Chesterton en Iztapalapa
¿Cómo sería hace cien años el barrio de Pimlico en Londres? Probablemente muy feo. Al menos G. K. Chesterton escribió, en el quinto capítulo de su espléndida "Ortodoxia", justo cuando disecciona el asunto del pesimista y del optimista, lo siguiente:
Bien, supongamos, para ponerlo en un contexto a la vez actual y local, que estamos ante una de las cosas más feas de México que podría ser Iztapalapa. Y supongamos, también, que el ya famoso delegado electo de Iztapalapa, "Juanito", es un incodicional de su barrio o delegación.
Es, para seguir el itinerario que nos traza Chesterton, un "optimista" de Iztapalapa, una suerte de "patriota". Que "Juanito" acaso ame Iztapalapa con amor incondicional no le cierra los ojos a la fealdad de su querida delegación, argumentaría Chesterton. Por el contrario: Porque ama Iztapalapa "Juanito" desea reformarla.
Ése, el que ama con los ojos bien abiertos, es el optimista. No el bobalicón que cree que todo está bien y que todo es hermoso porque se trata de "su" barrio, de "su" país o de "su" cosmos.
El optimista quiere reformar lo que ama, porque sabe que es reformable y porque está cierto de que aquello que ama merece una suerte o un destino mejor. Las mujeres, aventura Chesterton, siempre defienden a capa y espada a quien aman, aun cuando siempre estén empeñadas en reformar a quien aman.
(Hoy, por cierto, en una especie de autocrítica contenida, Jesús Silva Herzog Márquez cita unas definiciones de Chesterton sobre el optimista y el pesimista - ese par de originales sujetos que "en los días de mi infancia, dice Chesterton, vagaban por el mundo"-, pero olvida advertir que el propio escritor británico ofreció tales definiciones, en su "Ortodoxia", como aproximaciones provisionales y antes de citar una definición que podría ser, acaso, la mejor que se ha dado sobre esos dos personajes, el optimista y el pesimista, y que Chesterton escuchó decir a una niña: "Optimista es el que os mira a los ojos y pesimista es el que os mira a los pies").
No se si las reformas que México necesita se vayan a realizar. Sólo se que son racionalmente posibles (otros países las han hecho y aun en condiciones más adversas). También estoy seguro de que son necesarias y deseables. Si soy un optimista porque me atrevo a creer en ello, que se me condene por optimista. Si soy un optimista porque creo que las cosas pueden mejorar, en la medida que nos empeñemos en mejorarlas y en que tengamos la inteligencia y la humildad necesarias para sostener ese empeño, sí, lo confieso sin vergüenza, soy optimista.
Pero no soy candoroso o bobalicón. No soy optimista, en lo absoluto, si por optimista se entiende el fanático ciego que no ve las carencias, las enormes fallas, las miserias, la fealdad abrumadora de su terruño.
Y tampoco soy romántico: No creo que Iztapalapa, o Pimlico, o esa cosa horrenda que es Santa Fe al poniente de la Ciudad de México , se puedan transformar de la noche a la mañana y al solo influjo de un voluntarismo quijotesco. No, tanto es lo que hay que reformar que de antemano sabemos que el camino será largo y arduo. Que tendremos que negociar y ceder, que el cambio será gradual.
Tendremos que empezar por el primer paso, digamos por encender una vela en medio de la oscuridad (¡otro apagón por la incompetencia de Luz y Fuerza del Centro!) o por poner una bonita maceta con flores en medio de la fealdad de una calle de Iztapalapa, repleta de vulcanizadoras, talleres mecánicos y "deshuesaderos" de autos de dudosa procedencia.
"Supongamos que nos hallamos frente a frente de una de las cosas más feas: Por ejemplo, el barrio de Pimlico".
Bien, supongamos, para ponerlo en un contexto a la vez actual y local, que estamos ante una de las cosas más feas de México que podría ser Iztapalapa. Y supongamos, también, que el ya famoso delegado electo de Iztapalapa, "Juanito", es un incodicional de su barrio o delegación.
Es, para seguir el itinerario que nos traza Chesterton, un "optimista" de Iztapalapa, una suerte de "patriota". Que "Juanito" acaso ame Iztapalapa con amor incondicional no le cierra los ojos a la fealdad de su querida delegación, argumentaría Chesterton. Por el contrario: Porque ama Iztapalapa "Juanito" desea reformarla.
Ése, el que ama con los ojos bien abiertos, es el optimista. No el bobalicón que cree que todo está bien y que todo es hermoso porque se trata de "su" barrio, de "su" país o de "su" cosmos.
El optimista quiere reformar lo que ama, porque sabe que es reformable y porque está cierto de que aquello que ama merece una suerte o un destino mejor. Las mujeres, aventura Chesterton, siempre defienden a capa y espada a quien aman, aun cuando siempre estén empeñadas en reformar a quien aman.
(Hoy, por cierto, en una especie de autocrítica contenida, Jesús Silva Herzog Márquez cita unas definiciones de Chesterton sobre el optimista y el pesimista - ese par de originales sujetos que "en los días de mi infancia, dice Chesterton, vagaban por el mundo"-, pero olvida advertir que el propio escritor británico ofreció tales definiciones, en su "Ortodoxia", como aproximaciones provisionales y antes de citar una definición que podría ser, acaso, la mejor que se ha dado sobre esos dos personajes, el optimista y el pesimista, y que Chesterton escuchó decir a una niña: "Optimista es el que os mira a los ojos y pesimista es el que os mira a los pies").
No se si las reformas que México necesita se vayan a realizar. Sólo se que son racionalmente posibles (otros países las han hecho y aun en condiciones más adversas). También estoy seguro de que son necesarias y deseables. Si soy un optimista porque me atrevo a creer en ello, que se me condene por optimista. Si soy un optimista porque creo que las cosas pueden mejorar, en la medida que nos empeñemos en mejorarlas y en que tengamos la inteligencia y la humildad necesarias para sostener ese empeño, sí, lo confieso sin vergüenza, soy optimista.
Pero no soy candoroso o bobalicón. No soy optimista, en lo absoluto, si por optimista se entiende el fanático ciego que no ve las carencias, las enormes fallas, las miserias, la fealdad abrumadora de su terruño.
Y tampoco soy romántico: No creo que Iztapalapa, o Pimlico, o esa cosa horrenda que es Santa Fe al poniente de la Ciudad de México , se puedan transformar de la noche a la mañana y al solo influjo de un voluntarismo quijotesco. No, tanto es lo que hay que reformar que de antemano sabemos que el camino será largo y arduo. Que tendremos que negociar y ceder, que el cambio será gradual.
Tendremos que empezar por el primer paso, digamos por encender una vela en medio de la oscuridad (¡otro apagón por la incompetencia de Luz y Fuerza del Centro!) o por poner una bonita maceta con flores en medio de la fealdad de una calle de Iztapalapa, repleta de vulcanizadoras, talleres mecánicos y "deshuesaderos" de autos de dudosa procedencia.
Etiquetas: Gilbert K. Chesterton, México hoy, optimistas y pesimistas, reformas, reformas estructurales