miércoles, 24 de marzo de 2010

Alemania no quiere “portarse mal”

El pretexto ha sido Grecia, pero detrás los recientes desencuentros de la opinión pública en Francia y España, sobre todo, con el gobierno de Ángela Merkel, parece existir el enojo de que Alemania no quiera sumarse al relajamiento fiscal – y monetario- que los países fuertemente endeudados de la Unión Europea preconizan como receta para impulsar la recuperación económica.
El gobierno alemán ha sido bastante claro: No puede haber un rescate a fondo perdido de la economía griega. Quienes no estén dispuestos a cumplir con las normas mínimas de balance fiscal que requiere la permanencia en la Unión monetaria del Euro deben salir de la Unión hasta que arreglen sus cuentas públicas y reformen lo que tengan que reformar para mejorar su productividad. Incluso, no descartan en Alemania que la solución última para Grecia sea recurrir al Fondo Monetario Internacional y a un típico programa de ajuste dictado por el propio fondo, lo cual es poco menos que motivo de escándalo porque, dicen quienes critican al gobierno alemán, “sólo los europeos deben intervenir en Europa y la intromisión del FMI significaría herir de muerte a la Unión Europea”.
Por su parte, la corriente de opinión en los países europeos más abrumados por elevados déficit fiscales y por su baja productividad laboral – altos costos unitarios de la mano de obra- como pueden ser Francia, España, Italia, Portugal, es que Alemania tiene poco menos que el “deber” de salvar a la Unión Europea gastando más y ahorrando menos. La argumentación de quienes reprochan al gobierno alemán su excesiva dureza se centra, tramposamente, no en las cuentas fiscales, sino en la balanza de cuenta corriente de Alemania, que es superavitaria (ese superávit representa alrededor de 4% del PIB alemán), y se le pide a los alemanes que gasten más y ahorren menos, que importen más y exporten menos, que eleven sus salarios para perder competitividad, de forma que casi en forma automática ello permita a los países deficitarios exportar más e importar menos y nivelar el terreno de juego. Es un argumento astuto, pero simplista.
Huelga decir que la fortaleza de la economía alemana le da un liderazgo indiscutible en la Unión Europea y que, les guste o no a los demás países, “se hará lo que diga la señora Merkel”, como lamentaba hace unos días el director del periódico español ABC.
Hoy en Financial Times de nueva cuenta Martin Wolf, un excelente analista por lo general, arremete contra la resistencia de los alemanes a sumarse a lo que podríamos llamar “la lógica keynesiana del desenfreno necesario en tiempos de crisis”. Su artículo tiene el significativo encabezado de: “El exceso de virtud puede ser un vicio para la economía mundial”. Evidentemente el supuesto “exceso de virtud” es el “pecado” de Alemania que, a juicio de Wolf, puede perjudicar seriamente las opciones de recuperación de los países deficitarios.
Si uno lee EN ESTE VÍNCULO el artículo de Wolf no debe perderse, tampoco, los comentarios de los lectores, la mayoría de los cuales – al menos hasta donde leí- reprochan a Wolf una tesis tan burdamente keynesiana (en la cual todo gira alrededor de los estímulos a una demanda deprimida) como inopinada desde el punto de vista del sentido común: ¿Así que ahora las hormigas deben pagar los pecados de las cigarras perjudicándose a sí mismas?
Una vertiente aún más burda de la misma tesis es la que recurre a la equívoca comparación de Alemania con China. Según esta versión simplista – como de nota de 30 segundos en un noticiario matutino, engarzada entre dos reportajes acerca de crímenes sangrientos y querellas políticas- los dos villanos del mundo que están obstaculizando una recuperación menos traumática al resto del planeta son Alemania y China que mantienen, por su manía frugal, al resto del mundo en situación deficitaria y caminando entre la amenaza del estallido social (concomitante, se supone, a la aplicación de programas “draconianos” de ajuste), de la quiebra fiscal definitiva y del desempleo galopante.
Por supuesto, no es Wolf, un economista por lo general competente, quien recurre a esta versión tan burda de las cosas. Insostenible, desde luego, porque nadie puede reprocharle a Alemania que haya manipulado su tipo de cambio (el Euro es exactamente la misma moneda para Alemania que para Francia, España, Portugal, Irlanda, Grecia o Italia) para competir con ventajas indebidas en el comercio mundial (acusación que en contraste sí podría hacerse a China) y porque las razones detrás de la ortodoxia fiscal que preconiza el gobierno alemán NO son comerciales, sino precisamente de estricta lógica fiscal (la propia Alemania tiene un déficit fiscal superior al 3 por ciento de su producto) y de productividad (Alemania sigue teniendo un alto nivel de desempleo lo que indica que aún tiene espacio para mejorar su productividad mediante una disminución de sus costos laborales unitarios).
Pero Wolf sí cae, a mi juicio, en el gran error de reducir todo a un asunto de intercambios comerciales y, por lo tanto, de desdeñar justamente los dos puntos clave y muy sólidos de la postura del gobierno alemán: Sólo se saldrá de esta crisis de forma definitiva cuando los balances fiscales (¡por el amor de Dios!: no confundir con los balances en las cuentas corrientes de las respectivas balanzas de pagos de cada país) y la productividad vuelvan a sus cauces normales. Se puede vivir con déficit en cuenta corriente (decenas de países, especialmente los que deben complementar su insuficiente ahorro interno con ahorro externo para crecer aceleradamente y superar el subdesarrollo, deben hacerlo y hacen bien en fijarse en TODA la balanza de pagos, no sólo en la cuenta corriente sino también en la cuenta de capitales), pero NO se puede vivir ni crecer sanamente permaneciendo con déficit fiscales superiores al 3% del Producto Interno Bruto. Se puede vivir y crecer apoyándose en los superávit de la cuenta de capitales (vía inversión extranjera directa, por ejemplo), pero no se puede vivir eternamente con marcos laborales rígidos que castigan sistemáticamente la productividad y la innovación tecnológica.
Por lo demás, como le pregunta sin más rodeos un lector a Wolf: ¿Acaso Alemania obligó a Grecia a endeudarse desmedidamente, a falsificar sus cuentas fiscales, a usar el ahorro externo para subsidiar miles de plazas improductivas en el gobierno?, ¿acaso los productivos y frugales trabajadores alemanes deben renunciar a sus pensiones para sufragar los dispendios de los improductivos y derrochadores griegos, españoles, franceses, italianos y portugueses?, ¿acaso las manufacturas alemanas deben hacerse deliberadamente de menor calidad para que el gobierno francés pueda seguir subsidiando a sus agricultores?, ¿tienen algún sustento lógico y racional tales propuestas?

viernes, 19 de marzo de 2010

¿Romper el termómetro o combatir la fiebre?

Se dice que tener un nivel de colesterol total superior a 200 es desaconsejable y que llegar a niveles de colesterol total superiores a 240 significa un alto riesgo de sufrir un ataque cardíaco.

Bien, imaginemos que un presunto “analista de la salud” anuncia que los problemas que millones de personas en el mundo tienen por su colesterol alto tienen un remedio sencillo e inmediato. ¿Cuál? ¡Subir los umbrales a partir de los cuales deba considerarse riesgoso el colesterol total en la sangre!

Es un disparate, obvio. Pero hay quienes proponen, con gran solemnidad, disparates similares en el ámbito de la economía. Por ejemplo, elevar los objetivos de inflación que los bancos centrales buscan sería, para estos “genios”, un remedio instantáneo para que dichos bancos centrales cumpliesen sus objetivos sin incurrir en “costos significativos”.

Cito: “…los bancos centrales deberían tomar en cuenta distorsiones de mercado a fin de determinar sus objetivos inflacionarios apropiados” (Alfredo Coutiño, director para América Latina de Moody’s Economy.com). ¿Objetivos “apropiados” para qué? Deben ser apropiados para hacer chapuzas, porque para combatir la inflación es claro que no servirían tales objetivos veleidosos, cambiantes.

Esa sugerencia es equivalente a proclamar que un método adecuado para combatir la fiebre es romper los termómetros, o a decir que, al considerar la afición del paciente a los “bifes de chorizo”, a los mariscos y a los huevos estrellados, el paciente debería fijarse una meta “menos ambiciosa” para su colesterol total en sangre – digamos, de 350 a 400-; una meta “consistente con su realidad”.

Por supuesto que hay muchos factores – en todas las economías del mundo- que propician presiones inflacionarias y que no está en manos de los bancos centrales combatir con instrumentos de política monetaria: falta de competencia en los mercados, falsa apertura comercial, intervencionismo del Estado en la economía fijando precios o concertándolos, prácticas oligopólicas, choques de oferta…Pero la tarea de los bancos centrales es propiciar la estabilidad de los precios, no solapar las ineficiencias estructurales de una economía.

Supongamos, sin conceder, que en determinadas circunstancias una política monetaria responsable implica “costos” que algunos no desean pagar; si no se desea incurrir en tales “costos” háganse entonces las reformas estructurales que requiere esa economía, en lugar de proponer la irresponsabilidad monetaria como política. Si la fiebre es síntoma de una enfermedad estructural, ¿qué clase de médico es el que se limita a romper el termómetro en lugar de atacar la enfermedad que origina la fiebre?

Para seguir con la analogía: los bancos centrales combaten la fiebre (digamos que son antipiréticos); a los gobiernos, incluidos los legisladores, corresponde combatir la enfermedad de origen (con antibióticos, por ejemplo, si se trata de una infección bacteriana) y a los analistas debería corresponder hacer diagnósticos y proponer soluciones un poquito más serias que ésa de romper los termómetros.

Síntoma claro del subdesarrollo perpetuo: cuando la única diferencia entre un “experto” y un chapucero común es que el primero estudió un doctorado para aprender diez formas rebuscadas de decir “no se puede” y, así, no cumplir con su trabajo.

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