jueves, 30 de agosto de 2007

La reforma de los incompetentes

No tiene ninguna justificación decente la supuesta reforma electoral que se pretende hacer.

Mientras la propuesta de reforma fiscal ha sido ampliamente discutida, incluso por muchos que ni siquiera pertenecen al universo de los 7 millones 637 mil mexicanos que presentamos – o estamos obligados a hacerlo- declaración de impuestos, parece inminente una reforma electoral pactada en sigilo por unos cuantos, como si fuese una celada que nos han tendido a 73 millones 76 mil cinco mexicanos que estamos en el listado nominal de electores.

No voy a caer en el mismo error de los políticos, que pretenden poseer la exorbitante capacidad de interpretar lo que deseamos los electores y después nos imponen cambios inconsultos. No, yo no sé qué piensan más de 73 millones de electores. Sé lo que opinamos unos cuantos, apenas un puñado, y sé que la pretendida reforma electoral que se ha cocinado nada tiene que ver con nuestras apreciaciones acerca de lo que hay que conservar y lo que hay que cambiar en nuestro sistema electoral.

Contamos con un magnífico sistema electoral diseñado laboriosamente a lo largo de muchos años que garantiza – hasta donde es humanamente posible- elecciones federales confiables, resultados ciertos de las mismas y pesos y contrapesos que evitan fraudes o imposiciones contrarias a la voluntad de los electores. ¡No lo toquen!

En cambio, padecemos un sistema de partidos caro, excluyente, con escasísima transparencia, que se ha convertido en mina de oro para políticos y para algunos medios de comunicación que reciben multimillonarias cantidades de dinero público para infligirnos, a los ciudadanos, propaganda inútil en busca de votos.

Este problema ni siquiera se toca con seriedad en la pretendida reforma.

Tampoco se toca el asunto de los diputados y senadores de representación proporcional que llegan al Congreso NO por nuestro voto directo, sino por voluntad de las dirigencias partidistas. Mucho menos se aborda el grave problema que representa la no reelección inmediata de los legisladores y que impide que los ciudadanos sancionemos – con el voto- su desempeño. Y ni hablar del derecho a ser votado al margen de los partidos.

Más que reforma electoral parece una majadería que avanza incontenible.

Está bien que paguemos impuestos hasta para darles alguna ocupación a los incompetentes, pero éstos, que son incapaces de ganarse la vida de otra forma que no sea la política mezquina, se pasan de la raya.

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miércoles, 29 de agosto de 2007

Federalismo de dientes para fuera…

Otro falso axioma de los expertos instantáneos en asuntos fiscales: No conviene que haya competencia fiscal entre las entidades federativas. Mientras los gobiernos locales teman asumir potestades tributarias México seguirá siendo un país centralista, pobre y con grandes desigualdades regionales.

Hace unos días en el sitio de la red "Asuntos Capitales" se publicó lo siguiente:

"Así, transitamos – verbo favorito de los políticos- del federalismo limosnero de los últimos priístas que fueron presidentes de la república (…) al federalismo infantil: 'Mira, gobernador o gobernadora, como eres tan bruto o bruta que ni siquiera sabes cobrar impuestos y para evitar que hagas tonterías como cobrar más o menos impuestos que tus vecinos, generando (…) competencia entre los estados, mejor vamos a decirle a los del gobierno federal que sean ellos los que cobren más impuestos y que te entreguen lo recaudado rapidito y de buen modo'". (Juan Pablo Roiz: "El PRI, los gobernadores y el infantilismo fiscal").

Uno de los puntos menos discutidos públicamente en el asunto de un posible impuesto a las gasolinas – de menos de cinco por ciento- cuya recaudación se distribuiría íntegra a los estados, es el hecho de que la propuesta original, auténticamente federalista, se transformó en un arreglo centralista que, para colmo, hoy parece huérfano.

Prevalece otro falso axioma que los expertos instantáneos repiten como pericos: "Si se dan facultades tributarias a los gobiernos locales, para cobrar, si así lo deciden, algún impuesto adicional en los rubros en que la Federación cobra los IEPS, generaríamos una indeseable competencia entre los estados, ya que algunos cobrarían esos impuestos y otros no".

Pregunto: ¿por qué ha ser indeseable la competencia?

El falso axioma revela cuán falso es el federalismo que proclaman muchos políticos, empezando por algunos gobernadores.

Supongamos que el impuesto local tuviese por objeto, como debe ser, combatir una externalidad negativa: los daños que causan millones de automóviles circulando diariamente y los gastos multimillonarios que ello acarrea para los gobiernos locales. Son candidatos obvios a cobrar dicho impuesto los gobiernos del Distrito Federal y del estado de México. Ambas entidades son gobernadas por políticos que no tienen el defecto de la timidez, sino más bien el de la locuacidad. ¿Por qué callan al respecto?, ¿no les interesa defender la capacidad de sus entidades para definir sus propias políticas públicas?, ¿querrían dinero pero no responsabilidades?

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martes, 28 de agosto de 2007

El fracaso de los impuestos progresivos

Los inventores de los impuestos progresivos no buscaban tanto financiar al Estado como modelar una sociedad igualitaria con métodos muy cercanos a la confiscación de la propiedad.

Marx y Engels calificaron a los impuestos directos con tasas progresivas como la segunda opción para arribar a la sociedad comunista después de la mejor opción: La abolición de la propiedad privada por la vía de la violencia.

William Gladstone, el estadista británico, se oponía a los impuestos progresivos por la misma razón por la que Marx y Engels mostraban tanto entusiasmo: Los veía como la antesala del comunismo.

Fue un poco conocido negociante francés, Jean Louis Graslin, quien por primera vez habló explícitamente de impuestos progresivos en 1766-1767: "…une taxe à caractère progresiff". Graslin, después de hacer una apreciable fortuna se preocupó de la desigualdad social, de acuerdo al espíritu revolucionario imperante en Francia en aquella época, y siguió algunas ideas de Robespierre, Montesquieu, Rosseau, Voltaire y, sobre todo, las propuestas del reformador Jaucourt, autor de la entrada "Impuestos" en la primera de las ediciones de la famosa Enciclopedia (1765) donde éste había escrito: "Dado que todos disfrutan por igual de la protección y de la seguridad que brinda el gobierno, la desigualdad de fortunas y de los beneficios que de ellas derivan requiere de impuestos consistentes con tal desigualdad y requiere que tales impuestos sean, por así decirlo, de progresión geométrica: dos, cuatro, ocho, 16…"

Graslin continuó con la idea y propuso una tabla de diez tasas progresivas para gravar las rentas, que empezaba para un ingreso de 400 libras con una tasa de cinco por ciento y terminaba, para un ingreso de 400 mil libras o superior, ¡con una tasa de 75 por ciento! Graslin explícitamente escribe que los impuestos proporcionales son injustos y que, por ende, las tasas deben ser progresivas.

Sorprende, con estos y otros antecedentes, que en México prevalezca aún un erróneo criterio de la Suprema Corte de Justicia que sostiene – contra toda evidencia lógica, matemática e histórica- que las tasas progresivas ¡son proporcionales! Una tasa única es proporcional; las tasas progresivas, no lo son.

El problema de fondo es la peregrina idea de que los impuestos son eficaces para redistribuir el ingreso. Las tasas progresivas, además de confiscatorias, desalientan la creación de riqueza y el crecimiento económico, y promueven la elusión y la evasión.

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lunes, 27 de agosto de 2007

Impuestos: Las dos hermanas

Entre muchos otros, un ejemplo de los falsos axiomas que propalan los expertos instantáneos: “Los impuestos indirectos son regresivos”. Cuidado, la frase necesita no sólo matizarse, sino reformularse para no faltar a la verdad.

No falla: Cada vez que se discute una reforma fiscal surgen legiones de expertos fiscales instantáneos en las tribunas políticas y en los medios de comunicación. Además de la confusión que generan en la opinión pública dejan, como saldo, un conjunto de afirmaciones tajantes – falsos axiomas acerca de los impuestos-que merecerían un análisis crítico.

Conforme uno se adentra en el fascinante mundo de los sistemas tributarios y de su historia crece la convicción de que así como no hay un sistema impositivo perfecto – que satisfaga plenamente todos los deseos de todos los actores involucrados-, tampoco hay tantos axiomas incuestionables como los expertos instantáneos (que muchas veces sólo son voceros improvisados de algunos intereses) quisieran hacernos creer.

Uno de tales falsos axiomas, que goza de injustificada reputación, es el que reza: “Los impuestos indirectos son regresivos”. Se trata de una más que imprecisa generalización que debería reformularse con más humildad intelectual, por ejemplo en los siguientes términos: “A diferencia de los impuestos directos, los indirectos tienden (ojo con el énfasis) a gravitar con mayor fuerza sobre los ingresos disponibles de las personas de menores recursos, dada la menor capacidad de ahorro de dichas personas”.

El supuesto axioma no es tal, sólo cabe como reconocimiento de una tendencia, toda vez que habrá muchos casos específicos en los que no se cumpla. Además, este sesgo relativo de los impuestos indirectos NO significa en modo alguno que sean los más pobres quienes más contribuyan; por el contrario: en números absolutos, las personas de mayores ingresos gastan más y contribuyen más.

William Gladstone (1809-1898), el célebre político liberal británico, quien fue primer ministro y secretario del Tesoro, describía con el símil de dos hermanas igualmente atractivas – para el erario- a los impuestos directos e indirectos. No ocultaba su preferencia por los impuestos indirectos, entre otras cosas por su mucho menor costo de recaudación, pero en la práctica el propio Gladstone no pudo prescindir de la otra hermana: los impuestos directos.

Supongo que no faltará algún experto instantáneo que censurará a Gladstone diciendo que la política fiscal de ese gran estadista se redujo “a afanes recaudatorios y a la sobrecarga impuesta a los que ya pagan”. Sandeces.

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domingo, 26 de agosto de 2007

Ecología, impuestos y hormonas

¿Qué les falta a los políticos a la hora de llevar a la práctica, con medidas eficaces, su declarado amor por los ecosistemas?, ¿será un problema de hormonas?

No en vano ecología y economía tienen la misma raíz que nos remite al cuidado de la casa. En el funcionamiento de los sistemas naturales se detectan maravillosos mecanismos de asignación eficaz de los recursos. Así sucede en la ecología del crecimiento y de la reproducción del ser humano: Mediante complejas interacciones en el sistema endocrino – y gracias a una información oportuna y precisa de datos clave, como edad, talla, peso y otras condiciones del organismo- se dispara o se inhibe – según sea el caso- la capacidad reproductiva de la mujer. Siempre prevalece la función de supervivencia y por ello, por ejemplo, una mujer anoréxica pierde automáticamente la capacidad de ser fértil mientras prevalece la precariedad nutrimental.

Todo ello automáticamente, en forma natural. Sin que la persona sea conciente de lo que sucede el sistema resuelve con gran acierto el dilema y gana siempre la opción de la vida. Eso es ecología y es también economía: Asignación óptima de los recursos escasos.

Incontables políticos han encontrado una veta muy rentable en los asuntos ecológicos o “verdes”, aunque por desgracia suele tratarse en muchos casos de mera estratagema histriónica. El viernes pasado en estas páginas Gabriel Quadri denunció los graves peligros que para el ambiente representa la reciente moda política de los bio-combustibles. Es otro ejemplo de la pasmosa superficialidad – e hipocresía- detrás de muchas declaraciones de amor “verde” que nos endilgan los políticos.

Otro ejemplo dramático, y cercano, de tal hipocresía lo vemos cuando los mismos políticos que hacen encendidas exhibiciones de fe ecologista – montando en bicicleta o posando con Al Gore- huyen despavoridos apenas alguien plantea la opción eficaz de utilizar potestades locales para cobrar impuestos – locales, valga la redundancia, porque los daños al ambiente son localizados- al consumo de gasolinas y así desalentar el uso del automóvil y, sobre todo, recaudar recursos que se deberían destinar a mejorar los sistemas públicos de transporte. Apenas alguien menciona ese mecanismo para compensar externalidades negativas, a esos políticos se les acaba lo verde…y les aparece la vertiente de especuladores bursátiles: ¿Para qué cobrar impuestos locales si podemos colocar más deuda?

¿Qué será?, ¿una falla endocrina?, ¿carencia de hormonas?

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jueves, 23 de agosto de 2007

Argentina: Hundidos en la nostalgia (II, III, IV)

II. La necedad ideológica del matrimonio Kirchner-Fernández está orillando a la Argentina a un futuro por demás incómodo y humillante: Ser un satélite más de la dictadura petrolera de Hugo Chávez en Venezuela. Un destino similar al que enfrentan, por ahora, Bolivia o Ecuador.

Tal vez el más fuerte argumento electoral de Cristina Fernández ante las "sensibilidades progresistas" es que ella fue, en los años 70 del siglo pasado, más comprometida aún que su marido, Néstor Kirchner, con el peronismo de "izquierda" afín a los montoneros y a los movimientos inspirados en la llamada teología de la liberación.

Se supone que "el segundo Perón", el que regresó a la Argentina en 1973 prácticamente proclamado presidente por aclamación, les falló a los jóvenes que habían reescrito el peronismo en clave marxista: Esos jóvenes esperaban el regreso de Perón como si fuese a llegar un Fidel Castro argentino y se encontraron con una caricatura de Francisco Franco. Nunca entendieron que ambos personajes – Castro y Franco- son las dos caras de la misma moneda.

El viejo Perón prohijó a los corruptos sindicalistas del peronismo e incluso a febriles anticomunistas como José López Rega. A la muerte de Perón, en julio de 1974, le releva su viuda María Estela Martínez ("Isabelita") y el poder de López Rega y los paramilitares anticomunistas de la triple AAA – Alianza Anticomunista Argentina- se acrecienta. Se agudiza la llamada "guerra sucia" con la complacencia de buena parte del ejército y de la armada en contra de los guerrilleros del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), abiertamente marxista, y de los montoneros que se proclamaban peronistas auténticos.

En esas aguas mezcladas de justicialismo, marxismo y teología de la liberación abrevaron Cristina Fernández y Néstor Kirchner…y ahí siguen, a despecho del paso del tiempo.

Para ellos no ha caído el muro de Berlín, Fidel Castro sigue siendo un referente admirable y, con aderezos de los años 70, creen que el catecismo peronista original habrá de transformar a la Argentina y al mundo con sus recetas añosas de mercantilismo, proteccionismo, intervención obsesiva del gobierno en la vida económica, sustitución de importaciones, control de precios, democracia dirigida o simulada, manipulación de las variables económicas, corporativismo…

Las consecuencias de esta inflexibilidad mental – atados a los sueños juveniles de los años 70- han sido nefastas para la Argentina.

III. Argentina se ha convertido en los últimos meses en un país fantástico. Con el entorno internacional más favorable en décadas – con precios extraordinariamente altos para muchas exportaciones argentinas- el gobierno de Kirchner está empecinado en la economía ficción.

El rosario de salvajadas económicas que ha cometido el gobierno de Néstor Kirchner para mantener la ilusión de un país pujante que está saliendo de sus problemas parece interminable.

A un escándalo ha seguido otro. A la insólita y unilateral decisión de desconocer su deuda con aquellos tenedores de bonos argentinos que no aceptaron las ruinosas condiciones de renegociación y que permitió de un plumazo borrar unos 25 mil millones de dólares del registro de la deuda gubernamental, (ver cálculos de la consultoría económica privada Espert, en la "newsletter" de junio de 2007), siguió la escasez de gas natural por una desastrosa política de precios reprimidos, más tarde el escándalo de la prohibición de exportar carne – con la ilusión de que ello frenaría el alza en los precios al consumidor- y después el escándalo de acusar a los profesionales del instituto de estadísticas económicas de conspirar contra el gobierno, por rehusarse a "dibujar" la inflación en lugar de registrarla, y el supuesto cambio de metodología – en realidad, la fabricación de índices inflacionarios bajo pedido- que ha hecho de las cifras oficiales de inflación en Argentina un mal chiste. (Por ejemplo, un reciente reporte de Credit Suisse anota que la inflación auténtica supera el 15% a despecho de que el índice oficialista la ubica abajo del 9% anual).

Y más escándalos que el gobierno de Kirchner ("somos un país serio", "no somos una republiqueta") ya no sabe como ocultar: la abultada suma de dinero en efectivo hallado en el baño del despacho de la ministra de Economía, Felisa Miceli, hoy renunciada, y que nadie en el gobierno ha sabido explicar y la cereza en el pastel: el maletín con casi 800 mil dólares en efectivo que un negociante venezolano simpatizante de Hugo Chávez trató de introducir a Argentina en un vuelo privado fletado por la petrolera estatal argentina Endarsa y que, se especula, tal vez eran para financiar la campaña a la presidencia de la esposa de Kirchner.


IV y Final. Una constante de los gobiernos argentinos, desde mediados del siglo pasado, ha sido la "viveza" para manipular la economía, generar un efímero bienestar colectivo y pasar la cuenta del desastre al siguiente gobierno.



Hoy varios de los observadores más sensatos en Argentina recuerdan por enésima vez la famosa sentencia de Lord Acton: "El poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente", tratando de explicar las causas de la descomposición moral que exhibe desde hace años la política en ese país.

El reciente episodio de la valija con casi 800 mil dólares en efectivo, procedentes de Venezuela, que subrepticiamente se pretendió introducir al país en un vuelo fletado por la empresa petrolera estatal, parece haber colmado el plato.

El gobierno reacciona indignado ante las críticas, como si el escrutinio de los asuntos públicos y de la conducta de los funcionarios fuese una grosera violación de la impunidad que – presumen- les otorgó la "democracia" en las urnas. Lo cual, a su vez, se explica porque el nuevo escándalo estalló en el momento menos oportuno para los intereses sucesorios de Kirchner, es decir: para la candidatura a la presidencia de su esposa; cuyo triunfo muchos ya dan por descontado.

¿Será que mientras el bolsillo de los habitantes, casi ciudadanos, no sufra mucho, éstos toleran, como parte de la idiosincrasia nacional, la corrupción y hasta eventualmente se complacen en ella?

Lo cual conecta con la raíz originaria de la corrupción, en la medida que la democracia argentina carece hoy de eficaces contrapesos – salvo en ocasiones el poder judicial - y el gobierno goza de una posición hegemónica que le permite hacer salvajadas económicas que disfracen la realidad y por un tiempo mantengan más o menos satisfecho el estómago de los electores.

El gobierno de Kirchner ha desconocido deudas, ha reprimido precios, ha manipulado el tipo de cambio (algo tan argentino como la milonga), ha aumentado escandalosamente el gasto, ha falsificado el índice de precios, ha prohibido exportaciones e importaciones según dicten las circunstancias políticas, ha establecido trámites y controles de forma sectaria – para beneficiar a unos y perjudicar a otros- como sólo puede hacerse en una democracia sin eficaces contrapesos de poder.

A ojos vistas el país pierde competitividad pero la "viveza" para manipular la economía permitirá postergar la hora de rendir cuentas. Esa es la apuesta de Néstor Kirchner y Cristina Fernández.

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lunes, 20 de agosto de 2007

Argentina: Hundidos en la nostalgia (I)

Dicho sea con todo afecto para los argentinos: Su gran problema como país es que siguen atrapados en la veneración irracional a una demagoga – Evita- que murió de cáncer en 1952 y a su marido, igualmente demagogo, que llegó al poder hace 61 años.

No ha habido un psicoanalista, en ese país pródigo en ellos, que logre que los argentinos procesen con sabiduría el duelo por las muertes de Evita y de su esposo y superen ese prolongado bache en su historia que podríamos llamar el populismo “boludo”.

Golpes de Estado, juntas militares fascistas, versiones de izquierda y derecha del peronismo y hasta peronismo dizque “neoliberal”. Casi todo han intentado y el país se hunde más en el atraso del populismo “boludo”.

¿Qué es ser “boludo”? El diccionario recoge tal adjetivo típicamente argentino y define su significado: “Dicho de una persona: que tiene pocas luces o que obra como tal”. Cualquier argentino que se precie – y hay muchos- considera que es consustancial al argentino el ser “vivo” (sagaz) y que no hay nada peor que ser “boludo” o “hacer boludeces”.

Para desgracia de Argentina el peronismo inició en 1946 un largo ciclo de “boludeces” que han llevado al país a ser una economía menos que mediocre, después de haber sido una de las economías más prósperas del planeta.

La misma dictadura militar de 1976 a 1983 que sembró una cauda de muertos y desaparecidos no se sustrajo al virus del populismo “boludo”, como lo muestran – entre otros- los episodios de atroz demagogia del mundial de futbol de 1978 y de la desastrosa guerra de las islas Malvinas o Falkland en 1982. En ambos casos, los militares lograron la hazaña de excitar el orgullo nacionalista de los argentinos al grado tal de poner en sordina las atrocidades del “proceso” fascista al que estaban sometidos. Populismo mondo y lirondo.

Sólo alguien particularmente lúcido, como Jorge Luis Borges, supo denunciar con sarcasmo esa enfermedad argentina en medio de la euforia – aparentemente inexplicable- que desató el mundial de futbol de 1978: “No es posible que un país se sienta representado por los jugadores de futbol. Es como si nos representaran los dentistas. La Argentina tiene dos cosas que ningún país del mundo posee: la milonga y el dulce de leche. ¿Qué más identidad pretenden?”.

Hoy la tragedia del populismo “boludo” continúa. Mañana lo comentaré.

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viernes, 17 de agosto de 2007

“Mi caudillo es el sol azteca y López mi copiloto”

Urge elevar la calidad histriónica de nuestros políticos. Anhelan, sin duda, facturar frases para inmortalizarse en bronce y acaban, lastimosamente, profiriendo babosadas retóricas.

De que les gusta el tono melodramático, les gusta. Lo malo es que carecen de neuronas, destrezas o conocimientos para desarrollar con decoro, sin incurrir en el ridículo, esa vocación histriónica. Necesitarían leer más a Cicerón o a Séneca o, cuando menos, al moderno Cioran que siempre es muy citable ante coros de intelectuales.

El otro día, el senador Manlio Fabio Beltrones intentó un juego retórico con la gasolina, la pobreza y la reforma fiscal. Lástima, la pólvora lingüística le salió mojada y aquello no encendió imaginación alguna, ni siquiera la de los locutores radiofónicos que tienen la rara virtud de entusiasmarse hasta con la más gastada de las frases hechas.

Dos o tres días después superó la marca el siempre dicharachero Andrés López Obrador cuando sentenció: “El PRD sólo puede tener como caudillo al PRD”. Se llevó “la de ocho” como se dice en la jerga de los periódicos: Es una frase corta, suena definitoria y definitiva. El problema – para quienes todavía creemos que las palabras tienen significado y las oraciones sentido- es que la frasecita es un disparate, algo así como decir: “¡Al diablo con las instituciones!, atentamente: el diablo”.

Hasta ahora, sin embargo, mi favorita entre las babosadas retóricas, por su complejidad y porque revela en forma magistral cómo un intento voluntarioso de fabricar una frase ingeniosa puede terminar en un estruendoso ridículo, fue escrita por un anónimo redactor de noticias de espectáculos que dio a luz este ayuntamiento imposible de metáforas desgastadas: “Fulanito llevó agua a sus molinos de viento”. El pobre autor de este disparate jamás cayó en la cuenta de que hay molinos que mueve el viento y hay molinos que mueven las corrientes de agua, y que del incesto de dos metáforas fatigadas por el uso, y con sentidos diversos, sólo puede surgir un engendrito ininteligible.

Tan mala es esa combinación de molinos metafóricos que podría usarse para describir a estos aspirantes fallidos al melodrama: Quieren mover las aspas de un molino de viento a salivazos…o las paletas de un molino de río a soplidos.
Eso sí: “No hay más caudillo que el sol azteca, ni más copiloto que López, nuestro Señor”. ¿O era al revés?

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jueves, 16 de agosto de 2007

Misterios de la (in)competencia en México

¿Qué tanta chamba le ahorra a la Comisión Federal de Competencia el artículo 28 de la Constitución? Un montón.

La Comisión Federal de Competencia (CFC) surgió en 1993 para “Proteger el proceso de competencia y libre concurrencia mediante la prevención y eliminación de prácticas monopólicas (sic, debería decir: monopolísticas) y demás restricciones al funcionamiento eficiente de los mercados, para contribuir al bienestar de la sociedad”.

En principio es mejor tener una comisión así, que no tenerla. El problema es tener una comisión que parte de unas restricciones constitucionales a la libre competencia – artículo 28- gigantescas. Si a esas restricciones constitucionales le sumamos las meta-constitucionales, que van desde las que impone la corrección política al uso hasta las que se derivan de los criterios personales de los comisionados – en términos de conveniencia de actuar o no en determinados casos-, pasando por un sistema judicial en el que el amparo es el instrumento más socorrido por las empresas en materia tributaria y de competencia, nos queda una CFC con un impacto muy disminuido en el bienestar de los consumidores.

Me parece muy bien que la CFC se preocupe y se ocupe de que ninguna empresa productora de refrescos le imponga restricciones a un estanquillo de abarrotes, pero me da una profunda tristeza que la CFC no tenga nada que decir acerca del monopolio de PEMEX o respecto de la nula competencia en el mercado de la energía eléctrica o en varias otras actividades “estratégicas y prioritarias” (para emplear la fórmula política venerable) para el bienestar de los consumidores.

La situación es más deprimente si uno lee el artículo 28 de la Constitución – ¿por qué forma parte del capítulo de las “garantías individuales”, cuando es más restrictivo de las libertades de los ciudadanos que garante de ellas? - y encuentra que, tras prohibir tajantemente los monopolios y prometer castigar “severamente” las prácticas que impidan la competencia (los dos primeros párrafos), enumera en los siguientes ¡diez párrafos! toda suerte de restricciones a la libre competencia: Desde los monopolios que sí se valen (la estratagema jurídica es decir que no se considerarán monopolios) hasta establecer una anchísima avenida para la intervención discrecional del Estado en los precios y en los mercados.

Toda prevención es poca: No vaya a ser que un día de estos nos vayamos a volver un país competitivo, ¡qué horror!

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miércoles, 15 de agosto de 2007

La austeridad como estrategia vital

Un ejemplo: La mayoría de los automovilistas en México desperdiciamos recursos energéticos escasos. Si esperamos a que una política pública corrija esa tendencia suicida será demasiado tarde.

El aviso pertinente, detrás de las turbulencias en los mercados financieros mundiales, es que más temprano que tarde los precios se ajustan para reflejar el auténtico valor de las cosas. Podemos engañarnos pensando que los recursos energéticos pueden abaratarse por decreto, en lugar de hacerlo por productividad; o pensando que tiene alguna lógica económica adornar la ciudad con un gigantesco rascacielos para oficinas, cuando salta a la vista la sobreoferta de espacios y la irracionalidad, en términos de oferta y demanda, de dicho sueño de políticos lunáticos; podemos creer que la liquidez en los mercados tiende al infinito y que es inteligente que los bancos centrales, de Estados Unidos y de Europa, le den “una ayudadita” a la economía mundial bajando las tasas de interés; podemos tragarnos el cuento de que extender el programa “Hoy no circula” a los fines de semana ayudará a reducir la emisión de contaminantes y el desperdicio de energéticos, en lugar de agravar ambos fenómenos.

Incluso podemos conjeturar que “alguien” en el lugar adecuado tomará las providencias necesarias en el momento preciso y corregirá los desajustes en sus causas, por ejemplo: permitiendo una auténtica competencia en el mercado de la energía a despecho de los mitos constitucionales, que se proclaman intocables con un fervor que envidiaría un fanático de cualquier credo.

Pero la realidad seguirá ahí. Alguien tendrá que asumir las pérdidas por créditos hipotecarios impagados que se otorgaron en Estados Unidos, pero ese alguien es tal vez un incauto pensionado europeo; alguien tendrá que pagar por las crecientes e irracionales importaciones de gasolina que hace México (un costoso homenaje a las sacrosantas prohibiciones constitucionales y a la falta de agallas de los políticos); alguien pagará por la demagogia ambientalista que, en lugar de encarecer los combustibles para desalentar el dispendio, se agota en desplantes ciclistas y en costosas puestas en escena con el político “pop” de moda, Al Gore.

La respuesta efectiva no está en los políticos – es pedirle manzanas a los nopales- sino en lo que de veras sí está en nuestras manos. Valga la metáfora: ¿Usted cree que las hormigas acumulan recursos para los malos tiempos usando camionetotas SUV para desplazarse?

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martes, 14 de agosto de 2007

Los mercados y la distribución de la ignorancia

No se han inventado herramientas que distribuyan uniformemente los riesgos en los mercados financieros, porque no hay manera de distribuir uniformemente la ignorancia o el conocimiento.

¿La ignorancia nos hace más aficionados al riesgo? No. Lo que hace la ignorancia o la mala información es ocultarnos los riesgos que otros, mejor informados o más perspicaces, sí ven.

Un interesantísimo artículo del economista John Kay – publicado el lunes en el Financial Times con el título de: “Same old folly, new spiral of risk” y que puede leerse aquí- explica por qué, generación tras generación, hay gente que incurre en los mismos riesgos que en el pasado culminaron en crisis, pensando que “esta vez las cosas serán diferentes”. Creen que ahora los riesgos están neutralizados mediante herramientas ingeniosas o a través de su dispersión en mercados muy extensos. Creemos eso, una y otra vez, y una y otra vez nos equivocamos por una razón que Kay resume magistralmente: Los riesgos no se distribuyen por la aversión o no al peligro (todos somos adversos al riesgo más o menos en la misma medida) sino que tienden a concentrarse en aquellos con menos información y entendimiento. Es decir: No solemos incurrir en riesgos excesivos porque seamos particularmente audaces, sino porque somos igual de tontos y crédulos que quienes incurrieron en el mismo error en el pasado.

Y esa es la misma vieja estupidez alimentando nuevas espirales de riesgo. En inglés “folly”, según el Merriam-Webster, es la falta de buen sentido o de prudencia y previsión; en español, se le llama tontería a una cosa sin importancia; por eso, creo que la palabra “estupidez” define mejor lo que Kay quiere decir: “Torpeza notable en comprender las cosas”.

De 1991 a 1994 se experimentó en México una euforia optimista acerca del futuro y la solidez de la economía y con ella se registró un explosivo crecimiento del crédito al consumo. Fulanito, que ganaba tres salarios mínimos, usaba cuatro tarjetas de crédito y creía: “Si los bancos me dieron las tarjetas, es porque ellos saben que tengo criterio para usarlas y tendré ingresos para pagar lo que estoy gastando”. Todo mundo sabe, ahora, cómo terminó esa fiesta.

Siempre es más barato creer que saber, tal vez por eso el dinero “barato” alimenta tanto la credulidad.

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lunes, 13 de agosto de 2007

¿Quién está más nervioso?, ¿el regulador o los mercados?

Una cosa ha quedado clara: Ben S. Bernanke NO es Alan Greenspan, no tiene su habilidad, pero sobre todo no tiene la convicción del anterior presidente de la Reserva Federal de que los mercados saben más que el más sabio de los reguladores.

Si uno lee los testimonios – idénticos- que Ben S. Bernanke rindió ante el comité de servicios financieros de la cámara de representantes y ante el comité de banca del senado, los días 18 y 19 de julio pasados, se queda con la impresión de que en esos días el presidente de la Reserva Federal o no conocía la magnitud del problema de las hipotecas “subprime” (de baja calidad crediticia) o confiaba en que podría conjurarlo prometiendo algunas regulaciones a toro pasado y jurando que se trataba de un fenómeno eficazmente confinado.

Por eso, el par de intervenciones de la Fed el vienes inyectando liquidez – al igual que la intervención similar del Banco Central Europeo- dispararon aún más el nerviosismo: ¿No que no pasaba nada?, si los productos derivados y las opciones, en los famosos y no muy transparentes “hedge funds”, limitaban eficazmente los riesgos y la probabilidad de contagios, ¿para qué intervenir? Cierto, ante la magnitud de la estampida la intervención fue pertinente, pero no dejó de ser un paliativo de emergencia, decidido por unos reguladores que unas horas antes juraban que no había emergencia alguna…y a quienes muchos les creímos.

La lección de fondo, como en muchos otros ajustes súbitos tras procesos de gran liquidez y expansión crediticia, es que la escasez es el dato básico, siempre presente (aun en momentos de euforia) en la economía. Los ingeniosos mecanismos para tratar de neutralizar riesgos no son tan eficaces y, en cambio, las viejas y sanas prácticas bancarias, como incrementar a tiempo las reservas obligatorias de los bancos para créditos en riesgo, siguen siendo la mejor receta.

Otro error de los reguladores fue desdeñar las advertencias que surgían del propio mercado. Todo lo cual demuestra que los seres humanos solemos tropezar una y otra vez con la misma piedra. Hoy, de la crisis tendremos que aprender rápido y evitar a toda costa que esto conduzca a falsas soluciones que frenen la apertura de la economía y los beneficios de la globalización (algunos políticos ya afilan sus garras proteccionistas en Estados Unidos y en Europa). Eso sí sería una tragedia.

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domingo, 12 de agosto de 2007

Terapia para unos mercados nerviosos

La decisión de los bancos centrales de inyectar liquidez a los mercados financieros funcionó el viernes para evitar caídas mayores, pero generó un efecto paradójico y tal vez indeseable: Aumentó la percepción de que sí hay motivos para preocuparse, ¿los hay?


Parece claro que la intervención de jueves y viernes de los bancos centrales perseguió dos finalidades: 1. Cortar oportunamente un amago de estampida en los mercados y 2. Mandar el mensaje de que el problema de las hipotecas “chafas” en Estados Unidos – el eufemismo es “subprime”- puede y debe aislarse del resto de los mercados, dado que los fundamentos de la economía mundial son más o menos sólidos.

Con la cabeza fría la estrategia parece pertinente. En efecto, la baja calidad de muchas hipótecas – es decir créditos para vivienda que son incobrables y que fueron tomados y otorgados con alegre irresponsabilidad- se aisla, teóricamente, del resto del mercado financiero gracias a la participación de los “hedge funds”, diseñados, precisamente, para aislar o limitar riesgos indeseables. Pero un estallido de pánico en los mercados puede inutilizar toda la estrategia de aislamiento y contagiar al resto. Es decir: la operación de aislamiento no es infalible.

Tan no es infalible – razona un inversionista nervioso- que los bancos centrales han debido intervenir. Es aquí donde aparece la peligrosa paradoja de la intervención de los bancos centrales. Usando un símil imperfecto: El temeroso pasajero en un avión que atraviesa una serie de turbulencias no se calma con el mensaje tranquilizador del capitán de la nave, sino que conjetura que la situación podría ser peor de lo que – hasta antes del mensaje- le dictaba su enfebrecida imaginación: “¿Cómo estarán las cosas que el mismo capitán ha debido intervenir?”.

Por supuesto, el factor nerviosismo – y los mercados financieros son por naturaleza nerviosos- explica la paradoja y hasta el aparente dilema insoluble para los reguladores: ¿Acaso era mejor no intervenir?, ¿la omisión, acaso, no habría generalizado el pánico y confirmado los peores temores? Sí.

En este sentido, la intervención fue pertinente, pero requiere para funcionar con eficacia de mercados con la cabeza de veras fría, lo cual a veces es demasiado pedir…

Por lo pronto, sólo se me ocurre una moraleja, útil tanto para los vuelos en medio de turbulencias como para los mercados sometidos a un ataque de volatilidad: El nerviosismo siempre empeora las cosas.

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jueves, 9 de agosto de 2007

Carlos Slim: Claros y oscuros

No es necesario decir mentiras para reconocer el talento de Carlos Slim para los negocios. Slim no es un villano, sino alguien que supo aprovechar talentosamente un proceso de privatización mal hecho por un gobierno que NO quería fomentar la competencia, sino sólo fortalecer las finanzas públicas.

Es lamentable que la superficialidad periodística reduzca fenómenos que merecen un análisis objetivo – por ejemplo: qué falló en varios procesos de privatización de los años 90 en México- a mitos simplistas.

Tal es el caso de la mitología alrededor de Carlos Slim Helú.

Hoy en El Economista Bruno Donatello desmenuza los errores que se cometieron en el programa de carreteras concesionadas en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari y concluye: “En México los errores y las equivocaciones son huérfanos”. Tiene razón, también sucede en el caso de la privatización de Teléfonos de México.

A su vez, también hoy en el periódico Reforma Sergio Sarmiento emprende una defensa de Slim en la que falsea, al menos, un par de hechos fundamentales: Es falso que nadie criticase en su momento el monopolio gubernamental que era Teléfonos de México – muchos lo hicimos en su momento, no a toro pasado-, y aún más importante: es falso que Telmex hubiese dejado de ser un monopolio cuando, por fin, se abrió la competencia en la telefonía de larga distancia. Sergio debe saber que esa apertura parcial tuvo efectos precarios porque persistía el monopolio de Telmex en la telefonía local, y ello le permitió a la empresa de Slim subsidiar precios muy bajos en larga distancia con tarifas altas en telefonía local; un claro caso de falsa competencia, auspiciada por una mala regulación gubernamental.

Tal vez Sergio recuerde el enojo que suscitó en algún directivo de Telmex el hecho de que en un noticiario de Televisión Azteca hayamos difundido una declaración del entonces subsecretario en la SCT, Javier Lozano, donde Lozano mencionó esa práctica de los subsidios cruzados. Yo sí lo recuerdo porque recibí un estruendoso y ridículo regaño por la supuesta “imprudencia” de incomodar al que tal vez era el principal anunciante de la televisora.

No es necesario mentir para reconocer la capacidad de Slim. Dado un escenario propicio a la obtención de altas rentas, las obtuvo. Otros más en México han tenido oportunidades similares y no tuvieron ni el talento, ni la dedicación al trabajo que ha mostrado Slim.

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miércoles, 8 de agosto de 2007

Electricidad: ¿Están locos en Europa?

Tres modelos: Libre competencia, monopolios privados regulados políticamente por el gobierno o monopolio gubernamental secuestrado por un sindicato. Berlín, Buenos Aires, ciudad de México.

En la Unión Europea la autoridad comunitaria presiona para que los precios – ojo: precios, no tarifas- que ofrecen las empresas a los usuarios de electricidad reflejen una auténtica competencia. Hay una guerra de precios y los consumidores con gran facilidad se cambian de proveedor según les convenga.

En Argentina el gobierno regula severamente las tarifas – no son precios- que cobran las empresas privadas a los consumidores, quienes sólo pueden “disfrutar” los servicios del monopolio privado que les tocó en suerte. Subsiste el mito de que la industria eléctrica es un “monopolio natural” y que la competencia es antieconómica. Dado que el gobierno no ha permitido la actualización de las tarifas (inflación reprimida por decreto), las empresas carecen de incentivos para mejorar el servicio. Algunas empresas “ya no quieren queso, sino salir de la ratonera”.

En México el consumidor padece, según donde viva, a un monopolio gubernamental malo y deficiente o a un monopolio gubernamental – de hecho secuestrado por un sindicato- pésimo. El segundo, Luz y Fuerza del Centro, es tan nefasto que hace lucir al primero, Comisión Federal de Electricidad, como si fuese un dechado de eficiencia y productividad; que no lo es. Las tarifas, jamás precios, son fijadas por el gobierno, son más altas que en otros países y aún así se requieren cuantiosos subsidios para mantenerlas a raya. El servicio es proverbialmente malo y si el consumidor corre con suerte recibirá un amplio catálogo de pretextos para justificar las frecuentes fallas: “Nos tienen asfixiados con el presupuesto” (pretexto sindical), “hemos mejorado mucho en la atención de quejas” (pretexto de la empresa).

Por eso es tan absurdo el espantajo de la privatización de la industria eléctrica que esgrime el Sindicato Mexicano de Electricistas para sus grillas estridentes, un día sí y otro también. Para empezar, ni quien quiera comprar ese monstruo cargado de pasivos laborales; monumento a la improductividad.

Mejor que las cosas se queden como están. Así le ahorramos chamba a la Comisión Federal de Competencia…

Y que ningún berlinés le venga a presumir que allá sí hay competencia. Usted sabe, esos europeos están locos; ya no saben qué inventar.

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martes, 7 de agosto de 2007

Un buen filón para recortar el gasto

Recortar en serio el gasto público destinado a propaganda política y gubernamental en los medios de comunicación – en los tres niveles de gobierno y en los tres poderes de la Unión- sería una acción con la que ganaríamos todos…o casi.

En ocasiones alguna frase simple descubre – así sea involuntariamente- cursos de acción fructíferos y atinados. Así me sucedió al leer en una revista (“Vértigo”) la siguiente frase del periodista Sergio Sarmiento:

“La experiencia nos dice que los grupos que protestan por las reformas fiscales son los primeros en chillar cuando el gobierno les recorta sus subsidios o beneficios”.

¡Bingo!, Sergio. Ése es el punto: Nadie quiere pagar más impuestos, pero son precisamente los grupos que en forma más estridente obstaculizan reformas que incrementarían la recaudación, los primeros en poner el grito en el cielo si, en lugar de las reformas que rechazan, el gobierno recurre al expediente de recortar el gasto…y, con ello, afecta las rentas de esos grupos estridentes.

En el caso de México, el problema es aún más grave, porque no sólo necesitamos reformas para fortalecer los ingresos públicos, sino que necesitamos, además, hacer sustanciales recortes al gasto gubernamental, empezando por aquellos renglones en los que el gasto no arroja ningún beneficio para la sociedad.

Tal vez por falta de espacio Sarmiento no pudo seguir las consecuencias lógicas de su observación respecto del gasto, pero no me cabe duda que llegaría a esta conclusión: El más rico filón de recortes al gasto gubernamental de la Federación, de los estados y de los municipios, así como de los tres poderes de la Unión y del gasto de organismos autónomos – como el IFE o la Comisión Nacional de Derechos Humanos- que puede abordarse de inmediato y que la sociedad en su inmensa mayoría agradecería, es el gasto absurdo, inútil, ofensivo para la inteligencia, que gobiernos, políticos y partidos destinan a la difusión de propaganda en los medios de comunicación, especialmente en la televisión.

Todos ganaríamos: como electores, como contribuyentes, ganarían las finanzas de todos los gobiernos, ganaría el periodismo independiente, ganarían los televidentes que dejarían de ser sometidos a la machacona repetición de frases de manufactura idiota. Sospecho que esta propuesta no será del agrado de las televisoras. Pero no hay problema: Ya se sabe que la televisión mexicana siempre apoya las mejores causas, ¿o no?

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lunes, 6 de agosto de 2007

¿Un “apretoncito” en los mercados?

A diferencia de muchos comentaristas, aficionados o profesionales, el semanario británico “The Economist” considera bastante saludable lo que está sucediendo en los mercados financieros: Se trata, consideran los editores, de un oportuno “apretoncito” después de una temporada de crédito excesivamente barato.

Pocas cosas tan fáciles como equivocarse al hacer pronósticos respecto de los mercados financieros mundiales. Además de las dificultades inherentes a la tarea de predecir el comportamiento de cientos de miles de inversionistas – que, a su vez, observan obsesivamente cualquier indicio sobre las percepciones y el comportamiento de millones de consumidores, libres y sujetos a la influencia de miles de variables, la mayoría de las cuales no conocemos-, no solemos tener suficientemente fría la cabeza como para no sucumbir a los deseos disfrazados de intuiciones.

Así, si estamos metidos hasta el cuello en inversiones arriesgadas pero tentadoras queremos creer que no pasa nada; por el contrario si abrigamos alguna secreta fascinación por los desastres y las crisis – especialmente si esos desastres se ceban, por ejemplo, sobre la arrogante economía estadounidense- tenderemos a los pronósticos sombríos.

Ayer, por ejemplo, alguien señalaba que el factor último detrás de las turbulencias en los mercados es la fragilidad estructural de la economía estadounidense y pronosticaba – tal vez confundiendo los deseos con las percepciones- que esto podría terminar con la hegemonía del dólar en el planeta. El problema con esta hipótesis no son tanto sus premisas acerca del sobreendeudamiento de Estados Unidos y de los estadounidenses, que son acertadas, sino la presunción de que alguien – un país, un grupo de países o un poderosísimo inversionista- tendrá los arrestos suficientes como para matar a la gallina de los huevos de oro matándose a sí mismo. No le encuentro la lógica a que, por ejemplo, un país o un inversionista, que inevitablemente poseen la mayoría de sus activos financieros en instrumentos atados al dólar, esté dispuesto a patrocinar una corrida en contra de esa divisa, para darle un calambre simbólico al gigante, al mismo tiempo que se arruina a sí mismo irremisiblemente.

Más sensata me suena la opinión de los editores de “The Economist” quienes desmenuzan objetivamente los factores de un posible riesgo sistémico y encuentran, al final, que esto podría ser tan sólo un saludable ajuste, para recordarle al mercado que todo tiene un precio, también el crédito.

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domingo, 5 de agosto de 2007

En defensa del escepticismo

Ahora resulta, según algunos fervorosos y agresivos apóstoles del “calentamiento global”, que lo científico es creer y no dudar.

No falla. Cada vez que he manifestado mi escepticismo sobre la moda del calentamiento progresivo del planeta presuntamente causado por las emisiones de CO2, recibo algún “regaño” por dudar de que haya sido demostrada satisfactoriamente dicha hipótesis. Los reproches van desde lo comedido hasta lo visceral y suelen estar acompañados de una admonición moralista: Mi escepticismo es reprochable, se me advierte, porque las conscuencias del “calentamiento” podrían ser tan terribles y destructoras que cualquier duda promueve criminalmente la extinción de la especie humana. De ese tamaño.

Esta vertiente moralista – totalmente acientífica- es lo más chocante. La ética no puede fundarse en mentiras o en patrañas, así el fin propuesto sea el más noble que algunos atinen a imaginar. Con la mejor de las intenciones, en el pasado algunos padres trataban de alejar a sus hijos adolescentes de la masturbación asegurándoles que dicha práctica onanista les provocaría males físicos u orgánicos abominables e irreversibles, desde la aparición inopinada de pelos en la palma de la mano hasta la demencia. Nadie puede dudar de la irreprochable intención de dichos padres, pero también es cierto que tales consejas eran patrañas.

Lo que se trata de dilucidar es si es cierto: 1. Que el planeta en su conjunto experimenta una fase de calentamiento irreversible por primera vez en su larga existencia y 2. Que, supuesto que se compruebe dicha fase de calentamiento de manera indubitable, la causa del mismo sean las emisiones de los llamados gases de invernadero.

Aun dando por cierta la primera premisa – la cual no ha sido posible demostrar dado que no disponemos de mediciones confiables y unívocas de la temperatura global que vayan más allá de un par de siglos, ¡contra millones de años de existencia del planeta!-, la segunda premisa es totalmente espúrea: Basta considerar que ni uno solo de los investigadores que sostienen la hipótesis del calentamiento ha aislado – para demostrar que no es la causa del calentamiento- la más probable de las variables independientes que explicarían el fenómeno: la actividad del sol durante los períodos en los que presumiblemente habría aumentado la temperatura.

Un poquito más de escepticismo científico y un poquito menos de moralina dizque ecologista no nos harían daño.

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jueves, 2 de agosto de 2007

De Salomón a Gore, con un final de Chesterton

Por fin se ha descubierto cuál es el agente maligno que provoca la elevación de temperaturas en el planeta. La respuesta, al final del artículo.

Se atribuye a Salomón (970-931 a. C.), rey de Israel, haber dicho: “No hay nada nuevo bajo el sol”.

Sin embargo, todos los días aparece alguien diciendo que ya descubrió, ahora sí, algo nuevo bajo el sol. Por ejemplo, el calentamiento global.

Si uno escucha a ese predicador, favorito de los compradores de catecismos a la moda, que se llama Al Gore, oirá que este político estadounidense ha encontrado la noticia más estremecedora e importante de la historia de la humanidad. Noticia que sería, más o menos, la siguiente: “El planeta se está calentando con consecuencias catastróficas para la vida, a causa de las emisiones de gases invernadero que provoca el ser humano; en especial, a causa del uso de los derivados de carbono como fuentes de energía”.

Se supone que a Gore le mueve, para revelar esta novedad con ribetes apocalípticos, un encomiable sentido de urgencia moral: Salvar al planeta y a la humanidad de su más o menos inminente destrucción.

Que esta “noticia” del calentamiento global sea considerada falsa por muchos científicos serios (recomiendo, sólo como un ejemplo entre muchos, el artículo que publicó en la edición en inglés de “Newsweek” el experto en cambio climático del MIT Richard S. Lindzen: “Why so gloomy? There is no such thing as a ‘perfect’ temperature” el 16 de abril de 2007), a muchos les parece irrelevante, porque tal vez prefieren las “buenas intenciones” (supuestas) que rendir tributo a la verdad. Como quienes creen que es bueno difundir leyendas negras con tal de que la causa que se defienda sea “justa”: “Contaminar es malo, asustemos a la gente para que no lo haga”.

Ni hablar, la honestidad intelectual no es moneda común. Si los predicadores del calentamiento global, como Gore, fuesen un poco honestos intelectualmente deberían reconocer que la causa fundamental, única, capaz de generar un verdadero calentamiento verdaderamente global del planeta es…

Una estrella de tipo espectral que, se calcula, se formó hace unos 5 mil millones de años y que, se conjetura, podría permanecer en su secuencia principal otros 5 mil millones de años más. Es popularmente conocida como Sol.

No en vano Gilbert K. Chesterton (1874-1936) dijo, corrigiendo a Salomón: “Sí hay algo nuevo bajo el sol: Ver el sol”.

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miércoles, 1 de agosto de 2007

¿Por qué damos las gracias al comprar y vender?

Por supuesto que damos las gracias por elemental educación, pero también porque sinceramente – cuando estamos en un mercado libre con varios competidores- agradecemos un intercambio en el que hemos ganado.

La escena es cotidiana: Llega un cliente a una cafetería pide un café de tal o cual tamaño y con tales o cuales características, recibe su café, paga y da las gracias al dependiente, quien, a su vez, también da las gracias al cliente al recibir el dinero.

No sólo es cortesía, el cliente está satisfecho de deshacerse de una parte de su dinero a cambio de obtener un café, y el dependiente – o el dueño- del establecimiento también está agradecido de recibir dinero a cambio de deshacerse de una porción de sus existencias de café. Los dos, comprador y vendedor, agradecen porque perciben una ganancia en el intercambio.

Esta observación, que sólo es en apariencia trivial, la hizo hace algunas semanas uno de los autores del muy recomendable blog “Café Hayek” y desde entonces ha estado dando vueltas en mi cabeza confirmándome lo maravilloso que resulta el libre comercio como un juego cotidiano de ganar-ganar.

Los beneficios del comercio libre los disfrutamos todos, aun aquellos que juran que en este mundo sólo hay ejercicios y juegos de “suma cero”, en los que alguien sólo puede ganar a costa de hacer perder a otro. Psicológicamente, esa incapacidad para entender que hay diversidad de preferencias – mientras yo prefiero el café, el señor de la cafetería prefiere el dinero- y que eso es lo que permite intercambios provechosos, hace a ese tipo de personas amargadas y poco agradecidas.

Sería terrible que permitiésemos que un déspota benevolente decidiese quién debe ganar y quién debe perder en un intercambio. Pero eso – la intervención del déspota benevolente en nuestras vidas así sea en forma velada- es lo que sucede cuando nos enfrentamos a un monopolio o a un oligopolio o a un control de precios.

Por eso los mexicanos jamás recibiremos una cartita de fin de año de parte de PEMEX diciéndonos: “¡Gracias por su preferencia!”.

¿Gracias por mi preferencia?, ¿cuál preferencia, si no me han dejado elegir? No, en ese caso no hay nada qué agradecer y sí hay mucho que lamentar.

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