miércoles, 29 de marzo de 2006

Gutenberg no inventó el libro

Gutenberg inventó la imprenta de tipos móviles que facilitó los grandes tirajes de libros y su difusión masiva. Las nuevas tecnologías de la información y de las telecomunicaciones han estallado la revolución del libro tradicional, posibilitando incluso que cada autor sea también su editor, su distribuidor y su comercializador.


Imagine usted un mundo en el que el negocio editorial sea tan preciso que sólo se “tiren” los ejemplares exactos de cada libro que requiere la demanda. Ese mundo ya existe.
Imagine un mundo en el que un nuevo libro salga al mercado y esté disponible para los lectores de inmediato en cualquier lugar del planeta, exactamente al mismo precio de lanzamiento – lo mismo estén los lectores en Nueva Zelanda o en Alaska- y que el autor pueda tener, de inmediato, la información de cada venta de su libro, y de las ganancias, por derechos de autor, que le corresponden y de las que ya dispone, si así lo desea, en su cuenta bancaria. Ese mundo ya existe.
Imagine un mundo en el que un libro científico o técnico sea constantemente actualizado conforme hay nuevos avances cientìficos o tecnológicos en la materia y que usted, como lector, pueda disponer de esas sucesivas actualizaciones del libro original sólo por una fracción del precio que pagó inicialmente. Ese mundo empieza a surgir.
Imagine usted un mundo en el que las citas a píe de página de un libro de historia le remitan no a la mención de las fuentes, sino a los mismos documentos originales que usó como fuente el autor. Ese mundo empieza a existir.
Imagine usted un mundo en el que los libros cientìficos o técnicos están repletos de “vínculos” electrónicos a información relacionada. Ese mundo ya es posible.
Imagine usted un mundo en el que los caros libros de texto de ciertas carreras universitarias (medicina, ingenierías, diseño, arquitectura, economía y otras) puedan adquirirse desde el hogar a un precio sensiblemente inferior a los $10 dólares por ejemplar. Ese mundo es factible.
Imagine, en fin, un mundo en el el que la biblioteca más extensa “quepa” en una “laptop” conectada a la red o en el que una tarde de compras a la más bien surtida librería pueda hacerse sin salir de casa, sentado cómodamente frente a la computadora. Ese mundo ya está aquí.
Por ejemplo, hace dos semanas me tomó menos media hora poner en la red una novela – “Imágenes del futuro en un país de la esperanza”- que había difundido en 15 entregas en El Economista un año antes. Quien quiera y sin costo alguno puede leerla en este otro blog y, con perdón de Gutemberg, no necesité de su invento para poner en circulación mundial ese libro.
A la vista del inmenso salto que ha supuesto la más reciente revolución tecnológica, hacer leyes que esablezcan precios fijos y únicos para los libros de papel y tinta parece tan retardatario como reestablecer el derecho divino de los reyes sobre vidas y haciendas de sus súbditos.

El precio de cada libro y el cálculo económico

Los defensores del “precio único” en los libros huyen de la discusión esgrimiendo nebulosos “argumentos culturales” que, siendo interesantes y hasta válidos, son impertinentes para un asunto que sólo puede analizarse con argumentos de cálculo económico: el precio de un bien.


La economía estudia el comportamiento del ser humano cuando éste tiene que decidir cuáles son los mejores medios, por definición escasos y alternativos, para obtener un fin previamente elegido por el hombre o predeterminado por la naturaleza. La economía, por decirlo así, se desentiende de los fines y se abstiene de calificar si tales fines son o no los mejores o los más adecuados para el ser humano (tarea que corresponde a la ética y, en sentido amplio, a la filosofìa y/o a las religiones) y se limita a calcular – cuantitativa o cualitativamente- cuál es la mejor relación costo-beneficio en el uso de los medios (recursos) disponibles para alcanzar los fines, que cada cual jerarquiza en importancia.
La clásica definición de economía, formulada por Lionel Robbins en 1932, delimita con gran claridad los alcances y los fines de la ciencia económica: “estudia la conducta humana como la adecuación entre unos fines clasificados en cada momento por orden de importancia y unos medios escasos y de uso alternativo”.
Por su parte, el economista español Pedro Schwartz (de quien he tomado lo esencial de su argumentación a favor del precio libre para los libros, que puede verse en “La liberación del libro. Una crítica al sistema de precio fijo”, Madrid, 2000, disponible aquí), ofrece los siguientes ejemplos de problemas que atañen al cálculo económico como muestra de que también el libro es una mercancía sujeta a la oferta y a la demanda cuyo precio óptimo, por tanto, debe establecerse en términos de economía y no de elevados, pero etéreos fines sociales o culturales: Tan “económico” es el cálculo que hace un drogadicto cuando decide robar para adquirir cocaína, como el cálculo que hace un místico para aprovechar mejor su tiempo en la contemplación y el ascetismo o el cálculo que hace un gobierno para organizar un desfile militar.
Más aún: el precio “óptimo” de cada libro – que varia incesantemente en el mercado, dependiendo de la complejísima interacción entre fines individuales y recursos disponibles para cada persona- sólo se alcanza en condiciones de plena y libre competencia entre un gran número de oferentes y demandantes.
Al contrario, como hemos sostenido, establecer un precio único (que no es más que prohibir los descuentos) sólo encarecerá el bien, lo hará más escaso y esteblecerá barreras de entrada a nuevos competidores (autores, editores, distribuidores) beneficiando indebidamente a los ya establecidos y perjudicando a los lectores.
Por fortuna, y a despecho de los afanes proteccionistas – a favor de los grandes editores ya establecidos -, los avances tecnológicos dejarán en pocos años obsoleta esta discusión. La tecnología ha revolucionado, abatiendo los costos y los precios, el mismo concepto de “libro”.

Libros: El “precio único” es aberrante

Bien vistas las cosas la prohibición a los distribuidores de libros de hacer descuentos para vender más ejemplares o para desplazar más rápido sus inventarios, sólo beneficia a las grandes editoriales y perjudica a los lectores y a los autores.


En días pasados el Senado de la República aprobó una nueva ley de fomento al libro y a la lectura cuya principal cartacterística es introducir el concepto de “precio único” para la venta de libros en México, sean éstos editados o no en el país. En abril esta iniciativa será analizada en la Cámara de Diputados.
Se argumenta que esta modalidad – en contraste con la de “precio recomendado” que sí permite al distribuidor hacer descuentos sacrificando márgenes de utilidad unitario o, incluso, vender un libro por debajo del costo como mercancía “gancho” que favorece la venta de otros- beneficiará a las pequeñas librerías, evitará el encarecimiento de los libros en localidades remotas o con pocas librerías y hasta propiciará la edición de obras de nuevos autores ya que las empresas editoras, merced a un margen de ganancia mayor en sus libros exitosos, prometen otorgar una especie de subsidio cruzado en beneficio de publicaciones “culturalmente valiosas” pero de poco éxito.
Sorprendentemente algunos autores más o menos prestigiados apoyan con entusiasmo esta iniciativa a pesar de que, analizada con objetividad y de acuerdo a principios elementales de economía de mercado, les resultará perjudicial en la mayoría de los casos. Conjeturo que han sido convencidos por algunas de las grandes casas editoriales en lengua española de las “bondades” del precio único o precio mínimo obligatorio.
No está por demás recordar que detrás de toda iniciativa de esta naturaleza – que atañe a distribución de rentas – suele estar el interés y que varias de esas mismas casas editoras han conseguido en España mantener este sistema restrictivo en los precios de los libros que tan buenas utilidades les ha dado desde que el régimen de Francisco Franco, fiel a su vocación de corporativismo y a sus prevenciones contra los riesgos de la libertad de elección, lo estableció. Cabe añadir que tanto en España como en México esas casas editoras han encontrado una rentable veta de negocios en la edición de libros de texto para escolares que son recomendados o autorizados previamente por el Ministerio de Educación allá o por la Secretaría de Educación Pública aquí.
Una pista de este “interés” podrá encontrarse en las empresas editoras del grupo español Prisa, últimamente muy activo en la política mexicana.
El precio único es una iniciativa retardataria que perjudica a los lectores y a los mismos autores, establece barreras de entrada en el mercado de los libros impresos e ignora las formidables potencialidades de abaratamiento de los libros que han creado las nuevas tecnologías. Más aún: parte de un concepto restringido de “libro” (reduciéndolo al de libro impreso) que la internet y otras tecnologías de almacenamiento y distribución de la información han revolucionado.

lunes, 20 de marzo de 2006

Halagadora mención en el WSJ

Varios buenos amigos me pusieron sobre aviso acerca de la amable mención que hizo Mary Anastasia O'Grady en su habitual artículo de los viernes en The Wall Street Journal de un reciente artículo mío publicado en estas Ideas al vuelo.

Muchas gracias a Mary por la cita. Dado que acceder a los artículo del WSJ en la red requiere de suscripción, me atrevo a reproducir aquí la parte final del mismo:


Mexico's Political Jitters

By Mary Anastasia O'Grady


Last month, Mexican journalist Jorge Fernandez penned a column titled "Why Do They Fear Lopez Obrador?" The answer, according to Mr. Fernandez, is found in the candidate's open hostility toward Mexican business groups, who he accuses of being "wrapped in the PAN" and trying to "entrap" him. When he follows these charges -- as he did recently at a rally where passionate supporters had been bused in -- with the insistence that he has nothing against "honest entrepreneurs," but only against "influence traffickers, thieves and the corrupt," it is difficult to ignore the inference.

"Well then," writes Mr. Fernandez, "according to the logic of Lopez Obrador, all businessmen in the Mexican chamber of industry (the majority in the country), financiers, businesses that are part of the Mexican stock market, the executives of Bancomer and Banamex" and others that Lopez Obrador eschews "are `PANistas, looking to entrap him' or are `influence traffickers, thieves and the corrupt.' But don't worry, he is not against business."

If AMLO gets his enemies -- PANistas in business -- in his crosshairs, investors will have to scramble for cover.

Consider the exchange between banking mogul Roberto Hernandez and AMLO at a Televisa shareholder meeting, as reported by columnist Ricardo Medina Macias in El Economista a few days ago. Mr. Hernandez offered that in acquiring his fortune, he had complied with the law. "I don't know if it was legal or not," AMLO said, "but what you did, to obtain profits of that size and to not pay taxes is immoral and offends the people." The candidate reportedly went on to promise Mr. Hernandez that he "is going to have to pay in 2007." As Mr. Medina noted, AMLO's makes his case on "extra-legal terrain," assuming his own "moral superiority."
AMLO's appeal is easy to understand. His personal reputation as a Spartan and his strongman moralizing against wealth accumulation goes right to the heart of underclass resentment. It's not very original though. Latin caudillos have triumphed for generations by promising to wage class war and equalize wealth.

Moreover, there are real reasons to question whether AMLO plans to challenge privilege or simply target his enemies as he consolidates power, a la the legendary PRI corporatism, most famously practiced in his beloved home state of Tabasco. This has become all the more relevant since the candidate announced earlier this week that he had recently met with Mexico's most coddled oligarch, monopoly telecom giant Carlos Slim, to discuss public-private partnerships in economic development. For the record, Mr. Slim told Mexico's Reforma that he knew nothing about that meeting.

Someone is not telling the truth. Too bad Mexicans aren't likely to know who until after the election, if then.

(WSJ, 17 de marzo de 2006)

Elecciones 2006: Un estudio de casos (IX y final)

El “clivaje” fundamental en estas elecciones es “modernidad contra restauración”. Sí están enfrentadas dos cosmovisiones radicalmente distintas que atañen prácticamente a la totalidad de la vida política, económica y social.


Algunos analistas se desesperan por la falta de propuestas específicas acerca de asuntos concretos en la contienda electoral, pero esa ausencia se explica porque la elección se ha ido dibujando como una encrucijada definitiva y definitoria: del camino que se elija – y para efectos prácticos sólo hay dos opciones- dependerá después la respuesta a casi todos los asuntos específicos.
El candidato puntero en las encuestas no ha moderado su discurso “ellos contra nosotros” y en ello es totalmente transparente: no hay que hacerse ilusiones de que estamos ante una elección rutinaria en una democracia consolidada, en la cual las diferencias entre candidatos son meramente de matiz o énfasis. (En este sentido, la contienda electoral en México se asemeja más a las recientes elecciones en Bolivia que a los comicios en Chile: Los candidatos no se están disputando el centro, sino que están ofreciendo centros o modelos de país totalmente distintos).
Dicho de otra forma: sí hay mucho en juego en estas elecciones y confiar en que la “institucionalidad” democrática y jurídica del país mantendrá una normalidad sin sobresaltos, gane quien gane las elecciones, podría ser un error fatal; de hecho, la forma en que el candidato puntero entiende dicha “institucionalidad” y la forma en que la entienden sus dos principales adversarios difieren sustancialmente. El exabrupto de Andrés M. López la semana pasada, mandando a callar al Presidente de la República, ilustra con claridad la disyuntiva. No en vano, tanto Felipe Calderón como Roberto Madrazo condenaron el fondo y la forma de ese exabrupto. Convencionalmente podríamos formular este clivaje con los términos: “modernidad contra restauración” y formulado así la contienda se reduce a un enfrentamiento entre López y Calderón porque Madrazo navega – a causa de su deteriorada imagen personal y de la igualmente deteriorada imagen de su partido- en un incómodo punto intermedio de semi-modernización y semi- restauración. López, en cambio, puede presumir que con él la restauración del Estado revolucionario y justiciero – por encima del derecho y de las libertades personales –, que se perdió a partir de la presidencia de Miguel de la Madrid, será completa; en tanto que Calderón ha ido afinando su discurso para ofrecer una modernidad completa sin transacciones con el pasado autoritario y presidencialista.
De este clivaje se derivan, por decirlo así, todos los demás: “individualismo-colectivismo”, “Estado de Derecho- Estado moralista y justiciero”, “equilibrio de poderes- presidencialismo exorbitante”, “libertad de mercados- dirigismo económico”, “disciplina fiscal y monetaria- subordinación de la política económica a objetivos de política pura”, “pluralismo-unanimidad”, “inserción en un mundo globalizado- autarquía voluntarista”, “libertad individual-justicia social”, “preeminencia de la persona- preeminencia del Estado y de la colectividad”, “respeto a las minorías- persecución, así sea virtual, de las minorías”.
De eso se trata y por ello los discursos se han ido polarizando. No tiene remedio, así lo ha planteado quien encabeza las encuestas.

Elecciones 2006: Un estudio de casos (VIII)

Un “clivaje” social es una profunda y duradera división en la sociedad alrededor de la cual las fuerzas sociales se definen a sí mismas y pueden comprometerse en una movilización política. ¿Cuáles son los “clivajes” que pueden definir las elecciones en México?


La palabra “clivaje” no aparece en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, sin embargo es un término usual entre los estudiosos de la ciencia política, tomado de “cleavage” en inglés, “clivage” en francés y “klieven” en neerlandés.
“Clivaje” también se utiliza en geología y se define, en esa ciencia, como “aptitud de un mineral para dividirse según planos paralelos, sean cristalográficos, estratigráficos o tectónicos”. Algo análogo sucede en los grupos sociales y en la sociedad cuando determinadas cosmovisiones se enfrentan, generalmente en el terreno político y partidario, dividiendo a la sociedad como: “integrismo religioso- secularismo”, “colectivismo-individualismo”, “intervencionismo gubernamental-libre mercado”, “proteccionismo-apertura comercial”, “Estado de bienestar- Estado guardián de los derechos del individuo”, “igualdad en los resultados- igualdad ante la ley”, “Estado moralista- Estado de Derecho”.
Las controversias sobre asuntos específicos o particulares – no universales- no son propiamente “clivajes” (por ejemplo, la discusión acerca de si en el transporte aéreo se debe optar por una política de “cielos abiertos” o de exclusividad de líneas aéreas nacionales en viajes cuyo origen y destino es dentro del territorio nacional) aunque se derivan de alguno – o varios- de los clivajes enunciados, en la medida que son consecuencia de una cosmovisión profunda de los electores, sea tácita o explícita.
En el caso de México, los tres candidatos con posibilidades de triunfar están planteando sus respectivas campañas en términos de “clivajes”. Por una parte, el candidato que ocupa el primer lugar en las encuestas, Andrés M. López (“C”), identifica en su discurso, en términos moralistas, a sus dos principales contendientes como representantes de una sola política que beneficia a las elites en detrimento de los pobres; a su vez, los candidatos “A” y “B” han centrado sus respectivas campañas, en términos tácticos, en desprestigiar a “C”, si bien con modalidades diferentes. “A”, Roberto Madrazo, ha centrado su discurso en el clivaje: “eficacia derivada de la experiencia contra inexperiencia e ineficacia (tanto de “C” como de “B”)”; mientras que “B”, Felipe Calderón, ha planteado el clivaje en términos de “futuro contra pasado” o “prosperidad y progreso contra atraso y pobreza”.
Nótese que cada candidato engloba a sus dos adversarios en un solo valor negativo: “A” tilda a “B” y a “C” de inexpertos e ineficaces, “B” tilda a “A” y a “C” de contrarios a la democracia y anclados en el pasado, “C” tilda a “A” y a “B” de defensores de los privilegiados y, por tanto, en términos moralistas más que jurídicos, de ser cómplices de la corrupción (entendida ésta en términos de injusticia contra los pobres, no en términos jurídicos de violación de la ley).
El lunes, el último artículo de la serie: ¿Cuáles clivajes pueden decidir las elecciones en México?

Elecciones 2006: un estudio de casos (VII)

El rechazo hacia un partido o candidato será tanto más intenso o efectivo si el elector percibe que de triunfar dicha opción se pondrá en riesgo su flujo de rentas actuales o futuras.


Nuestro modelo indica que el orden de preferencias del universo de electores no es simétrico al orden de rechazos. Así, tenemos que las preferencias siguen esta secuencia: C-B-A, en tanto que los rechazos tienen esta otra secuencia: A-C-B. Por otra parte, tenemos un número de votantes “indecisos” tal que puede decidir el resultado final de las elecciones.
Al final de la entrega de ayer indicamos un factor adicional – la “intensidad” del rechazo- que nos permite afinar el análisis. Entendemos por “intensidad” del rechazo el grado en el cual el votante percibe que la opción rechazada (es decir aquella por la que jamás votaría) pone en riesgo su flujo de rentas actuales y futuras.
Ejemplificando con el caso de las actuales elecciones en México, tomemos a un votante “X” a quien tanto el candidato “B” como el candidato “C” le provocan rechazo, pero el rechazo es de naturaleza distinta: “B” le desagrada porque lo percibe excesivamente conservador en asuntos morales y “C” le desagrada porque lo percibe excesivamente irresponsable en materia de política económica. El votante “X” calculará, entonces, cuál de las características que le provocan rechazo respecto de cada uno de los dos candidatos es aquella que, de ganar el candidato, representa una mayor amenaza para sus rentas actuales y futuras (las rentas, recuérdese, no sólo son económicas, pueden ser emocionales, ideológicas, sociales u otras).
Dicho coloquialmente: Si gana “B” el elector “X” sabe que – pesar del conservadurismo moral que le desagrada- “B” una vez en el poder no podrá imponerle determinada conducta en su vida diaria (“B” no podrá prohibir que “X” sostenga relaciones sexuales con quien deseé ni podrá impedirle usar preservativos); en cambio, “X” sabe que de ganar “C” una vez en el poder sí podrá afectar su empleo, su fondo de retiro, la viabilidad de la hipoteca de su casa o sus oportunidades de negocio, a través de tales o cuales políticas en materia económica. En este supuesto, que parece cazar con la situación actual en México, el rechazo a “C”, independientemente de su extensión cuantitativa, será más intenso que el rechazo a “B”.
Esto nos lleva a la hipótesis de que el resultado de las elecciones podría determinarse por sólo uno o dos “clivajes”: temas o asuntos que provocan rechazos o apoyos intensos.
Con estos elementos, analicemos las estrategias óptimas o ganadoras para cada uno de los candidatos.
Adelantemos que la mejor estrategia para “C” es crear entre los votantes la percepción de que su ventaja es imbatible y que la suerte ya está echada – de forma que se desaliente el llamado voto útil, fundado en el rechazo-, mientras que para “B” y “A” su estrategia ganadora (con ventajas claras para “B” por el menor rechazo que provoca) consiste en propiciar el voto útil.

Elecciones 2006: Un estudio de casos (VI)

Para efectos prácticos las elecciones presidenciales son una disputa entre tres candidatos, en la que los votos que pueden decidir el resultado final podrían ser aquellos más motivados por el rechazo hacia a un candidato que aquellos votos que podríamos llamar netamente “positivos”.


Planteamiento: Tenemos tres candidatos con alguna factibilidad – más o menos probable – de obtener el triunfo (para efectos del modelo, los otros dos candidatos en contienda son marginales y su efecto en el resultado final será irrelevante). Esos candidatos son: “A”, Roberto Madrazo; “B”, Felipe Calderón; “C”, Andrés M. López. Según las encuestas recientes quien encabeza las preferencias es “C”, mientras que “A” y “B” se disputan el segundo lugar, con una ligera ventaja para “B” en algunas encuestas.
Como señala Downs en contiendas de más de dos candidatos –como la actual en México- habrá un conjunto relevante de votos que no se definirán por la primera preferencia del votante, sino por aquella segunda preferencia que el votante perciba como más eficaz para evitar que gane aquél candidato que concita un mayor rechazo en el votante; es decir: habrá un grupo de electores más o menos numeroso que recurrirá al “voto útil” si percibe que su segunda preferencia tiene una mayor probabilidad de triunfar y de esa forma impedir que el candidato que más rechazo le produce se alce con la victoria.
Parece ser el caso actual en México porque hay un número relevante de electores no comprometidos de antemano con una de las tres opciones; dicho de otra forma: Quienes decidirán la contienda NO serán los electores “duros” de cada partido, sino los volátiles. Dada esa condición, junto con la variable “preferencia” debemos considerar la variable “rechazo” (entendida como la actitud del elector que se formula verbalmente como “el candidato por el que jamás votaría” o “el candidato que se quiere evitar que triunfe”). Las encuestas que se han realizado para detectar esta variable nos arrojan resultados interesantes porque en la variable “rechazo” el orden en que aparecen los candidatos no es simétrico al orden en que aparecen en la variable “preferencia”.
Así, el orden en la variable “preferencia” es: C-B-A, mientras que el orden en la variable “rechazo” es A-C-B. El más preferido es “C” pero el menos rechazado es “B”. En este esquema el candidato “A” lleva la peor parte porque –dada la gran cantidad de indecisos o volátiles- es quien mayores probabilidades tiene de perder votantes que migren a “B” o “C” en caso de suscitarse – como parece que va a suceder- un escenario propicio para el llamado “voto útil”. Por su parte “B” – el menos rechazado- tiene mayores probabilidades que “C” de captar esos votos motivados por el rechazo (en este caso, por rechazo a “C”), ya que “C” parece concitar menor rechazo que “A” pero mayor rechazo que “B”.
Otro elemento que podemos añadir al modelo es el grado de intensidad del rechazo, del que hablaremos mañana.

Elecciones 2006: Un estudio de casos (V)

Visto el efecto marginal, irrelevante o casi, de su voto aislado dentro del total, el votante puede razonar que el mejor flujo de rentas a esperar por su voto sea el de satisfacer la necesidad emocional de expresar su rechazo a un orden de cosas que percibe injusto.


El ejemplo relatado ayer nos da aún mucho material de análisis para entender el funcionamiento real, no el teórico o normativo, de las democracias y de los procesos electorales.
Se sabe que el costo para el votante de obtener toda o la mayor parte de la información pertinente para emitir un voto cercano al óptimo es demasiado alto, en comparación con la capacidad de ese voto para determinar el resultado de unos comicios.
Esto significa, en la práctica, que aun en el supuesto (irreal) de que el votante medio tuviese toda la información pertinente, carece de incentivos para invertir recusos en allegársela. Lo que, a su vez, también significa que el candidato o partido invertirán sus esfuerzos “racionalmente” en formular ofertas que “empaten” con la información y los deseos que tiene el votante medio, especialmente el votante que no tiene una clara lealtad a determinado partido y que suele ser el menos informado y/o el más desencantado.
Volvamos al ejemplo de ayer: 1. Está claro que el votante medio no conoce la legislación tributaria y que tampoco tiene el tiempo ni los recursos, ni el interés, para calcular cuánto ganó o cuánto perdió cada uno de miles de accionistas que vendieron acciones mediante la bolsa ante una oferta pública de adquisición como la que hizo Citigroup por Banamex, 2. En cambio, el votante medio “sabe” que es “justo” que los ricos paguen más impuestos que los pobres e intuye que, en el supuesto de un gobierno “justo y honesto” (cualidades morales), los impuestos que paguen los ricos podrán revertirse en beneficio del propio votante a través del gasto público.
Vistas así las cosas, la oferta-promesa del candidato (cobrarle impuestos a RH) es racional aun cuando sea – en el entorno de una normalidad democrática- descabellada e irrealizable. Nótese que si además el votante está descontento con su situación personal –y culpa de ella a los ricos y a los poderosos- la promesa de una reivindicación moral es sumamente atractiva. Tan “racional” como la satisfacción del seguidor de un equipo de futbol que, por fin, un dìa memorable obtiene una victoria. Es una renta “emocional” a cambio de la cual se está dispuesto a realizar un desmbolso, una renta “emocional” similar a la que recibe un refinado esteta cuando desmbolsa miles de dólares para contemplar un paisaje único.
Nótese también que la credibilidad de la oferta no radica tanto en su factibilidad, sino en que se perciba que quien la formula reúne las carácterísticas de “justo” y “honesto”, ya que la competencia – premisa de partida en este ejemplo- se plantea como una batalla moral más que como un proceso rutinario de renovación de mandatarios.

domingo, 12 de marzo de 2006

Elecciones 2006: Un estudio de casos (IV)

Un caso específico: Cómo las propuestas “irracionales” son, en el contexto de la seducción de los electores, perfectamente “racionales” para la finalidad del partido o del candidato: Obtener votos.


El pasado lunes 6 de marzo, el columnista político Salvador García Soto (periódico El Universal, “Serpientes y escaleras”) difundió una versión acerca de un ríspido encuentro que habrían tenido en el mes de febrero el candidato del PRD, Andrés M. López (AL) y el hombre de negocios Roberto Hernádez (RH), quien fue uno de los principales accionistas de Banamex, banco vendido en 2001 a Citigroup.
Lo que nos interesa aquí, al margen de juicios de valor, es mostrar cómo la “racionalidad” de los candidatos y de los electores puede moverse en distintos planos (incluído el de la aparente “irracionalidad”) sin que el comportamiento de unos u otros deje de ser “racional”.
Se trató de un encuentro privado al que convocó el Grupo Televisa, en el que AL expuso algunas de sus propuestas y los asistentes – vinculados de una u otra forma a Televisa- le hicieron preguntas especìficas. García Soto indica que AL no sabía de antemano que RH estaría presente. Reproduzco el intercambio verbal entre ambos según el columnista:
RH: “Señor candidato, yo quisiera preguntarle si usted tiene algún problema personal conmigo”.
AL: “Ningún problema señor, solamente que pague usted sus impuestos” (Se infiere que AL reclama a RH que no haya pagado impuestos por la venta del banco). RH: “Pero yo no hice nada ilegal, todo lo que hice fue legal”.
AL: “Yo no sé si fue legal o no (subrayado mío), pero lo que usted hizo, obtener ganancias de ese tamaño y no pagar impuestos, es inmoral, ofende al pueblo”.
RH: “ Pero yo le insisto si usted tiene algún tipo de problema personal…”
AL: “Ninguno, que pague usted sus impuestos, y los va a tener que pagar en 2007”.

Lo más importante de este diálogo es que muestra claramente cómo el candidato formula su propuesta en un terreno extrajurídico, de supuesta “superioridad moral”: RH pagará no porque lo diga la ley (eso es irrelevante en el argumento) sino porque “es inmoral obtener ganancias de ese tamaño y no pagar impuestos”.
En el marco de la normalidad democrática (Estado de Derecho y división de poderes) el reclamo del candidato, que al cierre del diálogo se convierte en oferta-promesa-amenaza (“usted pagará -porque yo ganaré-”) es improcedente y su oferta derivada es irrealizable (simplemente, por la no retroactividad de la ley, aun en el supuesto de que la ley cambiase gravando ese tipo de operaciones en el mercado bursátil) y debe tacharse de “irracional”. Sin embargo tiene una sólida lógica interna una vez que el votante potencial ha comprado la premisa de partida implícita en la oferta: Esta no es una contienda legal, sino una lucha “moral”.
Mañana: cómo la promesa “moral” es, en realidad, la oferta de un satisfactor emocional para un grupo de electores.

jueves, 9 de marzo de 2006

Elecciones 2006: Un estudio de casos (III)

Al igual que en los mercados de bienes y servicios, en el mercado electoral habrá oferentes cuyo éxito esté basado en una promesa emocional detrás de su “producto” (propuesta) y que eviten competir en el terreno de la información racional frente a los “productos” de sus adversarios.


Los economistas saben que el mercado perfecto de los modelos teóricos requiere entre otras cosas, para funcionar como tal, que todos los participantes tengan toda la información oportunamente. Lo mismo sucede en el terreno electoral: La hipótesis del elector “racional” en una democracia nos arrojará elecciones óptimas si y sólo si todos los electores tienen toda la información pertinente.
Entiéndase por información pertinente no sólo un conocimiento de las opciones (partidos y/o candidatos) y sus programas, sino acerca de los medios propuestos para lograr los resultados ofrecidos, incluidos desde luego los costos previsibles asociados al beneficio prometido, así como la factibilidad tanto de medios como de fines.
Es obvio que no existe tal elector absolutamente informado y que el llamado “elector medio” está lejos de poseer lo que aquí hemos llamado información pertinente para una elección de perfecta “racionalidad”.
Esto, en el modelo de Downs que he seguido en estos artículos, NO significa que el votante sea irracional, sino que actúa “racionalmente” empatando la información (poca o mucha, buena o mala) de la que dispone con su deseo de mejorar o al menos mantener su flujo de rentas actual en el futuro con un gobierno determinado por el que decide votar.
Como muestra Downs con un simpático ejemplo, la “racionalidad” del votante puede ser o parecer “irracional” en términos políticos. Digamos que el señor Pérez prefiere al candidato A por encima de los candidatos B ó C, pero digamos también que a la esposa del señor Pérez le disgustaría profundamente que su esposo votase por A y entonces el señor Pérez vota por B (su segunda preferencia después de A) para evitarse un conflicto conyugal que, en su valoración de costos contra beneficios, sería mucho más costoso que el hecho de que no ganase A. El comportamiento del señor Pérez es perfectamente “racional” – ha maximizado sus beneficios o minimizado sus pérdidas- pero resulta “irracional” para el observador externo.
Pero esto sólo ejemplifica las limitaciones del modelo; es preciso volver al asunto de la información como materia prima de la decisión electoral – incluida la opción de abstenerse, que también es “racional” cuando se da- y cómo los candidatos, al igual que los oferentes en cualquier otro mercado, tenderán a manipular la información en su beneficio.
Ejemplo: Muchas de las promesas electorales que escuchamos de los aspirantes al Poder Ejecutivo federal – digamos, las referentes a impuestos – requerirían para su realización del concurso del futuro Poder Legislativo, también federal, sin embargo se nos presentan como factibles con el solo hecho de que el candidato Fulano o Mengano (el vendedor) llegue a la Presidencia.

Elecciones 2006: Un estudio de casos (II)

Postulado: Tanto los partidos como los candidatos y los electores se comportan “racionalmente”: buscan maximizar su beneficio, aun cuando ese beneficio no necesariamente sea económico o material. Partidos y candidatos buscan el mayor número de votos; los electores, por su parte, buscan el mejor flujo posible de rentas futuras a partir de una determinada opción de gobierno.


Una primera y reveladora hipótesis, derivada del principal postulado de Downs sintetizado en el párrafo superior, es que “los partidos formulan políticas que les permitan ganar las elecciones en lugar de ganar las elecciones con el fin de formular políticas”.
Es claro que esta hipótesis-conclusión de Downs – a mi juicio totalmente plausible- contradice el discurso universal de todos los candidatos en campaña quienes nos aseguran que desean ganar las elecciones para llevar a cabo tales o cuales políticas públicas; la hipótesis nos dice exactamente lo contrario: Las propuestas de campaña – formulación de políticas- persiguen persuadir a los electores y obtener sus votos.
La contradicción es sólo aparente. La hipótesis no significa, necesariamente, que los candidatos mientan en su discurso – de hecho, lo más probable es que en caso de ganar lleven a cabo, una vez en el gobierno, alguna o varias de las propuestas de campaña-, sino que el proceso de “seducción del votante” (eso es una campaña electoral) obliga a presentar propuestas que sean atractivas al electorado y suprimir aquellas que sean difíciles de vender; esta necesidad de seducir al elector “obliga” incluso a presentar las propuestas sólo bajo su mejor ángulo – los beneficios reales o aparentes para los ciudadanos- manteniendo en la sombra lo menos atractivo: los costos.
Hay en la historia algunos casos de dramáticos fracasos electorales que, en cierta forma, podrían explicarse porque el candidato – generalmente un outsider o una persona ajena a la política profesional – expuso con total sinceridad sus verdaderas propuestas y sus consecuencias, incluidos los costos inmediatos. Tal fue el caso, por ejemplo, de Mario Vargas Llosa en Perú – derrotado por Alberto Fujimori en la segunda vuelta electoral- y así lo explica él mismo en su estupendo libro “El pez en el agua”. (La triste paradoja es que Fujimori aplicaría, al inicio de su mandato, algunas de las dolorosas medidas de reordenación económica propuestas por Vargas Llosa – con exitosos resultados, hay que decirlo-, para más tarde convertirse en un abominable dictador de hecho, cabeza de un gobierno excepcionalmente corrupto).
Un ejemplo de esta hipótesis – las propuestas son para ganar votos en lugar de que las elecciones sean el camino previo para lograr la aplicación de las propuestas- son las promesas de campaña que se limitan exclusivamente a los resultados deseados, sin explicar nunca los procedimientos específicos – los medios- que permitirían lograr el atractivo fin prometido. Un extremo serían las ofertas electorales que, puestas en la mesa de análisis, se revelan imposibles de lograr; en tales casos, es perfectamente “racional” la actitud del candidato que rehúsa un debate analítico de sus propuestas.
Pero también es perfectamente “racional” que el elector exija precisiones.

Elecciones 2006: Un estudio de casos (1)

¿Cuáles es el flujo de rentas esperadas por el votante ante los distintos desenlaces electorales?, ¿en el caso de las inminente elecciones se comprueba o se rechaza – por no corresponder a la realidad- el modelo según el cual el elector decide “racionalmente” para maximizar sus beneficios?


En 1957 un economista, Anthony Downs, publicó su “Teoría Económica de la Democracia”, un ambicioso estudio que buscó aplicar postulados básicos de la ciencia económica al comportamiento de gobiernos, partidos y electores en una democracia. Downs diseñó cuidadosamente un modelo teórico que tendría mucho mayor impacto entre los estudiosos de la ciencia política que entre los economistas.
Algo similar había sucedido antes con las aportaciones de Kenneth Arrow (premio Nóbel de Economía 1972) y su famoso teorema de la imposibilidad de que las preferencias sociales (voto mayoritario) expresen fielmente el agregado o la suma de las preferencias individuales, y sucedería más tarde con las aportaciones de Mancur Olson, James Buchanan (premio Nóbel de Economía 1986) y Gordon Tullock, entre otros: Han sido hallazgos de brillantes economistas mucho más y mejor estudiados por los especialistas en ciencia política que por los propios economistas.
Resulta interesante y provechoso contrastar algunos de los postulados del modelo de Downs con la realidad del proceso electoral que se lleva a cabo hoy en México, porque puede arrojar hallazgos relevantes acerca de las tendencias previsibles así como sobre las presuntas “razones” que explicarían el comportamiento de candidatos, partidos, electores y otros agentes políticos, como los medios de comunicación.
Downs establece, desde el principio, que su modelo NO es normativo (no versa acerca de lo que debe ser) sino positivo: Trata acerca de lo que es, con todas las limitaciones propias de un modelo teórico que inevitablemente deja fuera – por razones metodológicas, principalmente- muchos aspectos que podrían ser relevantes en el comportamiento de votantes, candidatos, partidos y gobierno pero que escapan a un análisis estrictamente “racional”.
Del mismo modo en esta serie trataré NO acerca de cuál debiera ser – desde un punto de vista normativo, doctrinal o ideológico- el desenlace electoral, sino de cuáles son, descriptivamente, las tendencias de comportamiento perceptibles en esta campaña, cuál puede ser la explicación “racional” de esas tendencias y cuál podría ser – a partir de la información disponible- el comportamiento de los votantes ante las distintas opciones electorales. Me apoyaré en buena medida en la muy valiosa metodología de Downs y procuraré en todo momento referirme a ejemplos ilustrativos de estas tendencias y comportamientos sin hacer juicios de valor o de preferencia electoral.
Para los lectores habituales de estas Ideas al vuelo debe estar claro que tengo claras preferencias por un determinado “modelo” normativo para México que, para simplificar, podemos llamar “liberal” o de mercado y Estado de Derecho. Sin embargo en esta serie NO propugnaré por dicho “modelo” sino que procuraré limitarme a la descripción y al análisis positivo –no normativo- de los hechos.

martes, 7 de marzo de 2006

Internet, el mundo árabe y la libertad

Poniendo en riesgo su vida un musulmán chiita en Irak se ha dado a la tarea de traducir y difundir en árabe obras como “Liberalismo” del austriaco Ludwig Von Misses, “En defensa del capitalismo global” del economista sueco Johan Norberg o el brillante alegato contra el totalitarismo y la planificación económica “Camino de servidumbre” de Friedrich A. Hayek.


A 300 años de la Ilustración y a 200 años de distancia de la Revolución Industrial gran parte del mundo árabe permanece aislado culturalmente. No deja de ser una triste paradoja que los descendientes lejanos de los grandes matemáticos árabes que iluminaron a Europa en la Edad Media permenezcan hoy en la oscuridad intelectual, sujetos a una cosmovisión cerrada suministrada por los líderes religiosos en las mezquitas y por medios de comunicación en manos de los gobiernos, que rechazan como malignas las ideas de libertad individual, confianza en la razón, tolerancia intelectual y crítica científica.
El más grande filósofo de la Edad Media, Tomás de Aquino, conoció las obras de Aristóteles gracias a los comentaristas árabes – Averroes, Avicena- del filósofo griego. Hoy, cada año se traducen cinco veces más libros al griego – una lengua que sólo hablan once millones de personas en el mundo- que al árabe. Normalmente – señala Jonathan Rauch en un revelador artículo en National Journal (ver aquí) - los autores, traductores y editores de libros en árabe tienen que vérselas con los caprichos de cuando menos 22 censores, lo que explica que propiamente no haya un mercado importante de libros en lengua arábiga ni en los países árabes.
Otro dato que Rauch toma del informe de las Naciones Unidas sobre el desarrollo humano en el mundo árabe (ver aquí) y que ilustra el estado de aislamiento cultural del mundo árabe: En el último milenio sólo se han traducido al árabe unas 10 mil obras, ¡las mismas que se traducen al español en un solo año!
Estos indicadores confirman dramáticamente que más que una confrontación de civilizaciones lo que existe entre el mundo árabe y el mundo occidental – hoy en día- es un abismo de civilización. Simplemente, el Renacimiento, la Ilustración y todo su efecto civilizador no han llegado al conjunto del mundo árabe; de ahí, por ejemplo, que en la cosmovisión de millones de árabes, y de no-árabes que sin embargo también están regidos por gobiernos fundamentalistas islámicos, la laicidad de los gobiernos sea impensable. Así, los llamados a una etérea “alianza de las civilizaciones” se revelan como una patraña demagógica.
En ese páramo intelectual, la iniciativa de H. Ali Kamil (pseudónimo que usa para protegerse de las violentas represalias de los fanáticos) es una verdadera luz. A través de su sitio en la Internet: Lamp of Liberty (ver) este musulmán chíita del sur de Irak está traduciendo y difundiendo a Fréderic Bastiat, Hayek, Mario Vargas Llosa, Milton Friedman, Hernando de Soto, Fareed Zakaria, David Hume.
Está, pues, iluminando literalmente al mundo árabe.

sábado, 4 de marzo de 2006

Liberalismo y santidad de la vida humana

Sólo remontándonos a su origen, la antropología judeo-cristiana, podemos captar toda la profundidad y extensión de la libertad humana.


Con toda razón al liberalismo le repugna que las controversias humanas – de índole religiosa, política, económica, cultural – se diriman mediante la eliminación del contrario. No se trata de una mera preferencia política sino de una convicción mucho más profunda: La vida humana es inviolable, intocable, sagrada.
Detrás de esta defensa a ultranza de cualquier vida humana – defensa de la que derivan las condenas a la tortura, a la violencia, a la pena de muerte, a la discriminación, a la esclavitud, al abuso sexual, a la dialéctica de las armas- se encuentra una concepción de la naturaleza del ser humano de una gran riqueza y hondura. Se encuentra la esencia del hombre como individuo racional y libre, dueño de su destino y capaz de discernir y elegir en cada encrucijada lo que le conviene ( es decir: el bien, que hemos de calificar las más de las veces como bien relativo sujeto, entre otras limitaciones, a las que impone un conocimiento insuficiente, parcial o sesgado de la realidad y a la formidable fuerza de las pulsiones instintivas, de la presión social y hasta de la amenaza proveniente del poder político).
Esta antropología del auténtico liberalismo es la misma antropología de la cultura judeo-cristiana que se encuentra plasmada a lo largo del Antiguo y del Nuevo Testamentos. La Ilustración, origen de lo que hoy conocemos como liberalismo, hereda del judaísmo y del catolicismo – a querer o no- la noción de la santidad de la vida humana. Sacralidad del ser humano – en cuyo núcleo está la libertad, como punto de encuentro de la razón y de la voluntad- que queda plasmada en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. La Ilustración, en cierta forma y en algunos casos, rompe con Dios, pero nunca rompe con la noción del ser humano como algo sagrado, ni con las concepciones derivadas de esa antropología: la primacia de la verdad, la confianza en el poder de la razón para discernir la verdad, la preeminencia del individuo libre sobre cualquier entidad de carácter colectivo, sea el Estado, sea la Iglesia como aparato jerárquico-burocrático (no confundir con la Iglesia como depósito de Fe y doctrina, ni con la Iglesia como “cuerpo místico de Cristo”).
Cierto, se puede ser agnóstico y ser liberal, pero con mayor razón no se puede ser cristiano, católico o judío creyente sin compartir – con el liberalismo- esa rica y profunda concepción antropológica, en la que el ser humano es sagrado.
Los arrebatos del moderno “fundamentalismo anti-fundamentalista” – que pretenden abolir la noción de verdad a cambio de un vago y sentimentaloide relativismo, necesariamente escéptico- atacan de lleno los fundamentos de la libertad y de la sacralidad de la vida humana. Por ello, no es extraño que los veamos hoy aliados (¿tontos útiles?) al fanatismo, en la controversia entre la civilización y la no-civilización.

jueves, 2 de marzo de 2006

La ironía, un lujo prohibido a los tontos

Hay un gozo que está vedado a los tontos, a los fanáticos, a los engreídos y a quienes padecen delirios de grandeza o de persecución: La ironía.


El cantante Bono y su grupo U2 llegaron a Buenos Aires después de sus presentaciones en México. Un avispado observador señaló que Bono se veía severamente disminuido y explicó la causa: “¿Y viste?, es que aquí en Argentina a todos los bonos los reducimos un 70 por ciento”.
El chiste (porque lo es; tontos abstenerse) introduce la risa o la franca carcajada ante una tragedia que bien conocen los argentinos y muchos inversionistas extranjeros que tenían bonos de la deuda pública de aquél país: La decisión unilateral y arbitraria – equivalente a un latrocinio – del gobierno argentino de cubrir su deuda con los tenedores individuales de bonos disminuyéndole el 70 por ciento de su valor nominal.
El humor, especialmente el de quien sabe reírse de sí mismo y de los reveses, es un rasgo característico de la civilización occidental, que se desarrolló en todo su esplendor a partir de esos dos grandes gigantes de la literatura que inventaron la novela: Rabelais y Cervantes.
Ese tipo de humor – el que realmente vale la pena y nos reconcilia con la grandeza humana, aun en las peores adversidades – es signo no sólo de inteligencia, sino de libertad. (En cambio, llamar “chachalacas” a los adversarios…)
Y ese tipo de humor alcanza su mayor dicha en la ironía que el diccionario define como la figura retórica que consiste en decir intencionalmente lo contrario de lo que se quiere significar. (Y que para los antiguos griegos significaba atribuirse a sí mismo más defectos de los que la verdad aconseja, para apartar de sí el juicio ajeno). La ironía requiere de un entramado común de inteligencia entre los interlocutores; es un guiño que, ¡ay!, no todos son capaces de percibir: No hay nada más lastimoso que un tonto tomando al pie de la letra una ironía y construyendo agravios donde no los hay. Los tontos suelen suplir con una enfermiza suspicacia su falta total de perspicacia.
Una ironía maravillosa es la que, ya bien avanzada la novela inmortal de Cervantes, elabora Sancho Panza, cuando su señor, don Quijote, elogia su buen juicio. Sancho agradece el elogio y se lo regresa a su interlocutor con un irreprochable dardo envenenado, adjudicando a su amo y maestro el mérito:
“Quiero decir que la conversación de vuestra merced ha sido el estiércol que sobre la estéril tierra de mi seco ingenio ha caído”.
Inteligente, como es don Quijote, no puede sino acusar cortésmente el golpe y darle el tanto de la victoria – en este delicioso intercambio- a su escudero. Un tonto solemne habría reaccionado con la típica irritación del acomplejado: ¿Qué hacer?, ¿ofenderse porque se le ha dicho que sus palabras son semejantes al estiércol?, ¿envanecerse por un elogio equívoco?
Ni hablar, el mundo es “injusto”, muera el igualitarismo: la dicha de la ironía no es para todos.

miércoles, 1 de marzo de 2006

La locura y presunción del déspota benevolente

Al mito del déspota benevolente le suele acompañar, como mito gemelo, el mito del déspota sabelotodo, capaz de suplir con eficacia millones de voluntades libres y obtener resultados “justos” para la sociedad.

Una de las más graves falsedades de los discursos electorales hoy en México, aceptada acríticamente por casi todos, es que la pobreza como tal es el principal problema que debe resolver el gobierno. Error: Estamos confundiendo el síntoma con la enfermedad. El principal problema no es la pobreza, sino la incapacidad para generar riqueza, o peor aún: Cómo erradicar todo aquello que nos lleva a desperdiciar – asignar mal- los recursos.
Detrás de esto hay una paradoja atroz: Aun suponiendo que pueda existir tal maravilla como un déspota de veras benevolente – la expresión “déspota benevolente” la he tomado de James Buchanan- si ése despota está convencido que el problema a resolver es la pobreza, ese déspota con las mejores intenciones del mundo sólo generaría más pobreza, asignando inexorablemente mal los recursos. ¿Por qué? Porque se echaría sobre sus hombros una tarea que ni el más inteligente, ni el más preparado, ni el más visionario de los seres humanos puede hacer con éxito: Conocer y controlar en cada momento y lugar millones de variables impredecibles, decidir por millones de seres humanos cuáles deben ser sus fines particulares en todo momento y lugar, y actuar en consecuencia. Dicho déspota omnisciente debería ser capaz, en este mismo instante, de decidir lo que usted debe hacer y cómo debe hacerlo, al mismo tiempo que debería ser capaz de discernir en forma idéntica – qué deben hacer y cómo- por millones de seres humanos más. Tal déspota no sólo debe tener en la mente el modelo ideal de sociedad igualitaria que promete, sino los millones de diagramas que en cada momento indican previsoramente las consecuencias de los actos de cada cual y la compleja red de interacciones que generan esos actos.
Nuestro déspota debe fijar aquí y ahora el mejor precio de los limones para el consumidor, pero también debe prever que tal precio sea de veras remunerador para quien cultiva los limones y para quien los distribuye, y que tal precio permita reinvertir a los productores (de forma que siga habiendo limones disponibles); deberá discernir además quién debe cultivar limones y en dónde y si el mejor uso de esa tierra es para el cultivo de limones y no para sembrar rábanos o construir sobre ella un hospital o una escuela. Y así hasta el infinito.
Escribió Adam Smith:
“El gobernante que intentase dirigir a los particulares en cuanto a la forma de emplear sus capitales, no sólo echaría sobre sí el cuidado más innecesario, sino que se arrogaría una autoridad que no fuera prudente confiar ni siquiera a Consejo o Senado alguno; autoridad que en ningún lugar sería tan peligrosa como en las manos de un hombre con la locura y la presunción bastantes para imaginarse capaz de ejercerla”
.
Decirlo más claro, se antoja imposible.