domingo, 16 de agosto de 2009

Pesimistas y románticos se dan la mano

Las dos posiciones más cómodas y seguras ante cualquier propuesta de reforma son: 1. El escepticismo a ultranza que descalifica cualquier propuesta de reforma porque “nunca se llevará a cabo”, y 2. El romanticismo idealista al que cualquier propuesta de reforma se le hace poca cosa porque se queda muy lejos del platónico mundo de las ideas, en el que todo es posible con solo pensarlo.

Ambas posiciones, entendibles y respetables, tienen una coraza inexpugnable: son absolutistas.

Para el escéptico pesimista todo está podrido en la política y quien hable, por ejemplo, de cómo podría reformarse el gobierno es un ingenuo que pierde el tiempo. Para el romántico idealista nada es digno de intentarse si está contaminado por la negociación entre posiciones opuestas respecto de algún asunto de política pública o por el gradualismo, ¿por qué? Porque inevitablemente, razona el romántico, cualquier transformación que no sea absoluta, inmediata y radical será deleznable.

Para el escéptico pesimista ni siquiera hay que hablar de lo deseable porque de antemano hemos decretado que es imposible.

Para el romántico idealista no hay avances, o logramos todo de golpe o mejor que sea nada, nos quedamos como estamos; el paraíso, a juicio del romántico, se conquista de golpe, sin andaduras previas y sin aproximaciones.

Ejemplo: Ante el extenso (aunque sin duda limitado y deficiente) comentario que hice hace unos días sobre “reformar al gobierno” hizo su aparición, por una parte, un lector que auguró que nada de eso se haría realidad en México y aventuró una apuesta con el autor en dicho sentido (el problema, como le comenté al escéptico, es que yo no estaba haciendo pronósticos, sino analizando – y empujando en lo que se puede – lo que, a mi juicio, debería hacerse). Por otra parte, apareció el romántico con su espada desenvainada: ¿Y cómo que tampoco debe privatizarse la procuración y administración de la justicia? Es un asunto, lo reconozco, que merece analizarse…, pero que pone tan lejana la meta, en un punto en el que los acuerdos parecen imposibles, que inutiliza todo lo demás y nos aleja del foco de lo que de veras interesa: Empujar algo tan polémico y complicado como la privatización de la administración y la procuración de la justicia es, paradójicamente, el mejor camino para que ni siquiera nos planteamos reformas más obvias, como la privatización del monopolio petrolero en México.

Por supuesto, ni el pesimista ni el romántico logran cambio alguno (tal vez en el fondo no sea eso lo que les interese), pero consiguen permanecer “puros”, inmaculados frente a presuntas componendas o ante supuestas ingenuidades que rayan en lo tonto.

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