miércoles, 29 de junio de 2005

Transparencia…”en los bueyes de mi compadre”

Ricardo Medina Macías

Está de moda llenarse la boca con discursos acerca de la transparencia. Qué bueno. Lo público tiene que ser público, por ejemplo las empresas que cotizan en los mercados de valores que, justamente por eso, se llaman “públicas”.
El otro día un columnista de negocios – eufemismo que designa, en ocasiones, a las plumas alquiladas con cierta especialidad – ofrecía algunos “argumentos” para oponerse a regulaciones más estrictas en el mercado de valores. Su alegato fue un bonito ejemplo de que todos estamos, en teoría, a favor de la transparencia…, “en los bueyes de mi compadre”.
Por ejemplo, sostenía el columnista que cualquier nueva legislación bursátil en México debería “tropicalizarse” para adaptarse al entorno mexicano. Más o menos decía así: Dado que la mayoría de las empresas que cotizan en la bolsa mexicana son de una u otra forma “empresas familiares” y no firmas que hayan democratizado o pulverizado la tenencia accionaria a través del mercado – alegaba el “argumento”- no conviene que impongamos a esas emisoras la regulación que en otros países se impone a emisoras cuyo capital sí se halla disperso en cientos o miles de accionistas. Es un burdo sofisma que podríamos traducir más o menos así: Si quieren cambien la ley, pero háganlo de tal forma que en la realidad nada cambie.
Justamente uno de los principales problemas de la bolsa de valores mexicana es su tamaño ridículo derivado del hecho de que para los inversionistas potenciales (sean pequeños inversionistas personas fìsicas o inversionistas institucionales, como un fondo de pensiones) no resulta atractivo meter su dinero a una empresa en la cual todas las decisiones relevantes son tomadas por un pequeño grupo de control (familia o individuo) sin que los llamados inversionistas minoritarios puedan participar en el proceso de toma de decisiones o, al menos, sean informados oportunamente para decidir si siguen en la aventura o se retiran vendiendo sus acciones.
En otras palabras: “Tropicalizar” el concepto de “empresa pública” significa – en la lógica tramposa del alegato que reseño- darnos la maña para que las empresas que coticen en la bolsa en México sigan siendo como cualquier empresa familiar – cerradas al escrutinio y a la toma de decisiones transparente para el público inversionista- pero, eso sí, que las bauticemos como “públicas” para presumirlas y, sobre todo, para que tengan acceso a los capitales ajenos para financiarse.
Lo dicho: Capitalismo sí, pero de compadres para que “la chusma harapienta” de los pequeños inversionistas no importune a los dueños de veras (los accionistas minoritarios son “dueños” de mentiritas) pidiendo rendición clara y oportuna de las cuentas.
Hay otras falacias en el enrevesado alegato del columnista que merecen comentarse con mayor amplitud mañana. Se refieren a la toma de decisiones en las empresas emisoras y a la publicidad – eso significa “hacer público”- que debe o no darse a las indagatorias de la autoridad bursátil sobre presuntas conductas ilícitas de las mismas emisoras o de sus accionistas de control.

Correo: ideasalvuelo@gmail.com

domingo, 26 de junio de 2005

¿Derechas?, ¿Izquierdas?, ¡confusiones!

Ricardo Medina Macías
Tiene razón Jorge Castañeda: Fuera de Cuba, de Corea del Norte o de Irán, las definiciones ideológicas parecen etiquetas carentes de sentido. Las políticas públicas hay que medirlas por sus resultados no por su adscripción, muchas veces equívoca, a la izquierda o a la derecha.
Circula por la internet un cuentito que parodia las confusiones que ha causado en España la inopinada decisión gubernamental de dar categoría de “matrimonio” a las uniones de convivencia de los homosexuales. En apariencia se trata de una propuesta “progresista” que muestra la tolerancia de un gobierno de “izquierda” –como el de José Luis Rodríguez Zapatero- hacia la llamada “comunidad gay”. Sin embargo, el empeño de equiparar esas uniones o asociaciones de hecho con el concepto milenario de “matrimonio” no sólo agravia a los conservadores y a la Iglesia Católica en España, sino que es la puerta para los más descabellados desatinos.
El cuentito muestra casos extremos, pero perfectamente posibles si se sigue la “lógica” en la que el gobierno de Zapatero se ha basado para su inopinada política: Si el matrimonio ya no tiene nada que ver con el hecho biológico contundente de la procreación – que hasta ahora sólo es posible entre mujer y hombre- sino con los beneficios fiscales y el reconocimiento de derechos a las uniones de convivencia que establecen libremente los seres humanos, deberemos llamar matrimonio también a la convivencia de una viuda con su hijo, a la convivencia de dos hermanas solteras o hasta a la tácita asociación de varios hombres y mujeres de preferencias bisexuales (o “todo terreno” como les llaman desaprensivamente algunos) para intercambiar periódicamente encuentros carnales sin reservas de exclusividad.
Pero más allá de esta parodia, lo que muestra la polémica decisión del gobierno de Zapatero es la confusión a que conduce no sólo el uso inapropiado de las palabras (llámense mejor “uniones de convivencia” en lugar de “matrimonios” y se resuelven la mayor parte de las justificadas objeciones) sino las confusiones en que suelen caer los políticos que han renunciado a pensar a cambio de adherirse a una etiqueta ideológica.
En este sentido, encuentro muy atinadas estas recientes declaraciones de Jorge Castañeda – quien podría ser, si así lo decide la Suprema Corte, el primer candidato independiente a la Presidencia en México-, quien dijo: “No creo en las definiciones ideológicas y me cuesta trabajo entender las de otros…(por ejemplo) un gobernante de centro- derecha en Francia (Chirac) que es quien más se opone en el mundo a la invasión de Irak por Estados Unidos, entonces ¿quién es quién?…Después de la desaparición del socialismo, salvo en lugares como Corea del Norte y Cuba, han terminado las grandes definciones ideológicas. La única ideología vigente que conozco es el Islam; lo demás es como parte de un museo”.
Por supuesto, y Castañeda lo sabe, lo deseable es que el Islam perviva como religión, pero sea descontinuado – enviado al museo – como ideología. Lo mismo que el fundamentalismo socialista de Cuba o de Corea del Norte.

Correo: ideasalvuelo@gmail.com