martes, 24 de noviembre de 2009

Sin "ellas" no podemos vivir

No.
No me refiero a las mujeres, sino a las secretarías de Función Pública, Reforma Agraria y Turismo.
Nunca lo sospeché. Creí que no las necesitábamos, pero los senadores de oposición, en su infinita sabiduría, nos han dicho que no podemos vivir sin ellas:
Ciudad de México (24 noviembre 2009).- El Senado de la República rechazó hoy en comisiones la desaparición de las Secretarías de Turismo, Reforma Agraria y Función Pública propuesta por el Presidente Felipe Calderón.


Y después nos preguntamos si será verdad que nuestro sistema político es impotente para hacer reformas de fondo.

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sábado, 24 de octubre de 2009

Los mitos del "gasto corriente"

Antes de que inicie noviembre el capítulo de ingresos federales en México, para 2010, tiene que estar cerrado y "planchado". Por ley. Entonces, empezará en la Cámara de Diputados la discusión acalorada para confeccionar el presupuesto de egresos, ajustado al límite que marquen los ingresos aprobados.

Entre otras muchas cosas previsibles (por ejemplo, que decenas de periodistas escribirán que es una "rebatinga" de recursos, cuando la palabra correcta es "rebatiña") una legión de emisores de opinión hablará de que hay que cortar sin piedad, ni contemplaciones, el gasto corriente. Está muy bien. Nada más que convendría saber, antes, qué quiere decir eso de gasto corriente y qué quiere decir eso de gasto de inversión o de capital.

Llevo años diciendo que ni todo el gasto corriente es por definición malo, ni todo el gasto de inversión es por definición bueno. De hecho, esa clasificación contable del gasto en gasto corriente y gasto de inversión es bastante imperfecta para tomar decisiones inteligentes. Aquí conviene hacer un paréntesis un poquito didáctico.

En México, en el presupuesto de egresos de la Federación, hay tres grandes clasificaciones en las que se ordenan las partidas de gasto:

1. La clasificación administrativa: Responde a la pregunta de ¿quién ejerce el gasto?, o ¿a quién le pedimos cuentas de lo que se gastó?

2. La clasificación "económica" (ese es el adjetivo oficial, pero más que económica, esa clasificación es contable): Responde a la pregunta de ¿en qué se gasta el dinero? y es aquí donde entra esa sub-clasificación entre gasto corriente y gasto de inversión, y van algunos ejemplos: El sueldo de una enfermera que pone vacunas a los niños en el centro de salud y las mismas vacunas son gasto corriente; en cambio, la camioneta Suburban en la que el señor presidente municipal viaja para visitar al gobernador en la capital del estado es gasto de inversión. Apurando el ejemplo, hay que tener cuidado de que cuando alguien nos predica vehemente que hay que aumentar el gasto de inversión y recortar el gasto corriente no vaya a ser que nos esté diciendo: "Queremos más camionetas Suburban y menos vacunas". Por eso hay que afinar el análisis del gasto, e irnos también a la última de las tres grandes clasificaciones, que es...

3. La clasificación funcional que responde a la pregunta: ¿Para qué se gasta?, ¿para prevenir una epidemia de sarampión o para que el señor presidente municipal llegue a la capital del estado y al palacio de gobierno en un vehículo más que decoroso?, ¿para que los niños en las escuelas aprendan a cifrar y descifrar, leer, escribir, sumar, dividir y demás o para que el SNTE o la CNTE, según la sección sindical y el estado del país de que se trate, no paralicen las clases y no hagan "pacíficas" manifestaciones de protesta que a veces terminan como el famoso Rosario de Amozoc?.

Esta última clasificación debiera ser la más importante para tomar las grandes decisiones, en la Cámara de Diputados, de la misma manera que en el Consejo de Administración de una empresa se decide la mejor asignación posible de los recursos escasos para cumplir el objetivo de la empresa, que es la famosa "línea final" del estado de resultados: la utilidad neta. Los miembros del Consejo de Administración no deberían perder su valioso tiempo decidiendo recortar el gasto en lápices que hace la sucursal de Ciudad de Valles, sino si vale la pena tener sucursales propias o usar otros canales de distribución y servicio. Para ver que no haya un dispendio en lápices está el departamento de contabilidad y auditoría y están los gerentes de las sucursales.

Ahora, imaginemos que los miembros del Consejo de Administración no están interesados, como deben estarlo, en la línea final del estado de resultados, sino en evitar que su compadre que tiene el contrato de la empresa para surtir lápices y material de papelería, a un precio inflado, no vaya a perder esa fuente de jugosos ingresos. Si los miembros del Consejo de Administración razonan así, entonces las juntas de consejo se van a convertir en una rebatiña sobre los recursos de la empresa: Si Fulano quiere que su compadre surta los lápices, yo quiero que mi yerno, el que tiene agencias de autos, también se lleve su tajada y propongo que se renueve la flotilla de camiones de reparto de la empresa porque ya se ve muy deteriorada. Y además, para que mi solicitud suene mucho mejor que la de Fulano (el de los lápices) argumentaré que lo mío es gasto de inversión y no ese detestable gasto corriente que consiste en gastar lápices.

La pregunta que nadie se hace, en ese hipotético Consejo de Administración corrompido que ve un botín en los gastos de la empresa, es ¿para qué sirve este gasto?, ¿en qué contribuye, con indicadores objetivos y transparentes, de preferencia cuantitativos, a que se incremente el valor de la línea final del estado de resultados?

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jueves, 13 de agosto de 2009

Reformar el gobierno

La precariedad de las finanzas públicas de México - conocida y advertida desde antiguo tanto por el actual como por los anteriores secretarios de Hacienda- fue desnudada sin compasión por la recesion global, pero NO fue causada por la recesión.

De ahí que no haya ninguna contradicción entre dos hechos ciertos: 1. Ya pasó lo peor de la recesión y hay señales inequívocas de recuperación económica, y 2. Aun con la recuperación incipiente de la demanda mundial y local, nuestras finanzas públicas seguirán siendo precarias, como lo eran antes de la crisis global. Con un agravante: El plazo fatal para subsanar esa precariedad ya llegó.

De no corregirse habremos de hundirnos en una espiral de mediocridad - en el mejor de los casos- o en una quiebra fiscal ésta sí, como es obvio, de origen interno.

La caída de los precios del petróleo no es ni signo ni causa de nuestra precariedad fiscal. Contribuyó al agravamiento de los síntomas, pero NO es la enfermedad.

La enfermedad - crónica y que los fatalistas se empeñan en imaginar incurable- es la dependencia fiscal de los recursos petroleros, aunada al hecho igualmente crónico de la ineficiencia del monopolio gubernamental petrolero. Los precios del petróleo podrán acaso recuperarse, de hecho ya se han recuperado a lo largo del año (de manera exagerada a mi juicio, pero eso es otro asunto), y la precariedad fiscal seguirá siendo tan grave como ahora.

En lo inmediato, ya se ha dicho, se cuenta con tres herramientas fiscales para atenuar el golpe (es decir: para subsanar el diferencial entre ingresos y gastos fiscales), que son: 1. Incrementar de forma permanente los ingresos fiscales no petroleros, 2. Disminuir significativamente - y también de forma permanente- el gasto del gobierno (o, mejor, de los gobiernos, incluyendo a los gobiernos locales y el gasto de otras entidades del Estado), y 3. Sólo como remedio temporal - esté sí relacionado con la recesión global que, al desplomar la actividad económica, ha impactado la recaudación de ingresos no petroleros- recurrir a un déficit fiscal; que es un remedio tan lleno de riesgos que debe administrarse con extrema cautela, con un plazo perentorio para convertir en menos de dos años el déficit en finanzas equilibradas o en superávit, mediante ahorros e ingresos extraordinarios destinados en su totalidad a la amortización de deuda pública.

De las tres herramientas tal vez la que prometa mejores resultados - y que, por lo tanto, debe emplearse a fondo- es la de disminuir de forma permanente el gasto público y frenar su tendencia a expandirse muy por encima del crecimiento de la economía.

De hecho, una genuina reforma fiscal debe incluir como capítulo principal una reforma del ejercicio del gasto público con criterios de eficiencia. Costos contra beneficios medidos objetivamente y sin subterfugios retóricos.

La información crucial en cualquier estado de resultados es la línea final: La utilidad o la pérdida neta. Si se hiciese para cada operación del gobierno (en sus tres niveles) un auténtico estado de resultados, ¿qué arrojaría la línea final de cada uno de esos análisis?

En la mayoría de los casos tendríamos pérdidas, y en muchos de tales casos las pérdidas se nos mostrarían tan cuantiosas que la operación gubernamental tendría que cancelarse de inmediato y dejarla a la libre competencia de los particulares.

Si acaso por la naturaleza específica de la actividad gubernamental de la que estemos hablando - digamos, la procuración y administración de justicia- parece desaconsejable dejarla en manos de empresas particulares, resulta claro que lo que debe hacerse es reformarla a fondo; es decir: darle una forma nueva (eso significa reformar) que permita evaluarla con objetividad y con criterios similares a los que aplicamos a otras actividades en las que la asignación de recursos debe buscar la eficiencia. Y, ¿qué es la eficiencia? Obtener resultados cuyo valor sobrepase el valor original de los recursos empleados: un "producto" superior a la suma de los "insumos" invertidos.

Es decir, aunque les horrorice a los ideólogos de la "superioridad moral" de gobiernos y políticos, evaluar la actividad de los gobiernos y de todas las actividades sufragadas con recursos público con criterios económicos o "bussines-like".

Dirán de inmediato algunos que usar el símil con un estado de resultados es totalmente inapropiado. Desde tiempo inmemorial los creyentes en una presunta superioridad moral de los gobiernos sobre lo que motejan como "estrechez de miras" de los tecnócratas, han considerado sacrílego analizar la "noble" tarea de los gobiernos con herramientas de análisis financiero, propias - siguen diciendo- de la contabilidad de una tienda de abarrotes o de la frialdad - "insensibilidad social"- de los informes periódicos que los accionistas demandan a la administración de una empresa para ver cómo marcha el negocio. Presumen que la tarea de gobernar es tan sublime que evaluarla con criterios de eficiencia es tan inapropiado como ponerle precio al amor, a los buenos sentimientos o a los sentimientos religiosos.

Esas creencias en realidad son patrañas. Gobernar no es amar, ni rezar, ni ejercer la caridad.

¿En qué consiste la presunta y aplastante "superioridad moral" de los gobiernos sobre los prosaicos negocios? En una falacia o petición de principio (para usar la terminología de la lógica) que es la siguiente: "Los gobiernos son mejores moralmente que los negocios porque no buscan mezquinas utilidades, sino el beneficio de la colectividad, el bien común, el bienestar de las mayorías". Falacia que suele acompañarse de esta otra: "Quienes gobiernan, aspiran a gobernar o son funcionarios en un aparato gubernamental, no buscan su beneficio sino el del prójimo, a diferencia de quienes son accionistas, funcionarios o empleados de un emprendiemiento privado que invariablemente buscan prioritariamente su beneficio personal".

Desafío a cualquier téorico de la filosofía política o a cualquier experto en administración pública a demostrar racionalmente esas dos peticiones de principio. No podrá hacerlo por la simple razón de que son falsedades. Mitos ideológicos muy convenientes para quienes viven (vivimos) del erario, sea como burócratas, "representantes populares", técnicos, políticos profesionales o recipendarios de subsidios públicos, por ejemplo: personal administrativo y académico de universidades sustentadas con dinero de los contribuyentes.

Ojo, no estoy diciendo que sea de suyo inmoral o incorrecto que alguien se dedique a la política o trabaje en el llamado "sector público", simplemente estoy diciendo que al igual que cualquier otro trabajo (transformación de lo existente para obtener un valor agregado al que se tenía originalmente) los trabajos públicos y la actividad gubernamental en sí misma tienen que evaluarse con criterios de eficiencia igualmente rigurosos que aquellos con los que evaluamos las actividades privadas.

Ahora bien, si se debe reformar profundamente el gasto público en los tres niveles de gobierno para evaluarlo y ejercerlo con criterios de eficiencia económica esto nos conduce, inevitablemente, como sucedió en el caso de Nueva Zelanda durante la década de los años 90, a una auténtica reforma de la totalidad del gobierno. Incluso a un replanteamiento de lo que corresponde y de lo que no corresponde hacer al Estado.

Estoy cierto de que si a los administradores de entidades gubernamentales les exigimos llevar estados de resultados, semejantes a los de cualquier empresa que busca deliberadamente utilidades para sus accionistas, y se les advierte que de acuerdo con tales resultados se les evaluará, ellos mismos acabarán por desechar todo gasto superfluo e injustificado, porque estorbara al cumplimiento de las metas con las que serán evaluados y del que depende su permanencia en el puesto o la pérdida, por incompetencia, del mismo.

Nada más miope que ver la reordenación de los gobiernos y del Estado como un mero recorte de gastos. El recorte, urgente, de los gastos que son notoriamente improductivos habrá de darse de inmediato (el lector, estoy seguro, podrá mencionar de inmediato tres o cuatro secretarías de Estado y decenas de entidades gubernamentales totalmente prescindibles), pero la reforma debe ir aún más allá, para ser permanente y contribuir a la productividad total de la economía. La reforma debe ser reforma del gobierno en su esencia.

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jueves, 16 de julio de 2009

¿Estará asesorando Roubini a los presupuestívoros del PRI?

Roguemos que no. Lean lo que la nueva - y efímera - estrella del firmamento de los economistas favoritos de los medios propone para Estados Unidos. ¡Brrr!

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lunes, 13 de julio de 2009

Darle tiempo a la recuperación o "tafil" a los ansiosos

Sería un error grave aumentar la dosis de estímulos fiscales en Estados Unidos, cuando ni siquiera se le ha dado tiempo de actuar al pantagruélico paquete original de estímulos propuesto por el gobierno de Barack Obama y aprobado por el Congreso.

La tasa de desempleo - 9.5 por ciento - ha puesto nerviosos a muchos en la Casa Blanca y en el Capitolio. Pero ya deberían saber que los estímulos fiscales no tienen efectos instantáneos. Más aún, el propio nerviosismo de algunos, porque los dichosos brotes verdes o retoños tardan en aparecer, en el fondo le da la razón a quienes advirtieron a tiempo que las presunciones del gobierno de Obama y de los demócratas acerca del supuesto efecto multiplicador del gasto público estaban erradas. Lo siguen estando: Si bien les va el efecto multiplicador será de uno.

En buena medida, la recuperación aparecerá por el mismo funcionamiento del sistema de precios en un mercado libre, más que por las inyecciones de recursos públicos. La depresión de algunos precios (digamos, los precios de la vivienda) que tanto alarma a muchos, en realidad es un aviso para los participantes en el mercado de que han surgido nuevas oportunidades y, a la postre, reanima la economía sin crear distorsiones de carácter estructural, sino más bien recomponiendo la asignación de recursos hacia patrones más eficientes. La caída de más de 30% del precio de las viviendas en algunas áreas urbanas de Estados Unidos "avisa" a los potenciales compradores - que durante la burbuja de precios decidieron que las viviendas eran demasiado caras y no compraron- que las condiciones han cambiado y han surgido oportunidades de compra. Las compras de los cazadores de gangas, a su vez, le "avisan" a los promotores y constructores de vivienda que la demanda muestra incipientes signos de recuperación y estimula, a su vez, la reanimación de algunas inversiones "oportunistas" (las mejores inversiones son por lo general "oportunistas" y se suelen encontrar más en la etapa de contracción de los ciclos que en las etapas de euforia).

Un competente pediatra suele recetar, ante la aparición de algunas fiebres agudas en niños debidas a virus (y para las cuales, por tanto, los antibióticos están contraindicados), ansiolíticos a las angustiadas madres y "crono-terapia" a los niños, es decir: Darle su tiempo al ciclo de la enfermedad, digamos 24 o 48 horas. Algunos políticos y gobernantes se muestran tan ansiosos o más que las madres aprensivas y pueden incurrir en el error de intoxicar a la economía con carretadas de dinero público que, en su mayor parte, será dinero tirado a la basura.

¿Y en México qué?

Una moraleja semejante puede aplicarse a la actual situación en México: Tenemos muchos políticos ansiosos por ver resultados. Las recientes elecciones, que regresaron al PRI al poder (dado que, para efectos prácticos, será la mayoría, y no sólo primera minoría, en la Cámara de Diputados, merced a su alianza con los "verdes"), han incrementado la ansiedad. Al PRI le urge mostrar que "sí saben cómo hacerlo" y corregirle la plana (al menos de cara a las galerías) al gobierno federal respecto del manejo de la crisis. Cuidado, estos personajes traen la brújula descompuesta. Prácticamente no hay que hacer nada para que empecemos a ver, a partir de septiembre, cifras anuales mucho más alentadoras en prácticamente todos los rubros; será un previsible efecto estadístico cuando las bases de comparación (los respectivos meses de 2008) sean muchos más bajas.

Por otra parte, más que un mayor gasto se requieren medidas que destraben la oferta privada como una mayor desregulación, una baja significativa de los aranceles y el desmantelamiento de varias barreras no arancelarias, aperturas a la inversión extranjera en rubros clave y simplificación en serio del proceso para ejercer el gasto público ya autorizado (los aparentes retrasos en el ejercicio del gasto no son asunto de buena o mala voluntad, sino de trabas legales creadas por los propios legisladores, por ejemplo: la burocracia emanada de la legislación ambiental o la surgida en el comercio exterior en materia de etiquetados, reglas de origen y demás que con tanto fervor suelen exigir nuestros negociantes mercantilistas para ser "protegidos" por el Estado).

En este sentido, hay que estar muy atentos a detectar quién llevará la voz cantante para imponer su línea a los nuevos legisladores del PRI. Muy esquemáticamente: El peor escenario sería que marquen la pauta los ávidos de presupuesto (línea Manlio Fabio Beltrones, a través de Jesús Alberto Cano Vélez ) sobre los de la retórica de "prudente izquierda" (Beatriz Paredes, mediante David Penchyna) y por encima del puñado de auténticos reformadores competentes (como el ex secretario de finanzas del estado de México, Luis Videgaray Caso). Por lo pronto, el peor de los escenarios - que repetiría el desaguisado del presupuesto federal para 2005 que tuvo que ser vetado por su cúmulo de desatinos - sería el arribo de los devoradores de presupuestos cobijados por Beltrones.

Hay que amarrarles las manos. Un indicio interesante: Si usted teclea en Google las palabras "Cano Vélez y PRI" el primer vínculo que aparecerá será a la columna de Leo Zuckerman en Excélsior del pasado 9 de julio que se llama, precisamente: EL PRI VA POR EL DINERO.

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miércoles, 11 de febrero de 2009

Los estímulos fiscales y la curva del azúcar

El niño se levanta profundamente adormilado y débil, pero debe ir a la escuela. Su amorosa madre le hace tomar un cafecito pletórico de azúcar o un refresco carbonatado y azucarado. El remedio funciona, aparentemente, con gran eficacia: El niño despierta, mejoran sus signos de alerta y atención. Llega a la escuela animoso. Tres horas después el niño se está durmiendo sobre el pupitre y no tiene ánimo ni siquiera para hacer travesuras. Un alma caritativa sentencia: "Se le bajó el azúcar" y le endilga otro refresco azucarado. Están fabricando a un obeso diabético, adicto al azúcar, cuyos ciclos de hipoglucemia – baja de azúcar – como reacción a la híperglucemia – exceso de azúcar en sangre- serán cada vez más frecuentes y graves. En lapsos cada vez más cortos necesitará cañonazos de azúcar más fuertes . Asociará la ingestión de azúcar y otros carbohidratos a una sensación de bienestar inmediato.

Así terminará funcionando el paquete de estímulos por el que tanto ha pugnado Barack Obama en los Estados Unidos. La recesión es como una baja de azúcar cuya causa no se ha diagnosticado correctamente (se trata de una hipoglucemia reactiva al exceso de azúcar), a la que se receta un remedio contraproducente: más azúcar. Los genios económicos que hoy posan de keynesianos simplistas ("lo único que importa es estimular la demanda") están actuando como médicos que reprobaron endocrinología.

Los economistas Gary Becker y Kevin M. Murphy señalaron el martes pasado en The Wall Street Journal cuatro puntos respecto del paquete de estímulos fiscales (gasto público) para reanimar la economía.

1. El multiplicador del gasto (lo que producirá en términos de PIB) difícilmente será superior a uno. Los efectos de los cañonazos de azúcar son cada vez menos duraderos y menos eficaces.
2. Los estímulos, calificados de temporales, se volverán permanentes; crearán sus clientelas beneficiarias (grupos de interés y de presión) que pugnarán por la permanencia y ampliación del gasto público. Adicción al estimulante.
3. Las demandas políticas de gasto de efecto inmediato entran en conflicto con las necesidades de inversión con efectos de largo plazo, deteriorando la calidad del gasto público. Cada vez los carbohidratos ingeridos serán de menor calidad nutricional.
4. Nadie gasta con sabiduría tanto dinero en plazos extremadamente cortos y no hay "comidas gratis", lo que se gasta hoy se pagará mañana con más impuestos. Las caídas reactivas de los niveles de azúcar serán cada vez más profundas.

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jueves, 5 de febrero de 2009

El "new-new deal" funciona tan mal como el anterior

La semana pasada la mayoría demócrata de la cámara de representantes de Estados Unidos aprobó el grandioso, único, insólito y formidable paquete multimillonario de estímulos que levantará a la economía estadounidense de su postración. Ahora sólo falta que la cámara de senadores haga lo propio y nos volverá el alma al cuerpo. Obama en las alturas. Tres vivas por Keynes y todos sus compañeros.

Lo bonito de aprobar tanto gasto es considerar cómo ese dinero público se convertirá en alivio para las necesidades de la gente.

Tomen el caso de Milwaukee, Winsconsin, a dónde los representantes decidieron enviar, como parte del paquete de estímulos, 88.6 millones de dólares etiquetados para construcción de escuelas. Suena bien, pero hay un pequeño problema: Milwaukee tiene el día de hoy 15 escuelas vacías, una sobreoferta de edificios públicos y ningún plan para nuevas construcciones de escuelas, ¿por qué? Porque no se necesitan.

Todo esto lo informaba el lunes pasado la edición en línea del Journal Sentinel de Milwaukee ( y también señalaba que, además del dinero para la construcción de nuevas escuelas, el distrito escolar de esa ciudad junto al gran lago Michigan recibirá 115.5 millones de dólares de estimulo para educación especial y para la ayuda a estudiantes de bajos ingresos.

La totalidad de las escuelas públicas en Milwaukee están clasificadas como en "buenas" o en "mejores que buenas" condiciones, pero los legisladores entrevistados por el diario confían en que los recursos puedan usarse para mejorar, digamos, la eficiencia energética de las escuelas, reemplazar materiales de construcción riesgosos (como los asbestos) o reparar techos. Nunca falta algo que hacer con tantos millones de dólares.

Hay que considerar que un programa iniciado el año 2000 en Milwaukee, llamado la iniciativa de escuelas del vecindario, supuso un gasto de 102 millones de dólares y se tradujo en proyectos que están subutilizados o en proyectos no realizados y cancelados. Una serie de reportajes del mismo Journal Sentinel en agosto de 2008 reveló que decenas de millones de dólares se malgastaron y el programa no se tradujo en un mayor porcentaje de estudiantes atendidos en las escuelas públicas.

Pero eso son detalles, la grandiosa visión keynesiana del gasto público como panes y peces multiplicados permanece incólume. No pierdan la fe.

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lunes, 13 de octubre de 2008

Déficit y malas inversiones públicas

A ver, se supone que vamos a poner un montón de dinero público (15 mil millones de pesos) para iniciar la construcción de una nueva refinería cuyo fin es disminuir las importaciones de gasolina. Lo que no se dice es que esa refinería, cuando se concluya, refinará petróleo importado.



Cuento uno: No es malo que aumente el gasto del gobierno, siempre y cuando ese gasto se destine a inversión, por ejemplo para iniciar la construcción de una nueva refinería.

La realidad: A diferencia de la explotación petrolera, que arroja altos márgenes de rentabilidad, el negocio de la refinación tiene márgenes muy estrechos y se requiere de una gran especialización para tener éxito. Hasta ahora las refinerías de PEMEX no han mostrado tener competitividad internacional.

Cuento dos: Es importante construir refinerías con dinero público porque así podremos disminuir las importaciones de gasolina; dado que es "malo" que hoy cuatro de cada diez litros de gasolina los importemos.

La realidad: No necesariamente es "malo" que importemos gasolinas si esos combustibles provienen de refinerías más productivas que las nuestras y a mejores precios. Lo malo, pésimo, es que subsidiemos el consumo de los combustibles, no que los importemos.

Cuando se concluya dicha refinería, dentro de ocho años en el mejor de los escenarios, México será probablemente importador neto ya no sólo de combustibles sino de petróleo crudo.

Cuento tres: El inminente déficit fiscal no debe preocuparnos, porque dicho déficit tendrá su origen en inversiones públicas productivas, no en mayor gasto corriente. Es decir, cada dólar de déficit público se transformará en el largo plazo en utilidades, por lo que ni siquiera debiera contabilizarse como déficit.

La realidad: ¿Alguien cree que la inversión pública es de veras más rentable que la inversión privada?, ¿cada peso invertido por PEMEX en petroquímica (y específicamente en refinación) ha generado alguna utilidad?, ¿cuándo?, ¿por qué ahora sí será un buen negocio para el país lo que en el pasado ha sido desastroso?

Este cuento no es nuevo. Se usó ampliamente en décadas pasadas para argumentar que el déficit generado por la banca de desarrollo (déficit de intermediación financiera) NO era en realidad déficit, porque dicho gasto, excedente de los ingresos, generaría recursos más que suficientes para cubrir la diferencia. ¿Alguien me puede decir dónde están esas utilidades públicas? La respuesta es NO, porque nunca se generaron.

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domingo, 14 de septiembre de 2008

El gran error en el Presupuesto

Se presentó el proyecto de Presupuesto de Egresos para 2009 y se inició el proceso ritual de cada año. Al final, me temo, tendremos un presupuesto que cerrará los ojos al inminente fin del modelo fiscal apuntalado en el petróleo.


La discusión y aprobación del presupuesto de egresos es el más importante ejercicio político de cada año, en el que cada sector, cada entidad, cada grupo de interés, cada partido, lucha por llevarse una mayor tajada de recursos públicos. El resultado de esa lucha – en la que menudean todo tipo de negociaciones y presiones, desde las burdas hasta la sutiles y desde las inconfesables hasta las medianamente decorosas- permite percibir cuál es la verdadera agenda de la clase política y cuán distante suele estar dicha agenda respecto de un modelo racional para asignar eficientemente los recursos escasos.

La mayor falacia consiste en la presunción de que una mayor asignación de recursos públicos resuelve automáticamente problemas. Aunque todos sabemos que aumentar el salario de los maestros – para poner un ejemplo específico – NO ha mejorado los resultados de la instrucción pública medidos por las capacidades y el desempeño de los alumnos, esta vez, como siempre, veremos formidables presiones de sindicatos, partidos, universidades públicas y demás entidades relacionadas con la educación pública, que partirán del mito "aumentar el gasto es la única solución" como si se tratase de un axioma indiscutible o de una evidencia palmaria.

Otra falsa presunción consiste en la creencia de que la totalidad de los recursos pueden asignarse entre distintos destinos en competencia. Falso. El gasto susceptible de reasignarse es un porcentaje menor al diez por ciento del total; lo que, por cierto, incentiva en forma perversa la creación "ex nihilo" (de la nada) de recursos, por ejemplo incrementando el precio previsto para las exportaciones de petróleo y/o el volumen de las mismas, pese a la evidencia en contrario. ¿Alguno de los responsables rendirá cuentas, en el futuro, de las nefastas consecuencias de su "optimismo" infundado y voluntarioso? No.

En el caso del presupuesto para 2009 el gran error, en el que seguramente incurrirá la clase política en su conjunto, será el de desdeñar el hecho irrefutable de que la fuente de una tercera parte de los recursos fiscales se agota inevitable y aceleradamente. La gran irresponsabilidad de unos pocos la pagaremos todos

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