sábado, 30 de junio de 2007

El negocio de la elusión y los verdaderos cautivos

Un cálculo grueso de cuál es la tasa promedio efectiva de impuesto sobre sus utilidades que están pagando las empresas en México arroja la cifra de 13.7 por ciento. Mientras tanto, los asalariados de cierto nivel pagan, quieran o no, porque se les retiene el impuesto, una tasa efectiva de 28 por ciento. ¡Esos son los verdaderos contribuyentes cautivos!

Las estimaciones cuantitativas sobre asuntos que, por su naturaleza, carecen de registros formales y públicos deben hacerse por inferencia. Tal es el caso de este cálculo – que me ha proporcionado un amigo economista, asiduo lector de estas Ideas al vuelo- acerca de la tasa promedio que de veras se paga en México de Impuesto sobre la Renta (ISR) empresarial.

¿Cómo se llegó a esta inferencia? A partir de los siguientes datos:
1. Recaudación de ISR de empresas: 171,437.1 millones de pesos,
2. Cálculo de la SHCP acerca del monto de recaudación que NO se obtiene del ISR empresarial a causa de tratamientos especiales, tasas diferenciales, excepciones, planeaciones fiscales para imcrementar deliberadamente la cuantía de las deducciones y otras: 177,340 millones de pesos (dato registrado en el llamado “presupuesto de gastos fiscales”).
La suma de (1) y (2) nos da el estimado de lo que se debería recaudar si todas las empresas tributaran efectivamente conforme a la tasa nominal del ISR: 348,777.1 millones de pesos. Si esta última cifra es el 28 por ciento de las utilidades de las empresas, se infiere que la tasa efectiva promedio que se está pagando es de tan sólo 13.7 por ciento.

Obviamente es un promedio de un conjunto muy extenso, con una gran varianza: Habrá muchos que paguen una tasa mayor y otros que paguen una tasa menor de la tasa promedio.

En contraste, cualquier asalariado en México que gane, por poner una cifra, 20,000 pesos mensuales tributa un ISR para personas físicas – quiera o no- a una tasa efectiva de 28 por ciento, prácticamente sin posibilidad de hacer deducciones.
Es claro:
1. Que la actual base gravable del ISR empresarial está gravamente erosionada,
2. Que es una situación inicua para los verdaderos contribuyentes cautivos, que son los asalariados y
3. Que la introducción de la Contribución Empresarial de Tasa Única (CETU) como impuesto de control es una buena idea que, independientemente de su potencial recaudador, tenderá a emparejar las tasas efectivas de ISR entre empresas y asalariados.

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jueves, 28 de junio de 2007

Instrucciones de viaje para eludir portentos

Bien vistas las cosas, la capital de México es una ciudad llena de portentos que permanecen ocultos, por ejemplo: Ese inmenso agujero en medio de la calle – y en el que sucumben algunos automovilistas incautos- tal vez esconda las tan publicitadas – y nunca vistas- raíces de la patria.

Cada cierto tiempo un buen amigo me emplaza a desayunar muy temprano cerca de su oficina en las Lomas de Chapultepec (fraccionamiento que nació con el “distinguido” y vendedor nombre de “Chapultepec Heights” en el siglo pasado) y me ofrece, por teléfono, un catálogo de instrucciones deliciosas para llegar con bien a la cita, por ejemplo esta:

“Aprovecha la primera distracción de las mujeres policía que están a la salida del periférico, por ejemplo cuando se retoquen el maquillaje frente a un espejito, para avanzar; de otra forma tendrás que esperar 15 minutos o más a que te cedan el paso”.

En realidad mi amigo describe uno de los tantos portentos de la ciudad: Algún comandante especialista en “perímetros y vialidades” ha ordenado a las mujeres policía que otorguen ostentosa preferencia, en las primeras horas de la mañana, a los automóviles que van de las Lomas hacia el centro de la ciudad, en detrimento de aquellos que desean ingresar al otrora rumboso y elegante fraccionamiento. ¿Por qué? Ahí está el portento y el secreto.

Otro portento es un gigantesco bache en una avenida del sur de la ciudad. Gobiernos van y gobiernos vienen y el bache sigue ahí, imperturbable, a la caza de automovilistas provincianos que no están adiestrados en la disciplina de las carreras de obstáculos, primera asignatura que debe aprobar cualquier automovilista capitalino que se respete. He llegado a sospechar que la persistencia del bache oculta un portento maravilloso o atroz. Tal vez el bache es tan intocable como PEMEX porque en sus profundidades se encuentran las raíces de lo mexicano, tan encarecidas. O quizá oculta el Aleph, ese misterioso punto – cuenta Borges- cuyo diámetro “sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo”. La cifra del cosmos en el fondo de un bache. ¡Qué nadie lo toque!

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martes, 26 de junio de 2007

Los de arriba, los de abajo y los gobiernos

Dos historias, una de ricachones frívolos; otra, de pobres a quienes un gobierno mantiene fastidiados llevándoles el agua en camiones, en lugar de invertir en redes de agua potable. Para desperdiciar el dinero no hay que tener mucha imaginación.

Un magnate mexicano acostumbraba ir de cacería a Tamaulipas, acompañado de amigos y cortesanos. Un día su asistente ejecutivo tuvo la ocurrencia de complacer a su jefe proponiéndole que la cacería se realizase desde un helicóptero. ¡Qué lujo!, ¡qué originalidad!, ¡qué despliegue de riqueza! Al final fue una experiencia desastrosa y un criminal desperdicio de recursos; idiota. Entre otras cosas, un camión cisterna lleno de combustible tuvo que hacer, en paralelo, el recorrido por veredas y caminos para permitir que el helicóptero se aprovisionase cada vez que hacía falta.

Durante años, cuando menos desde las épocas de Manuel Camacho Solís, las autoridades del Distrito Federal han usado la misma lógica derrochadora para llevarle agua a comunidades pobres en la delegación Tlalpan. Todos los días varios camiones cisterna cargados de agua potable fatigan la carretera del Ajusco llevando agua “gratuita” a los asentamientos de vivienda que carecen de una red de agua potable. Es un lujo tan estúpido como el del ricachón, pero financiado con dinero de los contribuyentes. Los recursos gastados todos estos años habrían sobrado para que los “beneficiarios” disfrutasen ya de agua potable en sus domicilios con sólo abrir una llave, pero no: Hay que hacerles sentir la bondad del gobierno que les regala el agua – y que, con frecuencia, por ejemplo en épocas electorales, les condiciona la dotación- y que hace un despliegue de recursos con su ejército de camiones cisterna.

Por supuesto, los rendimientos políticos de mantener a esas colonias paupérrimas sin una red de agua potable eficiente son inmensos. No hay quien haya tenido, en los sucesivos gobiernos, un solo incentivo para gastar con eficacia los recursos. Luce mucho ese despliegue cotidiano de los camiones cisterna y, cuando se ofrece, rinde mucho que a cambio de la dotación de agua los beneficiarios deban asistir a un mitin del candidato en turno.

El derroche de llevar agua de la manera menos eficiente se paga con impuestos; el derroche del ricachón tratando de cazar desde el helicóptero hasta ahora ha sido deducible de impuestos.

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lunes, 25 de junio de 2007

Gasto público: ¿Cómo frenarlo?

De entrada hay una inevitable tendencia al desperdicio en el gasto gubernamental – en cualquier país, en cualquier época-, de ahí la importancia crucial de frenar el desperdicio mediante un cambio drástico hacia el logro de resultados.

El hecho de que un mexicano que nace en una comunidad de población mayoritariamente indígena tenga una esperanza de vida de 66 años contra una esperanza de vida de 78 años que tiene un mexicano que nace en una ciudad como Monterrey, NO (las mayúsculas son intencionales) nos habla de que el gobierno necesite gastar más, sino de que necesita gastar mejor – y probablemente menos- porque ha estado desperdiciando miserablemente, por décadas, los recursos que aportamos los contribuyentes.

Y habría que precisar más: No es el gobierno en abstracto, son los gobiernos específicos. El gobierno federal, el gobierno del estado, el gobierno de la cabecera municipal y hasta el gobierno de la comunidad, así sea una paupérrima ranchería.

El indicador de la disparidad en la esperanza de vida nos relata, en el fondo, todo un catálogo de decisiones erróneas, tal vez estúpidas, muchas veces esquizofrénicas, en materia de gasto público. ¿Por qué hemos gastado tantos millones de pesos en sostener el mito de que ese mexicano de una comunidad indígena debe quedarse ahí, alejado de toda oportunidad de desarrollo, incomunicado, sin acceso al progreso?, ¿por qué hemos gastado tantos millones de pesos en adoctrinar a ese mexicano en que debe seguir, como sus ancestros, cultivando maíz en una parcela de ínfimas dimensiones y en condiciones de abismal improductividad?

¿Qué salva más vidas?, ¿el agua potable?, ¿las vacunas?, ¿una carretera?, ¿la energía eléctrica? ¿Qué es más eficiente y eficaz?, ¿llevar a una comunidad de menos de dos mil habitantes toda la infraestructura que puede soportar una ciudad, a costos exorbitantes? o ¿propiciar que esos mexicanos emigren y se integren al progreso?, ¿tiene sentido subsidiar la producción de maíz en esas condiciones de total desventaja competitiva y comparativa?, ¿qué sirve más para mejorar las condiciones de vida?, ¿la enseñanza del náhuatl o la enseñanza del inglés?, ¿dónde va a dar mejores resultados el dinero público: destinado a becas para aprender computación o destinado a pagarle a un “maestro” del CNTE especializado en marchas y bloqueos?

Si de veras empezamos a medir los resultados del gasto, no sólo empezaremos a gastar mejor; gastaremos mucho menos.

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Las ventajas políticas de globalizar la contaminación

Surrealismo puro: Premian a la ciudad de México por reducir la contaminación en el planeta, gracias al Metrobús, y un día después se decreta una emergencia ambiental porque, en la misma zona en que opera ese sistema de transporte, la calidad del aire alcanzó la categoría de “muy mala”: el ozono llegó a 176 unidades.

Por supuesto, la mala calidad del aire el sábado en la zona suroeste de la ciudad no es culpa del Metrobús, sino de que hay ya más de cuatro millones de automóviles en el valle de México. Lo cual, a su vez, obedece a décadas de gobiernos erráticos en la capital del país: desatención criminal al transporte público, uso político-electoral del gasto, crecimiento caótico de los asentamientos de población, pésima infraestructura vial y opacidad en la construcción de obras públicas lo que impide vetar proyectos faraónicos – como el famoso “segundo piso”- carentes de justificación económica y social y pésimamente ejecutados.

A este rosario de problemas propios se suma que la burocracia multinacional – Naciones Unidas, Banco Mundial, entre otras organizaciones- así como una legión de organizaciones no gubernamentales, ambientalistas, empresas culposas y estrategas financieros han logrado colocar en la opinión pública la creencia de que los daños al ambiente son planetarios más que localizados y, por lo tanto, es válido “perdonar” algo de la contaminación que se genera en España si se dan fondos para proyectos que reducen algo la contaminación en México.

No sabemos si la emisión de gases en la avenida Insurgentes de México tenga efectos ambientales en España, pero como es algo “probable” da un buen efecto de relaciones públicas que el Fondo Español del Carbono – por intermedio del Banco Mundial- le de casi 122 mil euros al gobierno de la ciudad de México porque, se supone, gracias al Metrobús en dos años se han emitido unas 60 mil toneladas de gases de efecto invernadero menos…, aunque se omite decir que la pésima planeación y ejecución de las obras del Metrobús ocasionaron una emisión adicional de gases invernadero de ¿cuántas toneladas?

Este “reconocimiento” – a la vista de la contaminación real, local, específica y comprobada que se padece en la Ciudad de México-, es algo así como hacerle una fiesta al estudiante que, ¡por fin!, aprobó una de 15 materias…, y eso en examen extraordinario.

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jueves, 21 de junio de 2007

Gasto público eficiente: ¿No les importa?

¿Sabía usted que quienes nacen en Oaxaca tienen una expectativa de vida diez años menor que quienes nacen en Nuevo León? Eso es desventaja y no discursos. ¿Por qué el gasto de los gobiernos no logra cerrar esa brecha? En buena medida, porque gastamos mal.

En los próximos días casi todo mundo se volverá experto tributario en México. Se suponía que la principal demanda respecto de una reforma fiscal era que atendiera en primer lugar el problema del gasto público. Muy bien. El gobierno entrega una propuesta integral para reformar toda la Hacienda Pública y muchos de los mismos que exigían que la reforma no fuese sólo recaudatoria, lo primero que hacen es desdeñar que la propuesta empieza por proponer mecanismos serios para orientar el gasto a resultados eficaces, tangibles, verificables…¡y se ponen a discutir sobre impuestos o acerca de un ignoto régimen fiscal de PEMEX!

No ganaríamos, como país, un campeonato de congruencia.

Aun siendo parte interesada – porque colaboré, así sea mínimamente, en la elaboración de la propuesta de reforma- tengo pleno derecho a decir que uno de sus grandes aciertos, y tiene varios, es que su primer eje se refiere a cómo le vamos a hacer para que los gobiernos (no sólo el gobierno federal) gaste mejor. Los elementos estrictamente tributarios de la propuesta tienen sus propios méritos, pero no deja de ser sorprendente que dos asuntos torales que se proponen – la eficacia del gasto público y el rediseño del federalismo fiscal- hayan sido recibidos con indiferencia por los mismos políticos y comentaristas que hace unos días parecían tan interesados en que se gastase bien. Curioso.

No sólo en México, en todo el mundo hay una propensión generalizada a asignar el gasto público partiendo de supuestos optimistas y hasta candorosos, o, peor aún, privilegiando en las decisiones de gasto los rendimientos electorales del grupo que decide. No suele haber análisis rigurosos de los costos contra los beneficios y no los habrá hasta que los hagamos obligatorios por ley, de preferencia en la misma Constitución. Algo así, muy esquemáticamente, es lo que ahora se propone. No les pido a los lectores que me crean, sino que le echen una miradita a las propuestas – están disponibles en Internet, ver aquí, en "Iniciativas de la Reforma Hacendaria"- y juzguen. No todo son impuestos.

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Nuestra tremenda incultura económica

“Un viejo economista decía que de la ignorancia en economía nacen todas las demagogias”: Enrique Fuentes Quintana (1924-2007).

Uno de los grandes problemas funcionales de las democracias es la tremenda ignorancia económica que florece en la opinión pública y que suele exhibirse entre los opinantes de oficio.

El recién fallecido economista español y ministro de Hacienda durante los años clave de la transición de España a la democracia – artífice en buena parte de los famosos Pactos de la Moncloa- lo decía en 1998 respondiendo a una entrevista que le hizo el periódico “El Mundo”. Cito una parte de esa entrevista:

“La enseñanza del bachillerato debe administrar aquellos elementos de cultura que necesita el ciudadano para moverse en sociedad. Y hoy lo que se exige a los estudiantes es que conozcan la calcopirita y su cristalización. Lo lógico es que nadie se enfrente (para vivir en sociedad) a la calcopirita, y si tiene que hacerlo lo más probable es que lo haga por causas económicas, porque tenga una mina.
“Es más importante que se conozca como funciona una letra de cambio o un crédito. Un viejo economista decía que de la ignorancia en economía nacen todas las demagogias. Yo oí a un ministro de Franco decir en 1956 que una subida de los salarios no repercutiría en los precios, y a continuación subió los salarios un 30 por ciento”.
“Ha mejorado la cultura económica de los españoles, cada vez se informa mejor, lo que no ocurre con las tertulias radiofónicas que opinan de economía y uno siente a veces vergüenza ajena”
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Vergüenza ajena también sentimos por acá. Y no sólo por lo que se oye en el equivalente de las “tertulias radiofónicas” sino por lo que se lee y, por supuesto, por lo que nos llega a través del televisor.

De futbol y de economía todos opinan. El problema con la economía es que no es un saber tan intuitivo como parece – muchos grandes hallazgos económicos parecen ser precisamente contrarios a la intuición o a las consejas populares -, mientras que el futbol –dicen- es la mar de sencillo. Eso sí: los cronistas y los aficionados al futbol hablan una jerga tan arcana como la de los economistas. ¿Alguien me puede explicar qué es eso de “jugar con una línea de tres al frente”?, ¿es bueno, es malo?, ¿es futbol progre, futbol neoclásico o futbol neoliberal?

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martes, 19 de junio de 2007

Distrito Federal: ¿Libertad para injuriar?

¿Cuál es la frontera entre la injuria y la expresión de inconformidad por motivos políticos?

Una tarde de hace un par de semanas presencié estos hechos en la plaza central de la Ciudad de México, popularmente conocida como Zócalo. Un sujeto con un altavoz, y que se protegía bajo un improvisado tejado con propaganda de Andrés López Obrador, provocaba sin embozo a los soldados que estaban a punto de salir de Palacio Nacional para arriar la bandera.

Las excitativas de este sujeto consistían, entre otras cosas, en poner en duda la virilidad de los militares, en llamarles esbirros de un gobierno espurio y en, fin, en incitarlos a enfrentársele. Una provocación totalmente burda buscando, tal vez, ser víctima de una eventual “represión”.

A mí no me cabe duda que dicho sujeto, a quien ni siquiera un gendarme o alguna autoridad del gobierno de la ciudad le llamó la atención (y que, al parecer, todos los días hace el mismo numerito), violó plenamente, entre otras leyes y normas de elemental urbanidad, el artículo 24 de la Ley de Cultura Cívica del Distrito Federal que califica como “infracción contra la tranquilidad de las personas” en su fracción sexta el “incitar o provocar a reñir a uno o más personas”. Desde luego, las penas previstas para esa infracción son irrisorias, pero como todo lo demás, en esa ley de pacotilla, se sujeta a la discrecionalidad y al criterio de la autoridad cuya cabeza es el Jefe de Gobierno. Si el Jefe de Gobierno, supongo, o el policía de turno, consideran que las injurias a los militares no son injurias sino expresión libre de opiniones políticas en una plaza pública, no pasa nada.

Pero más allá de las leyes insignificantes (eso quiere decirse al calificarlas de “pacotilla”) llama poderosamente la atención cómo ha cundido, entre los fervientes seguidores de Andrés López, esta moda de condimentar el discurso político con injurias, o incluso de reducirlo a ellas. El malhadado “¡cállate, chachalaca!” por lo visto marcó la pauta.

Que una oposición política no tenga mejores recursos que la injuria es lamentable, pero más lamentable y grave es que la autoridad en la Ciudad de México parezca ver con buenos ojos – al dejarla impune- esta nueva modalidad de activismo político: injuriar, agredir, mentir.

Vaya, hemos avanzado una barbaridad. Debe ser la izquierda “posmoderna”.

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lunes, 18 de junio de 2007

Las leyes de pacotilla en el Distrito Federal

Las leyes liberales limitan los poderes del gobierno, las leyes propias de las dictaduras y de las camarillas sectarias le dan poderes omnímodos al gobernante. Son leyes de pacotilla para complacer a reyezuelos.


Habrá quien diga que las leyes y el gobierno del Distrito Federal son "liberales" en materia de manifestaciones públicas. Falso: el gobierno y las leyes locales en las que dice ampararse son profundamente autoritarios. La pésima manufactura de las leyes – específicamente de la Ley de Cultura Cívica- otorga una total discrecionalidad a las autoridades. A mayor poder discrecional menor libertad para los ciudadanos.

Véase la fracción II del artículo 25 que, aparentemente, prohíbe la obstrucción de la vía pública: Dice que es una "infracción contra la seguridad ciudadana…impedir o estorbar de cualquier forma el uso de la vía pública, la libertad de tránsito o de acción de las personas", pero inmediatamente después aclara: "siempre que no exista permiso, ni causa justificada para ello". La ley no define quién expide los "permisos" para obstruir la vía pública ni con qué criterios, pero eso no es lo peor sino lo que sigue: "Para estos efectos, se entenderá que existe causa justificada siempre que la obstrucción (…) sea inevitable y necesaria y no constituya en sí misma un fin sino un medio razonable de manifestación de las ideas, de asociación o de reunión pacífica".

¿Quién define que la obstrucción es "inevitable y necesaria"?, ¿quién decide que la obstrucción no es en sí misma el fin que persiguen los manifestantes sino un "medio razonable"?, ¿qué es "razonable" y quién determina lo que es y lo que no es "razonable"? El Jefe de Gobierno y nadie más.

Queda claro que los redactores de la ley gastaron muchas palabras para decir algo que cabe en una frase: "Lo que diga el Jefe de Gobierno que se puede hacer se permitirá y lo que diga el Jefe de Gobierno que no se puede hacer no se permitirá".

Esa ley de pacotilla se trata del típico decreto dictatorial que le otorga poderes omnímodos – ¡hasta el de conocer las inescrutables intenciones de las personas!- al jefe máximo. Los asambleístas la llenaron de palabrería, tal vez para justificar sus sueldos. En mayo de 2004 se la entregaron en charola de plata al jefe supremo de entonces, un tal Andrés López Obrador.

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El calentamiento local

Uno de los peligros prácticos de la propaganda sobre el calentamiento global es que desdeñemos lo que sí podemos comprobar con certeza y lo que sí debemos remediar ya: Los daños que causa la contaminación localizada y específica.

Dejemos por el momento la discusión acerca de la validez científica de muchas de las consejas populares acerca del cambio climático. Vayamos al aspecto práctico: La contaminación que usted y yo, y nuestros vecinos, generamos todos los días y que tenemos la certeza de que daña -no los ecosistemas de la selva amazónica o el nivel de los océanos dentro de cien años-, sino el entorno en que vivimos y que hace el daño de manera inmediata.

El sistema solar no gira alrededor del escape de un automóvil, pero ello no significa que una región específica – digamos, la zona metropolitana del Valle de México- no haya experimentado acelerados cambios, varios de ellos nocivos, por la explosión automovilística de los últimos 50 años.

No podemos afirmar con certeza que el planeta haya entrado en una etapa de calentamiento cuya causa principal sean los combustibles fósiles, pero no cabe duda que miles de metros cuadrados de asfalto – plantados para beneficio de su majestad, el automóvil- han contribuido a un grave deterioro del ambiente en el Valle de México.

Hablar de ese deterioro es menos espectacular que, al estilo de Hollywood, imaginar la desaparición súbita de los glaciares, pero es un deterioro cierto que sí podemos revertir con acciones localizadas y específicas.

Ejemplo: El viernes pasado unos 30 manifestantes bloquearon durante más de una hora la lateral del anillo periférico enfrente de las instalaciones de Televisión Azteca (por supuesto, de acuerdo con las instrucciones de su jefe supremo, los policías auxiliaron a los manifestantes para que nadie estorbase su ¿actividad?) y el daño que provocaron fue totalmente desproporcionado respecto de la pertinencia de su protesta: Incrementaron sustancialmente la emisión de contaminantes en la zona, causaron pérdidas incalculables a la productividad y, desde luego, violaron el derecho de miles de personas al libre tránsito (aunque garantizar esa última nimiedad, ya nos dijo el Jefe de Gobierno, no está en su orden de trabajo).

¿Cuál es el remedio? Tal vez el gobierno de la ciudad podría emitir unos "bonos de carbono" para remediar los daños. O tal vez baste con que el Jefe de Gobierno intensifique sus paseos ciclistas. ¿Con eso basta?

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jueves, 14 de junio de 2007

Su majestad, el automóvil, debe pagar

El desarrollo sostenible de la Ciudad de México requiere desalentar en serio el uso del automóvil e invertir cantidades multimillonarias en extender el Metro y mejorar de veras el transporte público.

El locutor que platicaba con Carlos Elizondo Mayer-Serra manifestó su asombro de que Carlos hubiese llegado a un concierto en Bellas Artes tomando el Metro. Lo asombroso, sin embargo, es que el locutor se asombrase de que una persona inteligente tomase la decisión más inteligente para llegar a su destino. El Metro, aun con su saturación y sus múltiples carencias de mantenimiento y seguridad, es un medio de transporte mucho más eficaz, rápido y limpio que el automóvil.

Lamentablemente, la extensión del Metro y su capacidad para transportar a los millones de usuarios potenciales están muy por debajo de las necesidades de la Ciudad de México. En el aciago gobierno de Andrés López Obrador el Metro no creció un solo centímetro; a cambio tuvimos obras caras, mal hechas, fastuosas y de relumbrón político para su majestad: el automóvil. Esa pésima decisión sólo agravó el problema.

Uno no necesita suscribir la dudosa hipótesis del calentamiento global para percatarse del inmenso daño que le ha hecho a la Ciudad de México la explosión automovilística. No se trata de un hipotético daño planetario sino de un grave daño específico, localizado y creciente: Los contaminantes que arrojamos a diario millones de automovilistas en la capital mexicana se quedan aquí, no dañan la selva amazónica ni ocasionan huracanes en el Golfo. Se quedan aquí y se traducen en enfermedades, en deterioro de la convivencia, en improductividad, en desperdicio de recursos públicos (calcúlese cuántos policías y recursos se dedican en la ciudad a facilitar, como sus comandantes les dan a entender, el tráfico de automóviles y camiones), en irritación y, sí, también en falta de competitividad.

El ejemplo de Carlos tomando el Metro es cien veces más honesto y realista que los paseos en bicicleta para tomarse la foto.

El gobierno de la Ciudad requiere invertir mucho más en extender la red del Metro y darle adecuado mantenimiento. Para ello debería cobrarnos a los automovilistas y destinar lo recaudado a sufragar esas multimillonarias inversiones en transporte público. Eso es lo que hacen los gobiernos de izquierda modernos. Lo demás es “posar para la foto”.

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miércoles, 13 de junio de 2007

Ciudad de México: ¿Ombligo continental?

¿En serio hay quien cree que la Ciudad de México pueda volverse “la sede continental preferida de los corporativos multinacionales”?, ¿de veras?, ¿una ciudad en la que moverse es lo más semejante a convertirse en ratón de laboratorio eludiendo cada día nuevos obstáculos en un laberinto diseñado por idiotas?

No entiendo esa vocación competitiva chafa que les ha surgido a ciertos “genios” mexicanos. Es chafa porque conciben la competitividad como una variante de las clasificaciones que hace la FIFA o un periódico de deportes respecto de qué seleccionado nacional de futbol ocupa tal o cual sitio en una tabla de posiciones.

El chiste para estos visionarios es, por ejemplo, que la Ciudad de México le gane a Sao Paulo o a Miami y se vengan aquí, al ombligo del mundo, las sedes de los más importantes corporativos multinacionales. Y quien padece todos los días la Ciudad de México, ¿qué gana con esa competencia de vanidades, si lleva años esperando que funcione eficazmente la recolección de basura o si tiene que recurrir diariamente a toda clase de artilugios para detectar los nuevos obstáculos a vencer para llegar a su trabajo?, ¿será una manifestación – de esas que no sólo jamás se reprimen, sino que son diligentemente auxiliadas por las autoridades locales-, será un “operativo vial” que cerró alguna avenida atravesando una patrulla o con cintas de plástico amarradas entre dos postes?, ¿qué gana a cambio de enrolarse en esa carrera de los más populares quien tiene que gastar miserablemente tres horas de su jornada en llegar de un punto a otro?

La competitividad es un derivado de la productividad, no un sitio en una lista convencional publicitada a los cuatro vientos.

Una ciudad en la que los registros de propiedad carecen de confiabilidad, una ciudad en la que el transporte público es sucio, insuficiente, con tarifas distorsionadas, una ciudad en la que la última gran obra vial es el medio más rápido para llegar a un embudo, una ciudad en la que el agua se tira, no se cobra, o se cobra de veras mal, una ciudad en la que 30 subnormales pueden cerrar las principales avenidas por horas o hasta por días…¡por favor!, una ciudad así es un monumento a la improductividad.

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martes, 12 de junio de 2007

Nuestro “derecho” a no irritarnos

Hemos avanzado una barbaridad en esto de la tolerancia. Algún venerable predicador de la progresía mexicana ya descubrió que lo importante no es aplicar la ley contra quien expropia espacios y bienes públicos – y conculca los derechos de los demás-, sino evitar que la irritación de los afectados se vuelva contra los pobrecitos “manifestantes”.

Para que nos vayamos enterando de cómo funcionan las cosas en el reino de Progresía. El señor Miguel Ángel Granados Chapa ilumina a la opinión pública acerca de la necesidad de conciliar el derecho a manifestarse con el derecho al libre tránsito. Cito sus palabras, que son una joya:

“…lo que va mostrando la necesidad de conciliarlos (dichos derechos) para evitar que la irritación de los afectados se vuelva contra los manifestantes”.

Más claro, imposible. No se trata de respetar los derechos de quienes nos vemos afectados por inopinadas “manifestaciones” que cierran calles y avenidas – con el diligente auxilio de las autoridades en el caso de la Ciudad de México-, sino de evitar que nosotros, los simples ciudadanos que deseamos ir de un sitio a otro, perturbemos con nuestra irritación a los impolutos e inmarcesibles manifestantes. A los ojos de Granados Chapa, transeúntes, automovilistas ansiosos por llegar a su destino, trabajadores en tránsito hacia sus labores, paseantes ociosos, debemos ser energúmenos a quienes la autoridad debe calmar para que no descarguemos nuestra censurable ira en contra de los intocables “manifestantes”.

El derecho a manifestarse es, bien visto, sólo un derivado del derecho a la libre expresión. ¿Por qué para manifestar su desacuerdo con tal o cual cosa una persona necesita obstruir el tránsito, pintarrajear casas y comercios, agredir a los transeúntes que manifiestan su opinión en contrario, dañar el patrimonio común de la ciudad – de suyo en decadencia- y perturbar la precaria convivencia armónica de la comunidad? No lo sé. Tal vez es por incapacidad expresiva, tal vez desconocen el poder de las palabras – bien dichas, bien pensadas, bien articuladas en oraciones-, tal vez la fatiga de razonar sus desacuerdos rebasa sus capacidades fisiológicas.

Por todo eso, imagino, debe dársele prioridad al derecho de expresarse como si aún estuviésemos en estado primigenio, en medio de la selva, con aullidos y golpes. Atropellando. Sí, debe ser eso. La capacidad de la Progresía para expresarse eficazmente con palabras se ha perdido. Basta leer a don Miguel Ángel para verificarlo.

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El tartamudo que se burlaba de Hitler

Aprovechaba los pregones de carnaval, en Messkirch, Alemania, para derramar, entre risas, el ácido de la crítica sobre las patrañas que Hitler usaba para envenenar a la juventud alemana. Su hermano, Martin, era un destacado filósofo consentido por el régimen nazi, un intelectual orgánico dirían los exquisitos. Se llamaba, ese maestro de la crítica paródica, Fritz Heidegger.

Con frecuencia aquellos políticos para quienes la política lo es todo, y devienen en dictadores, toman una palabra y la revisten de caracteres mágicos para enardecer a las masas. Lo hizo Hitler con los conceptos de “Volk” – pueblo- y de “Gemeinschaft” – comunidad- llevando la impostura a esos linderos en los que el paganismo quiere volverse religión y siembra el odio, la intolerancia y la muerte.

Es preciso imaginar ese ambiente fanatizado, en pleno ascenso de Hitler hacia el poder absoluto, para hacerse una idea del efecto que causaban los pregones bufonescos que dirigía a sus vecinos Fritz Heidegger, tartamudo, autodidacta y funcionario de una caja de ahorros católica. Por ejemplo en 1937:

“Os quiero decir una palabrita, que hoy nos alegra y mañana se malinterpretará: me refiero a la comunidad popular. Es un ideal que enardece la sangre del bufón. Por eso os digo: menos parloteo y a reflexionar sobre ello…pues, para darse cuenta de que el camino hacia la comunidad popular es el camino del yo al vosotros, para eso necesitamos por lo menos cien años. Y, con la ayuda de fórmulas matemáticas, he calculado que en Messkirch necesitaremos, como poco, quinientos años. Necesitaremos cien años para saber de qué se trata; luego otros cien multiplicados por tres para pretender entender todo esto en los ámbitos más importantes de nuestra vida. Y luego otros cien para eliminar la peste de la obviedad. Pues en este mundo no hay nada que sea obvio. Ni siquiera es obvio que yo pueda bajar ileso de esta tarima”.


Cuando lanzaba sus dardos humorísticos contra la ideología dominante Fritz dejaba de tartamudear.

Todo esta historia – de la que sólo puedo resumir una partecita- la conocí gracias a un revelador comentario de Jon Juaristi en el diario español ABC del domingo, acerca de un libro – fascinante por lo que se ve- llamado “Martin y Fritz Heidegger” del profesor Hans Dieter Zimmermann. Libro que la editorial Herder acaba de publicar en español. Libro ilocalizable en México…o en Amazon, donde sólo hay ofertas de la edición en alemán.

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sábado, 9 de junio de 2007

¿A favor de la competencia o del dirigismo estatal?

No ha visto la luz la sentencia final de la Suprema Corte acerca de la llamada “Ley de medios”. Deberá de ser una clara definición a favor de la libre competencia; no, como conjeturan algunos nostálgicos del estatismo, una “reivindicación” de la intervención del Estado en la vida económica.

Es ilusorio esperar de un cuerpo colegiado – como es la Suprema Corte- que en el transcurso de sus deliberaciones muestre claridad, precisión y propósitos unívocos. Una cosa son las deliberaciones, el intercambio de argumentos y alegatos, y otra – muy distinta- la sentencia final en la que debe prevalecer un criterio unívoco y una interpretación esclarecedora de la norma constitucional.

En la controversia constitucional por la llamada “ley de medios” muchos comentaristas se han adelantado a los hechos y han dado por zanjado el asunto sin esperar a la redacción de la sentencia definitiva. Para la mayoría de quienes conforman la “comentocracia” la sentencia ha sido: “Perdieron las televisoras”. No les falta razón si lo que quieren decir, con ello, es que la Corte ha revertido la ignominiosa aprobación de una ley diseñada al gusto de dos corporaciones que, bajo el pretexto de ajustar la ley a los avances tecnológicos, intentaron mantener un estado de cosas en el que dicha modernización se daría sólo al gusto y al ritmo que impusieran los intereses de esas corporaciones. No en beneficio de una mayor competencia, y por ende no en beneficio de los consumidores, sino como garantía de rentas de oligopolio.

Pero se equivocan dichos comentaristas cuando dan por terminado el asunto e interpretan que la Corte ha “reivindicado” el dominio o rectoría del Estado sobre los medios de comunicación electrónica. ¡Dios – y la Corte- nos libren de tal desatino!

Lo más probable y deseable es que la sentencia final de la Corte se fundamente en el imperativo de que deben erradicarse las prácticas monopolísticas y garantizarse la libre competencia en los mercados, no en el anacrónico y opresivo argumento de que el Estado debe regir la actividad económica.

La distancia es abismal. En el primer caso, se tratará de una victoria de la democracia y de la libertad; en el segundo iríamos de lo malo – el corrupto capitalismo de compadres- a lo peor: el intervencionismo gubernamental en contra de la libertad de los ciudadanos.

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jueves, 7 de junio de 2007

¿Qué podemos aprender de los Pactos de la Moncloa?

Hace unas horas, en España, falleció un gran economista y hombre de Estado, don Enrique Fuentes Quintana, quien dotó de contenido sustancial a los Pactos de la Moncloa. El legado de Fuentes Quintana encierra muchas lecciones valiosas para México.

Mucho se suele hablar de los Pactos de la Moncloa (octubre de 1977) como hecho clave en la transición de España a la democracia, pero poco se conoce de su esencia – fundamentalmente de reforma económica consensuada-, y mucho menos se conoce el papel crucial que jugó en ellos el ministro de Hacienda y Vicepresidente de Gobierno de ese entonces, el profesor Enrique Fuentes Quintana.

El fallecimiento de este personaje clave de la historia contemporánea de España, a los 83 años de edad, coincide con un momento singular en la vida de México, al cual mucho pueden aportar su ejemplo y su legado.

Artífice de la reforma tributaria que modernizó la Hacienda Pública en España, Fuentes Quintana fue, además de solvente economista, un funcionario público fuera de serie que hizo gala de una gran maestría política para generar acuerdos entre las distintas fuerzas políticas y para diseñar mecanismos de consenso – como los Pactos de la Moncloa- de suma de acuerdos sin restricciones de entrada para los participantes.

Convencido de la necesidad de vincular indisolublemente los ingresos con los gastos del Estado, y de hacer el gasto público no sólo transparente sino eficaz, Fuentes Quintana – ya retirado de la vida pública- pedía en 1998 que la siguiente reforma fiscal contemplase lo siguiente: “Me gustaría que junto con la declaración se nos dijera qué se ha hecho con el dinero entregado el año anterior (al fisco)”. Y explicaba que el entonces ministro de Hacienda, José Borell, ante su petición, le envió una carta “en la que me decía las cantidades gastadas en salud, educación o seguridad social. Cuando nos vimos me dijo: ‘Estarás contento’. Y yo le dije: ‘¡En absoluto!, porque lo que yo quería saber es cuántos puestos escolares se han creado y a qué costo, cuántas camas de hospital y a qué precio, o qué cuesta un litro de aceite en forma de subvenciones’. El gasto no es índice de eficiencia, es índice de potencia, de capacidad, pero no de eficacia”. (Ver entrevista completa aquí).

Pertinente y crucial mensaje para el México de hoy.

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miércoles, 6 de junio de 2007

Ya no sirve enseñar los colmillos…

Dudo mucho que los interesados hayan tomado nota, pero un primer saldo provisional de las batallas en la Suprema Corte acerca del futuro de las telecomunicaciones en general y de la televisión en particular es que los gruñidos y la exhibición de atemorizantes colmillos distan de ser armas eficaces…Los más aptos en la evolución no fueron los torpes dinosaurios.

No entiendo, de veras, a los numerosos voceros de las dos y únicas cadenas de televisión abierta en México que escriben en los periódicos. Nuestros "pridurki" (como los bauticé aquí el primero de marzo), hace menos de un mes nos advertían que sería un terrible error si la Suprema Corte desechaba el recurso de las licitaciones públicas de las concesiones y volvía al primitivo expediente del otorgamiento discrecional de concesiones, hoy, cuando la Corte parece inclinarse por extender ese sano proceso de las licitaciones públicas a todos – incluidos los actuales concesionarios, cuando deseen renovar su concesión o cuando quieran incursionar en otras actividades de telecomunicaciones-, nos dicen que los ministros se equivocan garrafalmente o, incluso, que están violando la Constitución.

Esta mudanza súbita en los argumentos de los voceros oficiosos revela dos cosas: 1. Que parecen suponer que el público puede tragarse cualquier cosa (hoy A, mañana B, pasado mañana C), con tal de que se diga a gritos, se adjetive profusamente y se condimente con insinuaciones maliciosas acerca de tales o cuales personajes que incomodan a los patrones, y 2. Que quien haya diseñado la estrategia de “defensa” por parte de las televisoras es bastante incompetente, lo cual no debería extrañarnos ya que la falta de competencia en las empresas y en las instituciones – y en la vida- eso es lo que produce: Incompetentes.

El tema, desde luego, es complejo y valdría la pena – antes de aventurar juicios definitivos- estudiar con objetividad las resoluciones de la Corte, las posibilidades reales que otorgan los avances tecnológicos y los auténticos principios constitucionales.

Lo que ha quedado claro, hasta ahora, es que la exhibición de los colmillos y los rugidos para intimidar ya no son tan eficaces como en el pasado.

Lo más triste es que no aprenderán la lección. No pueden. No está en su naturaleza aprender o adaptarse. La historia de la evolución nos da muchos ejemplos de especies que se extinguieron por su incapacidad competitiva.

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martes, 5 de junio de 2007

Yo también detesto a Frida

Una víctima que se refocila en su desgracia y destila resentimiento contra todo lo que sea exitoso o fruto del mérito individual.

Luis González de Alba no cosechará muchas felicitaciones de la progresía mexicana por su atinada y valiente invectiva contra el símbolo Frida Kahlo publicada el lunes. Sin embargo algunos – quién sabe si muchos o pocos- nos regocijamos porque alguien finalmente desenmascaró ese mito de “la sufrida Frida” que tanto ha intoxicado a generaciones de mexicanos. (El artículo de González de Alba, "Al carajo con Frida" puede encontrarse aquí).

Frida es una especie de cuento de hadas al revés muy querido por la progresía local. Simboliza a la hija de extranjero que se “enamora” de las “más hondas raíces de lo mexicano” – de ahí los perpetuos trajes de Tehuana- y también a quien idealiza esa idiosincrasia nacional (artificiosa y de pastiche) elevándola a categoría metafísica: Ser mexicano es ser víctima perpetua de una fatalidad, un tranvía que nos dejó baldados. Tragedia que nos alimenta de resentimientos. Vivir es retratarnos hasta la saciedad en pleno sufrimiento resentido contra los otros: los poderosos, los capitalistas, los traidores de clase, aquellos que quieren despojarnos de nuestras “hondas raíces”, todos los que persiguen cualquier tipo de éxito basado en el mérito individual.

La manía de los autorretratos de “la sufrida Frida” conviene con exactitud a la manía de la contemplación del propio ombligo como “idiosincrasia nacional”. Un narcisismo de la derrota y de la perpetua humillación, adolorido, amargado desde la columna vertebral llena de clavos, que parece simbolizar que lo que nos mantiene enhiestos es echarle en cara al mundo nuestra desgracia. Épica de los vencidos y de los defraudados: Somos víctimas de todo tipo de atracos, especialmente de los agravios que nos infligen leyes que, sabemos de antemano – aun cuando ni siquiera las conozcamos-, sólo se diseñaron para hundirnos más en la miseria, porque ése es el fin de los poderosos en el universo: desgraciarnos. Se trata de una creencia “honda y sentida”, de una teología en la que nosotros - ¿quién más?- somos el centro, el principio y el fin.

Me extraña que algún astuto negociante no haya hecho camisetas con el icono de “Frida, la sufrida” y la jaculatoria: “Todos somos Frida”. Se venderían como pan caliente en las marchas del CNTE, en las asambleas del PRD y en todo acto bendecido por la progresía mexicana.

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lunes, 4 de junio de 2007

Gravar el conocimiento: Pésima idea

El hecho de que uno sea un buen científico - dedicado, digamos, a la biología molecular- no quiere decir que por ese hecho haga propuestas inteligentes de política tributaria.

La doctora Esther Orozco es la primera directora del flamante Instituto de Ciencia y Tecnología del Distrito Federal y ha propuesto la siguiente barbaridad:

"Queremos proponer a las entidades correspondientes un impuesto al conocimiento importado. Que las industrias y las empresas que decidan contratar personal y tecnología extranjera paguen un impuesto para preparar mejor a los mexicanos"


La doctora Orozco es una destacada especialista en biología molecular a quien no se le deben escatimar méritos como investigadora científica, pero su propuesta es una tontería del tamaño del Océano Pacífico. Encaracer el conocimiento sólo porque ese conocimiento proviene del extranjero es una propuesta primitiva que, de aplicarse, sólo aislaría a México de la economía del conocimiento, agravaría el atraso del país en productividad – y por lo tanto en bienestar – y ni siquiera beneficiaría a los científicos e investigadores mexicanos que es a quienes Orozco pretende otorgar una ventaja frente a los investigadores extranjeros.

A todas las discapacidades y taras competitivas que le hemos fabricado a México – protegiendo a productores ineficientes y depradores del mercado, sea en producción agrícola, sea en telecomunicaciones, sea en transporte, sea en algunas industrias manufactureras- añadiríamos una barrera proteccionista más: la de los conocimientos científicos y tecnológicos.

Es realmente extraño que una científica competente como la doctora Orozco ignore la importancia crucial de que el conocimiento no tenga nacionalidad ni barreras. ¿Estaría dispuesta la doctora Orozco a pagar un impuesto para enterarse de los hallazgos de sus colegas del departamento de biología molecular de la Universidad de Princeton o por conocer a los avances del Proyecto del Genoma Humano del Instituto Nacional de la Salud de Estados Unidos o estaría encantada de pagar un impuesto – que nadie paga en ningún lugar del mundo- sólo por acceder a la impresionante base de datos del Instituo Suizo de Bioinformática (SIB, Swiss Institute of Bioinformatics)?

Doctora Orozco: ¿Usted cree que los avances cientìficos y tecnológicos que han hecho China, los tigres asiáticos, la India y otros países, se lograron encareciendo o abaratando el conocimiento?

Usted sabe la respuesta. No juegue a la política barata, aunque esté en el equipo de Marcelo Ebrard. Dedíquese a la ciencia.

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sábado, 2 de junio de 2007

Una patraña fuera de serie

Todos los días puede encontrarse uno con patrañas – mentiras fabulosas, invenciones puras- pero sólo ocasionalmente la patraña rompe todas las marcas y se ostenta impunemente como científica.


El jueves un artículo de José Woldenberg elogiaba y citaba una reciente publicación de mexicanos especialistas, según el dicho de los propios autores, en bioética y en medicina. El texto de Woldenberg recogió algunas citas de un trabajo llamado: "El aborto y su dimensión médica y bioética" de Gregorio Pérez-Palacios, Raymundo Canales de la Fuente y Raquel Gálvez (contenido, a su vez, en un libro llamado "La construcción de la bioética" de Pérez Tamayo, Lisker y Tapia, editado este año por el Fondo de Cultura Económica).

Tal vez por mal tino o tal vez porque el trabajo citado está plagado de afirmaciones gratuitas de grueso calibre, las dos citas que hizo Woldenberg entusiasmado son para una antología de los disparates disfrazados de ciencia.

Primera cita: "A lo largo de casi toda la historia de la humanidad, el fenómeno reproductivo permaneció fuera del ámbito de la ética…puesto que su realización tenía lugar sin la participación de la conciencia y la voluntad". De ser cierta esta enormidad, estaríamos ante un hallazgo científico inconmensurable que obligaría a tirar a la basura abrumadora evidencia antropológica, histórica, psicológica, biológica, filosófica y hasta literaria.

Lo que dicen estos autores es nada menos que durante varias centenas de siglos el ser humano se reprodujo sin percatarse de que él intervenía en ello, simplemente le sucedía…, como si cayese un meteorito de quién sabe dónde.

¿Quieren decir, en serio, que durante siglos las hembras de la especie humana quedaban embarazadas y que ni ellas, ni los machos de la especie, atinaban a relacionar ese hecho con el coito? ¡Asombroso!

Los autores insisten, esta es la otra cita que copió Woldenberg: "La función reproductora del ser humano…se convierte en objeto de estudio de la ética (y el derecho)…en el momento en que…a través de la ciencia logra el conocimiento que le permitirá intervenir en su función reproductiva" ¿Cuándo sucedió eso según estos charlatanes? Porque desde la épica de Gilgamesh (2,750 antes de Cristo) se conocían diversas formas de "intervenir en la función reproductiva" y se valoraban éticamente, como buenas o como malas.

¿Ciencia? No, patrañas propagandísticas.

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