jueves, 6 de agosto de 2009

Se veía más presentable en pijama

Divagaciones más o menos frívolas acerca de la facha de algunos falsos héroes de la democracia.

Desde el primer momento tuve serias dudas de que ese sainete en Honduras fuese propiamente un “golpe de Estado” (ver aquí), pero ya se sabe que los simples ciudadanos vemos las cosas distinto que los políticos.

No me voy a meter en honduras (se dice que eso hace quien “trata de cosas oscuras y dificultosas sin tener bastante conocimiento de ellas”), acerca del asunto, aunque una lectura de la Constitución hondureña me ha persuadido de que ambas partes, Manuel Zelaya el defenestrado y quienes lo defenestraron con tan poca elegancia (¡en pijama y sin haberle permitido darse un regaderazo!), violaron esa Constitución; conjeturo que ambas partes tendrían que perder sus puestos y enfrentar acusaciones de delitos ante un juez; claro, el problema, en tal caso, se vuelve práctico y con cierto tinte de melodrama: ¿Quién cierra la puerta de la cárcel?

A lo que voy es a lo de la pijama. Fue muy poco elegante, le dio a todo el asunto desde el principio un toque tropical de cosa poca seria, de exotismo para disfrute de turistas europeos cultos, que se muestran sorprendidos y risueños ante las excentricidades de los nativos. Por esa misma razón parecía un asunto del siglo pasado, no de éste. En fin, se veía muy mal que hayan sacado a Zelaya de su casa a deshoras en pijama y lo hayan trepado a un avión. Algún periodista español – de esos que no perdonan las burlas – comentó que deberían haber sido más cuidadosos porque imagínense, exclamó, que Zelaya hubiese tenido la fea costumbre de dormir en paños menores o en cueros…

Pero con todos sus inconvenientes lo de la pijama generaba simpatías para Zelaya: lo mostraba desvalido. Si no podía exhibir golpes producto de una brutal tortura (porque no la hubo) o heridas escandalosas que mostrasen la violencia con la cual los “malos” le habían sometido (no parece haberla habido), podía exhibir al menos la ropa de dormir, la pijama, como ejemplo del “salvajismo” de los presuntos golpistas. ¡Esas cosas no se hacen!

Lo malo – para Zelaya y sus amigos, reales o fingidos – es que, el presidente hondureño defenestrado, muy pronto adquirió otra estampa, ya no de víctima sino de palurdo adinerado, con sombrero tejano, que se sueña en el rancho inmenso con pozos petroleros, montones de vacas pastando (antes de convertirse en jugosos cortes), y conduciendo a toda velocidad, por sus inmensos dominios campiranos, una de esas camionetotas abrumadoras, potentes y prepotentes, que tanto gustan a quienes suspiran por ser rancheros motorizados. Émulos de George Bush, el pequeño.

Así llegó Zelaya a México, le dieron recibimiento con honores (no me meto en honduras, repito, pero aquello fue muy desagradable, como de parodia mala) y el tal Zelaya anduvo de arriba para abajo, recibiendo saludos, llaves de la ciudad (habrá que cambiar la cerradura para no llevarnos una sorpresa desagradable), sonrisas, algún beso y algún abrazo, así como “las seguridades de mi más atenta consideración” o como quiera que dijesen las despedidas formales en las viejas cartas.

Todo, habrán de perdonarme, se vio mal. Como de visita incómoda que se recibe por obligación o por costumbre o porque “¿qué va a decir la gente?”. Episodio inolvidable que a todos nos hace sentir ridículos e hipócritas. Y el tío incómodo, de visita, ni siquiera parece percatarse del embarazo que causa. Por el contrario, se suelta contando chistes malísimos, se sienta a la mesa con sombrero, pide un palillo para hurgase los dientes, le guiñe el ojo al ama de llaves, aventura dos o tres palabrotas y no entiende las indirectas (“bueno, creo que las visitas tienen sueño” dice la anfitriona y el invitado lo toma a chanza y propone echarse una cantadita de sentidas melodías vernáculas, con todo y gritos de “ay, ay, ay, ay” o de “ésa no porque me duele” o un “¡viva mi rancho, bola de cabrones!”).

La verdad el personaje necesita con urgencia un asesor de imagen y relaciones públicas que lo vista como víctima, que le de aires de personaje democrático, que le dedique un par de tardes (¡o más!) a quitarle lo palurdo y descarado, lo zafio. Con ese tipo nadie puede hacer la película del héroe civil moderno que se enfrenta a los militares despiadados y que vive agobiado por la pobreza y el sufrimiento de su pueblo bueno. Costa-Gavras, Konstantino Gavras, el cineasta griego avecindado en Francia, rechazaría hacer una de esas películas profundas y emotivas a las que nos tiene acostumbrados, con tal personaje: “Zelaya, el liberador de un pueblo oprimido” o algo así. No hay manera.

Se veía mejor en pijama. Daba lástima, al menos.

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miércoles, 5 de agosto de 2009

Ebrard y la congruencia

Tiene razón Fernando, un lector asiduo - ¡gracias! - de estas IDEAS AL VUELO, quien me envió un comentario sobre la incongruencia de Marcelo Ebrard pidiendo que se reconozca a Manuel Zelaya (que cambió la pijama por el sombrero de palurdo adinerado), cuando él sigue sin reconocer al Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.

Estoy de acuerdo, pero no me toma por sorpresa: Ebrard en ese asunto y en muchos más navega con una incongruencia pasmosa. Otra vertiente del asunto del "reconocimiento" es la desfachatez con la que Ebrard y sus funcionarios se la pasan pidiendo dinero federal a los funcionarios de ese mismo gobierno al que no reconocen. Recuerdo en septiembre de 2007 a Ebrard despotricando en contra del IEPS (impuesto especial a la producción y los servicios) adicional que se propuso para la gasolina y que se iría directamente para los estados, mientras su secretario de finanzas, sentado a mi lado en una de las galerías de la Cámara de Diputados, seguía atento las votaciones y festejaba sin embozo cuando se aprobó el impuesto: de inmediato Mario Delgado, así se llama el personaje, tomó su celular y le marcó a Ebrard para darle jubiloso la noticia de que ese mismo impuesto contra el que decían estar en contra ¡sí se había aprobado!...y tendrían varios miles de millones de pesos más de dinero público para gastar. Incongruencia en pleno (y no sólo porque la cámara estaba reunida en pleno).

En fin, Fernando, eso de la congruencia no se les da mucho a los políticos, menos a los saltimbanquis, género al que pertenece el humilde y sencillo Ebrard.

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domingo, 28 de junio de 2009

Honduras, ¿es o no un golpe de Estado?

En apariencia Honduras sufrió durante las primeras horas del domingo un golpe de Estado, ya que el Presidente Manuel ("Mel") Zelaya fue detenido en su domicilio por el ejército y enviado en avión a Costa Rica.

En apariencia, digo, porque el ejército hondureño no sólo no asumió el poder (digamos, que una junta militar o algún coronel o general se haya puesto al frente del país) sino que arrestó a Zelaya siguiendo órdenes del Tribunal Supremo, es decir: acatando una orden expresa de la máxima autoridad del Poder Judicial.

Orden expresa, además, avalada por la inmensa mayoría del Congreso, que es el Poder Legislativo.

¿Por qué el Tribunal Superior y el Congreso quisieron quitar de la Presidencia a Zelaya?

Porque Zelaya planeaba realizar este domingo un plebisicito para introducir la reelección en la Presidencia (de la cual, él, Zelaya, sería el primer e inmediato beneficiario); plebiscito que expresamente el TS había declarado ilegal y al que mayoritariamente se opuso el Congreso. Zelaya, pues, estaba desacatando una resolución del máximo tribunal del Poder Judicial.

Se supone que en una democracia los tres poderes se contrapesan y equilibran para evitar el abuso de uno de ellos en contra de los ciudadanos y del orden constitucional. Aquí, el legislativo y el judicial aparecen unidos para evitar un abuso grave de poder del ejecutivo.

No es tan sencillo, entonces, dictaminar que en Honduras hubo un golpe de Estado, sobre todo cuando quien ha asumido formalmente el poder, en forma temporal y fijando de inmediato una fecha para nuevas elecciones (noviembre próximo), es un miembro del Poder Legislativo elegido libremente por sus pares. El ejército regresó, por decirlo así, a los cuarteles.

Sin embargo, tampoco queda claro que el expediente de arrestar y deportar sin mayor trámite a Zelaya esté contemplado en la Constitución, aún cuando el Presidente haya incurrido en desacato. Es decir, tampoco se trata de un procedimiento previsto para deponer a un Presidente cuando éste atenta contra el orden constitucional.

Detrás de todo, está el otrora "golpista" venezolano Hugo Chávez que alentó a "Mel" Zelaya en sus afanes reeleccionistas y que ahora anda posando de aguerrido defensor de su compadre en desgracia.

Lo cierto es que NO estamos ante una reedición de los golpes militares típicos de América Latina en siglos pasados. Estamos ante una trampa - similar a la del supuesto golpe de Estado que derrocó por unas horas al propio Chávez en Venezuela- para darle fuerza de mártir a un personaje - Zelaya- que ambiciona perpetuarse en el poder. Los adversarios de Zelaya habrían caído inocentemente en la trampa para convertirse, a los ojos de una "opinión pública" que no se informa más allá de los titulares de los periódicos, en unos vulgares "golpistas".

Nota: El propio Hugo Chávez intentó en su momento un golpe de Estado típico siendo coronel del ejército venezolano. Fue derrotado y detenido, pero fue tontamente perdonado (liberado) por el presidente Rafael Caldera, un democristiano que llenito de buenas intenciones y de mucha demagogia pseudo social-cristiana, preparó el terreno para el advenimiento de Chávez al poder, mediante una pésima gestión económica populista.

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