domingo, 18 de octubre de 2009

El amor al corporativismo, el miedo a la libertad

"Espíritu de cuerpo". "Unidad colectiva". "Solidaridad". "Gremio".

"La unidad es la que nos hará salir adelante" proclamó, ante unas cien personas - presuntamente pertenecientes al gremio de los trabajadores sindicalizados de la extinta Luz y Fuerza del Centro -, Fernando Amezcua, secretario del exterior del SME.

Tiene razón. La "unidad" es la única esperanza que le queda al SME para sobrevivir. Antes, la "unidad" fue forzada, venía junto con el empleo o "la chamba" en Luz y Fuerza del Centro - con mayor razón si para obtener esa "plaza" hubo que pagarle antes a un personero del SME o que se hacía pasar por tal-, y pertenecías al SME en automático, de la misma forma que en tiempos pretéritos pertenecías al PRI si trabajabas en un puesto de confianza en el gobierno (digamos, de jefe de departamento para arriba), y de la misma forma que la ley, al menos en la letra, te sigue obligando a pertenecer a la cámara tal o a la cámara cual, al gremio pues, si tienes una empresa de esto o de lo otro. Y la corporación, se supone, velaba por ti, la corporación (encarnada en asamblea o en junta de notables o en comité ejecutivo) decidía por ti lo mejor para ti, siempre y cuando lo mejor para ti fuese también lo mejor para la corporación. En caso de conflicto entre lo que tú pensabas que era lo mejor para ti y lo que la corporación pensaba que era lo mejor, no cabía duda: La corporación estaba (está) siempre sobre el individuo.

Esa es la "unidad" que invoca Amezcua para que el corporativo pueda subsistir. "Pertenecer a...". Ya no soy dueño de mí, ni de mis actos, ni de mis decisiones. Éstas son del colectivo al que pertenezco. A cambio de ceder mi soberanía individual, mi libertad, obtengo "protección", dinero, prestaciones y hasta un sentimiento como de calorcito acogedor, en lugar del temible desamparo de la responsabilidad individual. Si quieres recobrar tu soberanía individual te quedarás en el desamparo, a la intemperie, ahí donde está el "llanto y crujir de dientes".

Lo que ahora le sucede al SME es que, como corporación, tendrá que conquistar de nuevo a los miembros del cuerpo colectivo sin poder ofrecerles, a cambio de su "pertenecer a", dinero, una plaza, prestaciones...No los puede ofrecer hoy, pero la prédica corporativa es que "si nos mantenemos unidos" existe la probabilidad de recuperar esos viejos buenos tiempos en los que todo era el gremio, la corporación, el sindicato y en los que ese colectivo, espléndido, munificente, nos daba todo.

Del otro lado, aparece el gobierno, que de pronto, y al fin, se acordó de que el "dueño" de Luz y Fuerza no era el SME, sino el Estado y que si Luz y Fuerza ya no servía, desde hace años, para lo que se suponía que fue creada, correspondía terminar con el equívoco monumental. Y ese gobierno es ahora el que tiene la chequera y te dice: Esto se acabó, pero si quieres te doy una más que generosa liquidación, te reconozco, sin mayores averiguaciones engorrosas o bochornosas, que te ganaste este dinero por tu trabajo, no porque "perteneces a" la corporación SME.

Añadió Amezcua ante su exigua audiencia (un centenar de personas frente a más de 40 mil supuestos miembros del gremio), algunas precisiones sobre la "unidad" que hoy demanda SME para subsistir: "No tenemos que cobrar la liquidación. El no cobrar las liquidaciones es un acuerdo de asamblea". Clarísimo: Lo que te puede parecer bueno, desde una odiosa y execrable perspectiva individual (cobrar una jugosa liquidación y "aquí se rompió una taza y cada quien para su casa") no es bueno ni deseable para la corporación a la que ¿perteneces o pertenecías?... Aquí entra el punto flaco, totalmente vulnerable del argumento corporativista en estas circunstancias: La corporación, el gremio, el sindicato ya no me ofrece siquiera el calorcito de antes, ¿por qué debo seguir perteneciéndole?

Tal vez por eso Amezcua no tiene más remedio que introducir un insólito matiz en su arenga, una ruptura fatal en el argumento colectivista (retomo el discurso original del secretario del exterior del SME): "El no cobrar las liquidaciones es un acuerdo de asamblea, finalmente es una responsabilidad particular de cada individuo el cobrarlas o no, y colectivamente la mayor parte de nuestros compañeros esta firme ante la propuesta que se hizo".

Nótese que ya no queda claro cuál fue "la propuesta que se hizo" en la dichosa asamblea (celebrada ¿cuándo?, ¿con qué asistencia?, ¿con qué mecanismos de voto?), ¿fue la propuesta de que "no hay que cobrar las liquidaciones" o fue la propuesta de que cobrar o no es "una responsabilidad particular de cada individuo"?

Debe ser bonito recobrar tu libertad individual cobrando una liquidación de decenas o cientos de miles de pesos, y en algunos casos de mucho más. Por lo general, en esta vida ser libre cuesta. Por lo general, esos colectivos que se encarnan en los gobiernos (los Estados) no te pagan para que seas libre, sino para que dejes de serlo. Curiosas vueltas que da la vida. Este es uno de esos casos excepcionales - al menos en la vida de este país tan afecto al "espíritu de cuerpo" y tan desafecto a los riesgos de la libertad individual-, en los que el Estado propicia y alienta la libertad, ¡te pagan para que te liberes!

Insólito. Y bienvenido, aunque lo más probable es que para el gobierno algo tan importante como la libertad de elección sólo haya sido un efecto colateral - deseado o no - de una correcta decisión de funcionalidad económica.

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jueves, 20 de noviembre de 2008

Los daños sistémicos de la ignorancia

La crisis financiera ya es lo suficientemente severa como para que algunos y algunas desparramen su "docta ignorancia" emitiendo juicios de valor sin fundamento.


Ayer en una de esas columnas pseudo- periodísticas de recados cifrados, chismes y balbuceos escritas por alguna sedicente especialista en finanzas se reprocha a una empresa – Gruma- haber emitido "información deficiente" acerca de sus operaciones con productos derivados. Sin embargo, en los tres párrafos que se le dedican al asunto, se demuestra NO que la empresa haya informado en forma deficiente, sino que la autora de la columna no leyó o no entendió la información difundida por la empresa, no tiene la menor idea de lo que es un producto derivado, ni de lo que es un margen, ni mucho menos lo que es una llamada de margen en los contratos con productos derivados en los que se incluye el margen como modalidad de apalancamiento, y que se aplica en caso de que el saldo quede por debajo del margen disponible o usable.
A partir de esa "docta ignorancia" la columnista desliza maliciosas insinuaciones sobre la solvencia de la empresa y le regala a sus incautos lectores esta perla de "información precisa": "el rumor es que Roberto González venderá el control o un paquete importante del (sic) Banorte…". La confesa emisora de rumores demanda que los demás informen con precisión. ¡Vaya¡
¿Cuál es la realidad? Que Gruma obtuvo una línea de crédito que le ha permitido liquidar todas las obligaciones que tenía con instrumentos derivados de tipo de cambio con vencimiento en 2008. Específicamente saldó la única de sus operaciones con derivados que contemplaba una llamada de margen (para el 25 de noviembre), con lo cual eliminó definitivamente el riesgo de que, al aplicarse la llamada de margen, se afectase el flujo de efectivo estable y constante de sus operaciones.
Todo eso puede leerse claramente en el comunicado que emitió Gruma a la bolsa el pasado 13 de noviembre. Y también puede leerse ahí que las demás operaciones con derivados de la empresa con vencimientos en 2009, 2010 y 2011, NO están sujetas a llamadas de margen.
A lo mejor debería penalizarse la irresponsable difusión de falsedades, derivadas de la "docta ignorancia". Por lo menos, que reciban la sanción social en la misma línea que propone el Consejo Nacional de la Comunicación: desenmascarar, por ejemplo, a los falsos médicos

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jueves, 16 de octubre de 2008

¿Debe el gobierno reactivar el crédito a los corporativos?

Ahora que todos (o casi todos) volvimos a ser keynesianos y partidarios del “new-new-deal” varios corporativos mexicanos exigen que el gobierno haga “algo” para quitar obstrucciones en las tuberías del crédito. Sin embargo, ésa puede ser muy mala idea.

Desde hace semanas me atreví a calificar como “los años de la sequía” los que se iniciarán a partir de esta crisis financiera global. No era una figura retórica. La sequía ya la están sintiendo muchas empresas mexicanas a despecho de lo que digan las tasas de interés nominales, tal como lo reportarà mañana viernes El Economista en su nota principal.
La sequía que resienten quienes no pueden hoy colocar papel de deuda o no han podido hacerlo con las facilidades y los bajos costos del pasado – así como los fondos y los inversionistas institucionales que tampoco han podido fondearse con la misma soltura en el mercado secundario del papel comercial y de otros valores de deuda privados- es el aviso de que los tiempos del dinero fácil han terminado, aun cuando los bancos centrales parezcan vomitar todos los días inyecciones de liquidez.
Veamos las dos caras de la moneda: Quien quiere crédito de corto plazo está enojado porque los bancos de depósito han cerrado la llave y se resisten a tomar papel privado o a colocarlo con la misma facilidad con que lo hacían antes. Razonan que esto puede generar más miedo y hasta corridas cambiarias que no se podrán neutralizar a través de subastas de dólares.
Pero del otro lado de la mesa también tienen sus razones: 1. Los bancos de depósito deben ser cautelosos; en el pasado se les reprochó la soltura con que soltaron crédito, ¿por qué ahora se les reprocha actuar como prestatarios cautelosos?, 2. Los bancos de depósito, a diferencia de otras instituciones financieras, tienen que cuidar el dinero de sus depositantes, cumplir regulaciones más rigurosas (capital contra activos en riesgo) y volverse mucho más desconfiados a la vista de las malas experiencias.
El peligro es que ahora, cuando los gobiernos se han convertido al keynesianismo más rancio, alguien quiera añadir a las tareas del gobierno la de facilitar el crédito a los corporativos para que nadie sufra y nadie tenga que apretarse el cinturón.
La astringencia crediticia está dictada por el mercado. No le corrijamos la plana. Esas correcciones, ya deberíamos saberlo, siempre terminan mal.

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