viernes, 30 de septiembre de 2005

Atención católicos: El capitalismo NO es inmoral

El mes pasado murió en España “un cristiano penitente y liberal impenitente” que se llamaba Rafael Termes. Fue banquero y fue un apasionado defensor del capitalismo, amén de católico virtuoso. Sí, leyeron ustedes bien católicos mal informados, que el capitalismo tiene su moral.

Me entero tarde y por un medio insospechado, un artículo del economista liberal español Pedro Schwartz, de que ha muerto don Rafael Termes el pasado 25 de agosto tras una rápida enfermedad. El artículo de Shwartz en memoria de este excepcional banquero, hombre de empresa y profundo pensador católico, no tiene desperdicio. Me permito citar dos párrafos que se explican por sí mismos:
“Pocos disputan la eficacia del libre mercado en la producción de bienes y servicios. Pero son muchos los que en la Iglesia y fuera de ella sostienen que el capitalismo es radicalmente inmoral y contrario a las enseñanzas de Cristo.
“Termes tuvo el mérito de hacernos ver que el libre mercado contribuye a elevar la calidad ética de nuestro tiempo de tres maneras: se basa en la moral de servicio, fomenta la virtud personal y es el modo más eficaz de combatir la pobreza en el mundo”.
A ver si tanto católico ostentoso en nuestro país – incluidos algunos políticos que no tienen empacho en proclamarse católicos- se va enterando de que el capitalismo “ per se” no es demoníaco, ni pecaminoso.
En una larga entrevista Rafael Termes respondía de esta forma a una cuestión fundamental que algunos destacados católicos mexicanos (en la política, en el gobierno y en algunas empresas protegidas de la competencia, bien intencionados pero mal formados e informados), nunca han entendido. Le preguntaron a Termes si para combatir la inflación sería necesario apelar a la moderación en la búsqueda de utilidades. La respuesta es contundente y vale la pena la extensa cita:
“No tiene ningún sentido y supone una dosis grande de ignorancia económica. La inflación es un fenómeno monetario y, cualquiera que sea la procedencia del impulso al crecimiento de los precios, el aumento no se producirá si no hay masa monetaria que lo acompañe. Por otra parte, en economía de mercado, pedir la moderación voluntaria del beneficio es absurdo. Excluido el monopolio o el oligopolio, en un mercado libre el beneficio no puede ser nunca excesivo, porque cuando fuera superior a la rentabilidad que el mercado de capitales exige, en función del riesgo inherente a cada actividad, la competencia actuaría en el sentido de la reducción de los márgenes, llevando finalmente el beneficio a la situación de equilibrio. Si los gobernantes observan que en un determinado sector la inflación rebasa los límites aceptables, pueden tener la seguridad de que tal sector no opera en régimen de competencia, y lo que deben hacer es simplemente liberalizarlo. Tratar de recortar los beneficios de las empresas interviniendo los precios resultaría contraproducente desde el punto de vista social, ya que el intento se saldaría en destrucción de empleo, riqueza y bienestar.”
¿Está claro?

A falta de inteligencia, suspicacia

La suspicacia es el recurso de los tontos para suplir la perspicacia.

No exagera Bernardo Graue cuando dice que si Carlos Salinas de Gortari se hubiese acusado a sí mismo de todas las maldades que se le atribuyen, incluida la de ordenar el asesinato de Luis Donaldo Colosio, de inmediato nuestra legión de exegetas de la realidad nacional (periodistas, políticos, opinantes de oficio) habría cavilado que el ex presidente estaría encubriendo a alguien. Así sucedería, sin lugar a dudas, en medio de esta eclosión de la suspicacia en que se han convertido buena parte de la política y del periodismo mexicano.
Ser suspicaz es padecer una enfermiza tendencia a concebir sospechas. Es una dolencia psicológica típica de los tontos que temen ser engañados y que desconfían – con sobrada razón – de su propia capacidad para distinguir entre la verdad y la mentira. Suplen esta incapacidad cognoscitiva con la fabricación de sospechas, la imaginación febril de conspiraciones o complots y una agresividad injustificada contra su prójimo. Si estos tontos son esposos repiten el síndrome de Otelo y sospechan – todo el día, todo el tiempo, respecto de todos- que les engaña su mujer. Si estos tontos son políticos suplen su incapacidad de entender - por ejemplo, de entender los rudimentos de la economía – con la fabricación de sospechas acerca de sus enemigos políticos y de ahí a la convicción de que son víctimas de conjuras y confabulaciones que pretenden dañarles. Si estos tontos son estudiantes les desgarra internamente la sospecha de que los maestros y las escuelas han emprendido una campaña en su contra y eso, sólo eso, explica sus continuos fracasos.
El periodismo -como la investigación científica y el oficio de intelectual, entre otros- se fundamenta en la presunción de que quien lo ejerce examina con agudeza y penetración la realidad. Esa agudeza y penetración se llaman perspicacia – por favor, anoten algunos colegas la diferencia entre suspicacia y perspicacia que mucha falta les hace-, pero si carecemos de perspicacia recurrimos al sucedáneo más aparente y superficial: La suspicacia. Si carecemos de capacidad para investigar, verificar, corroborar, contrastar las hipótesis propias con la realidad ancha y ajena, nada más fácil que suplir esas carencias con la fabricación de sospechas. (Una gracejada adicional con destinatario: Si carecemos del conocimiento elemental de la lengua española bautizamos con neologismos mal paridos – sospechosismo- lo que desde siempre se ha llamado, para los que sí saben, suspicacia).
De veras lamento que el apreciable oficio periodístico en México se haya llenado de tontos acomplejados que suplen con variadas suspicacias su incapacidad para la perspicacia. Debo decir que no todo el monte es orégano, por fortuna. Es decir: Que no todos son así.
Tan sólo en los tres primeros días de esta semana he disfrutado y aprendido con la lectura de al menos tres escritos de otros tantos analistas de la realidad: Federico Reyes Heroles, Everardo Elizondo y Bernardo Graue. Gracias a ellos.

lunes, 26 de septiembre de 2005

¿Ejercicio de la razón o componenda?

Con demasiada frecuencia confundimos en nuestra vida pública el diálogo, que debe ser ejercicio público de la razón, con la transacción, con el batiburillo de intereses en el que las más de las veces priva el chantaje.

"Hay que arreglarse". En esas tres palabras se resume la principal enseñanza cívica real que reciben millones de mexicanos. Si el genial hacedor de historietas que fue Hergé hubiese incluido a México en la saga de su inolvidable personaje Tintín (y su perro Milú), debería haber bautizado a ese episodio hipotético como "Tintín en el país de los arreglos". Queda a la imaginación de cada cual especular qué haría el joven periodista Tintín ante un sistema en el que la norma es negociar la buena voluntad con quien tiene la fuerza para fastidiarte.
Algún ingenuo supondrá que la democracia nos ha curado de ese vicio del "arreglo" al margen de la ley – y siempre para evitar la aplicación de la violencia-, pero no es así: Nuestra democracia sigue lastrada por la ausencia efectiva de un pleno respeto a la ley, por el desprecio al Estado de Derecho. La democracia, la nuestra, no ha hecho desaparecer la cultura del "arreglo", sino que le ha otorgado una coartada respetable porque ahora lo bautizamos como tolerancia, diálogo, búsqueda del consenso.
No es, desde luego, un verdadero diálogo – que siempre debiera suponer como requisito previo la búsqueda de la verdad por parte de quienes dialogan y, de ahí, al encuentro de las razones que asisten a uno o a otro- sino un batiburillo de desplantes retóricos que culmina, chantaje de por medio, en la cesión de derechos y de razones ante el garrote de la amenaza.
Argumento de la filosofía del "arreglo" es la sentencia popular: "Hay que llevar la fiesta en paz". Ejemplo: Un taxi – "pirata", fruto del"arreglo" al margen de la ley- choca el auto del señor Pérez. Acuden los ajustadores de las aseguradoras respectivas. Le dan la razón al agraviado Pérez y se le indica al taxista que tendrá que pagar el deducible ya que ha sido su culpa el accidente. Sagaz, el taxista propone "dialogar" y lanza la advertencia: "Mire, yo no acepto lo que dicen aquí los ajustadores, prefiero que vayamos a la delegación de policía; por lo que veo usted es una persona ocupada, no se puede dar el lujo de perder todo el día en discusiones; yo, en cambio, sí puedo hacerlo; mi patrón me apoya. Si me da $300 pesos, así como cosa suya, firmo de conformidad, le arreglan su coche y usted no pierde su tiempo que debe valer mucho más".
Pérez calcula el daño adicional que supondría negarse a "cooperar", se imagina el camino del calvario burocrático, gelatinoso y sórdido. Calcula su costo de oportunidad y ¡accede gratificar a quien le agravió!
Un arreglo más, entre millones, que forjan todos los días en México la cultura del "arreglo". Una ley de la selva; pero negociada, eso sí.

El dilema electoral de las reformas

Las recientes elecciones en Alemania se centraron en la necesidad, o no, de hacer reformas estructurales que devuelvan competitividad a esa economía maltrecha. Al final, la retórica social-populista prevaleció. ¿Por qué es tan difícil de vender electoralmente el sano realismo económico?
A pesar del mal desempeño económico de Alemania en años recientes, el canciller Schroeder logró evitar un vuelco en el gobierno alemán explotando, con sagacidad, el miedo que en una franja amplia de los electores suscitan las reformas que deben corregir los excesos y deficiencias del llamado "Estado de Bienestar".
Ante la enfermedad – desempleo, caída de la productividad y por ende de la competitividad, excesivo gasto del gobierno, formidables presiones fiscales derivadas de la agenda de compromisos del "Estado de Bienestar"-, la promesa de aumentar la dosis de social-burocracia triunfó. Apenas, pero triunfó.
En efecto, las promesas electorales que usaron la social-democracia y la izquierda descafeinada, para satanizar las propuestas de realismo económico de una eventual coalición conservadora-liberal (que habría encabezado Angela Merkel), fueron: Nuevas disminuciones en la jornada laboral, un salario mínimo aún más elevado, mayores pensiones, crecimiento del Estado y sus regulaciones y subsidios, más impuestos para los sectores de altos ingresos. Una agenda social-burócrata típica.
En el fondo, en Alemania – como en casi toda la Europa continental –se enfrentan dos modelos de sociedad y de gobierno que, pese a toda la palabrería sobre una "tercera vía" o una conciliación de los opuestos, son diametralmente diferentes. Los electores que favorecieron la permanencia de la social-democracia parecen creer que, pese a todo, la economía alemana sólo necesita ajustes menores y que, con una abundante buena voluntad de parte de los políticos, el modelo de Economía del Bienestar puede funcionar razonablemente bien.
No hay necesidad, en esta perspectiva, de sacrificios mayores. Por el contrario, la dosis puede aumentarse y basta con cobrarles más impuestos a los ricos para que el esquema sea viable. Aunque el error de este remedo de diagnóstico es obvio, hay en gran parte de los electores la poderosa voluntad de creer, las ganas de que tanta belleza sea posible. Es claro, por ejemplo, que las jornadas laborales reducidas combinadas con salarios mínimos altos y beneficios pensionarios desligados de las aportaciones individuales hacen una combinación explosiva y terminan en mayor desempleo, crecientes déficit fiscales, pérdida de competitividad y tensiones sociales. Aunque todo esto sea claro, el elector medio prefiere no verlo, porque es beneficiario, o desea serlo, de ese social-populismo.
Es más fácil, en el terreno electoral, hacer cuentas alegres para que las promesas de la utopía social-burócrata parezcan viables. No hay tal. Las promesas siguen sin cuadrar en la más elemental aritmética. No habrá milagro del mismo modo que antes no lo hubo. Pero las ganas de creer y el miedo al cambio y a las exigencias de la productividad pueden más. Por ahora.

El espejismo petrolero y sus peligros (III y final)

Los países exportadores netos de petróleo, como México, deberían aprovechar este “pico” de precios altos – tal vez el último antes del fin de la era del petróleo- para fortalecer sus finanzas públicas y promover inversiones que hagan más eficiente el uso de los recursos energéticos y que alienten nuevas fuentes de energía más baratas y limpias.

La eficiencia – otro nombre de la productividad – en el uso de la energía promueve el crecimiento económico, asegura el físico Amory B. Lovins, cofundador y presidente del Rocky Mountain Institute en Colorado (ver Scientific American del mes de septiembre ) y como muestra un botón: Entre 1977 y 1985, el Producto Interno Bruto de los Estados Unidos creció 27 por ciento mientras el uso del petróleo disminuyó 17 por ciento. Más aún: En el mismo período las importaciones de petróleo por parte de los Estados Unidos disminuyeron 50 por ciento y las provenientes del Golfo Pérsico cayeron en picada 87 por ciento.
Sumemos a la eficiencia energética – que pasa por el diseño de mejores autos, edificios, fábricas, casas y caminos- los avances en el uso de energías alternativas distintas de la energía nuclear (opción a la que por razones más de percepción política que económicas no le está apostando Estados Unidos), como la eólica y la solar (éstas dos, por cierto, funcionan con gran eficacia cuando se combinan, ya que el clima malo para la energía solar suele ser extraordinariamente bueno para la energía eólica y viceversa y están creciendo varias veces más que la economía en términos relativos), la energía a partir de biomasa y los prometedores combustibles de hidrógeno (que incrementan el rendimiento de los hidrocarburos tradicionales). Tan pronto como en 20 años, 2025, Estados Unidos podría reducir su consumo de petróleo a cotas tan bajas como las previas a 1970 y pocos años después lograr el objetivo de “an oil-free America”.
Además de los incentivos económicos para lograrlo - ¡y justamente los altos precios del petróleo hoy son uno de los más poderosos incentivos para impulsar esa destrucción creativa! – existe una muy convincente razón de estrategia geopolítica que impulsa este objetivo: Distender la política exterior en Medio Oriente y respecto del fundamentalismo islámico en la región quitando al petróleo como arma de presión para ambas partes.
A la vista de lo anterior, los países exportadores de petróleo deben sopesar los beneficios y los peligros de una temporada extraordinaria y atípica de altos precios petroleros. La estrategia inteligente – algo que han hecho Suecia y Rusia, por ejemplo – es ahorrar los excedentes destinándolos a fondos de estabilización que prevengan la temporada de “vacas flacas”.
Adicionalmente, la “bonanza” petrolera (que tiene una buena parte de espejismo) debiera servir en los países petroleros para anticipar el futuro escenario de un mundo des-petrolizado, evitando el típico error de desperdiciar recursos energéticos en tiempos de abundancia y promoviendo la inversión tanto en tecnologías que aumenten la eficiencia energética como en fuentes alternativas.

miércoles, 21 de septiembre de 2005

El espejismo petrolero y sus peligros (II)

Sólo algunas anotaciones acerca de la silenciosa revolución económica mundial que se prepara en el terreno energético.

De vez en cuando quienes deciden sobre políticas públicas deberían echar un vistazo a lo que está pasando en el mundo de la ciencia y de la tecnología. No para decidir – como sucede usualmente por desgracia- si avientan más dinero público a los elefantes blancos, con su legión de burócratas académicos en busca de la beca eterna, sino para advertir por dónde puede venir la próxima sorpresa en la historia del progreso humano.
Por lo pronto yo les recomendaría – por ejemplo, a los legisladores mexicanos, deseosos de fabricar ingresos fiscales mediante el expediente de subir las estimaciones del futuro precio del petróleo- que le dieran una leída al artículo que publicó en Scientific American de septiembre, el físico Amory B. Lovins, especialista en asuntos de eficiencia energética sólo para abrir boca. Después, si el asunto les interesó más allá de lo anecdótico, podrían consultar las fuentes recomendadas por el propio Lovins, como el libro Winning the Oil Endgame y empezar a preocuparse por algo muy incómodo: La impertinencia de sus discusiones y de sus fanáticas prevenciones contra la reforma energética que México necesita. Más aún: Tal vez esas y otras lecturas podrían ayudarles a entender que la reforma energética que deberíamos estar haciendo, ¡ya!, es mucho más que un duelo retórico entre “privatización sí, privatización no”. Y que la reforma fiscal es complemento imprescindible – si es que no requisito- para la reforma energética.
Si se quieren preocupar más pueden imaginar, junto con el editor de la revista científica, George Musser, que en un futuro no muy remoto los consumidores podremos comprar en una tienda tipo Home Depot pequeños reactores portátiles de fusión nuclear para satisfacer todas nuestras necesidades de energía, de la misma manera que hoy podemos comprar – y a crédito- una máquina que lava vajillas o un refrigerador.
¿Sabía usted que Estados Unidos usa hoy 47 por ciento menos energía por cada dólar de su PIB que hace 30 años?, ¿que ese ahorro energético – productividad pura y dura, mediante aparatos más eficientes, incluidos los automóviles – equivale a unos mil millones de dólares diarios?, ¿que esto apenas empieza y que, desde el punto de vista de su factibilidad técnica, estos ahorros se pueden duplicar o triplicar mediante el mejor diseño de autos, casas, edificios, carreteras?
Visto desde otro ángulo: ¿Sabía usted que una planta de energía convencional como las que conocemos – cuyo insumo principal son combustibles fósiles como el petróleo – pierde de la planta al consumidor final más del 90 por ciento de la energía generada?, ¿sabía usted que con un mejor diseño de la planta y de las redes de distribución y con el uso de fuentes alternativas ese desperdicio podría disminuirse a menos del 10 por ciento?

martes, 20 de septiembre de 2005

El espejismo petrolero y sus peligros (I)

Embelesados por los altos precios del petróleo, no vemos la inminente revolución tecnológica que se avecina en el terreno energético.

Hace 30 años estaba de moda pontificar en México, en foros políticos y académicos, acerca del carácter “prioritario y estratégico” de la industria siderúrgica para el desarrollo de un país; de hecho, los subsidios abiertos y ocultos para mantener en manos del Estado la gran siderúrgica Lázaro Cárdenas – Sicartsa- costaban casi $20 mil millones de dólares cada año.
Esas carretadas de dinero público – se nos decía- estaban justificadas porque no había un solo país en la historia económica moderna que hubiese despegado del subdesarrollo sin una fuerte y gigantesca industria siderúrgica nacional. Una afirmación tan vehemente como falsa.
Hoy, la principal siderúrgica del país acaba de sufrir una huelga que la paralizó por varias semanas, ¿qué le sucedió a la economía de México tras varias semanas sin producción de acero en lo que era Sicartsa? Prácticamente nada. Con la pena, pero la industria siderúrgica es hoy, en el contexto de la economía mexicana, poco menos que irrelevante.
¡Qué miopes éramos hace 30 años respecto del acero!
¡Qué miopes somos hoy respecto del petróleo!
De seguir la actual tendencia mundial en la búsqueda de mayor eficiencia en el uso de la energía y de fuentes alternativas de energía diferentes al petróleo y a los combustibles fósiles – junto con los formidables ahorros de energía que nos ofrecen día con día las nuevas tecnologías- tan pronto como en el año 2015, o antes, podríamos estar lamentando haberle apostado tanto, como país y como fuente de ingresos fiscales, al petróleo. Si fuésemos menos miopes deberíamos estarlo lamentando hoy.
Sin embargo, hay acaloradas discusiones para generar recursos fiscales mediante el simple expediente de subirle tantos más cuantos dólares a la estimación del futuro precio del petróleo y se siguen haciendo las cuentas del gran capitán con los subsidios – abiertos o disfrazados – que podría dar Pemex a la incompetencia (y para fomentar el despilfarro energético) y a proyectos de inversión lastrados por los síndromes del espejo retrovisor (que consiste en pensar que las inversiones para el año 2010 se deben hacer con escenarios de 1970) y del mercantilismo ramplón (que consiste en juzgar que cualquier déficit en la cuenta corriente es malo y que lo mejor es exportar mucho y barato, con salarios de hambre, e importar poco y caro). Hablo, sí, del dichoso proyecto Fénix.
A esto se suma el espejismo de los “elevados” (nominalmente) precios que hoy alcanza el crudo en el mercado internacional alimentado por proyecciones lineales de oferta y demanda de petróleo, que ignoran lo más importante: El avance tecnológico y que la siguiente gran destrucción creativa en la historia del progreso económico se dará, casi con certeza, en el terreno energético.
De eso escribiré en los próximos artículos, con la esperanza de que veamos, por una vez, un poco más allá de nuestras narices.

lunes, 19 de septiembre de 2005

Internet, la ruina de la telefonía tradicional

La internet* es un espléndido ejemplo de la destrucción creativa de la que hablaba Schumpeter hace un siglo. Las telefónicas tradicionales, que cobran en función del tiempo de la llamada y de la distancia entre los interlocutores, ya saben el nombre de su peor villano: VoIP, Voice over Internet Protocole.

“La adquisición que ha hecho eBay de la compañía Skype es un valioso recordatorio para la industria mundial de las telecomunicaciones, con valor de trillones de dólares, de que eventualmente todas las llamadas telefónicas serán gratis” (The Economist, 17-22 sept. 2005 con la sugestiva portada que dice: How the internet killed the phone business).
La noticia de la semana, en el mundo de la economía, fue la adquisición de Skype – por $2,600 millones de dólares en efectivo más acciones y probablemente algo más de lograrse ciertos acuerdos – por parte de eBay. Y, como es usual, el prestigiado semanario británico ofrece con particular agudeza el significado de esa noticia.
¿Cuál es el gran atractivo de Skype? Que es el medio por el que millones de personas en el mundo nos comunicamos “telefónicamente” de computadora a computadora prácticamente sin costo, y de teléfono convencional a computadora o viceversa por un costo irrisorio: $0.02 dólares el minuto. Un servicio al que se suscriben diariamente unas 150 mil personas en el mundo.
La ruptura del negocio tradicional de la telefonía está clarísima: No más cobro de tarifas por tiempo y por distancia entre los interlocutores. Eso es historia o está próximo a serlo.
Y Skype es sólo un software (en este caso gratuito) de los varios que ofrecen alternativas prodigiosamente baratas – o gratuitas – a la telefonía convencional. Otras son: Teleo, Dialpad, Vonage...
Genéricamente todas estas formas de telefonía alternativa por internet se conocen como VoIP, voz sobre protocolo de internet por sus siglas en inglés.
Pero la revolución puede ir más allá y empezar a preocupar en serio no sólo a las telefónicas que funcionan bajo plataformas tradicionales (el semanario británico ofrece varios ejemplos), sino más tarde a las cadenas de televisión abierta. Otras tecnologías, también en la plataforma de la internet, podrán ofrecernos en breve televisión competitiva sin restricciones.
Tres reflexiones al vuelo:
Uno. Los grandes saltos de la productividad se reconocen por sus consecuencias: Los beneficios son brutales para los consumidores.
Dos. Una revolución tecnológica sí genera grandes perdedores en el corto plazo – digamos, las telefónicas tradicionales – que se resisten, por la buena y muchas veces por la mala, a las consecuencias del cambio. El cambio, tras el sobresalto inicial, se normaliza al generalizarse como ya había anticipado Schumpeter.
Tres. Cuán ridículas serán en pocos años todas esas restricciones y prevenciones que han erigido distintos gobiernos en el mundo (creando, de paso, fabulosos negocios para unos cuantos beneficiarios) otorgando “concesiones” sobre lo que siempre debió ser soberanamente libre: Las comunicaciones.
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(*) Escribo "la internet" porque se trata en español de un sustantivo femenino - es "la" red- y porque es otro medio de comunicación y transmisión de información genérico, como la televisión, la radio, el periódico, el correo o el telégrafo.

domingo, 18 de septiembre de 2005

Costos de oportunidad y subsidios

Si Pemex vende un energético por debajo del precio internacional –es decir, por debajo del precio al que puede vender ese mismo bien en el mercado y por debajo de lo que le costaría adquirir ese bien en el mercado- entonces Pemex está subsidiando ese energético. Así de sencillo.

El otro día leí en un periódico el juicio de un presunto especialista en asuntos empresariales, quien argumentaba que si Pemex, monopolio del Estado mexicano, vende el gas natural a un precio superior al que le cuesta extraerlo, entonces Pemex no está subsidiando en modo alguno ese energético aun cuando ese precio sea inferior el precio vigente en el mercado de Norteamérica.
Ese juicio es, por varias razones, una grosera falacia. Primero: Pemex no es autosuficiente, por lo que tiene que importar parte del gas que surte en el mercado interno; esas importaciones se realizan al precio del mercado de Norteamérica – donde Pemex opera- por lo que a todas luces existe un subsidio cuando Pemex ofrece el gas en el mercado interno a un precio inferior al que pagó.
Pero también sería una falacia si Pemex fuese autosuficiente en la producción de gas. ¿Por qué? Porque, aun en el caso de la autosuficiencia, cuando vendiese el gas a un precio superior al del costo bruto de extracción, si ese precio es inferior al del mercado internacional Pemex estaría incurriendo en un costo de oportunidad superior al precio (el costo de oportunidad se define -aquí y en China y supongo que también en Monterrey-, como lo que deja de ganar al vender a un precio “controlado” en el mercado interno, frente a lo que obtendría vendiéndolo fuera de México) y estaría perdiendo dinero. Como Pemex es un monopolio del Estado, somos los contribuyentes quienes subsidiamos ese energético en beneficio de los consumidores, entre los cuales destacan algunos industriales del norte del país – representados oficiosamente por las opiniones del presunto especialista – que además de ser beneficiados son mal agradecidos.
Se supone que los empresarios – subrayo que se supone – desean que Pemex funcione como una empresa rentable a pesar de ser un monopolio del Estado; si desean tal cosa, no se entiende por qué habría de molestarles que Pemex calcule sus precios de acuerdo a sus costos de oportunidad. Menos se entiende por qué confunden a Pemex con algo así como una beneficencia estatal que debe hacer transferencias de recursos de los contribuyentes hacia los industriales que consumen gas u otros energéticos que ofrece ese monopolio.
En el fondo del asunto hay un desprecio – que no ignorancia- hacia los costos de oportunidad en todo lo que tiene que ver con el dinero público.
Por eso, en el fondo algunos negociantes no ven con malos ojos el intervencionismo gubernamental en materia de precios, barreras de entrada a los mercados y suministros privilegiados.
Por eso, porque son negociantes y no empresarios, detestan el libre mercado: Esa intemperie en la que hay que competir y en la que pierden quienes no son productivos.

sábado, 17 de septiembre de 2005

Advertencia contra las utopías, a 75 años

Un 14 de septiembre de 1930 más de seis millones de ciudadanos alemanes llevaron al Reichstag a más de cien diputados nazis.

No sin ironía Ferrán Gallego, profesor de historia contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona, recuerda que se cumplen hoy 75 años de que el nacional populismo empezó su conquista, desde dentro, de las instituciones democráticas en Alemania y con ello inició la destrucción brutal de las mismas, en nombre de una más de las utopías que han ensangrentado la tierra y nos llenan de dolor y de vergüenza.
La ironía fue dedicada a quienes gustan de los aniversarios recordándoles, tal vez, que su memoria selectiva respecto de la historia sólo refleja la ceguera en que fundan sus delirios utópicos; hoy como ayer.
Vale la pena el ensayo de Gallego y meditar en las preocupantes similitudes entre las utopías populistas de entonces y las de hoy. Me sucedió al leer frases como la siguiente: “Tales corrientes ideológicas (habla Gallego de los populismos profundamente antiliberales) nunca convencen en momentos de serenidad, en la búsqueda de los problemas complejos donde nunca constan chivos expiatorios. Para crecer, su liturgia radical necesita de un estado de crispación en el que los hombres ya no comprenden lo que les rodea, son incapaces de analizarlo con realismo, son impotentes para plantear estrategias razonables (…) El populismo nacionalista convirtió la devaluación de la libertad individual en una seductora nostalgia por el autoritarismo; denigró la democracia como una cáscara legal sin pasión ni autenticidad”.
Leo mientras en el sustrato de la conciencia laten las escenas de nuestra propia crispación nacional; pienso en el amargo reencuentro con un antiguo compañero de trabajo, hoy asesor de un diputado del PRD que hace gala de su intolerancia. El reencuentro casual, en los pasillos de la Cámara de Diputados, derivó en desencuentro y podría haber terminado a golpes de no mediar una delicada capa de civilidad tras las frases ofensivas y los denuestos. Zanjé el asunto, fastidiado, recurriendo a la ironía: “No tengo remedio – le dije-, siempre he sido un despiadado liberal, derechoso, tecnócrata sin corazón. Por eso, cuando llegue tu utopía por favor avísame: No quiero estar aquí”.
Comprar esa utopía nacional populista no sólo es comprar la crispación que le acompaña, sino desechar de golpe, como si fuesen un envoltorio circunstancial, nociones vitales para la democracia: Libertad individual, razón, derechos individuales. Hay que sacrificar, en el altar de la utopía, la civilización misma.
Ya han empezado, sin descanso, su labor de desprestigio de las instituciones. Ejemplo: Mintieron ayer, mienten ahora y mentirán mañana sobre el IFE. Un fracasado economista, fracasado periodista y fracasado político que actúa de vocero oficioso del futuro redentor difunde la duda sobre la imparcialidad de tribunales y árbitros institucionales. Es el huevo de la serpiente. Se incuba todos los días. ¿No escuchan esos ruidos que avisan que el cascarón está a punto de romperse?

El nazismo y el AMLO/PRD, comentario de Fernando Ammerlink
Es pertinente recordar al nazismo al hablar del Amlo/PRD. El sueño de Hitler duraría mil años; la dictadura del proletariado sería otra especie de "solución final". ¿Cuánto querrá durar Amlo?Las utopías de todo cuño o geometría no mueren. Tampoco muere el ansia humana por sobrevivir. El género humano vive ante la angustia de la muerte y una coartada a la mano es la pervivencia a través de algún gran proyecto político que, ultimadamente, muestre al mundo la valía de mis planteamientos en beneficio de la humanidad. De esta utópica manera, se acuerden de mí como redentor, autor o apoyador o asesor de tanta felicidad.La utopía es inseparable del poder; no la hay sin que el utopista pretenda alcanzar el poder para ponerse encima de los mortales, inferiores: sentirse más importante, meritorio y potente que esos a quienes tanto benefició. Tiene suprema importancia en las relaciones humanas el ego que quiere ser inmortal. Y no hay utopía sin un gran ego. ¿Y dónde cabe a libertad ajena, frente a la tremenda importancia de mi ego, y la grandiosidad de mi sueño?
septiembre 17, 2005

miércoles, 14 de septiembre de 2005

Diseñado para controlar, no para liberar

Nuestro arreglo político-jurídico parece diseñado por el enemigo: Imponer controles de precios o decretar subsidios resulta fácil, pero derribar las barreras de entrada a un mercado protegido es tarea que se antoja imposible.

Lo que más les cuesta a los gobiernos es liberar. Lo que les resulta más fácil es controlar. Esta tendencia adquiere proporciones monstruosas en países lastrados por una tradición de intervencionismo estatal – como es el caso de la mayoría en América Latina- y en los cuales grupos selectos están acostumbrados a negociar con el gobierno medidas de control – sobre los precios, sobre el acceso a los mercados- que les generan rentas extraordinarias.
Si acaso algún gobernante propone liberar un mercado hasta entonces protegido – digamos, el energético o el de las telecomunicaciones o el de los medios de comunicación electrónicos- encontrará formidables barreras porque la vocación intervencionista y controladora del Estado ha quedado plasmada en la Constitución o en las leyes fundamentales. En cambio, cualquier gobierno, hasta los gobiernos municipales, tiene un amplio margen para controlar precios, restringir la libre iniciativa de las personas, destinar recursos públicos a determinados grupos en detrimento de los contribuyentes, imponer barreras en los mercados.
Sonaba muy bonito, a principios del siglo pasado, adornarse poniendo en la Constitución algún arrebato “nacionalista” y “social” – digamos, las ampulosas formulaciones que dicen que tal o cual recurso “es propiedad exclusiva de la Nación” – que con el paso del tiempo se ha evidenciado como lo que en realidad es, algo abominable, ya que el abstracto “la Nación” deviene en “gobierno en turno” o, peor aún, en “tal o cual mafia sindical o gremial que vive cual parásito de la explotación de un monopolio”.
Se dedican cuantiosos recursos para sostener la falacia: “Tal monopolio – se nos dice- en realidad no es tal sino que es la querida empresa de todos los dichosos habitantes del país”, ¿de veras? Y surge la demonología: Palabras como “privatización” se vuelven prohibidas. Hasta los reformadores tienen que recurrir a los eufemismos para no alterar a los defensores de la fantasmal (nadie la ha visto últimamente) soberanía, que otrora radicaba en el pueblo y hoy reside en la curul de algún legislador intocable. Aun con estos subterfugios retóricos los reformadores fracasan; tal es la formidable fuerza de los buscadores de rentas a expensas del Estado. (Cuán actual resulta Bastiat con su descarnada definición del Estado, esa ficción por la que todo mundo busca vivir a costillas de los demás).
Más allá de las personas y de las circunstancias este arreglo político-jurídico es infernal: Diseñado para que los gobiernos recurran a las medidas populistas – controlar, subsidiar, gastar rápidamente lo poco que se ahorra- pero que deja impotentes a los mismos gobiernos para resolver los problemas de fondo, incapaces de liberar. Eso no. Eso va contra la dichosa “soberanía” (¿soberanía de quién sobre quién?, ¿soberanía sobre qué y para qué?) y contra los intocables “ideales” plasmados en la Ley Suprema.
Las utopías siempre son un gran negocio para los sumos sacerdotes que las predican.

De Bastiat a Reagan, comentario de Ramón Mier

Al leer tu artículo me vino a la memoria Ronald Reagan y la forma en que con unas cuantas frases describió el modo en que los gobiernos ven la economía:"Si se mueve, ponle un impuesto. Si continua moviéndose, ponle una regulación. Cuando finalmente deje de moverse, subsídialo."
Con estas frases se desnudan los absurdos de la intervención estatal. Pero siempre habrá quien se encargue de vestir el absurdo y presentárselo a la gente de un modo que la intervención parezca atractiva.Intervenir para controlar parece ser la vocación de los gobiernos. Es por eso importante que siempre existan voces que se opongan al crecimiento del gobierno y a su capacidad para intervenir y controlar.

martes, 13 de septiembre de 2005

¡Qué caro sale ser pobre!

La tragedia en el sur de Estados Unidos causada por el huracán Katrina es una dolorosa demostración de que uno de los efectos más lacerantes de la pobreza es que encarece – hasta hacerlas en ocasiones imposibles – las respuestas ante las adversidades.

Ni la naturaleza, ni Dios se ceban en los más pobres de la tierra. Los desastres – naturales o provocados – golpean con más fuerza a los más pobres porque no hay nada más caro en este mundo que ser pobre. La carencia de recursos – característica de la pobreza – supone también un encarecimiento desorbitado, para el pobre, de los medios usuales para responder a una situación crítica.
A veces con gran miopía se piensa que un pobre elige los medios más baratos para resolver sus problemas en comparación a los medios que emplearía una persona rica. No es así; por lo general sucede a la inversa. No porque el pobre elija mal deliberadamente, sino porque su abanico de opciones es mucho más restringido que el de una persona con recursos. Un pobre no elije por gusto – por poner un ejemplo- comprar a plazos un aparato electrodoméstico pagando tasas de interés mucho más altas que las que puede obtener un rico en el mercado: Hace eso porque es su única opción. En el peor de los casos, recurre al crédito más caro porque ignora que existan otras opciones.
Hacer libre a una persona es darle más y mejores opciones para elegir. Y hacer libre a una persona implica, así sea en términos relativos, enriquecerla. Ser miserable en Nueva Orleáns significó carecer de opciones para enfrentar el desastre. ¿Huir?, ¿cómo?, ¿por qué rutas?, ¿hacia dónde?, ¿de cuánto tiempo dispongo? Peor aún: ¿Cómo sé que no me están engañando cuando me piden evacuar mi vivienda?, ¿cómo puedo distinguir la información confiable de la que no lo es?
La pobreza, por esa misma razón, no se resuelve sustituyendo la libertad de las personas por “sabias decisiones” impuestas por un burócrata “iluminado”. Se resuelve generando más oportunidades y ofreciendo un abanico cada vez más amplio de opciones. Para ello es clave la libertad de comercio. Cuando un país, un grupo social o una familia está cautiva frente a monopolios estatales o privados – y sólo puede usar la línea telefónica “X”, o sólo puede consumir la gasolina “Y” – se trata de un país, de un grupo social, de una familia o de una persona en condición relativa de pobreza.
Además del terrible fallo de las autoridades en la preservación de la seguridad de los ciudadanos – fallo que incluye lo mismo a las autoridades federales que a las autoridades locales – la tragedia de Nueva Orleáns es reflejo de la carencia de libertad que está en la esencia de la pobreza.
No le echemos la culpa del desastre a Dios, al calentamiento de la atmósfera, al agujero de ozono. Fue una tragedia que cultivamos cuidadosamente cada vez que le negamos a los pobres – por el hecho de ser pobres – opciones para elegir.

domingo, 11 de septiembre de 2005

Libertad Económica: A la mitad de la tabla

Aunque ha mejorado notablemente en “libertad económica” durante los últimos 20 años, México sigue a la mitad de la tabla de los 127 países que evalúa el Fraser Institute, por debajo de países como Chile, Costa Rica y El Salvador.

Con datos a 2003, el Fraser Institute de Canadá acaba de publicar su reporte anual sobre la libertad económica en el mundo (ver aquí) que arroja resultados relativamente sorprendentes y aleccionadores.
El indicador evalúa la libertad económica en cada una de las naciones de acuerdo a cinco grandes renglones: 1. Tamaño del gobierno, 2. Estructura legal, respeto a los derechos de propiedad (Estado de Derecho), 3. Acceso a financiamiento y sólida política monetaria, 4. Libertad de comercio internacional (apertura), y 5. Regulación en los mercados de crédito y laboral y regulación para las empresas.
México obtiene una calificación promedio de 6.5 (sobre un ideal de diez) y eso le lleva a compartir el lugar 59 en la tabla de 127 con países como Bolivia, Guatemala, Honduras, Malasia, Kenya y Uganda. Los puntos más débiles de México son, significativamente, el respeto a los derechos de propiedad y en general al Estado de Derecho (donde ocupa un vergonzoso lugar 93 con una calificación de sólo 3.9 sobre diez), así como la aún excesiva regulación (lugar 99 de la tabla con una calificación de 5.3 puntos).
Para triste consuelo de México, países como Argentina, Brasil y Venezuela ocupan peores sitios en la tabla general. Argentina, por ejemplo, está en el sitio 94 (con pésimos indicadores en estructura legal, acceso a financiamiento sólido y regulación), Brasil en el lugar 88 y Venezuela en el sitio 124 (muy mal prácticamente en todo).
China, que no es un dechado de libertades como todo mundo sabe, ocupa un lugar 86 en la tabla general (por encima de Argentina, Brasil y Venezuela) con pésimos indicadores en tamaño de gobierno (lugar 116) y en regulaciones (sitio 121), pero relativamente bien situada en apertura al comercio internacional (con una calificación de 7.5 similar a la de México en esa materia, pero todavía lejos del noveno lugar mundial en ese indicador que ocupa Chile con una calificación de 8.6).
Los cinco primeros países de la tabla general son Hong Kong (primer sitio), Singapur (segundo lugar) y Nueva Zelanda, Suiza y Estados Unidos (empatados en el tercer lugar).
Más allá de los resultados específicos de esta especie de hit parade de la libertad económica, vale la pena citar los cuatro ingredientes que el estudio considera esenciales para una sociedad libre: 1. La elección personal está por encima de la elección colectiva, 2. Hay un intercambio voluntario coordinado por los mercados y no una asignación de los recursos mediante procesos políticos, 3. Hay libertad para entrar y competir en todos los mercados y 4. Hay protección efectiva para las personas y sus propiedades frente a agresiones de otros. Vistas así las cosas, en México tenemos una culpable escasez de los cuatro ingredientes.

viernes, 9 de septiembre de 2005

“Los muertos matan a los vivos”

Nuestro discurso político está lleno de anacronismos; confunde sentido de la historia con lo menos histórico que puede haber: Las convicciones erradas del fatalismo y del anacronismo.
Hablando de la España de hoy – y de la desesperante desconexión entre el discurso de algunos destacados políticos españoles y la realidad cotidiana de un país pujante- Fernando García de Cortázar regaló una espléndida reflexión a los lectores del diario ABC del martes pasado, 6 de septiembre.
Lo que estremece, con el Atlántico de por medio, al leer esa reflexión desde México es que parece a todas luces una descripción puntual de la precariedad de nuestro propio entorno político. García de Cortázar, por ejemplo, trae a colación la profética advertencia que formulaba Ortega y Gasset hace décadas: “¿No es cruel sarcasmo que luego de tres siglos de descarriado vagar, se nos proponga seguir en la tradición nacional? ¡La tradición! La realidad tradicional en España ha consistido en el aniquilamiento progresivo de la posibilidad de España”. Cambiemos el vocablo “España” por el vocablo “México” en la cita anterior y nos encontraremos con la crítica más puntual y aguda que pueda hacerse al discurso político vigente en México.
Hoy, cuando los fantasmas del patrioterismo recorren el país, montados en la propaganda cursilona tanto de los políticos como de la televisión (y sus convocatorias a festejar lo ricos que algunos se han hecho merced a la cancelación de un país moderno y competitivo), todo esa parafernalia del mes de septiembre y los míticos héroes – ajenos, por cierto, a los personajes de carne y hueso- se nos muestra como lo que en realidad es: Una tremenda fuga hacia atrás, hacia una tradición de pastiche en la que el país es un eterno adolescente embelesado en la contemplación de su ombligo. Un personaje que grita a los cuatro vientos su voluntad de ser adulto al tiempo que multiplica todas las trampas que le eviten confrontarse con la realidad.
Cita también Garcia de Cortázar lo que dice un sirviente en la tragedia de Esquilo, las Coéforas: “Sábelo, los muertos matan a los vivos”. Esos muertos de utilería, esas estatuas de bronce, esos fantasmas que pululan en los discursos, descarnados y convertidos en etiqueta – los héroes – se vuelven instrumentos promotores del fatalismo y del anacronismo.
Y hasta las mentes con mayor lucidez – o fama de tenerla – sucumben el embrujo de esta falsificación histórica. Así, suena políticamente correcto exhortar a “la izquierda” a reconciliarse con el liberalismo del siglo XIX (Enrique Krauze). Es una súplica de piedad que hace el rehén a su verdugo: “Mira con misericordia, izquierda omnisciente y suprema autoridad moral, al liberalismo”. Ahora resulta que la encarnación histórica de la fatalidad y el anacronismo – que eso es la izquierda - debería absolver al liberalismo del odioso pecado de la modernidad. Absurdo.
Si ser liberal es ser de derechas, soy de derechas a mucha honra. No requiero que los herederos de Stalin me extiendan ninguna carta de buena conducta.

jueves, 8 de septiembre de 2005

¿Por qué el superávit fiscal?

La propuesta de un superávit fiscal de poco más de $17 mil millones de pesos para 2006 es inobjetable, porque disminuir el costo financiero de una vez es el mejor destino – el uso óptimo- que se le puede dar a esos recursos públicos.
Para nadie que haya leído mis artículos en los últimos diez años resultará una sorpresa que me muestre como un ferviente partidario del superávit fiscal, en particular para el caso de México. Pero las convicciones – pese a lo que digan los dictadores de las modas ideológicas- no deben ser caprichosas ni voluntariosas, sino fundarse en una evaluación inteligente de hechos y datos objetivos. Intentaré fundar, entonces, las causas de mi fundamentalismo fiscal.
Uno. Tener un superávit – de acuerdo a la tradicional medición del balance fiscal – significa disminuir en términos netos la deuda pública.
Dos. Al disminuir la deuda pública, disminuyen también la intensidad y frecuencia de las solicitaciones de dinero por parte del gobierno en los mercados financieros. Ello, por supuesto, redunda en una mayor disponibilidad de recursos para prestar a quienes no son el gobierno: Para la sociedad.
Tres. No sólo eso, sino que aumenta el margen de credibilidad (crédito) del propio gobierno en los mercados financieros, lo que mejora la valuación que hacen los mercados de su calidad como deudor – por ejemplo, el llamado “riesgo-país”- y las tasas de interés tienden a disminuir, tanto para el gobierno como para la sociedad. Así, no sólo tenemos más recursos para el financiamiento de la sociedad, sino que tenemos dichos créditos disponibles a un menor costo relativo.
Cuatro. Si consideramos que el objetivo primero de la economía es lograr el mejor aprovechamiento de los recursos escasos, al liberar recursos para la sociedad (que, a diferencia del gobierno, sí tiene una restricción presupuestal dura porque no se puede dar el lujo de desperdiciar recursos que, a diferencia del gobierno, sí le cuestan y sí le pertenecen) estamos dirigiendo ese excedente de recursos susceptibles de prestarse a los agentes económicos que pueden darle, vis a vis el gobierno, un uso más productivo. Es decir, a quienes sí pueden multiplicar tales recursos y generar valor (riqueza) con ellos porque los invertirán productivamente.
Cinco. Si además consideramos que, junto con la disciplina fiscal, la situación relativamente bonancible de las finanzas públicas proviene en buena medida de un factor afortunado y azaroso (mayores precios del petróleo) pero efímero, el peor uso que les podríamos dar a esos recursos es destinarlos a gastos corrientes del gobierno que no generan riqueza, sino que la consumen.
Seis. En resumen: El benéfico efecto multiplicador que tendrá una disminución neta de la deuda pública supera con creces cualquier uso alternativo para esos recursos; es el superávit fiscal el destino donde tales recursos generarán mayor crecimiento para el país.
Siete. Vistas así las cosas, sólo algunos trasnochados atrapados en el keynesianismo más ramplón y mecanicista pueden creer que un déficit fiscal ayuda al crecimiento.

martes, 6 de septiembre de 2005

La diferencia entre pensión y dádivas

El éxito, ese sí comprobado, de los sistemas de pensiones bajo la fórmula de capitalización individual – frente al fracaso, también comprobado, de los sistemas de reparto-, obedece a que los primeros sí parten del dato objetivo e irrefutable de la ciencia económica: La escasez. Los sistemas de capitalización individual promueven la productividad; los de reparto, el desperdicio.

Los promotores del populismo en los sistemas de pensiones harían bien en desempolvar a Lenin, en especial aquella máxima infernal de que “se le dará a cada cual según sus necesidades y se le exigirá a cada quien según sus capacidades”. Y digo que deberían hacerlo para, al menos, darle cierto lustre histórico a sus disparates.
Hace poco expliqué porqué la máxima leninista es la fórmula perfecta no sólo para el desastre económico, sino para la corrupción moral de una sociedad. Lo repito ahora en pocas palabras: Bajo la aplicación de esa máxima, como política de Estado, todos tenderemos a exhibirnos como los más menesterosos, para obtener más, y como los más incompetentes, para que se nos quite menos. Otra manera de explicarlo es que esa máxima, que para infamia de la historia humana se aplicó en la Unión Soviética y se aplica en Cuba o en Corea del Norte, es la fórmula perfecta para matar cualquier indicio de productividad y para promover el desperdicio criminal de los recursos escasos.
Cuando se propone como “sistema de pensión universal” el dar dinero de los contribuyentes a tal o cual grupo de la población por el mero hecho de que “lo necesitan” se está actuando conforme a la máxima infernal de Lenin: Las necesidades – reales o fingidas, exacerbadas u objetivas- se vuelven un “derecho” irrecusable. Mientras más necesito, más recibo. La conclusión es obvia: Ser un ganador es convertirse en el más menesteroso y en el más incapaz. La mentira se consagra como virtud social.
Esta es la diferencia que separa – como un abismo – las dádivas con dinero del erario de las verdaderas pensiones. Una pensión debe ser el resultado de la capitalización de una vida de trabajo; sea que la reciba yo o la reciban, a mi muerte, mis seres queridos, esa pensión es un capital creado de la única forma que puede crearse el capital: Con trabajo productivo. Nótese que el adjetivo – productivo- parecería redundante porque difícilmente puede considerarse trabajo la actividad destinada a destruir valor o a desperdiciar recursos.
La productividad consiste, precisamente, en la creación de valor. Por eso el trabajo se intercambia por dinero que, a su vez, se intercambia por trabajo ajeno o subordinado, o por valores creados por el trabajo de los demás. Cuando se propone sufragar las necesidades – reales o incentivadas por el populismo- de un grupo social (ancianos, mujeres, niños, pobres de solemnidad) con la productividad que el Estado expropia a quienes trabajan (recursos fiscales) estamos planteando una siniestra ecuación uno de cuyos términos – las necesidades- tenderá al infinito. Estamos, para hacer un símil común, metiendo recursos a un barril sin fondo.

Memorias de un acarreado involuntario

Pocas inmoralidades tan deleznables como la de quienes estudian, subsidiados con recursos de los contribuyentes, no para buscar la verdad, sino para darle una “manita de gato académica” a los caprichos disparatados de algún político poderoso.

Ayer lunes fui un acarreado involuntario a un acto de campaña electoral, disfrazado de reunión académica para discutir políticas públicas. Aunque el desayuno de trabajo fue convocado bajo el título “La pensión universal en México, su pertinencia y viabilidad” en realidad se trataba de desperdiciar el valioso tiempo de muchas personas haciendo jueguitos dialécticos para demostrar lo indemostrable: “El capricho de uno de los precandidatos a la Presidencia, la llamada pensión universal, es viable fiscalmente, luego hay que hacerlo”.
La pertinencia se daba por sentada. Cuando alguien preguntó ¿por qué?, se le respondió con una cita tramposa atribuida al Banco Mundial. Magister dixit y a otra cosa, mariposa. El argumento de autoridad (vaya usted a saber qué tipo de autoridad tiene la etiqueta “Banco Mundial”) como razón irrefutable; otra vez, los ídolos del foro que criticaba Bacon.
Dar medio salario mínimo mensual a todos los mayores de 70 años en la República Mexicana – con recursos fiscales – es posible. Igual de factible que dar una dona de chocolate todos los miércoles a los nacidos bajo el signo de Acuario o regalar en abril un tulipán a cada mujer mexicana de entre 18 y 38 años de edad. Las preguntas son: ¿por qué debemos hacerlo?, y ¿qué vamos a dejar de hacer, costo de oportunidad, por hacer esto?
La discusión sobre la pertinencia nunca empezó porque los dos ponentes – uno con tímidas objeciones a la viabilidad fiscal de la propuesta y el otro un decidido entusiasta que proclamó el “éxito” indiscutible del programa en la Ciudad de México- dieron por sentada la pertinencia con una grandiosa petición de principio: “Hay que darles la pensión universal porque no la tienen”. No, pues sí; clarísimo.
Cuando uno de los asistentes reclamó que un programa de esa naturaleza debería, al menos, mostrar un análisis de los costos de oportunidad (lo que se dejaría de hacer por destinar tal monto de dinero público a la dádiva universal de los viejitos) el propagandista con título académico (doctor, “destacado académico del Colegio de México y conocedor de la materia” decía la invitación) respondió que ese tipo de comparaciones – por ejemplo, evaluar si convenía destinar el dinero a mejorar la infraestructura de transporte o a la dichosa dádiva universal- “son trade-offs que no me gustan”. Gran argumento.
Otro asistente reclamó que no se hubiese mencionado en las exposiciones un asunto crucial: La productividad que haría posible, en todo caso, los presuntos crecimientos en el PIB nacional que en el futuro sustentarían el programa. Se le respondió que no habían mencionado la productividad por falta de tiempo. Tan, tan.
Lo que sorprende e irrita es que los foros académicos hayan dejado de serlo para sumarse, con irresponsable alegría, a la propaganda electorera. Como dijo un clásico: “Ya nos acarrearon; no nos volverán a acarrear”.

domingo, 4 de septiembre de 2005

Kundera, Greenspan, libertad y conocimiento

La libertad no funciona en el vacío. Se alimenta del conocimiento intelectual y requiere de una actitud de subordinación íntegra a la verdad y nada más que a la verdad.
Se ha dado una rica discusión sobre lo que denominé “barrabasada genial” de Milan Kundera respecto de un presunto determinismo en la historia de la ciencia y de la técnica; a pesar de todo sigo pensando que Kundera se equivoca en dicho punto y que toda la historia humana – sea la del arte, sea la de la ciencia, sea la de la política- comparte lo que podríamos llamar “ley de lo imprevisible que se vuelve necesario”: Mientras no han sucedido “El Quijote”, el foco o la revolución francesa son inciertos, contingentes; una vez que se han suscitado se vuelven necesarios, inevitables, imprescindibles. Son.
Hay una importante conexión entre este debate sobre la libertad humana en la historia y algunas de las agudas reflexiones de Alan Greenspan – durante la muy reciente reunión anual del banco de la Reserva Federal de Kansas- a las que me referí justo hace una semana: El escepticismo de Greenspan respecto de la capacidad de predicción de los macro-modelos económicos y de la eficacia de medidas de política monetaria aisladas – atemperado el escepticismo por su gran confianza en la fuerzas correctivas que genera la competencia en el mercado libre- no puede sino provenir de la convicción de que la libertad humana, cuando es guiada por la inteligencia a través de una humilde subordinación a la lógica que impone lo real, es la fuente de la prosperidad.
En una parte de su primer discurso (26 de agosto) el presidente de la Reserva Federal anota: “Es importante que esos comprensibles temores (al cambio) sean resueltos a través de la educación y la capacitación y no restringiendo las fuerzas competitivas que son esenciales para elevar los estándares de vida de la mayor parte de la población”.
Ese es el gran desafío que viven las políticas públicas hoy día en todo el mundo: Evitar la tentación de sucumbir al miedo y la aversión al cambio. Y la única manera de combatir esa tentación paralizante es promover el conocimiento y la libre competencia. Confiar en la fuerza creativa de la libertad humana que sólo es auténtica cuando, gracias a la inteligencia, se subordina a lo real; no cuando lo falsifica de acuerdo a sus temores o deseos. Ese proceso de falsificación de lo real se realiza, en el ámbito de las políticas públicas, cuando dejamos que priven los sentimientos por encima de la inteligencia; la mera ambición de poder disfrazada de “sentida preocupación social”.
Hoy más que nunca vale la norma predicada por Pascal: “Esforcémonos por pensar bien”, esforcémonos en conocer, en descifrar; subordinemos nuestra voluntad a nuestra inteligencia. Actuar conforme a lo que es – aceptando la realidad y su lógica que es única, con causas y efectos-; desechemos la inmoral falacia de actuar como si la realidad fuese a la medida de nuestros temores o de nuestros deseos.

Avances tecnológicos, ¿inevitables?

Genial como siempre, Milan Kundera escribió en su última obra una barrabasada genial e insostenible: “La historia de la técnica depende poco del hombre y de su libertad”. Error, la historia de los avances científicos y tecnológicos es igual de azarosa y libre que la historia del arte y de la cultura.
En “El Telón. Ensayo en siete partes”, publicado este año de 2005, el gran novelista y ensayista checo explora de una manera deliciosa los entresijos de la novela. Lo mismo desfila por su extenso ensayo Rabelais que Cervantes y su inmortal Quijote que Fielding, James Joyce, Franz Kafka…
Aun con toda la veneración que le profeso a Kundera me encuentro, en las primeras páginas del libro (para ser exactos la página 28 en la edición en español de Tusquets), una gran “piedra de molino” difícil de tragar, una afirmación contundente que es inaceptable por falsa y hasta – me atrevería a decir- por profundamente ignorante.
Juzgue el lector:
“La historia de la técnica depende poco del hombre y de su libertad; al obedecer a su propia lógica, no puede ser distinta de la que ha sido ni de la que será; en este sentido, es inhumana; si Edison no hubiera inventado la bombilla, la habría inventado otro. Pero si Laurence Sterne no hubiera tenido la idea loca de escribir una novela sin ninguna story, nadie lo hubiera hecho en su lugar, y la historia de la novela no habría sido la que conocemos”.
Que algo dependa de “su propia lógica” –que no es otra cosa que la lógica que le impone el mundo real- no hace que ese algo (en este caso, la ciencia o la técnica) se vuelva históricamente inevitable o necesario. Sólo Dios sabe cómo sería la historia si Edison no hubiese inventado el foco (bombilla), ni usted, ni yo, ni Kundera –con toda su genial perspicacia- podemos saberlo. La historia de la técnica es tan azarosa como la historia del arte. Don Quijote fue totalmente contingente – imprevisible – antes de que lo escribiese Cervantes; hoy Don Quijote es necesario, contundente, innegable: Es, porque es un hecho histórico. Lo mismo vale para el foco de Edison.
La diferencia entre una historia y otra – la de la técnica respecto de la historia del arte – estriba en que lo que llamamos éxito en la historia de la técnica depende de que los productos de la técnica hayan probado su utilidad; en tanto que el éxito en la historia del arte depende de cualidades inefables que no serán reconocidas como tales siempre y por todos. La técnica es utilitaria y servil, el arte es un fin en sí mismo. He ahí la diferencia.
Pero en los dos ámbitos – el de la técnica o el del arte- los logros no están determinados de antemano. Los dos ámbitos son el terreno de esa aventura “hermosa y arriesgada de la vida” (Borges), son el terreno de la libertad.
Mira por dónde a Kundera le ha salido, sin saberlo él mismo, la nostalgia por el determinismo histórico.

Derechos de propiedad, entre las condiciones del desarrollo tecnológico: Francisco
"Ricardo:

Entre otros pero en éste por ser el reciente, hay que leer a William Berstein en “The Birth of Plenty” para darse cuenta cómo fueron imprescindibles el desarrollo del estado de derecho, dentro del mismo el derecho a la propiedad intelectual (las patentes) y un mercado de capitales para que se diera un desarrollo tecnológico.

Paco

Kundera podría estar en lo cierto": Alejandro Casillas Moreno
"Ricardo:

Qué interesante tu artículo. Creo entender, sin embargo, la frase de Kundera de manera diferente a como la entiendes tú.

Los avances científicos, el conocimiento científico en una palabra, es acumulativo. Ciertamente se requiere de un genio o de una genialidad para dar el siguiente paso, o al menos eso nos parece a los profanos. Sin embargo, para el científico (y cada día en mayor medida), esa genialidad es en realidad un pequeño paso respecto a lo que ya se había venido acumulando. Es por eso, tal vez, que es casi una verdad que si no fue Edison el de la bombilla, no hubiera sido nada difícil (casi más difícil hubiera sido que no), que otro inventara el foco.

Debes seguramente conocer la historia de Alfred Rusell Wallace y Charles Darwin. Darwin se había dedicado por años a reunir información que sustentara su idea de que la vida evoluciona por el mecanismo de la selección natural. Tenía ya muy avanzado su Origen de las Especies pero no se decidía a publicarlo porque siempre estaba buscando un dato más, un caso más que le ayudara a sustentar mejor lo que ya estaba muy claro para él desde hacía muchos años. En ésas estaba cuando le llegó un escrito de un ilustre desconocido, Alfred Rusell Wallace (Wallace sabía del gran prestigio de Darwin como naturalista, pero ni en sueños se figuraba en qué estaba metido el propio Darwin) que con mucho menos datos, con observaciones menos precisas, pero también con una genialidad comparable a la de Darwin, llegaba a prácticamente las mismas conclusiones. Darwin se derrumbó, pero decidió presentar ambos escritos en la Real Academia de Ciencias Naturales (o algo por el estilo). Ahí "le obligaron" a que terminara su libro, le informara de esos hechos a Wallace (que estaba en Borneo o por el rumbo colectando especímenes para diversas colecciones: en eso se ganaba la vida) y tuviera la certeza de que nadie pensaría que estaba portándose de manera desleal. Wallace desde luego lo entendió y le guardó toda la vida un gran respeto a Darwin. Pero el hecho es que si Darwin no hubiera llegado a sus conclusiones, Wallace lo habría hecho: en realidad lo hizo. Otros hechos sumamente interesantes ocurrieron con las investigaciones de Gregorio Mendel y los otros que, mucho después que él, investigaban los mecanismos de la herencia y no sabía nada de lo que Mendel, que ya había muerto, había investigado y publicado en revistas de poca circulación. El reconocimiento actual, desde luego, es para Mendel. En fin me parece un tema muy interesante y te felicito por traerlo a colación."


Si me permites, me extiendo más sobre Alfred Russel Wallace.
Tengo para mí que Darwin ha sido el más brillante e importante científico en la historia de la humanidad, incluso más que el propio Newton o Einstein (además Darwin, era un hombre de una bondad y entereza a toda prueba), así que por Wallace tengo también un gran respeto por ser casi su alma gemela. Bueno pues, Wallace estaba en Borneo (y hasta un importante accidente geográfico de esa zona lleva su nombre -la sonda de Wallace-, porque es debido a que Wallace previó que el mar que separa al archipiélago Malayo de Australia debía tener una gran profundidad, a diferencia del mar que existe entre el sureste asiático de las islas de la sonda, como también se conoce a esa parte del archipiélago Malayo) y sufrió un ataque de malaria que lo tuvo al borde de la muerte por varios días. En el delirio de la fiebre, Wallace comenzó a lamentarse de su suerte y a pensar, como suele suceder en esos casos, que era una gran injusticia que él, que tanto tenía por delante en la vida, fuera a morir de esa manera, olvidado y lejos de sus seres queridos. De pronto pensó que igual que él, infinidad de seres vivos morían o eran devorados "antes de tiempo" y eso debía tener una explicación. La que se le ocurrió, como es lógico suponer, es que unos sobreviven porque son más aptos; que dejados a las fuerzas de la naturaleza y del azar, probablemente serán los más aptos los que sobrevivirán y dejarán descendencia. Wallace se curó de la malaria, pero ya había llegado a la conclusión final. En su vida como naturalista-coleccionista en América del Sur y en el archipiélago Malayo, Wallace pudo colectar ¡más de 125,000! especímenes de plantas y animales y mucho más de 1,000 de ellos fueron de especies nuevas, totalmente desconocidas para la ciencia. Un gran hombre, sin duda. Pero que no le llegaba a Darwin ni a los talones (perdón por este último comentario, pero es la verdad).


Saludos.

Alejandro.

"Mi objeción es al determinismo histórico": RMM

Muchísimas gracias por tu inteligente y muy documentado comentario. La verdad son muy convincentes tus ejemplos y Kundera - ahora lo veo- podría tener razón. Te confieso que lo que me molesta en el asunto es el determinismo implícito. Lo pongo así recurriendo a un tema actual en las inquietudes de la ciencia y de la técnica: Sabemos que el petróleo es finito, sabemos que "debemos" encontrar una alternativa al uso de combustibles fósiles que sea tan o más productiva que el petróleo, ¿qué hacemos?, ¿nos despreocupamos porque "ya está escrito" en la historia de la ciencia que alguien hallara a tiempo la alternativa y dará otro salto inmenso la productividad? No sé. Me parece que el rumbo sí está fijado, pero sigue siendo - para fusilarme otra vez una hermosa frase de Borges- "un jardín de senderos que se bifurcan"...

Darwin y Adam Smith (comentario de AMC)
"Ricardo:

Una más sobre Darwin: Dos de sus fuentes de inspiración más importantes para llegar a formular la teoría de la evolución de las especies fueron Thomas Malthus y ¡Adam Smith! Si lo piensas un poco, verás que el desarrollo de la vida tiene muchas similitudes con el funcionamiento del mercado libre, o para decirlo con más propiedad: el funcionamiento del mercado libre tiene muchas similitudes o analogías con la forma en que se ha desarrollado la vida (eso les duele a los de izquierda).

Ahí le paro.
Alejandro."

De acuerdo contigo, no con Kundera: FAA

"Déjame decirte que estoy de acuerdo contigo y no con Kundera... ¡notable! porque el hombre se acerca al N° 1 de los intelectuales vivos.

Ciao
Fernando"

De un tocayo por partida doble: La ética del progreso

"Tocayo por partida doble:

Al leerte me provoca la reflexión sobre la probabilidad emergente y la dialéctica sujeto-sociedad.Respecto a lo primero, los entornos sociales facilitan o inhiben la brillantez individual: los genios florecen más fácilmente en los años dorados y la mezquinidad individual es también fruto de la degradación colectiva. En ese sentido, nos corresponde HABILITAR los entornos y PROCURAR el surgimiento de lo magistral. Con ejemplo, reflexiones, pláticas y hasta con dinero.Respecto a lo segundo, no todo lo que es individualmente posible (en arte y técnica) resulta socialmente apropiado. Incluso hay quien afirma que estas realidades son irreconciliables, tal como el caso de la energía atómica y la literatura del Marqués de Sade. Nos lleva esto o bien a la discusión de la ética del progreso o al gozo del presente con todo lo que incluye.Ps. En un tiempo que tengas, echa un vistazo y déjame un comentario en cualquiera de mis blogs,http:/mercadotecniacientifica.blogspot.comhttp://versoyleyenda.blogspot.com

Ricardo Medina Covarrubias"

Jose Trinidad Flores dijo...
De acuerdo contigo en la garrafal equivocación de Kundera pero no por la razón que tu expones.Sin duda tienes razón en que existe una equivocación en la inflexión del pensamiento de Kundera, sin embargo, no por el hecho de condenar al hombre por su determinismo en las ciencias allí el tiene razón, sin duda si Edison no hubiera inventado el foco alguien mas lo hubiera hecho, su estrechez se da en el hecho de que deja salvo al hombre en las artes (de las cuales el es parte, claro) el determinismo del hombre en su avance no solo es en la ciencia sino también es en las artes. Sin duda, si Cervantes no hubiese escrito el Quijote, alguien mas lo hubiese hecho, no letra por letra, claro pero las ideas, la historia, el carácter de los personajes, incluso las frases. Por que nos las creo, él las recogió de su entorno y les dio una forma maravillosa, pero quien puede decir que alguien mas no lo hubiese hecho igual y hasta mejor. A caso el hombre puede ser tan arrogante de creer que cada pensamiento que se genera en su cerebro es la primera vez que se conjura en la mente de ningun hombre antes en la historia de la humanidad?. No es la primera vez que Los escritores (Artistas e intelectualoides en general) siempre se arropan en un plumaje blanco creyéndose ya no digamos únicos e irrepetibles, nadie se les puede aproximar a 10 leguas de su genio y sensibilidad. El hecho de que tengan una la prodigiosa habilidad del lenguaje no los exime de la concepción de ideas totalmente equivocadas. He leído garrafales equivocaciones de manadas de vacas sagradas, sobre todo cuando intentan hablar de ciencia y tecnología. Por cierto, Darwin definitivamente no es el mas grande científico de la historia como se atreve a mencionar otro lector, que fácil es hacer juicios sumarios de algo tan grande como la historia del hombre entorno a la ciencia. Como me gustaría poder contar la cantidad de hombres (Incluyendo a Kundera y compañía) capaces de siquiera aproximarse a entender el legado de Planck, Bohr, Schrodinger, Laplace, Maxwell y una lista interminable. Pero lo entiendo, el hombre en su afán megalómano, hace síntesis triviales de lo que no conoce. Por que al final, el común denominador es ese, ignorancia.
septiembre 02, 2005