domingo, 7 de junio de 2009

Calentamiento global: La cuestión previa

Dejé pendiente el señalar los “puntos débiles” en el alegato de Martin Feldstein en contra de la propuesta del gobierno de Barack Obama y de los demócratas en el Congreso para establecer en Estados Unidos mecanismos de “cap and trade” que reduzcan las emisiones de bióxido de carbono (CO2) a la atmósfera.

Feldstein tiene toda la razón al argumentar que la propuesta de ley Waxman-Markey no aprueba un mínimo análisis costo-beneficio, ya que el costo – imponer un gasto adicional de unos 1,600 dólares promedio por año durante los próximos diez años a cada familia estadounidense- es exorbitante a la luz de los supuestos beneficios que arrojaría: una magra reducción de menos del 4 por ciento de los efectos nocivos que los gases, se supone, causan en el clima del planeta.

Tan sólo este análisis debería bastar para desechar la propuesta legislativa.

Pero hay también, en los argumentos de Feldstein publicados en el Washington Post del lunes pasado, uno que es, por principio, inaceptable: Estados Unidos no debe hacer nada en esta materia hasta que otras naciones que hoy día contribuyen con más emisiones de CO2, como China, las reduzcan y “hasta que se alcance un acuerdo global”.

Este tipo de razonamiento – “el país A no actúa si no lo hace antes el país B” - ha sido común en la política internacional y nos ha condenado a una esterilidad desesperante y costosa.

Se ha aplicado con singular desparpajo en los asuntos de libre comercio y es la causa inmediata del lamentable fracaso de la ronda de Doha. Este tipo de argucia ha sido nefasta y sólo ha servido para justificar el sostenimiento de un estado de cosas indeseable. Es una estratagema que debería ser inaceptable en la política internacional.

Una vez reconocidos los problemas hay que actuar y punto.

Lo que, ¡oh paradoja!, me lleva al otro punto débil en el alegato de Feldstein: ¿Hay de veras un problema en el asunto del cambio climático? Se omite lo que en las discusiones parlamentarias se llama “la cuestión previa”, es decir: aquella que requiere resolverse antes de proponer supuestas soluciones y que es muy sencilla: ¿Cuál es el problema, si es que lo hay?, ¿es el cambio climático o es la dependencia del petróleo? ¿Se justifica gastar cuantiosos recursos en solucionar “problemas” que aún son conjeturas?

Si fuese esta cuestión previa la que argumentara Feldstein – y no la argucia de: “si tú no actúas, yo tampoco lo hago”- su alegato sería aún más sólido.

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martes, 15 de mayo de 2007

Adieu, monsieur Chirac

Lo mejor que nos han dejado las recientes elecciones – dijo un francés, sólo un poco cínico- es que ya tenemos la certeza de que Jacques Chirac se irá del gobierno.

Jacques Chirac tiene un pequeño historial pegado a la ubre del presupuesto público. Chirac habrá pasado 34 años cobrando del erario francés en puestos importantes: como Presidente (doce años), como Alcalde de París (18 años) y como Primer Ministro (en dos ocasiones, sumando cuatro años); más otros cinco años en puestos menores para un total de 39. Una vida.

O él merece un descanso o, mucho más probable, Francia merece descansar definitivamente de monsieur Chirac.

Durante su larga carrera Chirac ha acumulado algunos bienes envidiables, aún considerando tan sólo los que incluyó en su declaración patrimonial.

Anne Applebaum recopiló en un pequeño artículo en Slate.com algunas peculiares declaraciones de Chirac que lo dibujan claramente como la clase de diplomático que ha sido. Cito unos cuantas:

A unos líderes africanos, a principios de los años 90: “África no está preparada para la democracia”.

Sobre los británicos: “La única cosa que han hecho por la agricultura europea ha sido la enfermedad de las vacas locas”.

A Saddam Hussein le dijo: “Usted es mi amigo personal. Puede estar seguro de mi estima, consideración y apoyo”.

Nunca ocultó su abierto disgusto sobre todo lo que fuese anglo-americano en general y acerca de la lengua inglesa en particular. Cuando escuchó a un hombre de negocios francés hablar en inglés durante una conferencia, abandonó de inmediato la sala declarando que estaba “profundamente consternado”.

El periodista francés Guy Sorman recuerda esta frase de Chirac: “Para dirigir la diplomacia francesa basta hacer lo contrario de lo que haga el gobierno de los Estados Unidos, porque siempre se equivoca”.


Y el sueco Johan Norberg recuerda esta otra joya: “El liberalismo es tanto o más abominable que el comunismo”.

Sin embargo, no le faltan a Chirac admiradores o admiradoras, como la escritora mexicana Guadalupe Loaeza quien escribió el 20 de marzo pasado: “Si me di a la tarea de traducirlo y de transcribirlo en su totalidad – se refiere a un discurso de Chirac- fue para mostrar, en primer lugar, la pasión patriótica, la dignidad y el amor por su país que tiene”.

Cada cual sus amistades. O será que las condecoraciones con elogios se pagan.

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martes, 27 de febrero de 2007

Migración y comercio: Nudo de incoherencias

Es absurdo estigmatizar la libre migración de trabajadores al tiempo que se cantan alabanzas retóricas al comercio libre. Esta conducta esquizofrénica – común entre los políticos estadounidenses y europeos- revela que los prejuicios más reaccionarios se han instalado cómodamente en las propuestas de quienes presumen de progresistas.

Hace unos días The New York Times (NYT) trataba de dilucidar una presunta incógnita acerca del Tratado de Libre Comercio de Norte América: ¿Por qué, se preguntaba el diario, el TLCAN no ha frenado la migración de trabajadores mexicanos hacia Estados Unidos?

Se supone que el NYT representa la visión “progresista” y de “izquierda” en Estados Unidos. El solo hecho de plantear una pregunta tan absurda – como si la virtud del libre comercio fuese ser el antídoto contra la libre migración- confirma hasta qué punto el supuesto “progresismo” estadounidense (mal identificado en Estados Unidos como “liberal”) está infectado de prejuicios reaccionarios, así como de análisis y de información sesgados y defectuosos.

Otro tanto sucede en la Unión Europea con las posiciones presuntamente “progresistas”.

Las contradicciones y argumentos falaces del reportaje del NYT son analizados desde una perspectiva estrictamente académica en el espléndido weblog “Politics of Immigration and Trade” de Mariana Medina Garciadiego.

Sin entrar en el análisis académico, hay que anotar que este incoherente enfoque hacia el comercio y la migración – en el que la ultraderecha y los socialistas de diverso linaje acaban por coincidir, para explotar electoralmente los sentimientos xenófobos- no sólo es común, sino que representa uno de los mayores obstáculos que el mundo desarrollado está poniendo al progreso de los países pobres y en desarrollo.

Prejuicios, por otra parte, que por desgracia encuentran su paralelo exacto dentro de la retórica contra el libre comercio que aún persiste entre los líderes supuestamente “progresistas” de los propios países en desarrollo.

En América Latina los gobiernos están dejando pasar una oportunidad preciosa para construir nuevos liderazgos globales alrededor de una lucha decidida a favor del libre comercio y la libre migración.

Sorprendentemente han sido los gobiernos de los pequeños países de la región centroamericana, como en el caso de El Salvador, los pocos que han visto todo el potencial de esta rendija de oportunidad – exigir a los países “ricos” genuina libertad de comercio y libertad migratoria auténtica- como palanca eficaz para lograr la prosperidad y combatir la pobreza.

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miércoles, 7 de febrero de 2007

Jugársela por el libre comercio

El caso del azúcar ejemplifica dramáticamente la escasa credibilidad de los supuestos líderes de los países desarrollados. Por ello, es una oportunidad única para que gobiernos como el de México se la jueguen en serio, en los foros multilaterales y en el frente interno, por el libre comercio. Como dicen: ¿Tendremos el valor o “nos vale”?

Es admirable la decisión de países como Australia y Nueva Zelanda en su apuesta por la libertad económica, así como admirables han sido los magníficos resultados derivados de esa postura inequívoca.

El caso del corrompido mercado internacional del azúcar, que difícilmente se sostendrá en el mediano plazo, habla claramente de la crisis de liderazgo y credibilidad que padecen los países más desarrollados, como la Unión Europea y Estados Unidos.

Si México quiere de veras asumir un liderazgo en la región latinoamericana y usar frente a su poderoso vecino del norte un arma de negociación que vaya más allá de la gastada y vehemente retórica – que sirve más para consumo interno de una minoría trasnochada que para otra cosa- tiene que jugársela en serio a favor de la libre competencia y del libre comercio tanto en el frente interno como en los foros internacionales, por ejemplo en la Organización Mundial de Comercio.

Más todavía, puede empezar por una apertura unilateral de su mercado, como lo han hecho Australia o Brasil con magníficos resultados.

Como en muchas otras ocasiones en su historia México puede desaprovechar esta oportunidad y limitarse - ¡otra vez!- a que las cosas le pasen y a rumiar su mala fortuna con mitos y discursos ridículos.

Hasta ahora los gobiernos mexicanos han supeditado su política comercial en materia de azúcar al desastroso modelo estadounidense: Mercantilismo puro y duro, con grupitos de presión incrustados en el poder político medrando de los excedentes que se arrebatan a los consumidores.

Si en un golpe de audacia y visión de largo plazo México apostase en serio por la liberalización total de los mercados agrícolas del mundo, y empieza por el del azúcar, ganaría una gran credibilidad como un nuevo y efectivo líder de los países en desarrollo. Haría causa común con otros países en desarrollo, como Brasil, la India, Colombia, Perú y Cuba (cuya transformación política y económica puede estar a la vuelta de la esquina), así como con Centroamérica, entre otros.
De paso, beneficiaría a millones de consumidores pobres en el país y contaría con una magnífica palanca – la congruencia entre política exterior y políticas públicas hacia los mercados internos- para ir desmontando los arreglos mercantilistas que aún padecemos.

Como me escribió ayer un conocedor de estas oportunidades desperdiciadas: “Mientras sea más rentable cerrar una carretera para exigir un mayor precio para la caña que, por ejemplo, utilizar mejores fertilizantes, no habrá oportunidades para una mayor productividad”.

Como dicen por ahí: ¿Tenemos el valor o “nos vale”?

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