo Bermudez, tan verosímil como detestable.

Vargas Llosa cuida hasta el escrúpulo que ninguna de sus novelas incurra en el género panfletario. Deja que los personajes vivan y sean quienes son. Y hasta en eso Vargas Llosa muestra su talante profundamente liberal.

Felicidades.