jueves, 29 de marzo de 2007

¡Ay, Dios!, ¡cuánto teólogo!

Aunque “creer” es más barato que “saber” no necesariamente es un buen negocio, sobre todo cuando los datos – frías cifras, tercos hechos – que nos permitirían saber – y no disfrazar nuestra ignorancia con el ropaje del dogma- están a la mano, disponibles para quien tenga tiempo de buscarlos.

No había caído en la cuenta. El artículo de ayer de Bruno Donatello en El Economista me ha abierto los ojos: Gran parte del problema de nuestros desgarradores desencuentros públicos radica en que hay demasiados teólogos – o émulos de teólogos, para ser exactos- profiriendo dogmas acerca de materias humanas, que no requieren una teología dogmática para ser creídas, sino de un examen, objetivo e informado, para ser sabidas.
La Santísima Trinidad es un dogma de la Fe católica que, por su contenido, excede la capacidad de cualquier ser humano para ser descifrado, pero es absurdo que pulule tanto dogma de fe en materias tan pedestres como a cuánto asciende el pasivo laboral del ISSSTE o qué se hizo con los excedentes presupuestales – petroleros o no- en el pasado inmediato.
En ambos casos – el de las pensiones y el de los excedentes- no estamos ante materias de fe (lo que se cree por autoridad divina dado que no se puede descifrar) sino ante datos fríos, hechos tercos, información documentada y, por fortuna, pública. Sin embargo, gran parte de lo que se dice sobre estos asuntos se nos ofrece en envoltura de teología dogmática, decretando de antemano que “o se cree o no se cree, punto”.
Me sorprende que de nueva cuenta se propale el dogma de que “no se sabe” en qué se gastaron los excedentes fiscales – petroleros y no petroleros- generados en el pasado inmediato, cuando tal información, minuciosa, ha sido difundida profusamente. Sin ir más lejos, e incurriendo en la vanidad, sugiero a esos teólogos dogmáticos leer mi artículo del pasado 14 de marzo: Mitos acerca del gasto público en 2006 (parte III). Mejor todavía, pueden consultar todo lo que querían saber – pero temían preguntar- en el Informe sobre la Situación Económica, las Finanzas Públicas y la Deuda Pública del cuarto trimestre de 2006 difundido por la Secretaría de Hacienda (en la página 29, por ejemplo, hay un didáctico cuadro sobre el origen y aplicación de tales recursos, muy útil para teólogos apresurados).

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Nabokov, protestas forzadas y un gran fastidio

Sospecho, al verlos y oírlos, que los actores de la protesta no saben muy bien su papel; los oradores gritan su mezcolanza de lugares comunes pero no entusiasman al auditorio desperdigado en la plaza.

Vladimir Nabokov interrumpe la deliciosa narración de los recuerdos de su infancia y advierte tajante:
“Este párrafo no es para lector en general, sino para el idiota en particular que, porque ha perdido su fortuna en alguna quiebra, cree comprenderme.
“Mi antigua (desde 1917) querella con la dictadura soviética no tiene relación alguna con asuntos de propiedad. Mi desprecio para el émigré que ‘odia a los rojos’ porque le ‘robaron’ su dinero y sus tierras no puede ser más absoluto. La nostalgia que he estado acariciando durante todos estos años no es dolor por los billetes de banco perdidos sino una hipertrofiada conciencia de infancia perdida”.

Cierro el libro. En la mesa de junto, una gorda de mediana edad, sudorosa, acomoda su inmenso trasero en la silla, se asoma hacia la plaza y diagnostica: “Ya empiezan a concentrarse”. Su compañera, sin esa vulgaridad ostentosa de la gorda, asiente. Ordenan su comida. La gorda decide: “Vamos al baño”. Se levantan y la gorda intercepta a una mesera preguntándole por “los sanitarios”. Le indica que están en el primer piso, arriba. La gorda grita para que todos nos enteremos: “Entonces voy a comer con las manos sucias, tengo (sic) una cirugía de rodilla y no puedo subir escaleras”. Sonriente, la mesera le dice: “Hay elevador”. Asunto arreglado: La gorda sí se lavará las manos. Suspiro aliviado por este pequeño triunfo de la higiene.
Conjeturo que el par de mujeres forman parte de la avanzadilla de la protesta convocada esta tarde calurosa para enumerar una tupida agenda de agravios (de acuerdo con las mantas), que si las pensiones, que si el campo, que si el presupuesto para la educación, que si la presunta privatización de no se qué maravillas…
Pago la cuenta, tomo mi libro de Nabokov – “Habla, memoria”- y un rato después cruzo la plaza en la que todavía parece haber más mantas que gente. Un orador se desgañita. Un puñado le hace caso. Los demás remolonean o ensayan el milenario juego mexicano de los golpes fingidos, las pullas y las anfibologías de connotación sexual (“albures”) para pasar el rato.

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martes, 27 de marzo de 2007

De la “gabomanía” y otras modas idiotas

Ahora resulta, según la docta sentencia de algún anónimo redactor de titulares de periódico, que García Márquez es “artífice del habla hispana”. Afirmación tan idiota, en mi nada recomendable opinión, como la de quienes aseguran que el calentamiento global es el más grave problema que ha enfrentado la humanidad en toda su historia.

Referirse a Gabriel García Márquez como “Gabo” es signo inequívoco de esnobismo bobalicón, salvo que uno pertenezca al puñado de amigos y parientes cercanos del escritor colombiano.
El colmo fue ayer cuando el periódico mexicano “El Universal” enunció en su primera plana, justo arriba de una foto de este eficacísimo agente de relaciones públicas de la infame monarquía de Fidel Primero y Único de Cuba, lo siguiente: “Rinden tributo a artífice del habla hispana”. Tremendo disparate que demuestra – otra vez- que el papel aguanta todo.
Cada cual sus gustos, cada cual sus afinidades, cada cual su conocimiento de ese océano majestuoso que es la lengua española. En el mundo de la charlatanería lo mismo se puede consagrar a un mediano contador de un par de historias coloridas que afirmar, como ha hecho varias veces el comediante involuntario Al Gore, que los gases de invernadero son el peor flagelo que ha sufrido la humanidad, desechando de un plumazo, arrogante e idiota, el Holocausto, el Gulag, la peste, cientos de guerras, las variopintas dictaduras…
Tengo para mí – y como dijo Góngora “ándeme yo caliente y ríase la gente”- que toda la obra de García Márquez no vale lo que una sola línea de Borges ("Nadie rebaje a lágrima o reproche…”), lo que la fantasía de un cuento de Cortazar, lo que algunas líneas de Octavio Paz, lo que valen las tres o cuatro novelas magistrales de Mario Vargas Llosa (y cito: “Conversación en la Catedral”, “La Fiesta del Chivo”, “La Guerra del Fin del Mundo” y “Travesuras de la Niña Mala”), lo que vale “Dormir en Tierra” de José Revueltas o lo que vale ese caudal de humor profundamente triste que son los relatos de Alfredo Bryce Echenique.
Si el tal “Gabo” – a quien tantos disimulan sus oficios de cortesano en la finca de Fidel- es “artífice del habla española”, habrá que escribir en yiddish, porque el español ya ha de ser “lengua muerta”.

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¡Hay que prohibir el suero oral!

Dos ejemplos de cómo funciona la lógica mercantilista a la que se adhieren cotidianamente multitud de gobiernos, políticos, sindicatos, periodistas, académicos y organizaciones no gubernamentales.

Imagine el lector que en un país pobre, como Bangladesh, se descubre una terapia de rehidratación oral que es cien veces más económica que la terapia usada hasta entonces: 50 centavos de dólar por paciente atendido contra 50 dólares por paciente atendido. Ahora imagine el lector que algunas poderosas compañías farmacéuticas en países desarrollados, que generan empleos y pagan millones de dólares de impuestos, poseen la patente de la terapia usual hasta entonces para atender la deshidratación – la de 50 dólares por paciente- y detectan que el descubrimiento del suero oral y su difusión en el mundo significará que su producto patentado desaparecerá del mercado y, con ello, cientos de empleos directos y miles de empleos indirectos, amén de la disminución de las utilidades, de la pérdida para los accionistas en bolsa y del menor pago de millonarios impuestos.
En la lógica mercantilista habría que prohibir el suero oral ¡para salvar empleos! En la lógica mercantilista son más importantes esos empleos (y las utilidades, y los impuestos pagados) que la vida de millones de niños que mueren de deshidratación – derivada de enfermedades gastrointestinales- en los países pobres. Por fortuna, en el caso del suero oral la lógica mercantilista fue derrotada.
Imagine ahora el lector que gracias a la investigación tecnológica, a innovaciones productivas y a condiciones inmejorables de suelo y clima – entre otros factores- Australia, Nueva Zelanda y Brasil pueden producir y vender azúcar a 12 centavos de dólar la libra puesta en cualquier puerto del mundo, mientras que en México el precio del azúcar es de 28 centavos de dólar la libra (precios aproximados vigentes en enero de 2007).
En la lógica mercantilista hay que impedir a toda costa que cien millones de consumidores mexicanos – país que tiene el segundo lugar mundial en consumo de azúcar por habitante- puedan adquirir ese edulcorante 57% más barato. ¡Hay que salvar empleos de cañeros, hay que salvar utilidades de los dueños de ingenios!, ¡salvar al campo es salvar a México!
Para que después nos digan que todos somos iguales. No, en la lógica mercantilista, como en la granja de Orwell, “unos son más iguales que otros”. Ya sabemos quiénes.
¿Progresistas?, ¿de izquierda? No me hagan reír.

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lunes, 26 de marzo de 2007

Apertura comercial agrícola: Hay que ir más lejos

Encuentro con un optimista en el Senado

En los meses previos a la aprobación, por el Senado mexicano, del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCAN) fui invitado a presentar una pequeña ponencia en el mismo Senado acerca de las previsibles consecuencias de la apertura comercial para los productores agrícolas, así como para los consumidores mexicanos de alimentos.
La ponencia se encaminó a desenmascarar el mito de la autosuficiencia en la producción de alimentos, no sólo como una meta inalcanzable sino como uno más de esos nocivos anzuelos que los políticos lanzan al ruedo para engatusar a los electores incautos, al tiempo que protegen a grupos minoritarios de presión que viven de todo el catálogo de subsidios, barreras comerciales, protecciones, créditos blandos (que suelen acabar en cartera incobrable de la banca de desarrollo, que a su vez se le carga a la cuenta de los contribuyentes) y demás “ayudas al campo” que se han inventado los gobiernos.
Fui escuchado con cortesía e indiferencia por los senadores y al terminar fui abordado por un hombre joven que elogió mi presentación, me solicitó una copia de la misma y me entregó su tarjeta. Era el director de una pequeña agroindustria en Guanajuato, dedicada a la producción de hortalizas. Me comentó que en su empresa esperaban ansiosos la aprobación del TLCAN ya que conjeturaban que ello les abriría los mercados de Estados Unidos y Canadá donde esperaban arrasar por calidad y por precio. La apertura significaría crecer aceleradamente para satisfacer a esos mercados, ávidos y con gran poder de compra, lo que a su vez generaría economías de escala en la producción de forma que - en un círculo virtuoso- se abatirían los costos de producción lo que se reflejaría en precios aún menores y en la conquista de porcentajes cada vez mayores del mercado. Nada nuevo: La vieja receta de la productividad estimulada por el libre comercio y que se traduce en mayor prosperidad para todos.
Me sorprendió el entusiasmo del pequeño empresario, toda vez que contrastaba con los sombríos augurios de muchos “expertos” y con las protestas vehementes de sindicatos y organizaciones de campesinos y productores agropecuarios afiliados al entonces todavía todopoderoso PRI.
Hoy prácticamente la totalidad de los pepinos (frescos y en conserva, de las más diversas variedades y para todos los gustos) que se venden en Estados Unidos y en Canadá provienen de la agroindustria de ese visionario optimista que me abordó entonces en el Senado. Pepinos, brócoli, ajo, cebolla, lechugas, calabazas, chícharos, papa, chiles, champiñones. La variedad de productos agropecuarios mexicanos que compiten con gran éxito en Norteamérica y en el mundo – de entonces a la fecha México ha firmado multitud de tratados de libre comercio bilaterales y se ha incorporado plenamente a la Organización Mundial de Comercio- es impresionante. Sin embargo, los periodistas, los políticos y hasta los académicos, que reflexionan sobre el campo mexicano desde un cómodo cubículo en las ciudades, parecen seguir pensando que en México sólo producimos maíz y frijoles en pequeñas parcelas, sin sistemas de riego, sin ningún implemento tecnológico, y en condiciones de miseria.
Lo triste es que sí, en efecto, aún hay miles de campesinos atados a cultivos tradicionales que viven en condiciones de miseria. Por increíble que parezca la principal razón de su atraso hay que buscarla en la “generosa protección” que les dieron los políticos contra los supuestos peligros del comercio libre y de la producción rentable sin subsidios gubernamentales. Como se sabe, en su gran “sabiduría” los políticos mexicanos y estadounidenses excluyeron de la apertura comercial inmediata a productos agrícolas “sensibles” (maíz, frijoles, azúcar, leche, entre otros) y postergaron la temida apertura la friolera de 15 años. Gracias a esa previsión de los políticos, aún tenemos productores en el campo viviendo en condiciones de miseria, atados a cultivos no rentables (pero subsidiados crecientemente), a quienes hemos engañado diciéndoles que esa situación es inevitable, que no pueden dedicarse a otros cultivos o abandonar la agricultura por actividades más rentables en la industria o en los servicios, pero que ahí estará siempre el munificente gobierno para aliviarles en algo su miseria.
El tiempo no sólo le dio razón al entonces pequeño empresario sino que comprobó contundentemente que los alegatos en contra del libre comercio y de la apertura económica estaban completamente equivocados. Es probable que algunos de los “expertos” mintieran entonces sin darse cuenta de su error. Lo que ya no es creíble es que más de una década después – con un cúmulo de experiencias nacionales e internacionales que comprueban que el libre comercio es la llave de la prosperidad – esos mismos “expertos” y sus corifeos, ahora más viejos, sigan mintiendo sin advertirlo. No han ganado en sabiduría de entonces para acá, sino en cinismo para mentir.

Sí hay vida después de la muerte de los subsidios y de la protección

A lo largo de la historia encontramos decenas de ejemplos de cómo el libre comercio, la abolición de barreras a las importaciones y el fin de los subsidios gubernamentales a las actividades agropecuarias “sensibles”, se han traducido en prosperidad no sólo para los consumidores, que tienen más y mejores opciones en calidad y precio, sino para los mismos productores de esos productos supuestamente “sensibles”.
A mediados del siglo XIX la gran hambruna en Irlanda, provocada por dos años de malas cosechas de papa infestadas de roya, causó miles de muertes y una gran corriente migratoria de irlandeses hacia Estados Unidos. Pero también sacudió a los políticos británicos en el Parlamento, la mayoría de ellos ferozmente proteccionistas en la misma medida que eran “squires” dueños de tierras o empleados de éstos, quienes – ante la tragedia irlandesa- aceptaron a regañadientes abrir el mercado de la Gran Bretaña a la libre importación de trigo y de otros productos agrícolas; algo que pedían desde hace años los partidarios del libre-cambio o libre comercio animados por los brillantes hallazgos intelectuales de Adam Smith y David Ricardo, entre otros.
El resultado fue sorprendente: La Gran Bretaña inició, a partir de esa apertura comercial unilateral, una época de insólita y sostenida prosperidad. Los mismos terratenientes tuvieron el incentivo de destinar sus tierras a usos más rentables y productivos y quedó claro – para todo aquél que estudiase el problema objetivamente- que la causa del desastre en Irlanda del sur provino, primero, de los casi nulas derechos de propiedad de arrendatarios y arrendadores de las tierras de cultivo (los católicos eran abiertamente discriminados, negándoseles la posibilidad de adquirir las tierras que cultivaban) carentes de estímulos para hacer las tierras más productivas y, segundo, del nefasto proteccionismo comercial.
Otro caso histórico: Nueva Zelanda en 1984. Inmerso el país en una profunda crisis y perdiendo cada día más terreno en los mercados mundiales, los políticos de ese país – de diferentes partidos, pero especialmente los laboristas, de izquierda- decidieron, entre otras reformas, desmantelar la costosa y gigantesca estructura de subsidios y protecciones comerciales (cuotas de producción, barreras arancelarias y no arancelarias, severas restricciones a la importación y a la exportación, entre muchas otras) con la idea de que, sometido a la libre competencia en los mercados internacionales, cada uno de los productores agrícolas detectaría de inmediato si estaba en un negocio rentable y con futuro o si estaba tirando miserablemente su dinero y el dinero público en una actividad tan absurda – desde el punto de vista económico- como querer cultivar plátanos en Islandia.
Para la transición se ofrecieron apoyos gubernamentales no para que los productores agrícolas desplazados por la competencia persistiesen en seguir echando dinero bueno al malo – verbigracia, cultivando con métodos improductivos o invirtiendo en supuestos agronegocios contrarios a la vocación de las tierras- sino para que cambiasen de cultivos o incluso de actividad, dedicándose a la industria o al comercio o a los servicios en lugar de a la producción agropecuaria.
El resultado de esta reforma, tomada por políticos de veras animados por un sentido de urgencia, ha sido espectacular. Menos del diez por ciento de los antiguos productores agrícolas tuvieron que cambiar de cultivo o de actividad a causa de la liberación comercial. Por el contrario, la inmensa mayoría de ellos se han vuelto mucho más prósperos y competitivos. Sin duda, hoy día Nueva Zelanda es líder mundial en competitividad agropecuaria.
Por ejemplo, la industria lechera de Nueva Zelanda – que no disfruta de ningún subsidio o ayuda gubernamental salvo unas pequeñísimas asignaciones para investigación y desarrollo- sin cuotas, sin barreras comerciales, sin protecciones, sin créditos blandos de la banca de fomento, es la más productiva del mundo. Los costos de producción de la leche en Nueva Zelanda son los más bajos del mundo; su calidad es legendaria. En las mesas de muchos restaurantes en todo el mundo, incluido México, las pequeñas porciones empacadas en papel metálico de excelente mantequilla neozelandesa son habituales.
Tan sólo de 1995 a 2005 la industria láctea de Nueva Zelanda ganó – año con año- crecientes porciones del mercado mundial, pasando del 20% del mercado a dominar el 27% del mercado mundial de lácteos. En el mismo lapso, la Unión Europea en su conjunto – donde persisten todo género de protecciones, subsidios y barreras al libre comercio de lácteos- perdió diez puntos porcentuales del mercado: pasó de tener el 41% del mercado mundial a sólo el 31% de participación. Y contando…, en pocos años Nueva Zelanda será el líder mundial en ese mercado.

Digamos NO a la droga del proteccionismo comercial

Por contraste, los llamados productores independientes de leche en México lloran un día sí y otro también por mayores apoyos gubernamentales. México, ya se sabe, no sólo es deficitario en la producción de lácteos, sino que se ha vuelto uno de los mayores importadores de leche en polvo. Como si se tratase de un mandato divino, los productores independientes de leche en México claman para que el gobierno destine cada año más dinero público para comprarles su producción a precios altos; producción que se destina a programas sociales a precios subsidiados para los consumidores. El peor de los mundos: El gobierno – es decir, los contribuyentes, usted y yo- compra caro para vender barato. El negocio de los productores ya no es producir más y mejor leche, sino sacarle al gobierno más subsidios y compras forzosas. Los productores de leche, como los de azúcar, como muchos de los productores mexicanos de maíz o de frijoles, insisten en que se aumente la dosis de ese veneno que es la protección gubernamental.
Lo peor que nos podría pasar en el 2008 es que, otra vez, los poderosos pero minoritarios intereses proteccionistas en México y en Estados Unidos se salgan con la suya y la apertura comercial plena en esos productos “sensibles” de nueva cuenta se posponga hasta que el famoso calentamiento global derrita los polos del planeta…Es decir, por ahí del año 2200 o tal vez nunca.
Mientras tanto 100 millones de consumidores y contribuyentes seguimos pagando la costosa adicción a esa droga que se llama proteccionismo gubernamental. ¿Es justo?, ¿es racional?, ¿es inteligente?
El gobierno de México tiene la oportunidad única de convertirse en líder en América Latina y en general en los países en desarrollo apostándole en serio al libre comercio. En lugar de temerle a la apertura comercial agrícola pactada para 2008, México debería ir mucho más lejos emprendiendo una decidida campaña internacional – al lado de países como Brasil, Australia, Nueva Zelanda, la India, Singapur, Uruguay-, a favor de la abolición de barreras comerciales y subsidios en la agricultura. Somos los países en desarrollo los que más tenemos que ganar con la liberalización comercial.
No se trata tan sólo de hacer una apertura comercial unilateral como gesto político – ya que difícilmente ese gesto vencería la cerril resistencia de la Unión Europea, Japón y Estados Unidos a desmantelar su proteccionismo en los mercados agrícolas – sino hacer dicha apertura unilateral e inmediata como una inteligente y creativa política pública – al igual que hicieron los neozelandeses en 1984- que disminuiría los precios de los alimentos para los consumidores mexicanos, aumentaría los incentivos para la productividad en el campo mexicano y permitiría a miles de familias, encadenadas por atavismos y por fallidas políticas gubernamentales de falso arraigo regional, encontrar mejores oportunidades de trabajo y de vida en áreas de actividad más rentables y competitivas, como la industria o los servicios.

(Artículo especial para la revista "Bien común" de la Fundación Rafael Preciado)

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domingo, 25 de marzo de 2007

Veneno adictivo: La protección gubernamental

¿En qué sectores ha caído la producción, la productividad, el empleo y la rentabilidad después del Tratado de Libre Comercio de América del Norte? En todos los sectores que fueron celosamente protegidos por los gobiernos; en todos los sectores que no fueron sometidos a la competencia internacional y que siguen fuertemente subsidiados.

Lo peor que nos puede pasar a 100 millones de mexicanos respecto de la apertura comercial pactada para 2008 en productos “sensibles” como el maíz, los frijoles, el azúcar, la leche, es que los intereses proteccionistas de México y Estados Unidos – minoritarios, pero poderosos- vuelvan a salirse con la suya y la verdadera apertura comercial siga posponiéndose hasta que el famoso calentamiento global derrita los polos…Es decir, hasta algo así como el año 2200 o nunca.

También es lo peor que les puede pasar a los mismos productores agrícolas – no a sus representantes que seguirán drenando recursos públicos-, quienes continuarán haciendo una pésima asignación de recursos (incluido el trabajo) engañados por los apoyos y las protecciones gubernamentales.

En medio de una profunda crisis económica los políticos de Nueva Zelanda decidieron en 1984 detener el creciente deterioro del país. Animados de ese sentido de urgencia propusieron, entre otras cosas, desmantelar la gigantesca estructura de subsidios y barreras comerciales que presuntamente protegía a sus productores agrícolas; la idea fue que sólo sometidos a la competencia internacional, detectaría cada cuál si estaba en un negocio con futuro o si estaba desperdiciando miserablemente los recursos públicos. El resultado fue sorprendente: Sin subsidios y sin barreras comerciales los agricultores de Nueva Zelanda se han vuelto los más competitivos del mundo.

Un ejemplo es la industria lechera de Nueva Zelanda que año con año gana terreno en el mercado mundial: Tan sólo de 1995 a 2005, Nueva Zelanda pasó de tener el 20% del mercado mundial de lácteos a dominar el 27% del mismo mercado; en el mismo lapso, la Unión Europea, donde persisten subsidios y protecciones para los productores, perdió diez puntos de participación mundial, pasó de 41% a 31% del mercado.

Necedad proteccionista. Ése es el nombre del veneno al que los representantes políticos de los productores agrícolas de maíz, leche, azúcar, frijoles, se han vuelto adictos. Ya los veremos berrear ante la inminencia de enero de 2008. Más nos vale no hacerles caso. No hay que darles más droga.

Noticias y datos relacionados: "Llama la OMC a México a disminuir sus aranceles y a usar las negociaciones multilaterales para que Estados Unidos reduzca sus subsidios agrícolas"

Qué pasaría si se liberara el mercado mundial de lácteos según USDA

Quién es quién en el mercado mundial de lácteos

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jueves, 22 de marzo de 2007

Noroña y un “nicho” del mercado


(Foto: Reuters)

Uno de los “nichos” de mercado más rentables es el de los tontos adinerados que compran lo que sea – dada su laxa restricción presupuestal- que les prometa disfrazar, suplir o aliviar sus insuficiencias físicas, emocionales o intelectuales.

Leído en una de tantas columnas de chismes políticos: “Noroña – por Gerardo Fernández Noroña- fue a hacer su show en Palacio Nacional, donde el Presidente Calderón ofrecía una cena a Michelle Bachelet. Ya no tuvo público, ni gritones. Confesó que sólo espera que la CNHDF le reciba una queja y ordene pagarle 25 mil pesos por su traje que él mismo rasgara”. La irrelevancia del chisme es abrumadora. Lo mismo que la escasa confiabilidad de lo escrito.

Sin embargo, hubo algo que me llamó poderosamente la atención: ¿25 mil pesos por un traje de los que usa, cuando los usa, Fernández Noroña?

Es probable que el lector haya visto en la televisión o en fotografías – tal vez hasta en vivo, palpitante, sudoroso y a todo color- a este personaje de la picaresca política. Si es así, puedo apostar que el lector jamás lo pondría en su personal lista de los personajes públicos mejor ataviados; tampoco creo que alguien haya observado con envidia uno de los ternos de Fernández Noroña cavilando que, con tales galas, la vida le sonreiría y hasta algunas guapas mujeres le verían con “buenos ojos”.

Suponiendo, sólo como hipótesis, que la versión chismosa fuese verídica tendríamos el caso de unos costosísimos trajes (tanto más costosos cuanto que nada hacen para mejorar la imagen del sujeto) que sólo se explicarían por la conjunción de dos factores:

1. Abundancia de recursos que hace marginales o irrelevantes, para el sujeto consumidor, las restricciones presupuestales, y

2. La sorprendente capacidad que tenemos los seres humanos para el autoengaño. Así como las personas anoréxicas se ven siempre “gordas” ante cualquier espejo, hay tontos que – contra toda evidencia- se ven a sí mismos guapos y distinguidos o hasta inteligentes.

La conjunción de estos dos factores permite establecer un nicho de mercado muy redituable. Como el burgués gentilhombre de Moliere, estos clientes pagan lo que sea por ocultar, disfrazar o aliviar las limitaciones que cargan a cuestas. Sólo hay que saber venderles los adminículos. Un factor clave es el precio exorbitante que deslumbra al incauto haciéndole creer que “si cuesta tanto, debe ser buenísimo…o hasta milagroso”.

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miércoles, 21 de marzo de 2007

¿Por qué 14 semanas y no 14 años?

En una sociedad de mujeres y hombres libres, éstos tienen plena propiedad sobre sus cuerpos. De ahí que sea criminal y aberrante pretender negar ese derecho a quienes desarrollan su propio cuerpo personalísimo – no el apéndice de otro cuerpo humano- dentro del vientre materno.

¿Tienen “derecho” los padres a disponer del cuerpo de sus hijos menores de edad? Desde luego que no. Si admitiésemos ese falso “derecho” tendríamos, en automático, que permitir el abuso infantil en todas sus execrables modalidades y nos veríamos ante el abominable dilema de determinar a partir de qué momento esa suerte de “esclavos” – los menores de edad- podrían considerarse jurídicamente “libertos”, dignos de que se les garantice su derecho elemental a la vida.

No hay evidencia científica que nos permita decir con absoluta certeza: “A partir de aquí comienza la vida auténticamente humana”. Sí tenemos en cambio abundantes evidencias de que un óvulo humano fecundado tiene una identidad específica y unívoca: Es un ser humano en proceso y tenemos la certeza de que el resultado de dicho proceso será con el paso del tiempo, en caso de no frustrarse, un ser humano autónomo y libre, al que todos los Estados medianamente civilizados le reconocen derechos inalienables.

Las sociedades civilizadas tienen su pilar fundamental en el carácter inviolable – sagrado- de la vida humana; de ahí que repugne la persistencia en algunos países (¡que se ostentan arrogantemente como civilizados!) de la pena de muerte. Ese carácter sagrado, reconocido también por las religiones monoteístas – especialmente las judeocristianas-, NO es un dogma de fe, sino el primer principio de la convivencia humana.

No estamos discutiendo si la mujer tiene o no derecho sobre su cuerpo, ¡claro que lo tiene! Estamos discutiendo qué diablos nos autoriza a dogmatizar que una mujer – o un hombre- no lo son todavía porque están en desarrollo dentro de otro cuerpo.

¿Por qué 14 semanas y no 14 años, visto que los seres humanos siempre estamos en proceso de hacernos plenamente seres humanos?

¿Por qué el aborto sí y la esclavitud infantil no, a cargo de la madre y/o del padre?

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martes, 20 de marzo de 2007

Lección dos: ¿Qué hay en la caja?

Amiguitas y amiguitos: Una iniciativa de ley es como una caja de regalo. Si quieren, pueden jugar a imaginar lo que hay dentro (monstruos, fantasmas, dulces, juguetes, flores, bichos), pero si quieren opinar sobre esa iniciativa de ley, ¡no gasten su imaginación!, ¡abran la caja y vean lo que hay dentro!, ¡infórmense antes, para no decir tonterías!

El lunes ya había terminado de escribir mi artículo cuando un buen amigo me informó de la sorprendente “razón” que ha dado el señor Andrés M. López para oponerse a que se reformen las pensiones del ISSSTE.

Dice el señor López que la reforma pretende “quitarle el dinero al Estado para dárselo a los bancos”. ¡Guau! He aquí un trabajo para el perrito Blue y sus pistas (Blue’s Clues). Se trata de un juego que se llama “Qué hay en la caja".

Resumo: Steve envió una gran caja de regalo; todos – Slippery, Periwinkle, Tickety y Blue- se preguntan qué hay dentro de la caja. Y cada cual, por turno, cierra sus ojos y canta: “First, I close my eyes and dream it, then I swirl around and feel it, then I open my eyes and I can see it there”. Ejemplo: Periwinkle imagina que la caja está llena de personajes fantásticos, como dragones y duendes. El chiste es estimular la imaginación de los niños.

Andrés imagina que dentro de la caja hay monstruos malvados, pero ¡sorpresa!, cuando se abre la caja vemos que: 1. No se trata de dinero del Estado, sino del dinero de los trabajadores, de sus ahorros para su retiro y 2. No hay ni el menor rastro de bancos, sino de una entidad pública – manejada por el gobierno- que se llamaría “PensionISSSTE” que administraría las cuentas individuales propiedad de cada trabajador.

Andrés tiene una febril imaginación pero poco sentido práctico: ¡Para ver lo que hay dentro de la caja, hay que abrir la caja! Expliquémosle cómo; Hay que leer la iniciativa, auxiliarse, para su comprensión, de un adulto competente; mostrar al educando que la caja no contiene monstruos (¡que lo vea con sus propios ojos!) y pedirle al final, en “sus propias palabras”, un pequeño resumen para ver si entendió.

El modesto objetivo de esta lección es enseñar al alumno a distinguir entre la fantasía y la realidad.

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lunes, 19 de marzo de 2007

Lección uno: De la pancarta al escaño

Con el auxilio del prestigiado método de “Dora, la exploradora”, alguien podría enseñarles a ciertos legisladores las diferencias básicas entre enarbolar una pancarta y legislar. En breve, se trata de una diferencia tan grande como la que hay entre: “manada” e “individuo”; “muchos” y “uno”; “espasmo” y “razonamiento”.

Graduarse de la pancarta callejera al escaño legislativo no es una tarea fácil. Requiere cierto adiestramiento que permita transformar al gritón de marcha y bloqueo en político capaz de argumentar por sí solo, expresarse con cierta articulación sintáctica y sujetarse a reglas propias de lo que se llama “actividad parlamentaria”, como son: aguardar su turno para subir a la tribuna, ordenar su perorata de acuerdo con cierta lógica, sujetarse a un límite máximo de tiempo para su exposición, abstenerse de proferir vocablos soeces y gritos onomatopéyicos…

El probado método didáctico para preescolares de “Dora, la exploradora” (ver en especial “Play to learn with Dora the Explorer”), podría servir para tal objeto. No me anima otro fin que ayudar a los compañeros y compañeras de algunos partidos de izquierda a dejar de ser objeto de burla e irrisión a causa de su patente inadaptabilidad a sus nuevas tareas.

Imaginemos un amiguito de Dora en problemas al que llamaremos Juanito Belicoso. Juanito intuye – sería excesivo decir que “sabe”- que debe oponerse a las iniciativas de ley que provengan de “la derecha” (vaga denominación que engloba todo aquello que venga de otro partido y que no haya sido autorizado por el instructor del rebaño o líder de la bancada), pero es claro que no sabe cómo hacerlo. En su arsenal de recursos sólo encuentra el grito, la pancarta y la toma violenta de la tribuna. ¡Juanito está en problemas y necesita la ayuda de nuestra amiguita Dora y su famosa mochila!

Paso a paso, con abundancia de reiteraciones y con representaciones gráficas y auditivas, puede lograrse la transformación de Juanito Belicoso en un legislador aceptable para los estándares de México. Ejemplo: “Juanito, veamos qué trae en su mochila nuestra amiguita Dora: Constitución, Reglamento de la Cámara, leyes secundarias, bases de datos, diccionarios. Ahora, piensa qué puedes hacer tú con esos objetos para evitar el ridículo”.

Y así sucesivamente. Entiendo que no es una tarea fácil, pero alguien tiene que hacerla. Es una inversión en lo más redituable: Capital intelectual.

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La izquierda mexicana: Puentes al abismo

Entre otras cosas que le fallan a la “izquierda” en México, está la ingeniería. Los improvisados y peligrosísimos puentes para peatones en la capital del país – residuos de un desgobierno enfrascado en la conquista del poder absoluto- simbolizan tal extravío.

No me queda claro por qué, pero se ha dicho que México necesita de una izquierda moderna. Vale. Aunque sería bueno saber de dónde surge tal necesidad y qué se entiende por “moderna”. De lo que no cabe duda es que a México le estorba mucho una izquierda como la que tenemos, agrupada bajo la presuntuosa denominación “Frente Amplio Progresista” aunque de hecho actúe como un “Frente Estrecho y Retardatario”.

En estos días tal izquierda ha dado muestras variadas de su incapacidad para construir – o hacer que le construyan- puentes confiables. No sólo se trata de la grave caída de dos de las muchas personas que se ven precisadas a usar los puentes que se improvisaron para los peatones, a causa del dispendioso adefesio de concreto que el señor López se mandó fabricar. No. Se trata de una incapacidad insalvable del PRD y de sus oportunistas apéndices para “llegar al otro lado”.

¿Por qué cruzó el peatón el puente? La respuesta del maestro Pero Grullo: Para llegar al otro lado. Para eso se hacen los puentes. Para el PRD “llegar al otro lado” – digamos llegar a ser esa encarecida izquierda moderna de la que tanto se habla- se ha vuelto una tarea imposible.

Tómese, por ejemplo, el visceral rechazo a la propuesta de reformas al sistema de pensiones del ISSSTE. ¿Cuál es la alternativa que ofrece el PRD ya que se opone a sumarse a la construcción de ese puente para salvar al ISSSTE, salvar las pensiones de los burócratas y salvar a las finanzas públicas?

No se sabe. Pero sólo podría haber dos opciones en lugar de la que hoy un frente amplio de partidos – esos sí- propone: 1. No hacer nada, dejar que el ISSSTE reviente y terminar de una vez con todas con cualquier “seguridad social” – la opción más “derechista” que se pueda imaginar- o: 2. Desatar deliberadamente una hiperinflación que licué las deudas y convierta las pensiones de los burócratas, y los salarios de todos, en nada; pero eso sí: amortice aceleradamente los pasivos del gobierno.

¿Cuál de esos dos puentes al abismo nos propone el “Frente Amplio Progresista”?

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miércoles, 14 de marzo de 2007

Apertura comercial agrícola ¡ya!



En México pagamos dos, tres y en ocasiones hasta cuatro veces más por el azúcar que el precio libre vigente en el mercado mundial. Sin embargo, los vividores que se ostentan como “líderes de los productores agrícolas” ya han puesto en marcha la enésima campaña de mentiras para evitar la apertura.



Los datos son demoledores. En enero pasado el precio del azúcar para el consumidor estadounidense fue casi el doble que el precio vigente en el mercado mundial, ¡pero en México el precio que pagamos fue cercano al triple del precio del mercado internacional!
México ocupa el segundo lugar mundial en consumo de azúcar por persona (el primer lugar es Brasil; el tercero es Australia), pero tiene costos de producción del azúcar tan ineficientes – caros- como los del azúcar producida a partir de remolacha en la Gran Bretaña; costos que duplican los costos de producción de Brasil – principal productor y exportador mundial-, cuyos precios al consumidor son aproximadamente tres veces más bajos que en México.
La única solución decente es la apertura comercial ¡ya!, y sin componendas.
Hay quien dice que ésta – la de la liberación comercial de a de veras en México- es una lucha perdida, porque aunque los consumidores seamos millones estamos desorganizados y pobremente representados (si acaso lo estamos) en el Congreso, mientras que el puñado de productores que se ha beneficiado por décadas de las barreras comerciales, del proteccionismo y de carretadas de dinero público, esta sobre-representado en el Congreso y en el PRI y el PRD, está muy bien organizado y tiene mucho más que perder que lo que cada consumidor aislado ganaría con la liberación comercial.
Si los datos fríos indignan, las declaraciones de algunos “líderes” son para sublevar a cualquiera. Véase lo que dice Víctor Suárez quien se ostenta como “presidente” de la Asociación Nacional de Empresas Comercializadoras de Productores del Campo (ANEC): “El 1 de enero (de 2008) la liberalización arancelaria del maíz, frijol, leche y azúcar generará una desestabilización mayor en el mercado agroalimentario y la escalada de precios, las prácticas especulativas se desbordarán".
¿Cómo se le dice a quien miente con ahínco y aplomo?, ¿embustero? No, ¡luchador social!

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Mitos acerca del gasto público en 2006

Esta semana, del lunes 12 al jueves 15 de marzo, publicaré en "El Economista" una serie de cuatro artículos sobre los mitos que se han propalado, en los - nunca mejor dicho- mentideros políticos acerca del gasto público.
El infame papel del Senado vetando la designación de Carlos Hurtado López como sub gobernador del Banco de México, hizo que los politiquillos le dieran vuelo a la especie de que el gasto corriente se desbocó en 2006. Esta serie busca atajar ese mito que empieza a tomarse - para variar- como si fuese axioma; entre otras razones porque - como siempre- es más barato creer cualquier mentira escandalosa que saber fatigosamente una verdad aburrida.
Lo importante, en el asunto del gasto del gobierno, son los para qué se gasta y la urgente necesidad de que la renidición de cuentas vaya más allá de entregarle las facturas al contador y empiece a ser una evaluación técnica de los resultados con criterios de costo- beneficio. Nos sorprendería ver qué pocos proyectos de gasto público pasan esa prueba. Lo que quiere decir, de paso, que el gobierno podría gastar mucho menos...Pero eso es harina de otro costal.
Van pues, de una sola tirada en esta bitácora, los cuatro artículos para el periódico.


Los mitos acerca del gasto público en México durante 2006 han surgido por la divulgación reiterada de falsedades y aprovechando el desconocimiento que padece el gran público acerca de cómo se ejerció el gasto el año pasado y bajo cuáles lineamientos establecidos en la ley.



Durante la sesión del Senado de la República el pasado jueves 8 de marzo algunos de los senadores que ocuparon la tribuna – para "razonar" el dictamen de rechazo a la designación de Carlos Hurtado como subgobernador del banco central- volvieron a divulgar la especie, totalmente falsa, de que durante 2006 se registró un crecimiento desorbitado del gasto público corriente del gobierno federal.

Por fortuna, algunas publicaciones especializadas, como el ya imprescindible sitio en la red "Asuntos Capitales" ( www.asuntoscapitales.com/), han explicado a detalle, primero, cómo fue en realidad el ejercicio del gasto durante el año pasado (recomiendo ver, por ejemplo, el magnífico análisis de Adriana Merchant en dicho sitio), y, segundo, la pobrísima preparación y los endebles argumentos de un senador de apellido Calzada, quien llevó la voz cantante en los alegatos en contra de Hurtado (ver el cáustico y demoledor artículo de Juan Pablo Roiz, publicado el viernes en "Asuntos Capitales").

Vale la pena, sin embargo, profundizar en el asunto del gasto público ya que, de no frenarse a tiempo el diagnóstico erróneo que se ha divulgado, podrá inducir a una desastrosa toma de decisiones en el futuro.

Primero: Es un hecho que Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF) y la abundante legislación al respecto, prácticamente no dejan espacio alguno a la discrecionalidad de los funcionarios federales en el ejercicio del gasto. El PEF es tan minucioso en los señalamientos de cuánto, cuándo, cómo, quién, bajo qué reglas de operación, en qué circunstancias debe ejercerse el gasto – así como en el qué hacer con los ingresos públicos excedentes, en caso de que los hubiere- que se antoja imposible que el ejercicio del gasto se hubiese desviado en la magnitud que irresponsablemente se ha dicho, respecto de lo establecido en el propio PEF.

Asusta que muchos senadores – que en su momento fueron diputados- finjan desconocer este hecho. ¿Engañan deliberadamente?

El primer mito implícito en las falsedades que se han divulgado acerca del gasto público durante 2006 es aquél que supone que en el Presupuesto no hay reglas minuciosas, hasta el escrúpulo, qué indican qué hacer con cada centavo de ingresos excedentes, cuando los hay.

Al escuchar las versiones fantasiosas de algunos políticos acerca de una mítica explosión desorbitada del gasto corriente en 2006 parecería que nos estuviesen asegurando que los ingresos públicos excedentes durante ese año, respecto de lo presupuestado, sorprendieron a todo mundo y se verificaron sin que nadie – ni el Ejecutivo, ni mucho menos la Cámara de Diputados- hubiese tomado previsiones, en 2005, acerca de qué hacer con esos ingresos en caso de que los hubiere en 2006.

Mentira flagrante. Tanto la Ley de Ingresos – aprobada por ambas Cámaras-, como el PEF – aprobado por los diputados-, así como la relativamente nueva Ley Federal de Presupuesto y Responsabilidad Hacendaria (sic; debe ser "Hacendística" en buen español), contemplan y establecen mecanismos precisos respecto de los excedentes (y de los eventuales "faltantes" en caso de que los ingresos efectivos fuesen menores a los presupuestados), asignando su destino, su mecánica, los calendarios de su distribución, las formas de rendición de cuentas del uso de dichos excedentes y estableciendo rígidos límites para evitar el gasto deficitario.

De hecho, en las discusiones del PEF en los últimos años ese asunto -qué hacer con los excedentes- ha sido objeto de minuciosa y especial atención por parte de los diputados y, fuera de la Cámara, por parte de los gobiernos de los estados que son de los principales beneficiarios en la eventualidad – reiterada- de suscitarse tales excedentes.

Durante 2006 la totalidad de ingresos excedentes sumó 306, 646.5 millones de pesos y esos excedentes provinieron de: Ingresos petroleros 108,362.4 millones de pesos; ingresos no-petroleros tributarios 115,640.6 millones de pesos; ingresos no-petroleros y no-tributarios 51,820.7 millones de pesos; ingresos excedentes de entidades de control presupuestario directo distintas de Pemex, 33, 822.9 millones de pesos.

Atención: Fueron más los excedentes por una mejor recaudación de impuestos que por precios del petróleo más altos que el presupuestado. Esto desmiente otro mito emparentado con los que estamos comentando que dice: "Los precios altos del petróleo inhibieron la eficacia recaudatoria". No ha sido así.

De acuerdo con los lineamientos establecidos en el PEF 2006, menos del 11% de los ingresos públicos excedentes se destinaron a gasto no- programable del gobierno federal; y la inmensa mayoría de ese gasto fue en salud, educación y seguridad pública.

¿En qué se gastaron los ingresos públicos excedentes de 2006?

A programas y proyectos de inversión de infraestructura y equipamiento en los estados se destinaron 23,800 millones de pesos.

Además, los excedentes por 147,300 millones de pesos correspondientes al inciso N del artículo 25 del PEF se distribuyeron de acuerdo a las reglas: 45,600 millones de pesos a inversión en Pemex; 22,800 millones de pesos a mejorar el balance público (disminuir deuda); otros 22,800 millones de pesos al Fondo de Estabilización de los Ingresos Petroleros (FEIP); 13,800 millones de pesos a erogaciones para cubrir daños causados por desastres naturales (huracanes, especialmente); 1,000 millones de pesos a cubrir costos de combustibles que la Comisión Federal de Electricidad no puede recuperar a causa de las tarifas subsidiadas; 8,600 millones de pesos sirvieron para pagar el 60% de las obligaciones de ejercicios fiscales anteriores y 32,700 millones de pesos (menos del 11% del total de excedentes por 309, 646.5 millones de pesos) se destinaron – de acuerdo a lo instruido en la ley – a cubrir un mayor gasto no programable.

El lector notará que hubo 138,500 millones de pesos de ingresos excedentes que NO cayeron en los supuestos del inciso N y que NO fueron distribuidos a los estados. Se trata de los ingresos generados por las entidades de control presupuestario directo – que fueron 86,600 millones de pesos y se revirtieron a favor de las mismas dependencias que los generaron- y de los excedentes por derechos, productos y aprovechamientos que cobran entidades del gobierno federal, que fueron en 2006 de 51,900 millones de pesos y se revirtieron también a favor de las dependencias que los generaron.

Así pues, ¿dónde están las cantidades exorbitantes de gasto corriente de las que hablan algunos, cuando casi el 90% de los excedentes se destinaron a inversión o a ahorro – fondo de estabilización- o a disminución de la deuda?

Uno de los primeros mitos a desmontar respecto del gasto público es la presunción, injustificada, de que todo gasto de capital es bueno y todo gasto corriente es malo. Esto, aun cuando durante 2006 el crecimiento del gasto de capital fue 3.5 puntos porcentuales mayor que el crecimiento del gasto corriente.

Existen tres clasificaciones tradicionales del gasto público: "económica", "administrativa" y "funcional". La llamada clasificación "económica" se refiere a la naturaleza del gasto y lo divide en corriente y de capital; la clasificación "administrativa" identifica quién – dependencia o ramo administrativo- ejerce el gasto, en tanto que la clasificación "funcional" se refiere a para qué – con qué fin- se ejerce el gasto.

Esta última clasificación, la llamada funcional, es la que más interesa desde el punto de vista económico, siempre y cuando podamos medir los resultados del gasto con criterios de costo-beneficio.

Por el contrario, la clasificación del gasto sólo por su naturaleza – corriente o de capital- no nos dice nada sobre si ese gasto fue pertinente o dispendioso: Construir un barco de concreto – por poner un ejemplo extremo- es un típico "gasto de capital"…aunque el barco se hunda.

Pero aún aceptando esta burda clasificación (que supone que todo lo que se gasta en "fierros", aunque sea una camioneta SUV para el presidente municipal, es "bueno"), hay que decir que durante 2006 el gasto corriente creció 8.9 por ciento, en tanto que el gasto de capital lo hizo 12.4 por ciento, en términos reales.

Sin embargo, la discusión relevante para el país no es ésta, sino si lo asignado sirve para su objeto y es pertinente de acuerdo a criterios de costo contra beneficio.

Ésa debiera ser la discusión toral en la Cámara de Diputados cada año al presentarse el proyecto de presupuesto: Para qué el gasto y si la asignación es la más eficiente.

Ejemplo: Queremos cuidar el agua, ¿qué es más eficaz?, ¿cobrar tarifas reales, es decir: crear un mercado del agua con derechos de propiedad?, ¿construir presas?, ¿hacer campañas publicitarias?

Es lamentable que sigamos eludiendo la verdadera discusión sobre el gasto público – su pertinencia – para perdernos en una clasificación que ya es obsoleta.

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viernes, 9 de marzo de 2007

El Estado y su monopolio de la "bondad"

El legendario Scrooge ahuyenta de mal modo a los pedigüeños: "¡Ya pago impuestos!", como si les recordase: "Pídanle al munificente Estado la compasión que me expropió".


La tradicional virtud judeocristiana de la caridad, merced a la absorción y anulación de las virtudes personales en el gran e impersonal colectivo del Estado, acabó en un sucedáneo de ínfima calidad, rebautizada como "sensibilidad social".

El Estado de Bienestar significa en el fondo que la bondad – en una versión diluida en retórica vacua – se ha vuelto otro de los monopolios del omnipresente Estado. No hay más virtud individual, el hombre se redime dejándose arrastrar por la corriente colectiva y todo lo que se le pide es que se adhiera con más o menos fervor a la consigna dictada por los políticos: "No soy nada sin el Estado".

A diferencia de la que ejercían las abnegadas religiosas y religiosos dedicados, para mayor gloria de Dios, a socorrer el prójimo, la compasión se ha funcionarizado. La ejercen funcionarios a sueldo, como la enfermera – bien o mal pagada por el Estado- que despacha apresurada un medicamento mientras observa inquieta el reloj para no llegar tarde a la asamblea sindical en la que se discutirán las próximas demandas salariales que le harán al "patrón" – que es el Estado- y que habrá de pagar el contribuyente o el beneficiario de la "seguridad social" que es, tal vez, ese mismo paciente a quien se le escatimó una palabra de consuelo porque no estaba estipulada en el contrato colectivo.

Como un residuo de la olvidada caridad – asunto de cada cual con su conciencia o con Dios- abominar del interés, se convierte en el santo y seña de la "conciencia social", del "ser de izquierda", de la "sensibilidad progresista". Paradójicamente, la búsqueda del interés – en un mercado libre en el cual la competencia se hace con reglas iguales para todos- resulta más eficaz para desperdigar el bienestar que toda la fastidiosa retórica colectivista.

¿Por qué será que en las sociedades en las que el Estado se ha abrogado la ejecución de toda virtud, la filantropía desfallece?

Hay que releer a Dickens: El legendario Scrooge tiene la coartada perfecta, ahuyenta a los pedigüeños recordándoles que él paga impuestos. Como si les dijese: "Vayan y pídanle al Estado la compasión para huérfanos y enfermos de la que gentilmente me despojó".

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jueves, 8 de marzo de 2007

El beneficio social de maximizar utilidades

Maximizar utilidades cumple una función social de primer orden en beneficio colectivo. Permite, en mercados en libre competencia, la asignación más eficiente de los recursos escasos.


Con frecuencia se supone que a la economía de libre mercado debe corregírsele para evitar iniquidades y atenuar las desigualdades sociales.

En este contexto surgen versiones atenuadas de la economía de libre mercado, como si la búsqueda de la maximización de las utilidades en una empresa fuese un feo vicio moral – avaricia, probablemente- que debe enmendarse con valores igualmente morales: compasión por el más débil, solidaridad, preponderancia de lo social sobre lo individual.

En la historia política estas enmiendas llenas de buenas intenciones al descarnado y egoísta "individualismo" han generado una variedad de posturas "ideológicas" intermedias entre el socialismo marxista y el capitalismo liberal, terceras vías, modelos "humanistas" y "compasivos", que navegan entre la ambigüedad y la mala conciencia.

El santo y seña de estas posturas es condenar o, al menos, ver con profunda desconfianza, la maximización de utilidades. Lo cual, en el fondo, es como preferir – por supuestas razones morales- un mal café "hecho con amor" a un buen café hecho por interés.

Es, para seguir con los ejemplos, como oponerse a que se utilice el correo electrónico para no dejar sin chamba al mensajero de la oficina. Es, en fin, castigar la productividad y lo que ella significa: hacer más con menos recursos, hacer mejores cosas que antes con los mismos o con menos recursos, hacer las cosas bien al primer intento.

Dada la escasez – hecho inexorable de nuestra vida en la tierra- no buscar la maximización de utilidades, el mayor beneficio con los menores recursos posibles, significa promover de una u otra forma el desperdicio y, por ende, la pobreza.

¿Por qué digo que detrás de esta afición a la "moral social" hay una mala conciencia? Porque desde que las ideologías expropiaron y anularon las virtudes personales para entregarle al Estado y a los gobiernos el monopolio de lo bueno, pareciera que cierta nostalgia nos lleva a buscar en el etéreo e impersonal "colectivo" (por ejemplo, el Estado, el Partido, la Sociedad Civil) las virtudes olvidadas.

Pero eso será un asunto a tratar en el artículo de mañana.

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miércoles, 7 de marzo de 2007

¿La política consiste en difundir embustes?

Con gran frecuencia la política en el mundo se ha vuelto el arte de hacer incomprensible la realidad.

La senadora Hillary Clinton, enfrascada en su carrera por la Presidencia de Estados Unidos, dice la misma clase de tonterías que uno suele escuchar, en México, en labios de cualquier demagogo de barriada.

Uno de los disparates más recientes con los que la señora Clinton quiere deslumbrar a incautos electores consiste en asegurar que es un peligro para Estados Unidos el hecho de que “gobiernos extranjeros” sean poseedores de bonos de la deuda pública de ese país.

La presunción es disparatada porque supone, entre otras falsedades, que los tenedores de los bonos van a conspirar contra sus propios intereses sólo por el gusto de perjudicar a Estados Unidos. Sin embargo, la senadora la sigue repitiendo con total impunidad. Esa es una de las enrevesadas “virtudes” de los políticos: Falsificar a tal grado la realidad que consiguen hacerla incomprensible…El negocio es rentable porque electores cada vez más confundidos son presa más fácil para los demagogos…

El lunes alguien me mostró el proyecto de dictamen con el cual un grupo de senadores pretende justificar su rechazo a la designación de un excelente economista y funcionario público como nuevo subgobernador del Banco Central. Tal dictamen es una colección de absurdos y mentiras que harían sonrojar de vergüenza a un mediocre estudiante de economía.

Menciono algunas de las estupideces del escrito: Confunde el alza de algunos precios específicos – maíz o azúcar- atribuibles a lamentables distorsiones que provocan los gobiernos en los mercados, con un alza en la inflación (que, por definición es un fenómeno monetario que afecta a la totalidad de los precios), reitera la falsedad de que en 2006 hubo un dispendio de gasto público – omitiendo, por cierto, que el presupuesto de egresos es aprobado por la Cámara de Diputados y no decisión unilateral del Poder Ejecutivo- y establece una imposible relación causal entre el gasto público durante ese año y el alza de esos precios específicos.

La intención es ruin – vetar caprichosamente a una persona competente- pero pretende ocultar su vileza tras argumentos tan estúpidos que sólo sería objeto de burla, si pudiésemos olvidar el daño que estos embustes causan y la degradación de los políticos – al ínfimo moral- de la que son muestra. Basura que nos cuesta muy cara y que alguien tendría que poner en su lugar.

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martes, 6 de marzo de 2007

¿Qué es lo que nos hace vivir?

En una situación límite, como fue la de los campos de concentración en la Unión Soviética, hubo quienes murieron física y moralmente degradados y hubo quienes no sólo sobrevivieron, sino que descubrieron – en medio del sufrimiento indecible – lo mejor de la vida.

A fines del año pasado encontré en una de esas librerías gigantescas que florecen en Estados Unidos – sin necesidad de inopinadas leyes que impongan precios únicos- un libro extraordinariamente bien escrito por Anne Applebaum acerca de una de las grandes vergüenzas de la humanidad en el siglo XX: El Gulag, el sistema carcelario de la Unión Soviética que, de una u otra forma, torturó a millones de personas y mató a cientos de miles más.

Applebaum investigó exhaustivamente y escribió un extenso libro, más de 580 páginas sin contar los apéndices, en el que cada capítulo examina con detalle un aspecto en particular de los que conformaron esa terrible experiencia: la detención, los carceleros, las mujeres y los niños, el transporte a los campos, la demografía, el trabajo, las metas de producción, el gran terror, la agonía y muerte de prisioneros desechos, las estrategias de supervivencia…

Justo al describir las estrategias de supervivencia, Applebaum se detiene, al final del capítulo, en lo que llama “virtudes ordinarias” que en los campos de reclusión y trabajos forzados fueron virtudes grandiosas y extraordinarias: la amistad, el respeto a los otros, el auto respeto, la plegaria, el arte, la contemplación, la disciplina auto impuesta para no perder la razón y la vida, el servicio a los demás…

La víspera de la Navidad de 1940, el prisionero polaco Kazimierz Zarod asiste con otros a una misa celebrada en secreto: “Sin el beneficio de una Biblia o de un libro de oraciones, el sacerdote empezó a recitar las palabras de la Misa, el latín conocido, hablado en murmullos casi inaudibles a los que contestábamos también suavemente, como en suspiros…’Kyrie eleison, Christe eleison - Señor, ten piedad de nosotros. Cristo ten piedad de nosotros. Gloria in excelsis Deo…’

“Las palabras nos limpiaban y la atmósfera de la barraca, usualmente brutal y tosca, cambiaba imperceptiblemente, los rostros se volvían hacia el sacerdote y se suavizaban y relajaban al escuchar el murmullo apenas discernible.

“‘Todo despejado’, decía la voz de un hombre que vigilaba sentado frente a la ventana”.

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domingo, 4 de marzo de 2007

Al Gore y la venta de indulgencias verdes

Si usted quiere quemar combustibles fósiles en proporciones “inconvenientes” lo que hace es pagar sus culpas comprando una cobertura de carbón a un pobre diablo que, quiera o no, sí restringe su consumo de energéticos contaminantes.

La flamante estatuilla del Oscar que recibió Al Gore fue abollada sin misericordia por una ONG de Tennessee que reveló que la mansión de este paladín de la moralina ecologista consume más energía eléctrica en un mes de lo que un hogar promedio en Estados Unidos consume en un año.

A esta inconveniente revelación se sumó otra: Para mantener agradablemente cálida su alberca el señor Gore quema cada mes tanto gas natural como para pagar una factura de $500 dólares.

Las revelaciones del Tennessee Center for Policiy Research tuvieron rápido eco en la prensa mundial y en The Wall Street Journal (WSJ) del primero de marzo ironizaron acerca de la “inconveniente alberca” del ex vicepresidente.

Pero el señor Gore está tranquilo – aun cuando esto, junto con su frenética quema de combustibles fósiles en sus frecuentes viajes en jet, parezca desmentir sus prédicas acerca del “calentamiento global”- porque paga “compensaciones de carbón” a cambio.

Se trata de un floreciente mercado de coberturas y bonos de carbón alrededor del mundo que permite a empresas y hasta a países contaminantes intercambiar “x” contaminación aquí por “y” proyecto de protección al ambiente acullá: Una fábrica lanza toneladas de bióxido de carbono a la atmósfera, pero patrocina un proyecto ecológico en la selva del Amazonas. Este mercado, como informaba recientemente Luis Miguel González en el periódico “Milenio”, tiene su versión a escala para particulares con sentimientos de culpa ecológica.

Un viaje redondo en avión Ciudad de México - Londres genera 2.56 toneladas de bióxido de carbono, pero usted puede conservar impecable su historial ecologista – y calmar cualquier cosquilleo en la conciencia- pagando a Climate Care 19.4 libras esterlinas.

Todo esto suena mucho como la venta de indulgencias que tanto indignaba a Martín Lutero y que, entre otras causas, dio origen a la llamada reforma protestante. Los cínicos cavilamos que no sería descabellado que la razón por la que algunos predicadores de hoy le inyectan tanto alarmismo a sus predicciones sobre el infernal calentamiento del planeta, no es otra que la de encarecer el precio de las “indulgencias verdes”. ¿Será?

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jueves, 1 de marzo de 2007

El aberrante permiso para calumniar

Despenalizar la calumnia no es ningún avance democrático y no abona un ápice a favor de la libertad de expresión.

Con gran tino Carlos Marín calificó ayer de “dictamen aberrante” el que aprobó el miércoles, ¡por unanimidad!, la Cámara de Senadores para despenalizar la calumnia, que ahora sólo sería una infracción dirimible en los juzgados civiles.

No faltará el ingenuo que calcule que esta decisión es fruto de la transición hacia la democracia. Error. Se trata de un terrible retroceso.

Tampoco faltará quien conjeture que, con esta despenalización de una conducta miserable y socialmente corrosiva, se benefician los periodistas que denuncian con valentía las tropelías y los yerros de poderosos “intocables”. Tal conjetura es insostenible. Nadie necesita mentir, lastimando la honra ajena, para revelar la verdad.

En realidad los destinatarios de esta insólita propuesta – minimizar socialmente la calumnia, al grado de dejarla impune- son otros. Pocos pero poderosos.

Haré una analogía extrema. En el sistema carcelario de la Unión Soviética – Gulag- había una estrategia de supervivencia muy socorrida por los presos comunes y en la que cayeron también algunos presos políticos: La colaboración con el carcelero – en último término, con Stalin- a cambio de aliviar en algo las frecuentemente mortales condiciones de vida y trabajo en los campos de reclusión. A esto se le llama en ruso: “Pridurki”.

Alejandro Solzhenitizin condena duramente la conducta de los “pridurki” y admite con pena que, en algún momento en sus años de reclusión, él fue cooptado por sus carceleros. En cambio, otro ex prisionero político, Lev Razgon, argumenta que ese colaboracionismo en ocasiones estuvo moralmente justificado, no sólo por razones de estricta supervivencia, sino porque permitió, a veces, aliviar algunos sufrimientos.

Allá cada cual y su conciencia.

En México hoy habrá tal vez medio centenar de destacados colegas periodistas – en especial, entre quienes escriben columnas diarias- que como parte de la lucha por la vida - ¿supervivencia?- suman a sus escritos cotidianos intervenciones en la radio y la televisión. No es ningún secreto que con frecuencia los dueños de esos medios electrónicos – o sus personeros- les instruyen acerca de qué personajes merecen ser perseguidos por la jauría mediática – lo que incluye, con harta frecuencia, la calumnia- por interferir con los intereses de esos dueños.
La decisión de los senadores constituye una herramienta valiosa para el trabajo de los “pridurki”. Así de sencillo. Así de miserable.

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