sábado, 12 de julio de 2008

La infamia del etanol

Si Estados Unidos quiere subir a China e India al compromiso de reducir sus emisiones de carbono a la atmósfera, tendrá que poner sobre la mesa la seria promesa de abandonar su nefasta ocurrencia de subsidiar la producción de etanol a partir de maíz y de otros cultivos. No lo hará. ¿Resultado? La cumbre del G-8 será otro fracaso de Bush. Tal vez un fracaso "fríamente calculado".


Lo más probable es que el gobierno de Estados Unidos haya calculado de antemano que China e India se rehusarían a sumarse al compromiso de reducir a la mitad sus emisiones de CO2 a la atmósfera para el año 2050. Contando con ese rechazo, George W. Bush pudo darse el lujo de mostrarse, en la cumbre del G-8, seriamente preocupado por el cambio climático, hacer promesas retóricas y eludir un examen serio de los infames subsidios a la producción de etanol, que no sólo NO son una política efectiva de protección al ambiente, sino que tienen la perversa cualidad de generar a la vez varios efectos indeseables para el bienestar global:

1. La producción de etanol a partir de maíz y otros cultivos genera más emisiones de carbono de las que reduce.

2. Ha contribuido al encarecimiento de los alimentos en el mundo, al distraer tierras para producir un complemento – que no sustituto- de la gasolina, en lugar de alimentos.

3. El subsidio desalienta a otros productores de granos fuera de Estados Unidos porque compiten en franca desventaja; inhibe, pues, una mayor oferta.

4. Retrasa la búsqueda tecnológica de energías limpias y de procesos productivos menos contaminantes,

5. El subsidio se ha mostrado eficacísimo para generar un efecto en cascada de encarecimiento en toda la cadena de los alimentos: del maíz al trigo, a la soya, al sorgo, a la leche, a la carne,

6. Provoca un efecto de imitación: Cientos de políticos irresponsables en el mundo sueñan con promover la producción de etanol, para posar como "verdes" mientras arrasan selvas y sistemas ecológicos.

Así las cosas, la salida fácil es culpar a China y a India de falta de conciencia ecológica porque no quieren frenar su proceso de crecimiento a cambio de un premio por su contribución a enfriar o postergar el "calentamiento global".

No los culpo…son naciones que quieren salir de la pobreza, no son Al Gore buscando los reflectores.

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jueves, 26 de junio de 2008

¡No le manden señales equivocadas al productor!

La solución al desorden en los mercados internacionales de alimentos y a los altos precios es desmantelar mecanismos proteccionistas (subsidios y barreras al comercio) y – sobre todo- dejar que los precios no manipulados informen a los productores que están ante una oportunidad única.



Hace algunos meses un buen amigo me hizo notar que la versión de que los altos precios de los alimentos obedecen a la demanda de China e India, cuyos habitantes de la noche a la mañana estarían comiendo mejor, no tiene lógica: No es verosímil que millones de chinos e indios hayan despertado todos el mismo día ganando dos o tres veces más que el día anterior y que ese mismo día decidieran que todos iban a comer más carne, tomar más leche y consumir más cereales. Esos cambios en el ingreso son graduales, llevan varios años y los mercados se acomodan a ellos.

El mecanismo mediante el cual los mercados se acomodan a un cambio en la demanda, generando una mayor oferta, demuestra la maravilla del sistema de precios: los precios altos avisan al productor que hay que sembrar más porque ése será un buen negocio.

Reproduzco el comentario que me hizo llegar un lector de Tamaulipas que vende agroquímicos: "Un pequeño productor de maíz (unas cuatro hectáreas) hace dos temporadas comenzó a utilizar maíces híbridos, hace una temporada fertilizantes y este año va a volver a utilizar híbridos y esta vez fertilizantes de alto desempeño.



"¿Acaso debemos ese cambio en favor del uso de tecnología a algún ambicioso programa de gobierno? ¿Algún "pacto", "alianza" o "cruzada" por la productividad en el campo? NO.



"Se lo debemos al mercado, específicamente al incremento al precio del maíz que se ha encargado de decirle de forma inequívoca: ¡produce más!



"Me aterra pensar que el gobierno pudiera estar a un paso de querer controlar los precios y decirle que deje de hacerlo".



La solución es producir más, con el incentivo de los precios altos, y que el gobierno de los Estados Unidos tenga la honestidad de reconocer que su ocurrencia, dizque ecologista, de subsidiar la producción de etanol a partir de maíz fue estúpida, antiecológica y generadora de hambre. Esa es la causa que explica la mayor parte de las distorsiones actuales en el mercado de los alimentos. ¡Dejen de subsidiar!

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martes, 24 de junio de 2008

Alimentos, mercados y tonterías

El alza en los precios de los alimentos ha tenido un efecto secundario temible: Algunos comentaristas de asuntos económicos están sacando del desván de los recuerdos sus pésimos apuntes escolares de hace 30 años para "explicar" lo que no entienden.

Un colega de Guadalajara publicó la siguiente frase en su colaboración habitual del lunes pasado: "La cosa es tan bizarra que los grandes supermercados tienen más fuerza que la Sagarpa cuando se trata de definir lo que consumiremos los mexicanos". Es una frase que combina, con gran ahorro de palabras, la pésima gramática con la pésima economía y la pésima "ideología" reinantes en los años 70 del siglo pasado. Veamos:

Primero, el adjetivo bizarro significa en español "generoso, valiente, espléndido"; justo lo contrario de lo que quiso decir este colega, quien seguramente estaba pensando en francés (idioma en el que el adjetivo "bizarre" significa "extraño, extravagante" o incluso "absurdo") cuando escribió su columna.

Segundo, ¿de cuándo acá es tarea de la Sagarpa o del gobierno determinar lo que consumiremos los mexicanos? Aun en las épocas de la economía cerrada a piedra y lodo los consumidores en México consumían los alimentos que podían comprar, que había en el mercado y que se les daba la gana comer. ¿En dónde cree este colega que vivimos?, ¿en un monasterio?, ¿en un orfanato?

Tercero, tampoco los grandes supermercados determinan lo que comemos, lo elegimos nosotros de acuerdo con lo que hay en el mercado (donde hay más opciones que en el pasado, gracias a la apertura comercial).

La frase es la desafortunada conclusión de varios prejuicios ridículos: 1. El gobierno debe protegernos como críos y decidir por nosotros, 2. El libre comercio es malo porque es "neoliberal", 3. Los intereses de un puñado de productores incompetentes son más importantes que la libertad de los consumidores, 4. No existen las ventajas comparativas, ni las ventajas competitivas, 5. Si los islandeses quieren comer plátanos tendrán que cultivarlos en Islandia (en invernaderos) y les costarán una fortuna y si los mexicanos queremos comer ciruelas durante el invierno tendremos que cultivarlas en invernaderos, a un costo prohibitivo, pero jamás importarlas del hemisferio sur, porque perdemos "soberanía".

Ya veo al ingeniero Alberto Cárdenas, ordenando qué es lo que tenemos que comer. ¡Ni en una pesadilla, y a Dios gracias!

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sábado, 17 de mayo de 2008

Los Kirchner y el hambre del mundo (II y fin)

La “genialidad” de los Kirchner (el gobierno K) muy pronto ha dado resultados: La producción de granos en Argentina empieza a disminuir y también cayeron los ingresos tributarios que, golosamente, el gobierno K esperaba recaudar.

La “reina” Cristina - ¿acaso es presidenta de una república?- estuvo tres días en Perú, en la cumbre de Lima que reunió a gobernantes de América Latina con sus semejantes de la Unión Europea. ¿Qué hizo Cristina Fernández de Kirchner en esos tres días, además de maquillarse con esmero y elegir minuciosamente su guardarropa? Bien, se tomó alguna foto del recuerdo con Evo Morales y deslumbró al mundo con declaraciones abismalmente insignificantes – carentes de significado – y políticamente correctas como ésta:

“Se deben articular políticas comerciales entre los bloques, el Mercosur y la Unión Europea”.

En la cumbre de Lima se acordaron “grandes cosas”. Por ejemplo: luchar contra el hambre en el mundo, una tarea en la que la soberana Cristina colabora con denuedo negándose a considerar que la retención tributaria a las exportaciones de granos fue un error garrafal.

Mientras Cristina se placeaba en Lima sus voceros – el ministro de Agricultura y su jefe de gabinete- endurecían el discurso contra “la oligarquía rural”: “Nadie puede fijarle la agenda a la Presidenta” o “No vamos a negociar bajo amenazas”.

Lejos de la palabrería inútil que emboba a los cortesanos, Argentina triplicó en los últimos 17 años su producción de granos y ése hecho es interpretado por el gobierno K como un pecado que debe castigarse con impuestos confiscatorios a la exportación que encarecerán – vía precios y vía menor producción- los alimentos para el mundo. Argentina consume sólo 14% de los 95 millones de toneladas que produce, lo que significa que puede exportar a precios competitivos el resto de la producción; esa hazaña de la productividad es aberrante a los ojos del gobierno K.

El gobierno K



En el mes de marzo (las nuevas retenciones tributarias empezaron el día 11), cayó la recaudación esperada por ese concepto: Fueron 17,700 millones de pesos en lugar de los 20,130 millones de pesos que calculaban los analistas. El gobierno K está demostrando el funcionamiento de la curva de Arthur Laffer: A partir de un punto de avidez tributaria, mayores tasas se traducen en menor recaudación. ¡Felicidades! Lástima que la demostración empírica se haga a costa de encarecer el precio de los alimentos

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viernes, 16 de mayo de 2008

Los Kirchner y el hambre del mundo (I)

Argentina es probablemente el país más competitivo del mundo produciendo granos y alimentos. ¿Qué hace el gobierno argentino ante esta innegable ventaja competitiva de sus productores agropecuarios? Ponerles un impuesto confiscatorio a las exportaciones, agredirlos, acusarlos de criminales por ser prósperos y productivos.

La cosecha argentina de maíz de 2007-2008 será de unos 21.5 millones de toneladas, el consumo de ese cereal en Argentina es de apenas 6.5 millones de toneladas; la cosecha de trigo en Argentina será de 15.5 millones de toneladas y el consumo interno de trigo en ese país difícilmente llegará a 5.5 millones de toneladas. Son sólo dos ejemplos. Argentina tiene capacidad productiva de sobra para alimentar a cuatro o cinco países más.

Todo mundo sabe que hemos entrado mundialmente en un ciclo largo de encarecimiento de los alimentos, después de otro ciclo largo (de casi 50 años) en el que la productividad abarató sostenidamente los alimentos. No sólo se trata de que los chinos o los indios estén comiendo mejor porque tienen más ingresos – a partir de un trabajo duro y productivo- sino de que el intervencionismo gubernamental (subsidios ruinosos, barreras comerciales, supersticiones antiprogresistas, cultivo político de clientelas electorales y de patrocinadores de campañas partidistas, entre otros males) ha contribuido a un encarecimiento de los alimentos del mundo.

¿Qué ha hecho ante este fenómeno el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, quien en realidad es una simbólica encargada del despacho que le heredó y encomendó su marido Néstor? Pues desempolvar las teorías fracasadas del economista difunto que más daño causó en América Latina, Raúl Prebisch, e imponer una retención impositiva exorbitante a las exportaciones de granos; algo similar a lo que antes hizo con las exportaciones de carne. Repetir la nefasta receta de Juan Domingo Perón que, impulsado por ese poderoso resorte de la miseria moral que se llama envidia, quiso apropiarse de la renta agropecuaria de Argentina para consentir a una burocracia voraz y a unos industriales ineficientes que claman por subsidios y por protección.

La única motivación que puede haber detrás de este despropósito es la avidez de los políticos por apropiarse de la riqueza de los demás. Un gobierno de "izquierda moderna", anclado en los nefastos mitos de los años 70 del siglo pasado, contribuye con fervor a incrementar el hambre en el mundo. Malvados y, además, estúpidos.

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domingo, 11 de mayo de 2008

Alimentos, carestía y mitos

What we have learned in recent decades about the economics of agriculture will appear to most reasonably well informed people to be paradoxical. We have learned that agriculture in many low income countries has the potential economic capacity to produce enough food for the still growing population and in so doing can improve significantly the income and welfare of poor people. The decisive factors of production in improving the welfare of poor people are not space, energy and cropland; the decisive factor is the improvement in population quality.


Theodore W. Schultz, Prize Lecture to the memory of Alfred Nobel, December 8 1979.

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Los prejuicios y mitos salen caros como demuestra el caso de los productos agrícolas. Los intereses políticos mantienen en pie un conjunto de creencias acerca de la producción agrícola que se han demostrado falsas una y otra vez y que hacen del mercado de alimentos uno de los más distorsionados del mundo.


El primer mito acerca de la producción agrícola: El número de hectáreas dedicadas a cultivos es el factor clave para aumentar la producción y el bienestar. No es así.

Lo dijo claramente Theodore W. Schultz en su discurso de recepción del Premio Nobel de economía en diciembre de 1979: “Hemos aprendido que…los factores de producción decisivos para aumentar el bienestar de la gente pobre (en el campo) no son el espacio, los energéticos o las tierras de cultivo, sino el mejoramiento en la calidad de vida de la misma población”.

Citaba entonces Schultz el ejemplo impresionante de la productividad en el caso de los cultivos del maíz: En la década de los años 70 del siglo XX Estados Unidos dedicó 33 millones menos de acres de tierra a la producción de maíz que los sembrados cuatro décadas atrás, pero produjo tres veces más cantidad del cereal.

La tierra no es el factor clave, sino las capacidades, destrezas y conocimientos del productor agrícola (capital humano), de los que se deriva también una mayor calidad de insumos y de tecnología para la producción.

Otros dos grandes errores de los que se derivan multitud de mitos: 1. “Los pobres en el campo requieren de principios económicos especiales, diferentes de los que hacen funcionar la economía en general”. Falso, la realidad es que la oferta, la demanda, los precios y los incentivos funcionan igual en la producción agrícola que en el resto de la economía. A mayor libertad en los mercados mayor bienestar para todos. A mayor globalización comercial, menores precios y mayor calidad de los alimentos. Ningún precio baja si se restringe la oferta con regulaciones y barreras comerciales.

2. Desdeñar o desconocer las lecciones de la historia. La experiencia ha demostrado que el ser humano es capaz de incrementar la cantidad y la calidad de los alimentos disponibles muy por encima de los incrementos de la población, siempre y cuando dejemos funcionar libremente a los mercados. Los precios altos deben incentivar una mayor oferta y una mayor oferta, en libre competencia, frenará el alza de los precios.

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miércoles, 7 de mayo de 2008

Alimentos caros gracias a los políticos populistas

La carestía mundial de los alimentos – que NO inflación- ha sido causada fundamentalmente por el proteccionismo agrícola, las regulaciones gubernamentales excesivas y los subsidios a las clientelas electorales.


No vivimos, como erróneamente se dice, una inflación en los precios de los alimentos. La inflación es un fenómeno cuyas causas – y remedios- siempre son monetarios. No es el caso. Vivimos una carestía que ejemplifica dramáticamente los daños que causa el proteccionismo comercial, el intervencionismo gubernamental en los mercados y la compra de clientelas electorales mediante subsidios a los productores agrícolas…o a quienes se ostentan como tales.

Cuando en agosto de 2006 se atascaron las conversaciones de la ronda de Doha, que entre otras cosas buscaban liberalizar la producción y el comercio de productos agropecuarios en el mundo, se aceleró la actual crisis de los alimentos.

Cuando los burócratas de las Naciones Unidas se inventaron el asunto del calentamiento global (tenía que ser "global" para justificar la intervención de la burocracia "global" premier) y junto con multitud de políticos vieron una veta política y de negocios en la promoción de los agro-combustibles, se aceleró la actual crisis de los alimentos.

Cuando en Japón, la Unión Europea, Estados Unidos, México, Corea, la India, los productores agrícolas – o, mejor dicho, los que se ostentan como tales a través de organizaciones incrustadas en los aparatos políticos- obtuvieron un peso e influencia desorbitados, a todas luces desproporcionados, en la elaboración de políticas públicas y de la legislación, se incubó la actual crisis de los alimentos.

Cuando los socialistas reciclados en "verdes" obstruyeron los avances técnicos en la productividad agrícola infundiendo miedos irracionales a los cultivos transgénicos, al uso de agroquímicos y a la globalización de los agro-negocios, se potenció la actual crisis de los alimentos.

No es una maldición enviada por los extraterrestres, ni una conspiración de esos fantasmales neoliberales (a los que tanto dice detestar Carlos Salinas de Gortari), es simple y llanamente el producto inevitable de la intromisión de los gobiernos en los mercados y de la explotación política de los aldeanos y atávicos temores al progreso y a la globalización. Esa es la causa de esta carestía mundial de los alimentos.

El remedio es quitar regulaciones, liberalizar el comercio mundial, destrabar la ronda de Doha y mandar a sus casas a los políticos populistas en todo el mundo.

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sábado, 3 de mayo de 2008

Competencia, competencia y más competencia

¿Quién está causando las presiones inflacionarias en alimentos y energéticos? Los gobiernos entrometidos. La solución es eliminar regulaciones obstruccionistas, promover la competencia sin cortapisas y apostarle a la eficacia de los mercados globales para asignar los recursos.

Si fueran médicos les estarían recetando a los diabéticos ingerir toneladas de azúcar.

Las alzas mundiales en los precios de los alimentos y los energéticos están alentando a los intervencionistas gubernamentales en todo el mundo a proponer más del veneno que precisamente ha ocasionado los problemas: barreras al libre comercio, regulaciones obstruccionistas, mecanismos compensatorios, precios mentirosos, subsidios irresponsables…

Tenemos en Estados Unidos a los dos personajes que se disputan la candidatura del Partido Demócrata tratando de seducir a los electores con recetas populistas que han comprobado una y otra vez su fracaso. Tenemos a un presidente, George W. Bush, totalmente desorientado defendiendo – contra la contundente evidencia- los irracionales y ruinosos subsidios a la producción de etanol a partir de maíz.

Tenemos en Argentina a una presidenta populista enfrentando al sector más productivo de ese país – que son los agricultores y los ganaderos- poniéndoles impuestos confiscatorios a las exportaciones y obstruyendo el libre comercio de granos, de carne y de leche.

Tenemos en Asía a gobiernos torpes impidiendo la exportación de cereales, como el arroz, con lo que contribuyen a exacerbar la inflación mundial y el hambre.

Tenemos a los "verdes" y a otras organizaciones no gubernamentales – que en realidad viven de los recursos de los contribuyentes- impidiendo el avance tecnológico en la agricultura, oponiéndose con supersticiones medievales al uso de agroquímicos para aumentar la productividad en el campo y estigmatizando, con alegatos infantiles, los llamados cultivos transgénicos.

Tenemos a gobiernos y a falsos ecologistas impidiendo el uso de tecnologías modernas, viables y limpias para generar energía, como la nuclear, alimentando miedos y fantasías populares propios de la edad de las cavernas.

Tenemos en México a legisladores y medios de comunicación capturados por el principal monopolista privado, atacando con mentiras cobardes a quien promueve la competencia y a quien denuncia la arrogancia de los que depredan los excedentes de los consumidores.

La inflación que viene, y que ya vivimos, se combate sobre todo amarrándoles las manos a los intervencionistas gubernamentales y promoviendo la competencia, más competencia y más competencia. ¡Por Dios, por una vez en la vida dejen trabajar a los mercados libres!

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miércoles, 23 de abril de 2008

Alimentos y productividad

Tres puntos clave sobre la "inflación" mundial de los alimentos: 1. Los gobiernos la han provocado con sus intromisiones y la están agravando, 2. Está comprobado que aumentar la oferta de alimentos en el mundo – y dar de comer bien a todos los seres humanos- es factible mediante productividad y 3. El principal factor que eleva la productividad agrícola y agropecuaria es el factor humano.

Durante las últimas décadas del siglo pasado la oferta de alimentos en el mundo – en calidad y cantidad- aumentó muy por encima del crecimiento de la población. Hoy millones de familias pobres en el mundo comen mejor que en el pasado gracias a un salto impresionante de la productividad en el campo; fenómeno, por cierto, que expulsó del campo hacia las ciudades – y hacia empleos mejor remunerados y una mejor calidad de vida – a millones de personas.

En los primeros siete años y cuatro meses de este siglo XXI, en cambio, se ha experimentado un alza acelerada en los precios de los alimentos, cuyas causas comenté ayer brevemente y que se resumen en: Intromisión de los gobiernos, distorsionando el sistema de precios del mercado libre, mediante subsidios, barreras arancelarias y no arancelarias que obstaculizan o impiden el comercio de alimentos, desastrosa asignación de recursos propiciando el uso de tierras agrícolas para producir biocombustibles ineficientes – etanol a partir de maíz, es el arquetipo – cuya producción consume más hidrocarburos de los que, se supone, debería ahorrar.

Los altos precios de los alimentos representan, por otra parte, una oportunidad única para que en muchos países subdesarrollados, como México, los productores reciban mayores ingresos e incrementen su productividad. Sabemos cómo hacerlo y sabemos, gracias a los trabajos visionarios del economista que mejor conoció y entendió la economía de la pobreza (Theodore W. Schultz, premio Nobel de Economía 1979), que el factor decisivo para aumentar la productividad del campo y contar con más y mejores alimentos es el capital humano (inteligencia, conocimientos, habilidades, destrezas, tecnología) de los productores, lo que se logra invirtiendo en su salud y su educación. Jamás – hay que repetirlo- los subsidios o las barreras servirán para producir más alimentos para los pobres de este mundo.

Y, ¡por Dios!, dejen a los mercados libres trabajar. Jamás un burócrata gubernamental los ha podido suplir con mediana eficacia

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martes, 22 de abril de 2008

Alimentos caros por gobiernos entrometidos

En seis años, de enero de 2002 a enero de 2008, los precios de los alimentos en el mundo han subido en promedio 140 por ciento. ¿Cuál es la solución? Dejar que el sistema de precios funcione sin interferencias de los gobiernos.

La pésima idea de subsidiar los cultivos de maíz para producir combustibles (etanol) ha sido la principal causa del disparo de los precios de cereales, leche, carne y otros alimentos en los últimos años. Como se sabe esa ocurrencia del gobierno de Estados Unidos – cuyo principal beneficiario son las grandes corporaciones que compran las cosechas como Archer Daniels Midland– ha perturbado los mercados de alimentos a través de efectos en cadena: el encarecimiento del maíz ha incrementado la superficie de tierras dedicadas a ese cultivo, en detrimento del trigo, la soya, el frijol, el arroz, lo que, a su vez, ha disparado también los precios de estos últimos; además, como algunos cultivos sirven para alimentar al ganado, los precios de los lácteos y de la carne también se han disparado.

Lo más desastroso de esta política es que ni siquiera disminuye el uso de hidrocarburos sino que lo incrementa.

Otro factor detrás del alza en los precios ha sido el mejoramiento de los ingresos – y, por tanto, de la dieta- de millones de chinos e indios. A diferencia de los subsidios, que encarecen artificialmente los productos, un aumento de la demanda de alimentos derivado de un mayor bienestar es una magnífica noticia.

Por desgracia muchos gobiernos están reaccionando con gran torpeza ante el fenómeno. En Argentina Cristina Fernández de Kirchner está fastidiando a miles de productores agrícolas imponiéndoles exorbitantes impuestos a la exportación. El resultado será una menor producción dado que los productores carecen de incentivos para sembrar más o para mejorar los cultivos; habrá mayor encarecimiento. Otro tanto, con torpeza similar, está haciendo el gobierno de la India.

La solución es la contraria: Liberar las fuerzas del mercado que, mediante el sistema de precios, incentivarán una mayor productividad; así, ante una mayor oferta los precios disminuirán y se estabilizarán. Y, por supuesto, abolir ya los estúpidos subsidios al maíz para producir etanol; algo que ni por error propondrán el par de demagogos que se disputan la candidatura del partido demócrata en Estados Unidos (no vaya a ser que pierdan votos o patrocinios).

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martes, 27 de marzo de 2007

¡Hay que prohibir el suero oral!

Dos ejemplos de cómo funciona la lógica mercantilista a la que se adhieren cotidianamente multitud de gobiernos, políticos, sindicatos, periodistas, académicos y organizaciones no gubernamentales.

Imagine el lector que en un país pobre, como Bangladesh, se descubre una terapia de rehidratación oral que es cien veces más económica que la terapia usada hasta entonces: 50 centavos de dólar por paciente atendido contra 50 dólares por paciente atendido. Ahora imagine el lector que algunas poderosas compañías farmacéuticas en países desarrollados, que generan empleos y pagan millones de dólares de impuestos, poseen la patente de la terapia usual hasta entonces para atender la deshidratación – la de 50 dólares por paciente- y detectan que el descubrimiento del suero oral y su difusión en el mundo significará que su producto patentado desaparecerá del mercado y, con ello, cientos de empleos directos y miles de empleos indirectos, amén de la disminución de las utilidades, de la pérdida para los accionistas en bolsa y del menor pago de millonarios impuestos.
En la lógica mercantilista habría que prohibir el suero oral ¡para salvar empleos! En la lógica mercantilista son más importantes esos empleos (y las utilidades, y los impuestos pagados) que la vida de millones de niños que mueren de deshidratación – derivada de enfermedades gastrointestinales- en los países pobres. Por fortuna, en el caso del suero oral la lógica mercantilista fue derrotada.
Imagine ahora el lector que gracias a la investigación tecnológica, a innovaciones productivas y a condiciones inmejorables de suelo y clima – entre otros factores- Australia, Nueva Zelanda y Brasil pueden producir y vender azúcar a 12 centavos de dólar la libra puesta en cualquier puerto del mundo, mientras que en México el precio del azúcar es de 28 centavos de dólar la libra (precios aproximados vigentes en enero de 2007).
En la lógica mercantilista hay que impedir a toda costa que cien millones de consumidores mexicanos – país que tiene el segundo lugar mundial en consumo de azúcar por habitante- puedan adquirir ese edulcorante 57% más barato. ¡Hay que salvar empleos de cañeros, hay que salvar utilidades de los dueños de ingenios!, ¡salvar al campo es salvar a México!
Para que después nos digan que todos somos iguales. No, en la lógica mercantilista, como en la granja de Orwell, “unos son más iguales que otros”. Ya sabemos quiénes.
¿Progresistas?, ¿de izquierda? No me hagan reír.

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lunes, 26 de marzo de 2007

Apertura comercial agrícola: Hay que ir más lejos

Encuentro con un optimista en el Senado

En los meses previos a la aprobación, por el Senado mexicano, del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCAN) fui invitado a presentar una pequeña ponencia en el mismo Senado acerca de las previsibles consecuencias de la apertura comercial para los productores agrícolas, así como para los consumidores mexicanos de alimentos.
La ponencia se encaminó a desenmascarar el mito de la autosuficiencia en la producción de alimentos, no sólo como una meta inalcanzable sino como uno más de esos nocivos anzuelos que los políticos lanzan al ruedo para engatusar a los electores incautos, al tiempo que protegen a grupos minoritarios de presión que viven de todo el catálogo de subsidios, barreras comerciales, protecciones, créditos blandos (que suelen acabar en cartera incobrable de la banca de desarrollo, que a su vez se le carga a la cuenta de los contribuyentes) y demás “ayudas al campo” que se han inventado los gobiernos.
Fui escuchado con cortesía e indiferencia por los senadores y al terminar fui abordado por un hombre joven que elogió mi presentación, me solicitó una copia de la misma y me entregó su tarjeta. Era el director de una pequeña agroindustria en Guanajuato, dedicada a la producción de hortalizas. Me comentó que en su empresa esperaban ansiosos la aprobación del TLCAN ya que conjeturaban que ello les abriría los mercados de Estados Unidos y Canadá donde esperaban arrasar por calidad y por precio. La apertura significaría crecer aceleradamente para satisfacer a esos mercados, ávidos y con gran poder de compra, lo que a su vez generaría economías de escala en la producción de forma que - en un círculo virtuoso- se abatirían los costos de producción lo que se reflejaría en precios aún menores y en la conquista de porcentajes cada vez mayores del mercado. Nada nuevo: La vieja receta de la productividad estimulada por el libre comercio y que se traduce en mayor prosperidad para todos.
Me sorprendió el entusiasmo del pequeño empresario, toda vez que contrastaba con los sombríos augurios de muchos “expertos” y con las protestas vehementes de sindicatos y organizaciones de campesinos y productores agropecuarios afiliados al entonces todavía todopoderoso PRI.
Hoy prácticamente la totalidad de los pepinos (frescos y en conserva, de las más diversas variedades y para todos los gustos) que se venden en Estados Unidos y en Canadá provienen de la agroindustria de ese visionario optimista que me abordó entonces en el Senado. Pepinos, brócoli, ajo, cebolla, lechugas, calabazas, chícharos, papa, chiles, champiñones. La variedad de productos agropecuarios mexicanos que compiten con gran éxito en Norteamérica y en el mundo – de entonces a la fecha México ha firmado multitud de tratados de libre comercio bilaterales y se ha incorporado plenamente a la Organización Mundial de Comercio- es impresionante. Sin embargo, los periodistas, los políticos y hasta los académicos, que reflexionan sobre el campo mexicano desde un cómodo cubículo en las ciudades, parecen seguir pensando que en México sólo producimos maíz y frijoles en pequeñas parcelas, sin sistemas de riego, sin ningún implemento tecnológico, y en condiciones de miseria.
Lo triste es que sí, en efecto, aún hay miles de campesinos atados a cultivos tradicionales que viven en condiciones de miseria. Por increíble que parezca la principal razón de su atraso hay que buscarla en la “generosa protección” que les dieron los políticos contra los supuestos peligros del comercio libre y de la producción rentable sin subsidios gubernamentales. Como se sabe, en su gran “sabiduría” los políticos mexicanos y estadounidenses excluyeron de la apertura comercial inmediata a productos agrícolas “sensibles” (maíz, frijoles, azúcar, leche, entre otros) y postergaron la temida apertura la friolera de 15 años. Gracias a esa previsión de los políticos, aún tenemos productores en el campo viviendo en condiciones de miseria, atados a cultivos no rentables (pero subsidiados crecientemente), a quienes hemos engañado diciéndoles que esa situación es inevitable, que no pueden dedicarse a otros cultivos o abandonar la agricultura por actividades más rentables en la industria o en los servicios, pero que ahí estará siempre el munificente gobierno para aliviarles en algo su miseria.
El tiempo no sólo le dio razón al entonces pequeño empresario sino que comprobó contundentemente que los alegatos en contra del libre comercio y de la apertura económica estaban completamente equivocados. Es probable que algunos de los “expertos” mintieran entonces sin darse cuenta de su error. Lo que ya no es creíble es que más de una década después – con un cúmulo de experiencias nacionales e internacionales que comprueban que el libre comercio es la llave de la prosperidad – esos mismos “expertos” y sus corifeos, ahora más viejos, sigan mintiendo sin advertirlo. No han ganado en sabiduría de entonces para acá, sino en cinismo para mentir.

Sí hay vida después de la muerte de los subsidios y de la protección

A lo largo de la historia encontramos decenas de ejemplos de cómo el libre comercio, la abolición de barreras a las importaciones y el fin de los subsidios gubernamentales a las actividades agropecuarias “sensibles”, se han traducido en prosperidad no sólo para los consumidores, que tienen más y mejores opciones en calidad y precio, sino para los mismos productores de esos productos supuestamente “sensibles”.
A mediados del siglo XIX la gran hambruna en Irlanda, provocada por dos años de malas cosechas de papa infestadas de roya, causó miles de muertes y una gran corriente migratoria de irlandeses hacia Estados Unidos. Pero también sacudió a los políticos británicos en el Parlamento, la mayoría de ellos ferozmente proteccionistas en la misma medida que eran “squires” dueños de tierras o empleados de éstos, quienes – ante la tragedia irlandesa- aceptaron a regañadientes abrir el mercado de la Gran Bretaña a la libre importación de trigo y de otros productos agrícolas; algo que pedían desde hace años los partidarios del libre-cambio o libre comercio animados por los brillantes hallazgos intelectuales de Adam Smith y David Ricardo, entre otros.
El resultado fue sorprendente: La Gran Bretaña inició, a partir de esa apertura comercial unilateral, una época de insólita y sostenida prosperidad. Los mismos terratenientes tuvieron el incentivo de destinar sus tierras a usos más rentables y productivos y quedó claro – para todo aquél que estudiase el problema objetivamente- que la causa del desastre en Irlanda del sur provino, primero, de los casi nulas derechos de propiedad de arrendatarios y arrendadores de las tierras de cultivo (los católicos eran abiertamente discriminados, negándoseles la posibilidad de adquirir las tierras que cultivaban) carentes de estímulos para hacer las tierras más productivas y, segundo, del nefasto proteccionismo comercial.
Otro caso histórico: Nueva Zelanda en 1984. Inmerso el país en una profunda crisis y perdiendo cada día más terreno en los mercados mundiales, los políticos de ese país – de diferentes partidos, pero especialmente los laboristas, de izquierda- decidieron, entre otras reformas, desmantelar la costosa y gigantesca estructura de subsidios y protecciones comerciales (cuotas de producción, barreras arancelarias y no arancelarias, severas restricciones a la importación y a la exportación, entre muchas otras) con la idea de que, sometido a la libre competencia en los mercados internacionales, cada uno de los productores agrícolas detectaría de inmediato si estaba en un negocio rentable y con futuro o si estaba tirando miserablemente su dinero y el dinero público en una actividad tan absurda – desde el punto de vista económico- como querer cultivar plátanos en Islandia.
Para la transición se ofrecieron apoyos gubernamentales no para que los productores agrícolas desplazados por la competencia persistiesen en seguir echando dinero bueno al malo – verbigracia, cultivando con métodos improductivos o invirtiendo en supuestos agronegocios contrarios a la vocación de las tierras- sino para que cambiasen de cultivos o incluso de actividad, dedicándose a la industria o al comercio o a los servicios en lugar de a la producción agropecuaria.
El resultado de esta reforma, tomada por políticos de veras animados por un sentido de urgencia, ha sido espectacular. Menos del diez por ciento de los antiguos productores agrícolas tuvieron que cambiar de cultivo o de actividad a causa de la liberación comercial. Por el contrario, la inmensa mayoría de ellos se han vuelto mucho más prósperos y competitivos. Sin duda, hoy día Nueva Zelanda es líder mundial en competitividad agropecuaria.
Por ejemplo, la industria lechera de Nueva Zelanda – que no disfruta de ningún subsidio o ayuda gubernamental salvo unas pequeñísimas asignaciones para investigación y desarrollo- sin cuotas, sin barreras comerciales, sin protecciones, sin créditos blandos de la banca de fomento, es la más productiva del mundo. Los costos de producción de la leche en Nueva Zelanda son los más bajos del mundo; su calidad es legendaria. En las mesas de muchos restaurantes en todo el mundo, incluido México, las pequeñas porciones empacadas en papel metálico de excelente mantequilla neozelandesa son habituales.
Tan sólo de 1995 a 2005 la industria láctea de Nueva Zelanda ganó – año con año- crecientes porciones del mercado mundial, pasando del 20% del mercado a dominar el 27% del mercado mundial de lácteos. En el mismo lapso, la Unión Europea en su conjunto – donde persisten todo género de protecciones, subsidios y barreras al libre comercio de lácteos- perdió diez puntos porcentuales del mercado: pasó de tener el 41% del mercado mundial a sólo el 31% de participación. Y contando…, en pocos años Nueva Zelanda será el líder mundial en ese mercado.

Digamos NO a la droga del proteccionismo comercial

Por contraste, los llamados productores independientes de leche en México lloran un día sí y otro también por mayores apoyos gubernamentales. México, ya se sabe, no sólo es deficitario en la producción de lácteos, sino que se ha vuelto uno de los mayores importadores de leche en polvo. Como si se tratase de un mandato divino, los productores independientes de leche en México claman para que el gobierno destine cada año más dinero público para comprarles su producción a precios altos; producción que se destina a programas sociales a precios subsidiados para los consumidores. El peor de los mundos: El gobierno – es decir, los contribuyentes, usted y yo- compra caro para vender barato. El negocio de los productores ya no es producir más y mejor leche, sino sacarle al gobierno más subsidios y compras forzosas. Los productores de leche, como los de azúcar, como muchos de los productores mexicanos de maíz o de frijoles, insisten en que se aumente la dosis de ese veneno que es la protección gubernamental.
Lo peor que nos podría pasar en el 2008 es que, otra vez, los poderosos pero minoritarios intereses proteccionistas en México y en Estados Unidos se salgan con la suya y la apertura comercial plena en esos productos “sensibles” de nueva cuenta se posponga hasta que el famoso calentamiento global derrita los polos del planeta…Es decir, por ahí del año 2200 o tal vez nunca.
Mientras tanto 100 millones de consumidores y contribuyentes seguimos pagando la costosa adicción a esa droga que se llama proteccionismo gubernamental. ¿Es justo?, ¿es racional?, ¿es inteligente?
El gobierno de México tiene la oportunidad única de convertirse en líder en América Latina y en general en los países en desarrollo apostándole en serio al libre comercio. En lugar de temerle a la apertura comercial agrícola pactada para 2008, México debería ir mucho más lejos emprendiendo una decidida campaña internacional – al lado de países como Brasil, Australia, Nueva Zelanda, la India, Singapur, Uruguay-, a favor de la abolición de barreras comerciales y subsidios en la agricultura. Somos los países en desarrollo los que más tenemos que ganar con la liberalización comercial.
No se trata tan sólo de hacer una apertura comercial unilateral como gesto político – ya que difícilmente ese gesto vencería la cerril resistencia de la Unión Europea, Japón y Estados Unidos a desmantelar su proteccionismo en los mercados agrícolas – sino hacer dicha apertura unilateral e inmediata como una inteligente y creativa política pública – al igual que hicieron los neozelandeses en 1984- que disminuiría los precios de los alimentos para los consumidores mexicanos, aumentaría los incentivos para la productividad en el campo mexicano y permitiría a miles de familias, encadenadas por atavismos y por fallidas políticas gubernamentales de falso arraigo regional, encontrar mejores oportunidades de trabajo y de vida en áreas de actividad más rentables y competitivas, como la industria o los servicios.

(Artículo especial para la revista "Bien común" de la Fundación Rafael Preciado)

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