martes, 31 de octubre de 2006

La competencia genera y difunde riqueza

Un ejemplo palpable de los beneficios de la competencia: Este año millones de trabajadores mexicanos se ahorrarán casi $2,000 millones de pesos por la disminución de las comisiones en las Afores.


No hay crecimiento económico sostenido sin incrementos en la productividad. Y no hay incentivos para aumentar la productividad ahí donde no existe competencia. A mayor competencia, no sólo mayor riqueza sino mayor difusión de esa riqueza entre un número mayor de personas.

Aun la autoridad más sabia y benevolente que podamos imaginar en este mundo sería incapaz de determinar por sí misma el precio óptimo de un bien: “a cuánto se debe vender X para que sea rentable para quien produce X y a la vez genere el mayor beneficio posible para los consumidores de X”. Sólo la plena competencia en el mercado puede despejar esa incógnita.

Cuando no existe plena competencia los consumidores pagan de más, en beneficio de quien provee los bienes y servicios. Como suele decirse: sin competencia, hay un excedente del consumidor – más o menos cuantioso- que se está apropiando el proveedor en forma de utilidades (rentas) extraordinarias. Si el proveedor tiene la certeza de que el arreglo regulador que inhibe o bloquea la competencia persistirá, el proveedor carece de incentivos para incrementar su productividad. Por el contrario: todos sus incentivos están alineados para que dedique sus recursos a garantizarse, ante la autoridad reguladora, que sus rentas extraordinarias se mantendrán en el futuro.

Si el empresario Fulano prefiere dedicar su tiempo a cabildear arreglos en la regulación que a mejorar su producto, podemos apostar que estamos hablando de una empresa que actúa en un terreno de juego sin plena competencia.

Un ejemplo palpable de los beneficios de la competencia podemos encontrarlo en la industria de los fondos de retiro en México (Afores): Consistentemente, la autoridad reguladora ha fomentado una mayor competencia – y una mayor información a los usuarios-, así como frecuentes estudios comparativos de los costos en México respecto de los costos vigentes en industrias similares de otros países.

Como resultado inmediato de este fomento a la competencia, las comisiones de las Afores han bajado sustancialmente para los trabajadores; en lugar de que la autoridad decida un supuesto “precio óptimo”, experiencia ésta última que siempre arroja resultados ruinosos.

Gracias a una mayor competencia tan sólo en este año, 2006, los beneficios que las menores comisiones arrojarán para los trabajadores serán cercanos a los $2,000 millones de pesos (cálculos de la Coordinación General de Estudios Económicos de la Consar, en documento de trabajo de David Madero Suárez y Antonio Mora Téllez).

Es más que probable que la competencia en fondos de pensiones siga arrojando beneficios similares en el futuro.

El ejemplo de las Afores contrasta con los casos de muchas otras áreas de actividad en México en las cuales la insuficiente competencia, o la carencia absoluta de competencia, inhiben la productividad y empobrecen todos los días a los consumidores.

lunes, 30 de octubre de 2006

Un mercado para realizar sueños productivos

La inventiva que hace progresar al mundo requiere de capitales, y los dueños de los capitales requieren que las aventuras empresariales estén regidas por reglas de buen gobierno y sean transparentes para confiar en ellas.


En su convincente hipótesis acerca de los factores que hicieron posible el salto a la prosperidad en el mundo, William Bernstein propone que la conjunción de cuatro causas explica el despegue de la economía:

Uno: Derechos de propiedad. Dos: Pensamiento racional o científico. Tres: Mercados de capitales suficientemente grandes y sólidos y Cuatro: Rápidos y eficientes medios de comunicación y transporte.

“The Birth of Plenty,” Wiliam Bernstein, Mc Graw-Hill, 2004. (Ver un resumen aquí).

México tiene serias deficiencias en los cuatro factores, pero fijémonos hoy en el tercero de ellos – el mercado de capitales- donde en los últimos años se han conseguido avances espectaculares pero todavía insuficientes.

Como cualquier mercado el de capitales funciona gracias al encuentro de la oferta y de la demanda. Para ser robusto y floreciente el mercado de capitales requiere tanto de abundante oferta de capitales como de una demanda igualmente abundante de los mismos para financiar proyectos productivos e innovaciones altamente rentables. Sin embargo, no basta con la existencia de los capitales ni con la existencia de “sueños” o proyectos productivos para que se verifique el afortunado encuentro; se requiere un marco adecuado que de certidumbre a los dueños de los capitales y facilite a los demandantes de capital el acceso al mismo al menor costo.

En palabras de Benrnstein: La producción a gran escala de nuevos bienes y servicios requiere cuantiosos montos de dinero de otros (‘capital’). Aun si los derechos de propiedad están garantizados y la habilidad para innovar – derivada del pensamiento científico- está asegurada, hace falta además el capital para desarrollar esquemas e ideas. Casi ningún emprendedor por sí mismo tiene el suficiente capital para producir masivamente sus invenciones, por lo que el crecimiento económico es imposible sin un aporte sustancial de capital a partir de fuentes externas. Antes del siglo XIX, los mejores, los más brillantes y los más ambiciosos individuos de la sociedad tenían un escaso acceso a montos masivos de dinero que les permitieran transformar sus sueños en realidad.

Trasladado a la realidad mexicana, uno de los principales factores que han inhibido el desarrollo de un mercado de capitales de gran tamaño ha sido – por el lado de la oferta- la falta de certidumbre para los tenedores de capital acerca de la seriedad y factibilidad de los proyectos de inversión que demandan capital, así como la carencia de garantías – especialmente para los pequeños capitalistas- de que participarán en igualdad de condiciones de los beneficios y de la rentabilidad de las empresas.

El punto clave para destrabar este nudo ha sido crear un marco jurídico, en las empresas, que garantice prácticas de buen gobierno y plena transparencia para el público inversionista. De ahí, el extraordinario avance que representa la nueva ley del mercado de valores que entró en vigor apenas en junio pasado.

domingo, 29 de octubre de 2006

¿Cuándo fue tu primera vez?

A veces el aprendizaje no es otra cosa que la dolorosa pérdida de las ilusiones.


¿Cuándo fue la primera vez que te diste cuenta que los héroes no eran héroes?
¿Cuándo fue la primera vez que la prosaica realidad de la corrupción hizo tambalear lo poco o mucho que habías aprendido en las clases de civismo?
¿Cuándo fue la primera vez que dejaste de creer a pie juntillas esa patraña de que los políticos buscan antes que otra cosa el bien de los demás?
¿Cuándo fue la primera vez que te enteraste que no siempre ganan los buenos?
¿Cuándo fue la primera vez que tuviste que admitir que hay quien usa el nombre de Dios como coartada para esconder vergonzosas intenciones y aún crímenes abominables?
¿Cuándo fue la primera vez que te enteraste que no basta ser bueno, sino que además hay que ser inteligente?
¿Cuándo fue la primera vez que te rebelaste contra el igualitarismo salvaje que pretende darle a cada quien según sus necesidades y exigirle a cada cual según sus capacidades?
¿Cuándo fue la primera vez que la parábola del hijo pródigo no te gustó, porque te identificas más con el hijo responsable que permaneció trabajando en la casa paterna y al que nadie le hizo ninguna fiesta?
¿Cuándo fue la primera vez que descubriste que un buen café no sólo se hace con amor, sino con buenos granos de café?
¿Cuándo fue la primera vez que te indignó que te dieran la misma o menor calificación que al flojo y al incompetente porque a ellos, te dijo el maestro, “les cuesta más trabajo que a ti”?
¿Cuándo fue la primera vez que fuiste discriminado en el trabajo, en la escuela, en la academia, por no someterte a las reglas de la dictadura de los incompetentes?
¿Cuándo fue la primera vez que te dijeron que la verdad es inconveniente?
¿Cuándo fue la primera vez que comprobaste que detrás de las “vacas sagradas” – como el nacionalismo, la justicia social, la soberanía, la defensa de los más débiles, la promoción de la cultura y muchas otras- siempre hay carniceros que viven de mantenerlas intocables?
¿Cuándo fue la primera vez que te percataste de que hay personas “bien intencionadas” que hacen mucho daño porque creen que sus buenas intenciones bastan para que suceda lo correcto?
¿Cuándo fue la primera vez que un autodenominado filántropo te quiso estafar diciéndote que él no buscaba su beneficio sino hacerte un favor por pura bondad?
¿Cuándo fue la primera vez que intuiste que la pobreza es un gran negocio para quienes viven de ocuparse y preocuparse de los “pobrecitos pobres”?
¿Cuándo fue la primera vez que viste cómo la cobardía de los buenos es la mejor aliada de las tropelías de los malos?
¿Cuándo fue la primera vez que entendiste que un gobierno que busca más ser querido que ser respetado termina por destrozar las reglas del juego?

jueves, 26 de octubre de 2006

¿Por qué le conviene a Brasil que pierda Lula?

Una victoria del opositor Geraldo Alckmin el domingo sería una excelente noticia para el futuro de Brasil…y el de México.


“En los últimos años ha aumentado la distancia que nos separa de los países altamente desarrollados, porque estamos creciendo menos que la mayoría de las naciones en desarrollo. Y lo que es peor: mucho menos de lo que podríamos y necesitaríamos para dar empleo y oportunidades a nuestros compatriotas.
“Varios países que en la década de 1950 eran más pobres de lo que somos hoy, dieron el salto del subdesarrollo al desarrollo en el plazo de una generación. China y la India están caminando a pasos agigantados en la misma dirección. ¿Por qué estamos condenados a quedarnos atrás en esa carrera?”.
El país, “con sus excepcionales recursos humanos, con sus riquísimos recursos naturales (…) con una base industrial y con capacidad científica y tecnológica que se construyó en el siglo pasado y con la estabilidad política y económica que ha conquistado recientemente está listo para ganar en la carrera del desarrollo”.

He citado estos tres párrafos del programa de gobierno de Geraldo Alckmin no sólo porque el diagnóstico que el candidato opositor a Lula hace de Brasil puede aplicarse, letra por letra, a México, sino porque revelan uno de los principales y más justificados reproches que Alckmin le hace a los cuatro años de gobierno de Lula: No se realizó la segunda generación de reformas estructurales – muy similares a las que requiere México- que habrían catalizado el crecimiento económico de Brasil. En el caso de Brasil las reformas no se hicieron simplemente porque Lula no “cree” en ellas y las considera incompatibles con su ideario ideológico.

Otro reproche inevitable a Lula es la rampante corrupción de su partido, el Partido del Trabajo, que contaminó a su gobierno.

Lula desmintió, por fortuna, a todos los que hicimos hace cuatro años pronósticos sombríos respecto de su gobierno. Evitó el desastre fiscal que sus discursos de campaña presagiaba y fue notablemente más moderado como presidente que como candidato. Sin embargo, no corrigió a fondo la vulnerabilidad fiscal de Brasil (en eso México le lleva una considerable ventaja) y el gobierno sigue gastando mucho y gastando mal, como advierte Alckmin.

Reformó lo mínimo indispensable para evitar un colapso, pero eludió las reformas que, al incrementar la productividad, le habrían dado a Brasil tasas de crecimiento mucho mayores.

Para la segunda vuelta de las elecciones, este domingo, los sondeos le dan la ventaja a Lula sobre Alckmin, pero nada está escrito. Lo cierto es que la propuesta del opositor es mucho más ambiciosa, sólida y acorde con los desafíos de la globalización que la oferta de Lula.

A México le convendría, como acicate, tener en el sur a un formidable competidor – Brasil- que sí haya dado ese gran salto hacia el crecimiento sostenido a través nuevas reformas estructurales. Y eso sólo sucederá si Alckmin logra derrotar a Lula.

VER EXTENSA ENTREVISTA DE ALCKMIN CON FINANCIAL TIMES, HACIENDO CLIK AQUÍ

miércoles, 25 de octubre de 2006

¿Cuánto vale un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU?

Más allá de la retórica, para un país en desarrollo obtener uno de los puestos rotatorios en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas significa recibir más fondos de Estados Unidos y de la propia ONU durante el tiempo que dure el encargo.



Un bien sustentado análisis de Ilyana Kuziemko y Eric Werker de la Universidad de Harvard demuestra que hay una correlación positiva y significativa entre ocupar uno de los sitios rotatorios en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y recibir más ayuda externa de los Estados Unidos y de la propia ONU durante el tiempo del encargo. El trabajo de investigación tiene el contundente título de: "¿Cuánto vale un asiento en el Consejo de Seguridad? Ayuda exterior y sobornos en las Naciones Unidas". El trabajo puede leerse aquí.

Dicho sin circunloquios, el trabajo demuestra que hay un comercio entre votos y ayuda externa cuando se trata de que un país en desarrollo ocupe uno de los sitios rotatorios en el Consejo de Seguridad. Como apuntan los autores, estas conclusiones – sustentadas empíricamente – revelan no sólo la existencia de sobornos en las Naciones Unidas (a cambio de votos estratégicos) sino la imperiosa necesidad de reformar la ONU. Incidentalmente, y hablando de corrupción en ese organismo mundial, cabe recordar las acusaciones en contra del saliente Secretario General, Kofi Annan, por los beneficios que – se presume- habría obtenido su hijo, gracias a sobornos, dentro del programa de petróleo por alimentos de la ONU en Irak.

En este mes se vota en las Naciones Unidas la renovación de cinco de los diez puestos no-permanentes del Consejo de Seguridad. La semana pasada ya se definieron cuatro de los cinco sitios. El sitio restante, que corresponde a la región de América Latina y el Caribe, permanece en disputa, a pesar de que el lunes 16 de octubre Guatemala obtuvo más votos que Venezuela para ocupar el asiento, pero no logró los dos tercios necesarios del total de votos.

Ahora el gobierno venezolano, caracterizado por la inflamada retórica antiyanqui de Hugo Chávez (a pesar de que Estados Unidos es el principal comprador del petróleo venezolano de exportación), dice que retiraría su candidatura para promover la de Bolivia, cuyo gobierno "indigenista" de extrema izquierda encabeza Evo Morales.

La lectura habitual de estas disputas en los medios suele estar intoxicada de presunciones ideológicas. En este caso, la "lectura" es simple: Venezuela representa la oposición a Estados Unidos, en tanto que la candidatura de Guatemala sería apoyada por los países de la región alineados con el gobierno estadounidense.

Este trabajo de investigación le quita el halo romántico a esas lecturas y demuestra con solidez científica que, como en muchos otros casos, y más allá de la retórica, los políticos – también en el terreno internacional- luchan por apropiarse de mayores rentas o de porciones más grandes del dinero de los contribuyentes.

martes, 24 de octubre de 2006

¿Qué tanto nos interesa la educación?

La tendencia en el mundo y en México es que las familias destinan un porcentaje mayor del gasto a la educación de lo que hacían hace dos décadas. Esto ¿significa que los gobiernos están “fallando” en esa materia?, ¿significa que cada vez valoramos más la educación?


Según la más reciente Encuesta Ingreso-Gasto de los hogares (INEGI), las familias mexicanas destinaron en promedio en 2005 el 14.8% de su gasto total a “educación y esparcimiento”.

Este porcentaje es notoriamente más alto que el que se destinaba hace unos 20 años, pero es más bajo que el registrado en el año 2000. Baste decir que en el año 2000 las familias mexicanas en promedio gastaban casi lo mismo en transporte que en “educación y esparcimiento”, mientras que hoy destinan al transporte el 18.9% de los gastos monetarios. (Alimentación sigue siendo con mucho el primer rubro de gasto, al que se destina en promedio el 29.8% del gasto monetario en los hogares).

Este cambio puede obedecer a muchas causas, probablemente a la combinación de varias de ellas, y sería temerario extraer conclusiones inmediatas.
Lo cierto es que, como tendencia de largo plazo, las familias mexicanas suelen otorgar un alto valor a la educación, al grado de que aun en periodos de crisis económica mantienen o incluso incrementan el porcentaje de los recursos familiares destinados a ese fin.

Cuando presenciamos la angustiante prolongación de conflictos que afectan gravemente a la educación pública, como el que se vive en Oaxaca, tendemos a pasar por alto que -independientemente del estancamiento, agravamiento o solución del conflicto en las instancias políticas y gubernamentales- las familias no suelen quedarse cruzadas de brazos y tratan de poner remedio a la carencia. Sería interesante investigar qué soluciones alternativas – que las hay- le están dando las familias en Oaxaca a la carencia de enseñanza pública formal básica para las niñas y los niños.

Lo más trágico sería que el “reflejo estatista” – la percepción de que es el gobierno y sólo el gobierno quien tiene que hacerse cargo de las cosas- fuese tan arraigado entre las familias que éstas viesen este lamentable conflicto como una fatalidad insuperable, ante la cual sólo cabe resignarse.

Sin duda, el conflicto en sí confirma que los gobiernos en su conjunto – diferentes niveles e instancias – están fallando, pero ante estos fallos graves de la acción gubernamental en la provisión de un “bien público” indispensable, la sociedad suele reaccionar de inmediato, no sólo reprobando a los gobiernos, sino inventando soluciones, como sucede en el caso de la inseguridad pública.

Lo cierto es que, sea en gastos directos extraordinarios – por ejemplo, pagando onerosas colegiaturas en escuelas privadas o destinando recursos para suplir en el hogar lo que no está dando la escuela pública- o sea en costos de oportunidad (lo que se está dejando de hacer), este conflicto está costándole muy caro a quienes menos tienen en Oaxaca.

Imperdonable, sin duda.

lunes, 23 de octubre de 2006

Los extraterrestres aprenden economía

Tal vez el mayor desafío es encontrar cuál es el lenguaje más eficaz para diseminar conocimientos a través de la red: ¿Qué tal los videojuegos en tres dimensiones con gran despliegue dramático, digamos unos alienígenas que tienen que aprender cómo lidiar con la escasez?



En la Universidad de Carolina del Norte en Greensboro el curso de microeconomía – ECON 201- es un videojuego en el que unos extraterrestres, llamados Sarbonianos, llegan a un planeta Tierra posterior al Apocalipsis provenientes de un mundo en el que no se conoce la escasez.

Conforme discurre la trama, llena de efectos espectaculares de sonido e imágenes semejando las tres dimensiones, los Sarbonianos empiezan a discurrir cada vez más como economistas y escuchamos razonamientos como el siguiente: "A partir del análisis de nuestros datos de producción, estimo que somos más que capaces de crear un superávit. Si podemos construir un inventario que nos abastezca en ausencia de trabajadores, entonces podremos justificar el costo de oportunidad".

Vale la pena echarle un vistazo a una muestra introductoria del curso en este sitio de la Internet.

Lo vistoso de la experiencia y el despliegue tecnológico pueden distraernos de lo que, a mi juicio, es lo más importante de este tipo de ensayos didácticos: La eficacia de estas experiencias – que consiste en que los alumnos realmente aprendan la materia y la aprendan bien, maximizando el beneficio con relación a los costos- radica en gran medida en que se conjunte el talento de tres tipos de especialistas: El profesor que conoce la materia (el economista en este caso), los escritores de la trama que logren hacerla verdaderamente amena y hasta apasionante sin poner en riesgo la calidad de lo enseñado y, por supuesto, los especialistas en informática y diseño que doten a la historia didáctica de toda la parafernalia cibernética que se espera de un videojuego exitoso, además de que deberán crear las interfaces que faciliten el desarrollo del curso a distancia (ejercicios, mecanismos de calificación, controles de acceso y demás).

En otras palabras, que el videojuego sea espectacular no garantiza que sea un mejor recurso didáctico que una clase tradicional; que la historia que se usa como pretexto sea interesante desde el punto de vista dramático tampoco garantiza que los alumnos aprendan, aunque se diviertan. No son problemas nuevos; lo nuevo es la tecnología que permite, al menos en teoría, diseminar por todo el planeta los conocimientos a un bajísimo costo por persona. Exactamente el mismo atractivo que la red ofrece para distribuir libros en formato electrónico y otros productos intelectuales e intangibles.

Por lo pronto, se me ocurre que algún buen maestro de economía podría impulsar la creación de un videojuego que muestre en toda su contundencia el dato básico de la economía: La escasez. ¿Los alumnos?, ¿qué tal los diputados en vísperas de discutir el presupuesto de egresos?

domingo, 22 de octubre de 2006

Los titiriteros y las marionetas

El titiritero que seducía a las multitudes por lo visto ha dado su última función memorable. Le quedan dos caminos: Apurar hasta el fondo la copa del ridículo o desaparecer del escenario con gran sigilo.


Aunque hay quien con sorprendente laxitud les da el nombre de periodistas, más bien habría que calificarlos de mensajeros dóciles y serviciales. Marionetas de algún titiritero. Que sus escenificaciones se lleven a cabo en las páginas de los periódicos, o en los espacios que la radio y la televisión dicen reservar para la información y las opiniones, no los hace periodistas, sino herramientas de la propaganda.
Hace unos días una de las marionetas más dúctiles que ha prestado servicios a los más variados titiriteros fue expulsada del escenario. Quienes le daban cobijo cotidiano a sus descuidados exabruptos, a sus invectivas contra los adversarios del titiritero mayor, a sus efusiones de incondicional amor hacia el mismo titiritero, le dijeron que se acabó la fiesta, le quitaron de la noche a la mañana su espacio y lo lanzaron a la fría oscuridad. Así de triste es la vida de algunas marionetas que se consumen demasiado rápido en el fuego de la propaganda. Triste, porque una marioneta tan versátil que ha servido a tantos amos tan diversos y de talantes tan extremos, difícilmente encontrará un nuevo amo a quien servir. Nadie querrá en su elenco a marioneta tan vista, tan gastada, tan poco verosímil…
La noticia no es que echen del escenario a una marioneta desechable por naturaleza – mientras más abyecto el personaje, más proclive a ser descartado-, sino que el otrora famoso titiritero, el prodigioso seductor de multitudes, aquél que estuvo a punto de adueñarse de todo el escenario, ha dado su última función. Le queda elegir entre dos caminos poco agradables: salir sigiloso de la escena, lamiendo sus heridas o intentar la fuga hacia delante: Apurar hasta el fondo el cáliz del ridículo.
Referencia histórica:
“En aquel tiempo, el Partido trataba a escritores menores como la madame de un burdel a su última adquisición. Primero les daba confianza, incluso afecto; luego les pedía pequeños servicios – material que pudiera utilizar, un nuevo enfoque sobre algún asunto- y les pagaba por ellos; y muy pronto, las víctimas aceptaban con exclamaciones de alegría cualquier propuesta o imposición. Los más adaptables se convertían en matronas de burdel”
(Donald Rayfield en Stalin y los Verdugos, refiriéndose a los años de la década 30 del siglo pasado en la Unión Soviética).
Noticia relacionada aquí.
La función debe continuar. Desde la sombra, otros titiriteros siguen cultivando marionetas disfrazadas de periodistas. Les piden servicios diversos: “Pégale a Fulano”, “desprestigia a Zutano”, “siembra dudas”, “elogia a Perengano, que es de los nuestros”…Y, como en aquellos tiempos, sigue siendo el señuelo mayor para acicatear a las marionetas la promesa de que algún día llegarán a regentear el burdel…

jueves, 19 de octubre de 2006

Perplejidades de un ignorante sobre los “bienes públicos”

La distinción convencional entre bienes públicos y bienes privados no es tan sólida como parece. ¿Por qué cada vez más en el mundo un mayor número de personas están prefiriendo que sean agentes privados en competencia quienes los provean de bienes que se definen como públicos?


Dudar y preguntar son, a mi juicio, dos actitudes sumamente recomendables. Un nada convencional trabajo del profesor Hans-Hermann Hoppe, quien se define a sí mismo como filósofo anarco-capitalista, me ha generado una duda más que razonable sobre la solidez intelectual de la distinción que la mayor parte de los economistas hacen entre bienes públicos y bienes privados. El trabajo en cuestión se llama, en español, “Falacias de la teoría de los bienes públicos y la producción de seguridad” y está tomado del libro de Hoppe “The Economics and Ethics of Private Property” (Kluwer Academic Press, Norwell, Mass., 1993). Para ver más sobre Hoppe: AQUÍ.
Tomo una descripción de los “bienes públicos” que justo ayer difundió en su colaboración habitual, mi amigo y brillante economista José Manuel Suárez Mier:

“El gobierno debe brindar bienes y servicios de características inusuales que hacen muy difícil que sean ofrecidos en forma espontánea por los mercados. Una vez ofrecidos los llamados “bienes públicos” es imposible excluir a usuarios potenciales. El alumbrado público y la seguridad nacional son buenos ejemplos.”


Aunque los “bienes públicos” son sufragados por la sociedad es evidente que hay algunos individuos o grupos que sin cooperar para el financiamiento de esos bienes disfrutan de ellos (por ejemplo, quienes no pagan impuestos). Esto por dos razones, una de índole práctica – sería imposible excluirlos, una vez ofrecidos dichos bienes- y otra, tal vez – subrayo “tal vez”-, de índole moral: No deben ser excluidos, tienen alguna suerte de derecho natural a esos bienes.
El mayor problema con esta distinción radica – a mi entender- en el postulado: “Deben ser brindados por el gobierno, porque es muy difícil que sean brindados en forma espontánea por los mercados”. ¿Podemos estar seguros de ese “deben ser ofrecidos por el gobierno”?, ¿significa, además, que deben ser ofrecidos “sólo” por el gobierno?, ¿estamos seguros de que los particulares no tienen incentivos para ofrecer dichos bienes en condiciones de competencia, aun con la inevitable presencia de “free-riders” o gorrones?
De hecho, hay muchos “bienes públicos” que son ofrecidos por empresas privadas en competencia - seguridad sería un ejemplo típico- y que son preferidos, por diversas razones y por muchas personas, a los bienes públicos que con la misma etiqueta ofrece el gobierno. Sucede todos los días y a la vista de todos, y esa de ninguna manera es “una falla de los mercados” sino una falla flagrante de los gobiernos. ¿Se trata de una situación excepcional contraria al “deber ser” desde un punto de vista ético?
No lo creo. Valdría la pena que sin miedo a lesionar un convencionalismo más o menos útil, quienes de veras saben discutiesen de nuevo este asunto. Por lo pronto, la realidad nos está diciendo otra cosa que la definición generalmente aceptada.

miércoles, 18 de octubre de 2006

Internet y el fomento a la lectura

¿Un libro específico puede competir contra sí mismo en precio? Por supuesto que sí.


Hay innumerables ediciones de El Quijote: Cuidadas, descuidadas, baratas, caras, ilustradas, sin ilustraciones, con valiosas citas a píe de página y prólogos preciosos, con erratas, en partes o en un solo volumen. Esto es posible no sólo porque quienes hacen esas ediciones no tienen que pagarle un solo centavo a Miguel de Cervantes Saavedra o a sus herederos – si los hubiere-, sino porque un libro de tal excelencia puede tener públicos y mercados innumerables.
Quienes promueven el precio único de los libros – la prohibición de los descuentos, con la peregrina ilusión de que ello hará que broten por doquier librerías pequeñas que sean negocios rentables- argumentan que un libro no puede competir contra sí mismo. Falso.
Si queremos otro ejemplo, basta pensar en quienes editamos y vendemos nuestros libros por Internet (cada día hay más) a precios muy bajos en comparación con los precios de una edición tradicional en papel que entra a la complicada cadena de distribución habitual, pero nos reservamos la opción, si así lo demanda el mercado, de hacer ediciones idénticas del mismo libro en papel que tendrán que venderse inevitablemente a mayor precio (no sólo por los costos de impresión, sino sobre todo por el amplísimo margen de ganancia que exigen los distribuidores – libreros- respecto del precio final de venta al público, en ocasiones el 50 por ciento). Hace unos meses lancé en la red mi libro “Populismo: Una cura milagrosa” exclusivamente en edición electrónica (puede adquirirse a sólo $2.90 dólares AQUÍ ) con alentadores resultados, considerando la casi nula promoción y la natural resistencia de los lectores tradicionales – típicamente los mayores de 30 años- a esta nueva presentación de ese producto cultural – una oferta cifrada que se ofrece a los lectores para ser descifrada- que llamamos libro. Es probable que ofrezca en breve la edición en papel a petición de muchos lectores y será inevitable que esa eventual edición tenga un precio más alto que la de Internet.
El problema del precio de los libros sólo pueden resolverlo la productividad y el mercado. Recuérdese que el mercado no es una abstracción – como suelen creer sus enemigos- sino la combinación de cientos, miles, millones de personas decidiendo libremente cómo asignar sus recursos escasos entre bienes en competencia.
Ese mecanismo, el mercado libre, es lo mejor que la humanidad ha encontrado para encontrar los precios óptimos de cada bien en cada lugar y cada momento determinado. Ese mecanismo también es el mejor que tenemos para aproximarnos a los volúmenes de producción “ideal” de un bien y para acercarnos al precio más bajo posible.
Por ello, la Internet está llamada a ser en un futuro próximo el mecanismo ideal de distribución y abaratamiento de los libros. En otras palabras, el mejor mecanismo para fomentar la lectura.

martes, 17 de octubre de 2006

Periodismo, bitácoras en la red y patrañas

¡Qué vergüenza! Un empresario que vende agroquímicos hace mejor periodismo, con su bitácora diaria en la red, que un periódico, una revista, un noticiario de radio y una editorial de libros de escándalo ¿Ya se nos olvidó investigar lo elemental?


Un periódico y una revista – emblemáticos ambos de la "izquierda" mexicana-, así como un programa informativo de la radio parece que han difundido en días recientes una gran patraña, eso sí disfrazada de "valiente denuncia" contra un familiar del Presidente de la República. La patraña es anticipo de un libro que ya se anuncia como obra de escándalo y denuncia.

El lunes 16 en su bitácora o weblog – "Disiento, luego existo" - un vendedor de agroquímicos, Ramón Mier, puso al descubierto una trama de falsas noticias encaminadas, al parecer, a poner en la picota al Presidente Vicente Fox.

El presunto escándalo consiste en que un hermano del Presidente se habría robado o pretendería robarse la patente de un milagroso medicamento que habría salvado la vida de un menor aquejado de una misteriosa enfermedad. Igualito que en la trama de " Lorenzo's Oil", el descubridor de la medicina milagrosa es el padre del menor arrebatado a la muerte; en este caso, un hombre de negocios. Tan "original" es la patraña que se le bautizó como "Proyecto Andy", el nombre del niño supuestamente curado.

Lo que descubrió Ramón con una pequeña investigación en Internet es lo siguiente: 1. No hay noticias de que exista tal enfermedad misteriosa en los anales de la medicina mundial (a la que el denunciante le dio el extraño nombre de "mellieu mitocondria"), 2. El medicamento milagroso no es tal, sino un nutriente de proteínas de pescado, sin olor y sin sabor, que se vende por Internet a $21.50 dólares el frasco con 90 cápsulas de 500 miligramos, y en cuyos anuncios se advierte textualmente:"Estos productos no son idóneos para diagnosticar, tratar, curar o prevenir enfermedades". Por lo tanto, no hay tal patente, sino en todo caso una marca más de uno de tantos "productos" a los que cierta propaganda tramposa atribuye propiedades milagrosas.

Todas las reglas elementales del periodismo – verificar, evaluar la confiabilidad de la fuente, exigir pruebas documentales- fueron pasadas por alto por los colegas del periódico, de la revista y del programa de radio, me imagino, porque se trataba de una denuncia contra un familiar del Presidente. En tiempos del partido casi único sucedía al revés: No había pruebas que valieran si se trataba de ocultar algo que incomodara al Presidente; ahora no se necesitan pruebas, bastan los dichos de cualquier charlatán, si de lo que se trata es de darle un "golpe mediático" al Presidente o a su familia. Y para coronar el pastel: una editorial supuestamente prestigiada ya está promoviendo el libro de la "denuncia", tan conveniente a ciertos intereses. Al rato, los vendedores ambulantes nos van a vender las "milagrosas" pastillitas.

¡Qué vergüenza!

"Los Miserables" y López

Si uno quiere darle un poco de grandeza - que no la tiene- a la triste historia del prodigioso charlatán derrotado definitivamente en su tierra, puede recurrir a la acerada frase con que Mario Vargas Llosa explica por qué "Los Miserables" de Víctor Hugo fue la última novela clásica - así como unos años antes Flaubert con "Madame Bovary" había inaugurado la novela moderna-. La frase, memorable, es la siguiente:

"En realidad, este soberbio titiritero ofrece su última función"


Que así sea.

lunes, 16 de octubre de 2006

¿Funcionaría un impuesto contra la obesidad?

¿Qué eficacia tendría, como estrategia de salud pública, gravar los alimentos ricos en grasas y azúcar?, ¿serviría para disminuir los altos índices de obesidad en México?


Dentro de los países de la OCDE, México tiene ya el dudoso honor de ser el segundo en porcentaje de población con obesidad o sobre-peso, sólo detrás de Estados Unidos. En México el 62.3 por ciento de la población adulta tiene sobre-peso y el 24.2 por ciento clasifica como obesa (en Estados Unidos, los porcentajes son 65.7 por ciento y 30.6 por ciento, respectivamente). Además, crece en forma alarmante el número de niños y adolescentes con sobre-peso u obesidad, que algunos estudios calculan ya en 25 por ciento de la población en dichas edades.

Las graves consecuencias para la salud derivadas del sobre-peso son conocidas. No sería extraño que en México se empezara a discutir, al igual que ya sucede en Estados Unidos, la conveniencia de complementar las campañas de salud pública contra la ingesta excesiva de alimentos con altos contenidos de grasas saturadas y/o azúcar, con medidas fiscales: Imponer gravámenes específicos a dichos alimentos, similares a los " sin taxes" (impuestos al pecado) con que se gravan el tabaco, las bebidas alcohólicas o el juego.

Hace unos días, Gary Becker y Richard Posner examinaron las ventajas y desventajas de un eventual " fat tax" en Estados Unidos. Ambos son escépticos respecto de la eficacia de un impuesto de esa naturaleza para desalentar el avance de la obesidad. Posner, por ejemplo, insiste que es más importante gravar los refrescos ( soft drinks) con alto contenido en azúcar a los que tan aficionados son niños y adolescentes en Estados Unidos. Para el caso de México deberíamos preocuparnos doblemente por lo que hace al azúcar, no sólo por el altísimo consumo por persona sino porque se trata de un mercado distorsionado por la injusta y abrumadora protección gubernamental que reciben las prósperas agrupaciones cañeras. ¿No es aberrante que castiguemos con impuestos y aranceles – violatorios, por cierto, de los acuerdos de libre comercio- los edulcorantes bajos en calorías, y premiemos el consumo de azúcar?

Desde luego, un impuesto a los "alimentos malos" –que propician la obesidad- buscaría fines de salud pública, no recaudatorios. Para que fuese eficaz tendríamos que cerciorarnos de que hay una elasticidad significativa entre el precio de esos alimentos y su demanda (de lo contrario, sería un gravamen fuertemente regresivo – perjudicaría más a quienes tienen menores ingresos- ya que tales "alimentos malos" abundan en la dieta popular de los mexicanos, y no abonaría mucho a la salud pública).

Adicionalmente, deben considerarse tanto o más perjudiciales que dichos alimentos los hábitos sedentarios; la falta de ejercicio físico que suele imponer la vida cotidiana en las grandes ciudades.

En todo caso ahí queda el asunto para su discusión. No me extrañaría que próximamente lo incluya en su agenda más de un político astuto. Se los paso al costo.

sábado, 14 de octubre de 2006

El “Grameen Bank” más allá de la anécdota

Hay algunas características clave del Grameen Bank ideado por Muhammad Yunus, que merecen entenderse para no confundir esta exitosa experiencia con otras iniciativas que han fracasado.


Que el Premio Nobel de la Paz haya sido otorgado este año, a partes iguales, al Grameen Bank y al economista Muhammad Yunus – creador del banco, pero no su dueño- ha sido un gran acierto que ayuda a olvidar varios de los lamentables premios Nobel de la Paz de años pasados. Nada contribuye más a la paz que la creación de prosperidad para quienes menos tienen, sea a través del libre comercio o sea a través de iniciativas que transforman a los desposeídos en propietarios, no en “proletarios” resentidos y desesperados.
El Grameen Bank a primera vista se parece a otras iniciativas que no siempre han tenido éxito, como las cooperativas de ahorro y préstamo o algunos bancos de fomento subsidiados con fondos públicos. Este primer vistazo es totalmente engañoso.
La primera característica singular del Grameen Bank es que el negocio no es el banco, sino que el banco preste cada vez más y cada vez a más gente. Para lograrlo se necesita que los dueños del banco cuiden la solvencia del banco – el retorno de la inmensa mayoría de los préstamos, que en este caso es superior al 95 por ciento- y al mismo tiempo le den primacía al beneficio de los acreditados, no a las utilidades de los accionistas. Obviamente, este “milagro” sólo se puede lograr si los dueños del banco son los propios acreditados; y por eso Muhammad Yunus NO es accionista del banco. No hay otra forma, ni el gobierno, ni alguna filantrópica ONG, ni alguien ajeno a los acreditados cuidará mejor el interés de los acreditados que ellos mismos.
Los préstamos jamás son a fondo perdido, pero el esquema de pagos (mínimas cuotas semanales o bisemanales) facilita los pagos. No hay colaterales; la garantía es el interés de los propios acreditados en que los negocios productivos (por ejemplo, la fabricación y venta de canastos de paja) funcionen y den servicio a los préstamos. Por eso, la clave es que el banco es meramente un instrumento de miles de pequeños negocios, pero como es un instrumento indispensable las dueñas del banco – que son las acreditadas- no podrán en riesgo la permanencia del banco incurriendo en prácticas financieras ruinosas. El fin de las dueñas del banco no es acrecentar las utilidades del banco, sino acrecentar el capital de esa multitud de pequeños negocios, e inversiones en capital humano, que el banco financia, pero que el trabajo de esas acreditadas es el que hace rentables y productivos.
Vale la pena leer dos pequeños textos escritos por Yunus en agosto pasado: “¿Es el Grameen Bank diferente de los bancos convencionales?” y “¿Qué es un microcrédito?”, para entender en toda su profundidad esta auspiciosa experiencia que ha hecho propietarias a decenas de miles de mujeres (ver aquí y aquí también).

viernes, 13 de octubre de 2006

"Día de la raza", ¡Yo, pecador!

Acabo de caer en la cuenta: Ayer, día de la Raza, comí en el Casino Español, sí el que está en la céntrica calle de la reina Isabel la Católica. Y disfruté una fabada asturiana y un vino catalán, Sangre de Toro. ¿Qué he hecho?, ¿vendrán en la noche los feroces guerreros aztecas y me inmolarán, por traidor, en la piedra de los sacrificios? Créanme, caballeros de la guerra florida, fue sin querer..., pero lo disfruté mucho.

jueves, 12 de octubre de 2006

Dos caminos preferidos para ganar dinero

La “carne” en la mayoría de las negociaciones políticas es el dinero público del presupuesto o el dinero del público que los cazadores de rentas buscan obtener del gobierno, apropiándose del excedente de los consumidores.


De forma esquemática, en este mundo hay tres caminos para obtener rentas o utilidades:
Uno. Competir en un mercado libre; un camino en el que las rentas, conforme avanza la competencia, tienden a disminuir y que exige una constante renovación de la productividad o “destrucción creativa”. En este camino los consumidores tienen el poder efectivo.
Dos. Obtener mediante un arreglo político con el Estado una porción de los recursos presupuestales y dedicarse a negociar sucesivos avances en esa apropiación del presupuesto. Aquí, los políticos – los que deciden el presupuesto- tienen el poder efectivo.
Tres. También mediante un arreglo político obtener del Estado determinadas reglas del juego que permitan apropiarse de los excedentes del consumidor; tales reglas del juego en realidad autorizan abierta o veladamente el ejercicio de prácticas monopolísticas –en nombre de alguna causa más o menos noble, como la defensa de los intereses de los trabajadores o el fomento de la lectura o la preservación de los valores nacionales- y pueden ser aranceles a la importación, restricciones de entrada a nuevos competidores en el mercado, estatutos de exclusividad. También aquí los políticos, quienes diseñan o aplican leyes, reglamentos y regulaciones, tienen el poder efectivo.
En la mayoría de los países de Hispanoamérica las grandes fortunas se han forjado mediante los caminos Dos y Tres, es decir: A través de arreglos políticos que o expolian a los contribuyentes (camino Dos) o expolian a los consumidores (camino Tres). El camino de la competencia en el libre mercado, que supone una batalla constante por incrementar la productividad para mantenerse en el mercado o ganar nuevas porciones de él, no sólo es más difícil, sino que suele ser condenado por la mayoría de los políticos, debido a que le resta poder a los gobiernos, es decir: a los mismos políticos.
Hace seis años escribí lo siguiente, respecto del camino Dos: El presupuesto público es, en cierta forma, el resultado de un proceso de expansión del gasto gubernamental que tiende al infinito, “en tanto la ganancia marginal de votos generada por el gasto supere la pérdida marginal de votos ocasionada por los impuestos requeridos para financiar el gasto” (Anthony Downs en Teoría Económica de la Democracia, 1957). La situación actual es exactamente la misma, en este sentido, que en octubre de 2000. Las reacciones airadas en contra de cualquier crítica a los beneficiarios de ese gasto se entienden de sobra: Defienden sus rentas.
Respecto del camino Tres: ¿Alguien puede extrañarse que algunos de los grandes magnates nacionales prefieran en toda circunstancia persuadir a políticos y funcionarios públicos que convencer a millones de consumidores? No, los señores saben que quien decide en este camino nunca es el consumidor. Éste, el consumidor, sólo es expoliado.

miércoles, 11 de octubre de 2006

Una respuesta a “unamitas” indignados

Para cerrar el asunto de la andanada de reclamos, vituperios y amenazas que recibí por ser mensajero de noticias poco agradables, reproduzco la carta que he enviado a varios “unamitas” enojados.

“Lamento su interpretación de mi artículo del lunes pasado. La fuente de la información es clara: THE WORLD 200 UNIVERSITIES publicado el 6 de octubre por The Times de Londres. Me permito adjuntarle el documento completo para que, si usted así lo considera pertinente, haga las reclamaciones correspondientes a esa publicación británica.
“Es claro que en el indicador (con una ponderación de 20%) llamado Citations/Faculty Score aparece, en el caso de la UNAM, cero.
“El documento que le adjunto contiene también explicaciones acerca de la realización del estudio, los criterios, las fuentes y la metodología.
“Si lee con atención mi artículo yo me limito a dar cuenta de los resultados del estudio y explicar, brevemente, los criterios que aducen los editores de The Times.
“Y si lee con atención las explicaciones de The Times sobre cómo calificó a las universidades en ese indicador, verá que ponderó el número de citas de trabajos de investigación de cada universidad en otros trabajos de investigación, dividiéndolo entre el número de investigadores de la universidad calificada.
“Si hay muchos más investigadores registrados como tales en la universidad, que investigaciones de esa universidad citadas en los trabajos de revistas especializadas, la calificación tenderá será baja, cercana a cero o incluso de cero. Así de fácil.
“Pero eso lo dice The Times, no yo. No maten al mensajero de las malas noticias. Mi pecado fue reportar lo que dice el estudio. No inventé nada.
“Gracias por la información adicional. Qué bueno que en la UNAM se hagan investigaciones “de primer nivel” – lo que quiera que ello signifique-, y qué lástima que el cúmulo de investigaciones relevantes de la UNAM no alcance a destacar en ese listado internacional de The Times porque el cúmulo de investigadores (faculty) es mucho mayor que las citas de investigaciones relevantes.
“Hay dos soluciones al problema: Tener menos investigadores-profesores (faculty) en la nómina – quedarse con los más productivos- o acallar a los periodistas criticones. La primera solución es horriblemente despiadada y neoliberal; además, tendría el inconveniente de que si se reduce la nómina de investigadores-profesores de tiempo de completo, bajaría la calificación de la universidad en otro de los indicadores – el de número de profesores-investigadores por alumno-, algo que nadie, al parecer, desea.
“La segunda solución es al parecer la solución menos conflictiva y tiene la ventaja de que no afecta a nadie del gremio unamita. Así pues me callo…, por ahora”.

martes, 10 de octubre de 2006

La ira "unamita"

Me temo que algunos propagandistas de la "máxima" casa de estudios cayeron en su propia trampa: El mismo "ranking" que hizo avanzar a la UNAM más de 20 puestos en solo un año, le da a esa universidad una calificación de cero en el indicador de investigación. ¿Solución? Maten al mensajero.


Era previsible que si nos poníamos a escudriñar la metodología que siguió The Times de Londres en su lista anual de las 200 mejores o principales universidades del mundo, iban a surgir problemas. Una cosa es lanzar a los cuatro vientos la buena nueva de que la UNAM avanzó sorprendentemente y en solo un año más de 20 puestos en el listado y otra, engorrosa y molesta, meterse a ver cómo le hicieron, quienes confeccionaron esa clasificación, para ubicar a cada universidad en competencia con las demás.

Ayer expliqué la metodología que sigue el estudio – y una explicación extensa puede encontrarse en la propia publicación de The Times en la red- y advertí que ninguno de los indicadores es infalible pero suenan "aceptables". Me llamó la atención el hecho de que suficientes académicos y científicos entrevistados para el estudio – no se especifican cuántos ni quienes- hayan mencionado a la UNAM como universidad prestigiosa como para darle un lugar destacado en la lista, pero que esos mismos académicos e investigadores (¿u otros?) no citan, en sus trabajos difundidos por publicaciones científicas especializadas, investigaciones originales de la UNAM como referencia.

Una pista adicional para intentar explicarse esta disparidad es que universidades míticas como la Sorbona (que ocupa el vergonzoso último lugar de las 200) también aparecen con cero en ese registro, así como algunas universidades asiáticas, pletóricas de alumnos. En cambio, instituciones menos conocidas, como la Escuela Normal Superior de Lyon, Francia, tienen una envidiable calificación en ese rubro. ¿Será que en esta última institución se obliga a los investigadores a escribir en inglés y/o en publicaciones de mejor reputación científica?

Lo curioso del asunto es que ninguna de las airadas reacciones de algunos defensores de la UNAM, que recibí lunes y martes profusamente, se atreviese a poner en duda la metodología de The Times (¿cómo iban a hacerlo si en el listado final la UNAM obtenía el mejor lugar del mundo hispanoamericano?), pero sí me regalaron toda clase de adjetivos, calificándome de ignorante o incompetente ¡por señalar que según el mismo estudio la UNAM no pesa en la generación de investigaciones científicas en el mundo! Repito: Yo no lo digo, lo dice el estudio de The Times sustentado en la extensísima base de datos de citas y trabajos académicos del Scientific Thomson de Filadelfia.

En fin: Reacciones muy poco objetivas. Quieren el aplauso, pero rechazan airados cualquier observación crítica. Salvo excepciones, debo admitirlo, como la de un académico de la UNAM que reconoció que en efecto no es tiempo de festejar, sino de ponernos a trabajar…luego del regaño por haberme metido, vulgar periodista, en terrenos reservados a las elites académicas.

lunes, 9 de octubre de 2006

Investigaciones "inútiles", pero divertidas

¿Por qué los espaguetis no se rompen a la mitad?, ¿por qué le gente detesta el sonido de las uñas deslizándose sobre un pizarrón?, ¿es un gourmet – comedor minucioso- el escarabajo de estiércol?, ¿cuáles son las consecuencias del uso de palabras innecesariamente largas en el lenguaje erudito?, ¿un masaje rectal es el mejor remedio para episodios de hipo resistentes a otros tratamientos?


Cada año en octubre se entregan los premios Nobel y también los premios Ig Nobel, que algunos traducen como "premios innobles". Los Ig Nobel de este año 2006 se entregaron el jueves pasado en el teatro Sanders de la Universidad de Harvard, por parte de la organización "Improbable Research", que, dice su lema, se ocupa de "investigaciones que hacen que la gente se ría, y entonces piense" (ver aquí).

Algunos de los premios de este año: En ornitología, se otorgó a dos investigadores de las Universidades de California en Los Ángeles y en Davis, por explorar y explicar por qué los pájaros carpinteros no sufren dolores de cabeza.

En nutrición el premio fue para investigadores de Kuwait que lograron demostrar que los escarabajos de estiércol son comedores refinados o "gourmets"; hallazgo que se encuentra en el trabajo: "Dung Preference of the Dung Beetle Scarabaeus cristatus Fab (Coleoptera-Scarabaeidae) from Kuwait".

Investigadores españoles recibieron el galardón en química por sus trabajos acerca de los efectos de la velocidad ultrasónica sobre la temperatura del queso cheddar.

El premio de medicina este año fue por el documentado reporte de un caso clínico: "Terminación del hipo intratable, mediante masaje digital en el recto".

Más divertido, a mi juicio, fue el premio de medicina del año 2005, otorgado al estadounidense Gregg Miller por su invención de testículos de goma de reemplazo para perros castrados, en diferentes tamaños y con diversos grados de firmeza.

Aunque no se queda atrás otro premio, este en economía, otorgado en años pasados a Karl Schwalzer y al país de Lichtenstein por hacer posible el alquiler de una nación entera para bodas, bar-mitzvas y otras reuniones.

Este año, el premio Ig Nobel de literatura fue para un documentado estudio de Daniel Oppenheimer de la Universidad de Princeton acerca de las consecuencias del uso de palabras innecesariamente largas en el lenguaje erudito.

El premio en acústica correspondió a una investigación acerca de por qué las personas se molestan con el ruido de las uñas de los dedos rascando la superficie de un pizarrón, en el que intervinieron académicos de varias universidades estadounidenses.

El premio en matemáticas este año correspondió al estudio de científicos australianos acerca del número óptimo de fotografías que se deben tomar para (casi) asegurarse de que nadie aparecerá con los ojos cerrados en una fotografía de grupo.

Tal vez para la edición 2007 de los premios Ig Nobel, algunos especialistas mexicanos en ciencias sociales o en matemáticas aplicadas podrían proponer una original investigación acerca del tamaño óptimo de las mesas de negociación en conflictos políticos aparentemente irresolubles.

sábado, 7 de octubre de 2006

UNAM: ¿Triunfalismo justificado?

La UNAM avanzó este año varios sitios en los World University Rankings difundidos por The Times Higher Education Supplement el viernes pasado. Muy bien. Pero, ¿sabe usted cuál es el peso de la UNAM en el mundo en términos de investigación? Cero.


La única universidad latinoamericana que aparece en el listado de las 200 principales universidades del mundo es la Universidad Nacional Autónoma de México (para ver el listado en línea es necesario estar suscrito a The Times pero puede optarse por una suscripción gratuita a prueba por 14 días aquí). El año pasado, 2005, estuvo en el sitio 95; este año, 2006, está en el sitio 74. Muy bien. Festejemos. Pero, ¿qué significa en realidad este sitio?

The Times considera seis indicadores ponderados para obtener el puntaje global de cada institución; puntaje que, a su vez, le otorga su sitio en la lista de las 200 principales. El principal indicador, con un peso de 40%, es el “Peer review score”, es decir la opinión de académicos respecto de cuáles son las universidades más prestigiadas en sus respectivas especialidades; los dos siguientes indicadores, cada uno con un peso de 20%, son la relación de personal académico de planta a número de alumnos (mientras menos alumnos por académico, mejor) y el número de citas de investigaciones realizadas por profesores de cada universidad aparecidas en otros trabajos de investigación durante los últimos cinco años. Los otros tres indicadores son la opinión de reclutadores de personal acerca de los egresados de las universidades (10% de peso), la proporción de personal académico extranjero y la proporción de alumnos extranjeros en cada universidad (cinco por ciento de peso para cada uno de estos dos indicadores).

Es claro que ninguno de estos indicadores es infalible pero parecen aceptables. Desde el punto de vista intelectual el más importante de los indicadores es, a mi juicio, el de las referencias a investigaciones originales de cada universidad en otros trabajos de investigación publicados. Para este indicador el estudio considera más de un millón de citas en más de 40 mil trabajos de investigación (“papers”) recopiladas en el “Essential Science Indicators” del Thomson Scientific de Filadelfia, Estados Unidos (antes Institute of Scientific Information), sin duda la más completa base de datos en la materia (ver en este sitio).

La universidad cuyos profesores son más citados en trabajos de investigación es California Institute of Technology (conocida como Caltech), con 100 puntos. Le siguen Harvard y Stanford (con 55 puntos cada una), Yale con 54 puntos y la Universidad de Texas en Austin con 53 puntos.

En ese indicador concreto la calificación de la UNAM en el año 2006 es “cero” (no hay citas de trabajos de la UNAM en los trabajos publicados los últimos cinco años) y la calificación de la UNAM en el año 2005 – que consideró los trabajos publicados los últimos diez años- fue “cero”.

Es curioso que varios de los académicos consultados – primer indicador- hayan mencionado a la UNAM como universidad prestigiada, pero que ningún trabajo de investigación publicado en los últimos cinco años haya citado como referencia – así sea incidental- una investigación original de la UNAM.

¿Seguimos festejando?

jueves, 5 de octubre de 2006

El seguro social y otros obstáculos

El actual arreglo para distribuir recursos que llamamos en México "seguridad social" es desventajoso casi para todos y es uno de los obstáculos más grandes para detonar la creación de millones de empleos productivos.


Inevitablemente cualquier discusión seria sobre el empleo en México termina en el asunto crucial para la economía: La productividad. E inevitablemente cualquier análisis objetivo de los obstáculos a la productividad en México se topa con una piedra monumental y aparentemente inamovible: El seguro social.

Llegados a ese punto la sabiduría política convencional aconseja: "Búscale por otro lado; con el seguro social no te metas". Pero la piedra monumental sigue ahí y rodearla cada día cuesta más. Por ejemplo, cada mes el número de afiliados al Seguro Social se anuncia como indicador de la creación de empleos en la economía productiva, pero nadie parece meditar en el hecho de que inexorablemente cada vez es más costoso crear ese tipo de empleos, entre otras razones porque el Seguro Social (o en su caso, el ISSSTE) es cada día un obstáculo mayor para la productividad. Sin sorna, deberíamos anunciar: "Y a pesar de los crecientes e inmensos costos que implica crear un empleo afiliado al IMSS, se crearon tantos más cuantos en este mes, lo que significa que – sin ese oneroso arreglo- habríamos creado hasta cinco veces más empleos productivos".

Entendamos: No se trata de poner en duda la necesidad de la previsión y seguridad social como tales, sino de reconocer que el tradicional arreglo que hemos hecho para distribuir esos recursos – producto del trabajo- etiquetados como "seguridad social" es costoso, ineficiente e improductivo.

El actual arreglo perjudica prácticamente a todos, salvo a una pequeñísima fracción que es el sindicato del IMSS. Idealmente la solución sería terminar de tajo con ese arreglo – desaparecer el IMSS como lo conocemos- y fundar un nuevo arreglo con un enfoque radicalmente distinto, pero esa solución ideal es impracticable. Démosle, entonces, una muerte gradual y decorosa al arreglo actual, al tiempo que fundamos uno nuevo.

La idea, esquemáticamente, sería traspasar los recursos directamente a quienes deben ser sus beneficiarios, los asegurados y sus familias, evitándonos la intermediación de una costosísima maquinaria y burocracia. Una reforma similar a la que exitosamente se realizó en el Infonavit, para que la institución IMSS se convierta en un intermediario financiero. Nada más y nada menos.

Así como el Infonavit ha dejado de comprar terrenos, construir casas, pactar discrecionalmente con los sindicatos el otorgamiento de esas viviendas – las famosas "promociones"- y demás, para convertirse en el intermediario financiero especializado que hoy es, el IMSS deberá dejar de ser una cadena gigantesca y costosísima de hospitales, clínicas, guarderías, instalaciones deportivas y hasta teatros, para volverse eficaz intermediario financiero especializado de la seguridad social en cuentas individualizadas y transparentes.

Lo peor que podemos hacer es seguir rodeando la piedra gigantesca y después seguirnos preguntando – desesperados- por qué nos cuesta hasta cinco veces más crear un empleo en México que crearlo afuera.

miércoles, 4 de octubre de 2006

El muro fronterizo: Pésimo negocio

El muro es una demostración patente del populismo o de cómo los miedos, derivados de la ignorancia y de los prejuicios, incrementan el gasto público inútil y sabotean la productividad.


El país "México" – no el gobierno- subsidia al país "Estados Unidos" con una oferta de capital humano barato. Pero los políticos y el gobierno del país "Estados Unidos" suponen que obtendrán rendimientos electorales si gastan cuantiosos recursos fiscales en obstaculizar y encarecer ese subsidio. Se confirma que los políticos son pésimos economistas.

La migración de adultos en edad laboral genera un beneficio neto en el país receptor, ya que dichos inmigrantes producen en el país de acogida mucho más de lo que consumen.

Para ser justos, habrá que decir que muchos de los políticos en México – y de los emisores de opiniones públicas- se comportan de manera similar, por ejemplo: Buscando rendimientos electorales poniendo barreras a la importación de maíz barato de Estados Unidos u obstaculizando la inversión privada en áreas donde dicha inversión, a ojos vistas, incrementaría la productividad de toda la economía.

Aunque tienen raíces y efectos nocivos similares, los prejuicios contra la inmigración son aún más poderosos que los prejuicios contra el libre comercio. Los nacionalismos son estúpidos pero tienen un atractivo emocional casi irresistible. El miedo atávico al "extraño" nos ciega a tal grado que atentamos contra nuestros propios intereses.

Tanto en varios países de la Unión Europea como en Estados Unidos los sentimientos de miedo y aversión hacia los inmigrantes han crecido. Tratando de racionalizar estos sentimientos se apuntan tres "razones" para justificarlos:

Uno. La mano de obra extranjera propicia una baja generalizada de los salarios y de las oportunidades de empleo para la mano de obra no calificada de origen nacional.

Dos. Los inmigrantes presionan las finanzas públicas y encarecen el costo de la seguridad social para los nacidos en el país que los recibe.

Tres. La migración extranjera representa un peligro para la cultura, la moral y/o la seguridad de la nación receptora.

Las tras razones son falsas.

Uno. Los inmigrantes no calificados que trabajan en tareas domésticas (limpiar, cocinar, cuidar niños o enfermos en los hogares) generan oportunidades de empleo para los nacionales no calificados y especialmente para las mujeres que pueden dedicar más horas al mercado de trabajo formal mejor remunerado, al ser liberadas de tareas en el hogar (Ver: The Globalization of Household Production, Michael Kremer y Stanley Watt aquí).

Dos. Los inmigrantes, aún los ilegales, aportan más en impuestos de lo que significan en "gastos" de seguridad social y otros servicios gubernamentales. Además, la oferta de servicios de cuidado personal y doméstico que ofrecen los inmigrantes disminuye la demanda de guarderías y centros de cuidados pagados con recursos fiscales.

Tres. La historia demuestra que el intercambio cultural derivado de la migración enriquece a las naciones receptoras, desde la gastronomía hasta el entretenimiento, pasando por la ciencia, la tecnología y la creación artística.

martes, 3 de octubre de 2006

El libro, competencia monopolística

La industria editorial funciona de acuerdo a lo que técnicamente los economistas llaman un modelo de competencia monopolística – similar al de la industria farmacéutica- que es, por decirlo así, un modelo a medio camino entre el monopolio y la competencia perfecta.


Edward Chamberlin (1866-1967) hizo una gran aportación a la economía con su teoría de la competencia monopolística (1933) que señala que en algunas industrias los bienes o servicios son de carácter heterogéneo o claramente diferenciado de forma que no existen sustitutos idénticos y la elasticidad precio-demanda es menor que en un modelo de competencia perfecta. Tal es el caso de los libros.
Más tarde, en 1977, Avinash Dixit y Joseph Stiglitz profundizaron la teoría de la competencia monopolística estudiando en qué condiciones dicho modelo puede lograr una óptima variedad de productos heterogéneos.
Los libros de texto de microeconomía señalan que la competencia monopolística tiene tres de los cuatro elementos de la competencia perfecta: 1. Hay varios productores en competencia, 2. Hay varios consumidores que demandan los productos o servicios y 3. No hay barreras de entrada o salida para producir u ofrecer el bien o servicio. La única característica distintiva es que los consumidores tienen preferencias claramente definidas (yo prefiero leer a Zaid que a Monsiváis, como escribí ayer) y los oferentes – digamos, autores, editores y libreros- diferencian claramente sus productos.
Cuando Manolito le pregunta a Mafalda qué le va a regalar a su mamá y Mafalda le responde que un libro, Manolito se enoja: “¡No mientas!, cómo si no supiera que tu mamá ya tiene uno”. Manolito, en su abismal incultura, creía que el libro era un “commodity”. No conocía la unicidad de cada libro, en cuanto producto cultural: oferta cifrada que demanda ser descifrada.
La propuesta de establecer un precio único para el libro, de forma que por ley se prohibían los descuentos y otras promociones equivalentes, como “tres por el precio de dos”, pretende terminar con la competencia monopolística, en la que a la postre sí hay competencia por precios en beneficio del consumidor, para imponer una práctica monopolística pura y dura. Cada cual es libre, como autor o como editor, de fijar un precio inamovible – si le place- para su producto, pero no tiene derecho a imponer esa misma práctica para los productos de los demás.
Si el editor Zutano impone la condición de que sus libros no pueden venderse a descuento está en su derecho de hacerlo (y los distribuidores ya verán si aceptan o no esa condición), pero extender la prohibición de hacer descuentos al resto de los editores actuales y potenciales significa establecer una barrera de entrada al mercado y legalizar una práctica monopolística en detrimento de los consumidores. Si yo mañana, como distribuidor, decido vender los libros de Dan Brown con pérdida para deshacerme de costosos inventarios estoy en derecho de hacerlo, siempre y cuando yo asuma esa pérdida y liquide al editor el precio de distribuidor previamente pactado.

lunes, 2 de octubre de 2006

Libros: La falacia del "monopolio"

Desde cierto punto de vista, falaz, cada marca es un monopolio: Los cigarros "Camel" en el mercado mexicano son un "monopolio" de British American Tobacco México, pero cuestan sensiblemente más en un restaurante que en un estanquillo y, sobre todo, compiten con las demás marcas de cigarrillos y con la sabia decisión de no fumar.


Tengo para mí que Gabriel Zaid revolucionó el género del ensayo en México y no cambiaría un solo ejemplar de "Cómo leer en bicicleta" o "Para leer poesía" de Zaid por una docena de libros de, digamos, Carlos Monsiváis. En ese sentido, Zaid tiene toda la razón del mundo al decir que el autor o sus herederos o, más generalmente, el editor, tienen el monopolio de la obra en determinado mercado y que cada libro – propuesta cifrada que se ofrece para ser descifrada- es un monopolio.

Pero, aceptada esta peculiar definición de monopolio, aceptemos también que cada chile en nogada es un monopolio, que los cigarros marca "Camel" son un monopolio y que los autos Toyota modelo Yaris son un monopolio. Por supuesto, el dueño del producto – quien cocinó el chile en nogada, el minorista que compró los cigarros, la planta que fabrica los automóviles y el editor que deja a consigna el libro en las librerías- está en todo su derecho de fijar un precio único para su producto o de hacer los descuentos o cargos que les plazca.

Básicamente, existen dos sistemas para establecer los precios de los libros: El de precio único y el de precio recomendado. En el primero, el distribuidor está obligado a vender siempre al precio establecido por el editor (quien, mientras el libro no se vende, sigue siendo el propietario de ese objeto físico llamado libro) y eventualmente podrá hacer algún descuento, pero sólo el permitido y pactado de antemano por el editor. En el segundo sistema, precio recomendado, el editor (y con él, el autor) se aseguran un ingreso mínimo por libro vendido, pero dejan en libertad al distribuidor de hacer los descuentos – o los cargos adicionales- que le plazcan.

La propuesta del precio único en los libros – la prohibición ¡por ley! de hacer descuentos- castiga a los distribuidores más eficientes que podrían hacer mayores descuentos y promociones (por mayor capacidad financiera, por economías de escala o porque ésa es su estrategia) buscando evitar que esa eficiencia (compárese la logística de Wal Mart con la de la librería Alfonso Reyes del Fondo de Cultura Económica) "abarate" el mercado…Al castigar al distribuidor eficiente la propuesta condena a los consumidores a precios más altos y a una oferta más escasa.

Por otro lado, la falacia del "monopolio" salta a la vista: Zaid y sus editores tienen el monopolio de los ensayos de Zaid, pero no tienen el monopolio de los ensayos en español, ni en el mercado mexicano, ni mucho menos el monopolio de los libros en el mundo. Zaid compite con Monsiváis pero también, ¡ay!, con el detestable "libro vaquero".

Libros y chiles en nogada

Siguiendo la lógica de que a los "productos culturales" no se les deben aplicar las terrestres leyes de la oferta y la demanda libres, deberíamos prohibir también los descuentos y los precios diferenciados, por oferta y demanda, en la venta de chiles en nogada.


El libro es un producto cultural. De ello no cabe duda. El libro, y por supuesto no nos referimos al mero objeto físico de papel y tinta, es una propuesta cifrada que se propone a los lectores para ser descifrada. Lo mismo que este artículo que usted, lector, está descifrando.
Por su carácter de producto cultural, se argumenta, es incoveniente que el libro sea sometido a las pedestres leyes de la oferta y la demanda libres que, se dice, tal vez sean adecuadas para otros bienes mostrencos, pero no para los delicados productos culturales. Se ha llegado a decir que cada libro constituye una suerte de monopolio natural, dada su unicidad, no sujeto a la competencia y al que, por tanto, conviene un precio también único. Este argumento del poeta, ensayista e ingeniero Gabriel Zaid es, hay que reconocerlo, ingenioso. Pero es un sofisma.
Los conocedores y degustadores de las delicias de la cocina, por ejemplo, nos dirán que cada chile en nogada es único porque es irrepetible la azarosa combinación de circunstancias y talento culinario que se dieron cita para elaborarlo y ofrecerlo al paladar de los amantes de la buena mesa. Siguiendo la peculiar lógica de quienes promueven la prohibición de los descuentos en los libros – descuentos decididos libremente por los distribuidores de acuerdo a las condiciones de demanda, oferta, mayores o menores costos de distribución derivados de la logística y demás- debería prohibirse también que ese producto cultural llamado "chiles en nogada" (que para algunos en ciertos casos podría alcanzar el rango sublime de obra de arte) sea sometido a las rudas leyes del mercado libre y, en cambio, se ofrezca siempre y en todo lugar – independientemente de la apetencia de los consumidores- al mismo precio. Así, siguiendo el discurso de los promotores del precio único, aumentarían la producción y el consumo de los chiles en nogada, se estimularía a los innovadores gastronómicos que propongan nuevos y audaces arreglos en ese platillo tradicional a despecho de los zafios y adocenados gustos del público mayoritario y se protegería a los pequeños y distantes oferentes de chiles en nogada, propiciando que hasta la más remota población tenga, gracias a esta "inteligente" prohibición de descuentos y precios diferenciales, chiles en nogada al mismo precio que en las grandes ciudades.
Salta a la vista lo absurdo de esta propuesta – que ignora por ejemplo que los chiles en nogada compiten, de hecho, con las homogenizadas hamburguesas de Mc Donalds aunque nos escandalice – de la misma forma que, a despecho del prestigio de algunos de sus promotores, salta a la vista lo absurdo de la propuesta del precio único en los libros. La unicidad del producto ni crea ni justifica el monopolio.