Apología de la tecnocracia
La crisis de la euro-zona empieza a cobrar sus primeras víctimas políticas de “alto nivel”. Tanto Grecia como Italia, nos dicen los medios, han optado, para sustituir a sus primeros ministros defenestrados por la crisis y a sus equipos de colaboradores, por llamar a los tecnócratas como solución de recambio.
¿Quiénes son los tecnócratas? Al parecer son unos demonios odiosos. Son insensibles, nos dicen. No es que tengan a la derecha, en lugar de a la izquierda, el corazón. Es que no tienen corazón estos tecnócratas. Prefieren al mercado – entidad digna de ser odiada, si las hay- y desdeñan la solidaridad. Quieren reducir las tareas del Estado a las del policía protector de los intereses, acaso sólo de los intereses de los poderosos. Y no son amigos, para nada, de echarle toda la carne al asador en materia de gasto público y subsidios a los sindicatos, a los grupos de presión, a los redentores.
Pero, y esto aún los más recalcitrantes lo admiten aunque sea de forma tácita, los tecnócratas suelen ser buenos bomberos. Como conocen el funcionamiento de los mercados, como saben “leer” la perversa mente de los inversionistas y de los adinerados que mueven las bolsas de valores y las variables financieras (tasas de interés, tasas de cambio de divisas, indicadores de confianza, valuaciones de las agencias calificadoras) saben también cómo tratarlos y apaciguarlos cuando se ponen escépticos frente a las promesas de los políticos. Saben darles señales aceptables de seguridad y confianza, en lugar de melifluos discursos.
Además, estos tecnócratas suelen valorar la honestidad intelectual y el rigor a la hora de hacer recomendaciones de política pública. Tal vez sea porque le temen al ridículo de ser llamados ignorantes o al escarnio social de ser motejados como chapuceros a la hora de elaborar el entramado racional de sus hipótesis y proposiciones, ¿quién sabe?, pero un genuino tecnócrata huye, como de la peste, de la mera posibilidad de ser acusado de tramposo intelectual. Eso los hace ser rigurosos, eludir los escapismos de la demagogia y proponer opciones duras, pero coherentes y relativamente inexpugnables desde el punto de vista racional (aun cuando en el terreno del discurso emocional, en el que la lógica se suspende y las pulsiones primarias y las hormonas mandan, sean fácilmente atacables).
No se si en verdad los tecnócratas regresan por sus fueros en Grecia, en Italia o incluso en España (habrá que esperar el expediente del 20 de noviembre de las elecciones, cuando todo parece que el PSOE y el rojerío light será reprobado y condenado a estudiar en vacaciones para pasar el examen extraordinario), pero si así es se trata de una grata noticia. Los bomberos siempre son mejor compañía, en caso de incendio, que los pirómanos
¿Quiénes son los tecnócratas? Al parecer son unos demonios odiosos. Son insensibles, nos dicen. No es que tengan a la derecha, en lugar de a la izquierda, el corazón. Es que no tienen corazón estos tecnócratas. Prefieren al mercado – entidad digna de ser odiada, si las hay- y desdeñan la solidaridad. Quieren reducir las tareas del Estado a las del policía protector de los intereses, acaso sólo de los intereses de los poderosos. Y no son amigos, para nada, de echarle toda la carne al asador en materia de gasto público y subsidios a los sindicatos, a los grupos de presión, a los redentores.
Pero, y esto aún los más recalcitrantes lo admiten aunque sea de forma tácita, los tecnócratas suelen ser buenos bomberos. Como conocen el funcionamiento de los mercados, como saben “leer” la perversa mente de los inversionistas y de los adinerados que mueven las bolsas de valores y las variables financieras (tasas de interés, tasas de cambio de divisas, indicadores de confianza, valuaciones de las agencias calificadoras) saben también cómo tratarlos y apaciguarlos cuando se ponen escépticos frente a las promesas de los políticos. Saben darles señales aceptables de seguridad y confianza, en lugar de melifluos discursos.
Además, estos tecnócratas suelen valorar la honestidad intelectual y el rigor a la hora de hacer recomendaciones de política pública. Tal vez sea porque le temen al ridículo de ser llamados ignorantes o al escarnio social de ser motejados como chapuceros a la hora de elaborar el entramado racional de sus hipótesis y proposiciones, ¿quién sabe?, pero un genuino tecnócrata huye, como de la peste, de la mera posibilidad de ser acusado de tramposo intelectual. Eso los hace ser rigurosos, eludir los escapismos de la demagogia y proponer opciones duras, pero coherentes y relativamente inexpugnables desde el punto de vista racional (aun cuando en el terreno del discurso emocional, en el que la lógica se suspende y las pulsiones primarias y las hormonas mandan, sean fácilmente atacables).
No se si en verdad los tecnócratas regresan por sus fueros en Grecia, en Italia o incluso en España (habrá que esperar el expediente del 20 de noviembre de las elecciones, cuando todo parece que el PSOE y el rojerío light será reprobado y condenado a estudiar en vacaciones para pasar el examen extraordinario), pero si así es se trata de una grata noticia. Los bomberos siempre son mejor compañía, en caso de incendio, que los pirómanos