lunes, 22 de septiembre de 2008

"Yo, gobierno, te salvaré del desastre que fabriqué"

En el origen de la actual tormenta financiera global está la intervención del Estado enmendándole la plana a los mercados, al menos en dos asuntos clave: 1. Relajando la política monetaria con la engañosa finalidad de "reanimar" la economía y 2. Promoviendo el otorgamiento de préstamos hipotecarios en condiciones "blandas", no de mercado, con el filantrópico objetivo de facilitar el acceso a una vivienda propia a la población pobre en los Estados Unidos.



La actual crisis del sistema financiero en Estados Unidos no demuestra las presuntas fallas del mercado libre, sino el reiterado fracaso del intervencionismo gubernamental.

Hubo quien con toda oportunidad anticipó, tan temprano como en 2002, los peligros que hoy se han convertido en realidad. Un análisis de la revista Business Week ("The homes keep selling", 11 de marzo de 2002) preveía con gran perspicacia cómo la combinación de: (a): una política monetaria pretendidamente anti-recesiva instrumentada por la Reserva Federal con (b): el impulso dado por los gobiernos de Bill Clinton y George W. Bush al otorgamiento de créditos hipotecarios – avalados por el gobierno de Estados Unidos- en condiciones "blandas" para la población de escasos recursos, podía convertirse en la tormenta perfecta. Efectivamente: sucedió.

La venta de más de 900 mil nuevas casas tan sólo durante 2001 configuraba un boom de vivienda que crecería exuberantemente durante los siguientes años. Los ingredientes detrás de esa gigantesca burbuja fueron dos: 1. Dinero fácil, con tasas de interés negativas (la estrategia de Alan Greenspan para lograr un "aterrizaje suave" de la economía después del estallido de la burbuja de las acciones "punto com") y 2. Una decidida intervención gubernamental para que los bancos otorgasen cada vez más préstamos hipotecarios a sectores pobres de la población, préstamos en condiciones ventajosas frente a las que habrían prevalecido en el mercado comercial, gracias al aval implícito del gobierno en los valores emitidos, para fondear los créditos, por dos grandes hipotecarias: Fannie Mae y Freddie Mac. Instituciones clasificadas como empresas de patrocinio gubernamental (Government Sponsored Entreprise o GSE).

Los mercados no fallaron, fue otra vez el gobierno el que distorsionó los mercados y fabricó no sólo un fracaso, sino una gigantesca debacle.

Hoy, los políticos y el gobierno se presentan como los únicos que tienen la salvación… frente a un desastre que ellos crearon con gran esmero.

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domingo, 21 de septiembre de 2008

Restaurar el sistema de precios

Hoy los mercados deben amanecer con más certezas acerca del multimillonario paquete de rescate que se cocina entre la Casa Blanca y el Congreso. El principal desafío es que el paquete no aliente nuevas distorsiones de precios.


La clave en el funcionamiento de cualquier mercado son los precios. La semana pasada el corazón del mercado financiero mundial se colapsó porque los precios dejaron de funcionar. Cuando las dos únicas opciones en el mercado de activos son apostar a una espiral sin fin a la baja (ventas en corto o al descubierto sin “piso” visible en los precios, como único medio de “ganar”) o rehusarse a realizar cualquier operación porque no se sabe ya qué es un activo triple AAA y qué es un activo basura, el sistema de precios está fuera de servicio.

Por eso, dos señales fueron decisivas para detener la debacle total: 1. Prohibir las operaciones en corto y al descubierto que estaban dinamitando cualquier sistema de precios y 2. Anunciar un esfuerzo bipartidista, similar al del rescate de las empresas de ahorro y préstamos a fines de los años 80 y principios de los 90 (RTC, por Resolution Trust Corporation), que parecería ser una respuesta definitiva, no discrecional, a la tormenta financiera; respuesta costosísima para los contribuyentes, erizada de dificultades y riesgos (un defecto de diseño en el rescate podría ser desastroso para la economía mundial), pero respuesta ordenada y racional, en lugar del patético espectáculo de ver a la Reserva Federal y al Tesoro actuar como bomberos atolondrados que corren de un lado a otro, sin orden ni concierto, tratando inútilmente de apagar fuegos que se multiplican a una velocidad vertiginosa.

¿Quién inició el fuego? Sobre todo, una política monetaria laxa dictada por el miedo a la recesión que se puso en marcha a principios de este siglo, para sortear el estallido de la burbuja de las “punto com”.

Los damnificados son, somos, legión.

El problema de fondo NO es de liquidez (ése es el principal error de diagnóstico que han cometido los “bomberos atolondrados”), sino de solvencia. Para que el sistema sea solvente, los precios deben permitir distinguir lo que vale de lo que es “cadáver, polvo, sombra, nada”. La clave de funcionamiento del mercado es reflejar, a través de precios fijados por oferta y demanda, el auténtico valor de los activos y reconocer las pérdidas como tales: PÉR-DI-DAS.

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La tormenta perfecta, 101 años después (II y fin)

Después de la tormenta vendrá la sequía. Será sin duda una temporada de astringencia crediticia global, menores tasas de crecimiento y de reconstrucción del sistema financiero sobre bases más conservadoras. Pero por lo pronto la espiral del miedo continúa y la tormenta no cesa.



Un signo inequívoco de que aún hay mucha incertidumbre y confusión en los mercados financieros globales es que los políticos incrementan su cuota de declaraciones estúpidas. Ayer le tocó, ¡ay!, al candidato republicano John Mc Cain llevarse la palma al decir que él correría al presidente de la SEC y a todos los reguladores que permitieron "que los mercados fuesen usados como un casino".

Mc Cain obviamente no entiende ni lo que está pasando, ni mucho menos cuáles son las causas de la tormenta en los mercados financieros. Si quiere buscar culpables debería volver los ojos a la Casa Blanca, a la Reserva Federal y a otros bancos centrales que alentaron la fiesta de liquidez mundial en los últimos diez años. También tendría que hurgar en las no siempre transparentes relaciones de algunas calificadoras de valores con algunos fondos y bancos de inversión.

Una mayor regulación no soluciona nada. Los propios mercados habrán de purgarse y lo harán con mayor eficacia en la medida que la Reserva Federal y el Tesoro envíen señales claras de a partir de qué punto le pondrán un alto a los rescates apresurados y a las nacionalizaciones de facto, so pena de incentivar la formación de una larga fila de instituciones damnificadas mendigando ser salvadas por los contribuyentes.

Hay una clara tendencia hacia la extinción del negocio de la banca de inversión – o, si se prefiere, al estilo de banca de inversión de productos complejos, altos riesgos y altos rendimientos; negocio del que hoy se huye como de la peste-, y la precaria supervivencia de sólo dos de los grandes bancos de inversión (que algunos ignorantes confunden con los bancos de depósito tradicionales), marca por dónde seguirá la purga del mercado.

Para los mortales comunes, como usted y yo, todo esto significa que 2009 será un año difícil, en el que conviene tener liquidez (o estar en un negocio que la genere), tener muy pocos pasivos e invertir en incrementar la productividad, medida con indicadores duros de rendimiento real de cada peso invertido y de cada hora trabajada.

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