sábado, 20 de noviembre de 2010

La revolución, una metáfora fallida

Hace unos días estuvo Paul Krugman en México y, en recuerdo de los tiempos en los que solía hablar como economista y no como un aguerrido militante del ala radical del Partido Demócrata, descubrió el agua tibia: México, dijo, no encaja en el actual patrón de las economías emergentes más destacadas hoy. Totalmente cierto.

Los seguidores locales de Krugman consignaron en grandes titulares la observación de su maestro, aunque no la entendieron en absoluto. No advirtieron – seguramente porque minutos después alguna centenaria y polvosa “novedad revolucionaria” los distrajo- que detrás del hecho señalado por Krugman está la crítica más demoledora que se puede hacer a esa metáfora fallida de la historia oficial que llamamos “revolución mexicana”.

Digámoslo de una vez: Si se desea culpar o agradecer a alguien por el hecho de que a México le sea imposible pertenecer al glamoroso grupo de los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China) es a la dichosa “revolución mexicana”, en especial en su vertiente campesino-justiciera plasmada en esa receta infalible para el atraso y la pobreza que se llamó “reforma agraria”.

Recuérdenlo: Brasil jamás hizo una reforma agraria. Y esa ha sido, con el tiempo, una de sus grandes ventajas en la competencia mundial.

Dicho de manera positiva: México adquirió una vocación de productor de manufacturas de exportación, volcada de forma dominante hacia los Estados Unidos, y no una vocación de país exportador de materias primas o “commodities” como Brasil, gracias a Emiliano Zapata (el mito), a Lázaro Cárdenas, que no sólo expropió el petróleo sino que llevó el reparto agrario a la friolera de 25 millones de hectáreas, y a otros personajes como Andrés Molina Enríquez quien estructuró teóricamente la embestida “revolucionaria” contra la propiedad privada en el campo.

Se atribuye a Zapata el haber dicho que “la tierra es para quien la trabaja”, pero resultó más cierto, en este caso, el dicho popular de que “nadie sabe para quién o para qué trabaja”. Los héroes históricos de la trasnochada progresía mexicana (el propio Zapata, Cárdenas y demás) resultaron involuntarios promotores de la estrecha integración económica de México con la industria manufacturera de los Estados Unidos. Por supuesto, ese jamás fue su deseo. Por fortuna México supo hacer de la necesidad virtud y tomó, a regañadientes, el único camino de crecimiento que le había dejado disponible la destructiva “revolución mexicana”: ensamblar bienes manufacturados – autos, computadoras, productos electrónicos - para el mercado más ávido que es el de los consumidores estadounidenses. Nos hicimos “asiáticos” por necesidad.

Esta “vocación” no ha resultado mala. De hecho, le da a México varias ventajas de largo plazo que no tienen los modelos que siguen Brasil o China; por ejemplo: permite tener una política de auténtica libre flotación del tipo de cambio lo que, a su vez, evita que la política monetaria se contamine con objetivos mercantilistas, como el de buscar una cotización cambiaria deliberadamente subvaluada para favorecer a los exportadores de bienes primarios y, de paso, mantener fuertemente castigados los salarios reales.

Está de moda, entre los sesudos analistas mexicanos, elogiar sin medida a Brasil y asegurar que, en contraste, a México “otra vez se le fue una oportunidad de despegue”. Los que así quieran verlo deben agradecérselo a la “revolución mexicana”.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Quantitative Easing Explained

domingo, 7 de noviembre de 2010

Irresponsabilidad fiscal y QE2

La nueva vuelta de tuerca que la Reserva Federal de los Estados Unidos le ha dado a la expansión monetaria proyecta un futuro ominoso para ese país y para la economía mundial.

La segunda ronda de relajación cuantitativa – conocida como QE2 por su denominación en inglés- busca generar el encarecimiento relativo de algunos activos financieros lo que, dado el carácter preponderante de esos activos en las carteras de inversión que conforman el patrimonio de cientos de miles de familias estadounidenses, provocaría a su vez un “efecto riqueza” en los consumidores que mudaría su ánimo y los impulsaría a consumir con más ahínco, lo que reanimaría la actividad económica, con efectos más o menos directos en la generación de empleos.

Ejemplos notorios de los activos financieros a los que me refiero en el párrafo anterior son: los bonos del Tesoro que forman parte de las carteras de inversión de la mayoría de los fondos de pensiones en los Estados Unidos, las acciones bursátiles o el precio de los bienes raíces (viviendas) que son la principal "fuente de riqueza" de la mayoría de las familias y que se expresan, como activos financieros, en las hipotecas sobre esas propiedades que se comercian en bolsas de valores.

Detrás del razonamiento del QE2 hay un supuesto que vale la pena comentar: alrededor del 70 por ciento del Producto Interno Bruto de los Estados Unidos corresponde al consumo, por lo tanto estimular un mayor consumo es estimular una mayor producción y una mayor generación de empleos. En términos gruesos, es un hecho el peso relativo del consumo en el gasto agregado. Sólo habría que advertir que, a pesar de su peso aparente en el PIB, no es el consumo, sino la inversión privada el elemento más sensible y volátil del gasto y aquél que suele mover o frenar los avances del empleo. Esto puede comprobarse atendiendo a las cifras de la última gran recesión (2007-2009) y a las cifras de la incipiente recuperación durante 2010. En efecto: en su punto histórico más alto, primer trimestre de 2006, la inversión privada bruta en Estados Unidos fue de 2,265 miles de millones de dólares (equivalente a 17.5 por ciento del PIB), para el segundo trimestre de 2009 había caído un 36 por ciento respecto de su punto más elevado, esto es: a 1,453 miles de millones de dólares. En cambio, el consumo personal real, pese a la crisis, se mantuvo mucho más estable y en el segundo trimestre de 2010 ya estaba ligeramente por encima de su máximo previo a la crisis, esto es: ¡ya estaba en un nuevo máximo histórico!, ¿no deberíamos estar entonces en plena recuperación?

Advertido lo anterior, esto es: que es la inversión privada (y la inversión privada neta, descontados los gastos de inversión destinados a compensar la depreciación del capital) es el motor del empleo, debe también advertirse que el factor confianza, más allá de la disponibilidad de recursos monetarios, es decisivo para motivar el gasto en inversión privada neta. En breve: si los inversionistas y los potenciales inversionistas no tienen un horizonte de certidumbre difícilmente invertirán. En el mejor de los casos destinarán un mayor caudal de recursos disponibles a recomponer sus balances, disminuir sus deudas y así precaverse frente a la incertidumbre.

El análisis de los factores que provocan incertidumbre nos lleva, de forma inevitable, al desastroso estado del balance fiscal en los Estados Unidos. Ahí está la principal fuente de preocupación que inhibe la inversión. ¿Por qué? Simplemente, porque todo inversionista conoce, explícita o tácitamente, la equivalencia ricardiana (por el economista inglés David Ricardo) que podemos formular así: “El déficit público de hoy equivale a los impuestos de mañana”. Tarde o temprano, el déficit fiscal se salda, sea con depreciación acelerada de la moneda (inflación galopante), sea con impuestos. A la larga, siempre se salda con impuestos.

Y esto nos regresa al programa de relajación monetaria que ha anunciado la Reserva Federal: en su esencia, la compra de multimillonarias cantidades de bonos del Tesoro por parte del banco central supone la monetización de una buena parte del déficit público. Imprimir dinero para pagar la deuda y, además, propiciar su amortización acelerada mediante una mayor inflación.

Así, con el QE2 la Reserva Federal está avalando la permanencia – y tal vez hasta el crecimiento nominal- del inmenso déficit fiscal del gobierno de los Estados Unidos. Este es su efecto más nocivo y menos perceptible en el corto plazo: en lugar de actuar como un sano contrapeso a la tendencia deficitaria del gobierno, el banco central actúa como el principal respaldo del gasto deficitario. Además de causar innumerables perjuicios económicos, esta decisión vulnera la democracia y la rendición de cuentas en los Estados Unidos. Por cierto, esta podría ser una de las motivaciones más profundas – y menos publicitadas- de algunos de los partidarios del vilipendiado movimiento ciudadano conocido como Tea Party.

Como señalaron en 1977 James M. Buchanan y Richard E. Wagner en “Democracy in deficit” existe una relación clara y demostrable entre períodos de déficit presupuestarios en Estados Unidos y crecimientos en la masa monetaria: “…el Sistema de la Reserva Federal estadounidense ha respondido a los déficit (superávit) presupuestarios aumentando (reduciendo) su cartera de bonos del Estado. Esta situación se cumple tanto en el periodo 1946-60 como en el periodo 1961-74. La Reserva Federal, en otras palabras, parece ser una importante fuente de financiación del déficit presupuestario”.

Con el QE2 este papel de la Reserva Federal, fuente de financiamiento del gasto deficitario del gobierno, se asume a plenitud y sin embozo alguno, con el propósito explícito de generar inflación, bajo el supuesto – totalmente errado- de que existe una especie de “quid pro quo” o intercambio entre inflación y crecimiento económico. Una tesis, heredera de la desacreditada Curva de Phillips, totalmente errónea: ¡La inflación no genera crecimiento, lo inhibe!

No debe extrañar que haya sido en algunas economías emergentes de América Latina donde hayan surgido las voces más firmes de advertencia contra este despropósito, ya que en el siglo pasado dichas economías experimentaron dramáticamente y en carne propia las nefastas consecuencias de pretender impulsar el crecimiento mediante la expansión de los déficit fiscales financiados, a su vez, con la expansión monetaria puesta en marcha por bancos centrales totalmente subordinados a los deseos del gobierno.

Las ominosas consecuencias de este deliberado relajamiento monetario – que se explica sólo por el terror atávico que a los políticos les suele causar el espectro de las recesiones, del todo normales en los ciclos económicos y del todo necesarias para corregir los excesos que propician las políticas fiscales y monetarias irresponsables- irán más allá de la economía de Estados Unidos y afectarán a todo el planeta.

No sólo se están fabricando peligrosos desequilibrios en el sistema de divisas con la depreciación acelerada del dólar estadounidense, lo que es una terrible invitación a multiplicar las prácticas de proteccionismo comercial y de restricción al libre flujo de capitales, sino que se estará exportando inflación a todo el orbe, se inflarán nuevas burbujas especulativas en diversos activos, como el petróleo, el trigo, el maíz, el cobre y otros metales y, a la postre, se ponen los cimientos de una larga temporada de estancamiento económico con inflación, la economía del diablo como gráficamente la describía, en los años 70 del siglo pasado, el economista y demógrafo francés Alfred Sauvy.